"Hay una ‘pepita grillo’ llamada Jasbir Puar que habla de “homonacionalismo”
y que viene a advertir, a grandes rasgos, que los poderes establecidos
están capturando algunas reivindicaciones LGBTI (y feministas) para
seguir promoviendo en su nombre el racismo, la xenofobia y el
nacionalismo excluyente."
Diagonal
Conchita Wurst es un personaje escénico creado por el austríaco Tom Neuwirth que combina símbolos atribuidos a dos construcciones identitarias excluyentes e irreconciliables: vestido y barba, mujer y hombre. Un personaje que incorpora el caos de las representaciones del género binario. Es todo y no es nada, es liquidez, es movimiento, es la posibilidad de elegir múltiples vías y representaciones difícilmente categorizables. Es la Beyoncé barbuda, excepcional en la excepción misma: demasiado diva para ser un marimacho, demasiado peluda para ser una locaza. Es lo imposible, la incomodidad.
Conchita Wurst es un personaje escénico creado por el austríaco Tom Neuwirth que combina símbolos atribuidos a dos construcciones identitarias excluyentes e irreconciliables: vestido y barba, mujer y hombre. Un personaje que incorpora el caos de las representaciones del género binario. Es todo y no es nada, es liquidez, es movimiento, es la posibilidad de elegir múltiples vías y representaciones difícilmente categorizables. Es la Beyoncé barbuda, excepcional en la excepción misma: demasiado diva para ser un marimacho, demasiado peluda para ser una locaza. Es lo imposible, la incomodidad.
El “homonacionalismo”, esconde bajo una
ficción inocua las dificultades descomunales que sufre cualquier persona
disidente de las “normalidades” sexo-genéricas
Su victoria gracias a las votaciones del público en ese zoológico kitsch que es Eurovisión ha sido celebrada como un triunfo de la Europa tolerante y abierta, de las libertades y la diversidad.
Y ha sido leída en oposición a la postura retrógrada y homófoba del
Imperio de las tradiciones y la normatividad, la Rusia del neozar Putin,
llamado a devolver a Europa a la decencia y el orden.
El pensamiento binario no sólo se refiere al género: la construcción
de alteridad, la creación de identidad por oposición, el ser en contra
de lo que son los demás, funciona en todos los ámbitos. La dicotomía
entre tolerancia e intolerancia, entre nosotras (Europa) y eso (Rusia),
nos reconforta porque es clara y fácilmente comprensible. Nos
permite proyectar demonios y alegrarnos de nuestras bondades, de no
estar tan mal, de tener un futuro a la vuelta de la esquina y muy bonito. La victoria de Conchita es la prueba de ese futuro de la Europa tolerante. Veamos cuál es esa Europa a pie de calle.
El homonacionalismo
Hay una ‘pepita grillo’ llamada Jasbir Puar que habla de “homonacionalismo”
y que viene a advertir, a grandes rasgos, que los poderes establecidos
están capturando algunas reivindicaciones LGBTI (y feministas) para
seguir promoviendo en su nombre el racismo, la xenofobia y el
nacionalismo excluyente. Lo vemos de manera muy clara con la prohibición
del velo integral en numerosos lugares de Europa, que criminaliza a
determinadas mujeres por llevar una ropa en concreto, y que promueven
los mismos partidos que nos niegan leyes del aborto progresistas,
igualdad salarial o medidas realmente eficaces para acabar con los
crímenes machistas. Es decir, políticas que utilizan la bandera feminista o LGBTI a modo de maquillaje para sus fondos neoliberales.
La victoria de Conchita Wurst en Eurovisión puede ser leída,
desafortunadamente, bajo este mismo parámetro. El “homonacionalismo”, el
orgullo nacional de esta Europa que no es Rusia, esconde bajo una
ficción inocua las dificultades descomunales que sufre cualquier persona
disidente de las “normalidades” sexo-genéricas. Porque la tolerancia tan nombrada estos días es el gesto de una normatividad que sigue siendo heterosexual, cisgénero y blanca,
pero “acepta”, “perdona”, la existencia de otras opciones porque, en el
fondo, no son una amenaza mientras no aspiren a ser nada más. Son la
excepción que confirma la regla, que ni siquiera interpela al sistema.
Heinz Fischer, presidente de Austria, afirmó: “El que ella dedicara su
victoria a todos aquellos que creemos en un futuro de paz y libertad la
hace doblemente valiosa”.
Nombrándola graciosamente en femenino podríamos creer que basta con
ponerse un vestido, sin afeitarse siquiera la barba, para que el
entorno, Administración pública incluida, acepte de buen grado tu nuevo
género y todo el mundo sea feliz. Como si la violencia hacia las
transgresiones no fuese espeluznante y tan real.
La (imposible) vida en rosa
En esa Europa de cuento de hadas se sigue entendiendo el género binario como una realidad inapelable. Tan sólo los intentos de escribir textos que huyan del masculino como genérico levanta ampollas de una virulencia impresionante.
En el Estado español, que otorgó los famosos 12 puntos a Conchita
Wurst, la “policía del género” teje un absurdo entramado desde antes del
nacimiento para asegurar que nadie se mueva de su categoría asