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2009/11/06

Un país ocupado militarmente

"Recorrer el dial de la televisión o de la radio en Euskal Herria es caer abrumadoramente bajo el tsunami de la lengua obligatoria."
Luis Nuñez Astrain* (Gara)
Linguista con un amplio trabajo por la divulgacion del euskera y militante por su no desaparicion. Militante de ETA-Berri (antecesora de Euskadiko Mugimendu Komunista) Es detenido durante el ultimo estado de excepcion del franquismo, interrogado y torturado durante un mes por la policia. Formo parte de Herri Batasuna y estuvo entre los junteros que entonaron el Eusko Gudariak frente al monarca español. Redactor jefe de Egin durante algunos años. Participo en el diario hasta su clausura en 1998 por el Estado español. Murio el 1 de noviembre en Donostia y dejo este ultimo articulo, dictado a un amigo catalan suyo.
Lamento un montón que mi pésima salud me impida redactar esta protesta en la lengua vasca, que es la de mi patria. Costaría un pequeño esfuerzo del que no dispongo, por desgracia.

Mi país es un país ocupado militarmente (no entraría para nada en el tema de si colonia u ocupación militar, porque es una ocupación militar).
La ocupación militar vasca arranca desde los siglos XII o XIII a base de la usurpación del territorio que el poderoso reino castellano constataba incesantemente al navarro, con armas y sin armas.
Hacia 1520, el reino castellano, muy superior en número y potencia al navarro, con una concepción ocupante, expansionista y arrasadora, se abalanzó sobre el pequeño reino navarro restante, partiendo en pedazos su columna vertebral, sus instituciones, sus costumbres, desbaratando su idioma. Gracias a una bula papal falsificada, los castellanos pudieron saquear, robar y derribar las torres navarras, quedándose en propiedad con todo lo incautado.

El país quedó perfectamente desarticulado, pese a la brava resistencia de los navarros. Esta fue la primera gran ocupación militar española de nuestra tierra vasca.

(La ferocidad de las tropas castellanas, pone de manifiesto la crueldad infinita con respecto a D. Pedro de Navarra, jefe de la resistencia cuya lucha y final habría que contar con detalle, lo mismo que los demás resistentes navarros).

El Reino de Navarra se hallaba en la órbita del reformismo luterano, era un país culto y desarrollado que sólo merecía la feroz ley inquisitorial española.

La conquista había sido una ocupación militar en toda regla. Un país quedaba conquistado por otro y a sus expensas totalmente. La población, muy represaliada, sobrevivió como pudo.
En ninguna época posterior cabe hablar de un sometimiento voluntario de la población y el reino se mostró entre permisos y no permisos dentro del sometimiento militar más absoluto. La ocupación de Navarra, como todas las ocupaciones militares del mundo, contó con abundante ayuda de traidores del propio reino que pensaban sacar ventaja a la sumisión. Todas las ocupaciones militares del mundo corroboran esta situación y nuestro caso no fue una excepción: unos se beneficiaron del ocupante, otros se enriquecían y los leales se iban viendo reducir en función del desnivel del potencial económico.
El tiempo de Navarra había desaparecido del mapa, dejando un resto virtual a modo de zombi inoperante.
Pero el pueblo continuaba apegado a sus usos y a sus costumbres, como había sido siempre, con uñas y dientes.
El siguiente gran batacazo militar español al país de los vascones lo constituyeron las dos terribles guerras carlistas del siglo XIX que terminaron de derribar y destrozar violentamente los restos forales que habían quedado. Esas dos guerras se produjeron como por casualidad, en una única zona de la península que fue justamente el país de habla vasca ligeramente extendido.
Sólo allí fueron capaces de asentar sus casas reales los reyes disidentes y de mantener varios años de guerras, en ambos casos, con la ayuda masiva de la población.

Desarticulados los restos de las instituciones de las cuatro provincias, llamadas exentas, las guerras carlistas supusieron nuevos golpes mortales para la lengua de los vascos, siempre desamparada desde arriba.
Como sucedió en todas las ocupaciones militares del mundo, las promesas hechas por el ocupante, quedaban incumplidas a los 10 minutos.
El interés era el dominio político directo salvaguardado por una garra militar que en ningún momento se levantaría ni cuestionaría.
La siguiente expresión de descontento vasco-navarro frente a la negación militar castellana se denominó la “Gamazada" (Cuyo espléndido monumento popular jamás fue reconocido ni inaugurado por las autoridades traidoras), que unió como un solo hombre a las provincias forales en defensa de los girones legales que quedaban. Ante lo abrumador y fiera de la justicia española, los propios vascos fuimos bajando las persianas, acostumbrándonos a la nueva luz que no era la nuestra, unas veces por terror puro, otras por conveniencias egoístas, otras incluso por culpabilidad inducida. La última gran ocupación militar de Euskal Herria fue tan feroz, contundente y despiadada como las anteriores y la constituyó la entrada de la burguesía española para terminar de arrasar los vestigios vascos.
Esas 4 ó 5 ocupaciones militares feroces sufridas por nuestro país casi explican el arrasamiento, casi perfecto, de todas sus verdaderas instituciones y el arrinconamiento del idioma del país a una situación semiagónica y residual.
Dice el marxismo que las estructuras sociales se explican mejor atendiendo a las estructuras económicas.
En el pueblo vasco ha funcionado una especie de inconsciente colectivo defensivo y radical consistente en el apego a los usos, costumbres del país: sus instituciones, sus hábitos de vida, su sentido del humor, del trabajo, del deporte, de la lealtad, de la palabra dada.
Si, aparentemente, el eslogan defensivo del viejo reino navarro es distinto del “Dios, Patria y Rey” de los carlistas, conviene releer los cancioneros carlistas en los que los caseros cangan directamente sus deseos, en los que prácticamente no se alude nunca a problema dinástico alguno sino que todo denota apego a una religión y a unos valores comunes que son el motor personal en la guerra.

Otra disociación aparente entre el eslogan que se defiende y los motivos reales por los que se cogen las armas, está en que los vascos que combaten a Madrid se habían movilizado, aparentemente, por un eslogan reaccionario en contra de la burguesía –la feroz guerra civil del 36 al 39- en nombre de otros valores absolutamente diferentes en apariencia, que es la defensa de los valores democráticos occidentales: las libertades individuales, locales y colectivas. De nuevo, la contradicción: se lucha por el mantenimiento de la personalidad vasca, sus usos y costumbres.

El último ejemplo termina por rematar y evidenciar la aparente contradicción: desde los años 60, un movimiento socialista revolucionario con eslóganes y objetivos aparentemente distintos vuelven a aparecer en el País Vasco para encubrir de nuevo la defensa de la personalidad vasca.

Las palabras utilizadas no son lo significativo. Lo significativo es la defensa de la tierra frente a la ocupación militar extranjera.
El contundente éxito de España ha dejado triturado y desestructurado nuestro viejo país.
Los últimos Frentes Nacionales establecidos recientemente quieren manifestar el canto del gallo de la victoria final.
Me viene a la cabeza la frase de un bombardeador americano en Vietnam que contaba alegremente que cuando se levantaba a mear de noche y encontraba cucarachas por el camino, las iba pisoteando como si fueran “charlis” y que a la mañana siguiente se pasaba al suelo la fregona y allí ya no quedaba nada.
Los mandos españoles creen que se encuentran en esa situación.
Nuestro país ha sufrido las feroces represiones militares que hemos visto, pero jamás recordamos haber sentido el nivel de aniquilamiento y trituración que estamos percibiendo ahora.

En términos sociales parece imposible llegar más bajo. La población vasca existe, lo parezca o no, y el ciclo no se ha terminado.

A la ocupación militar española se le está terminando el tiempo de la sístole. Las estrellas se expanden y se contraen. Estamos al final de la sístole, pero numerosas rendijas y fenómenos sociales, numerosos e insólitos, novedosos, apuntan que empieza el tiempo de diástole.
El pueblo vasco sobrevive agazapado, ninguneado, jamás se le levanta la camisa de fuerza para
saber siquiera si tiene voz, se le da por aniquilado.
El tiempo de las concesiones, de las discusiones, de los argumentos de la política, está hartando a toda la población, que no ve sino intolerancia, imposición, incomprensión, fuerza por todas partes y falta de un porvenir abierto y compartido. La diástole empieza muy suavemente removiendo tierras profundas sin crujidos en una relación de mayor entente entre la población de mayor comprensión, de mayor ayuda mutua, de mayor creatividad, de mayor empuje. Muy lentamente, la diástole se irá afirmando de un modo lento y contundente, volviendo a configurar la nación vasca en torno a su territorio y a su idioma. El proceso deberá ser lento y muy diferente de los conocidos hasta ahora y el punto de partida seguirá siendo el pueblo y la piedra. Desde aquí, cada uno habremos de pulir pacientemente la piedra bruta sin decir al vecino cómo debe hacer lo suyo.
Y ese tallado multiforme de piedras individuales y colectivas irá creando la nueva diástole de Euskal Herria.
Cantera ruidosa de esfuerzos personales.
Esta tierra es nuestra.
Hubiese querido evitar todo reproche a los compañeros de los otros partidos políticos y quizá más en particular a los hermanos del PNV pero hay un punto en el me resulta imposible. Durante la Transición, la izquierda abertzale pecamos alocadamente de triunfalismo desbordante mientras que el PNV pecó, igualmente, de posibilismo senil. Entre lo uno y lo otro se impidió una excelente entente posible. Este punto general, se plasmó de la peor manera posible en el terreno del euskara. Bajo ningún concepto debió tolerar ningún vasco que la lengua del país fuese innecesaria en su propio país, al tiempo que otra tuviese carácter obligatorio. Es posible que el porvenir de la lengua vasca esté sujeto a la independencia del país y es posible que no. Lo que es absolutamente seguro es que, si la lengua vasca no goza en su tierra de un estatus similar al de las lenguas belgas y suizas, se diluirá en el tiempo en trance de desaparición. El franquismo se hubiese enloquecido ante la idea pero el franquismo era el pasado y esa condición sine qua non para la lengua vasca habría sido simplemente imprescindible.

Una lengua viva requiere un territorio donde sea necesaria, lugares en que la población pueda contar con oficios y funcionarios capaces de atender en euskara sin que ningún ciudadano se siente rebajado por ello.
La lengua vasca sobre el actual parámetro constitucional carece de porvenir a largo plazo. Ese punto clave debe ser revertido por encima de todo y de todos. Otro fallo radical del PNV en ese terreno es la implantación de un modelo educativo múltiple y, por lo tanto, discriminatorio, contrario a cualquier panta europea.
Resulta inaceptable, igualmente, la abrumadora inundación de nuevos funcionarios autonómicos incapaces de atender en euskara. Monolingües. La televisión en euskara resulta absolutamente inadaptada a nuestra dinámica y potente sociedad. En suma, los catalanes, que también han cedido en puntos clave como el constitucional, han seguido una política lingüística infinitamente más moderna, valiente y acertada.
Recorrer el dial de la televisión o de la radio en Euskal Herria es caer abrumadoramente bajo el tsunami de la lengua obligatoria.
La lengua vasca necesita una recuperación radical y con todo el respeto a la voluntariedad de la población. Repito mi alergia a hacer aquí una crítica tan frontal a un partido con el que tantas cosas nos unen, pero es imprescindible: el euskara es la única patria grande de los vascos.
(Es inevitable aludir a la inundación de inmigrantes en el país que, sin duda, desdibujan la antigua idiosincrasia del País Vasco pero es así aquí y en todas partes. Los inmigrantes, sin una gran aportación de todo tipo, económica y culturalmente y forman parte de nuestro país. Hay países en el mundo que aceleran la inmigración sobre los países militarmente ocupados con el fin de dejar en minoría a los habitantes autóctonos. Aún en el caso de que la inmigración desbordase en número a los autóctonos, esto no les quitaría derechos para continuar conformando su propia estructura, sus instituciones, su coherencia, sus usos y costumbres, siempre conjugándolo fácil o difícilmente con derechos ciudadanos generales. Un pueblo ocupado militarmente no puede ser inundado y hecho desaparecer).

(Otra ausencia de este escrito, por razones de salud y tiempo, es la ausencia de Iparralde en toda esta historia, que será necesario tocar de algún modo, si bien la ocupación militar del sur vasco ha sido el eje central del aniquilamiento del país).
La presente tesis de Euskal Herria como país ocupado militarmente suele y debe ser discutida pero sus ejes centrales son incuestionables, como la piedra. Cabe discutirlos, cabe seguir bajando las persianas, cabe añadir adjetivos y argumentos, pero la parte sustancial es de piedra e hierro
incuestionables.
No se puede eludir, ante la vergonzante situación actual, realmente límite, el homenaje más generoso a cuantos han defendido los valores del país por muy numerosos caminos de todo tipo, no siempre, por desgracia, acertadamente. La generosidad con su país y el amor hacia él de cualquier activista en cualquier actividad defensiva de una patria negada y ocupada es muchas veces superior al que muestra cualquier político español por la suya propia. Se debe decir esto tanto de los políticos presos vascos como cabría haberlo dicho de los bravos irlandeses, pero se refiere por igual a cuantas actuaciones de arte y cultura se ha hecho contra viento y marea y con tanto sacrificio. Ni este homenaje elude responsabilidades evidentes, ni desprecia por un instante a las numerosísimas personas indebidamente perjudicadas que merecen igualmente todo nuestro apoyo.
Las nuevas piedras que se han de ir puliendo en este nuevo impulso libertario de la diástole que empieza a abrirse bajo las botas irán enlazando relaciones respetuosas y solidarias con todas las personas que vivan aquí con nosotros, sin odios, sin imposiciones y sin aplastamiento de nadie.
Los partidos de hierro, armados o no, han acabado su sístole, atentando y destruyendo abundantísimas raíces de esta Euskal Herria muestra que no sólo no han conseguido destruir como creen los más recalcitrantes si no que van tomando impulso poco a poco, lentamente. El puro proceso de la construcción paciente de la independencia es el que va construyendo el sujeto mismo de la independencia.
ESTA TIERRA ES NUESTRA

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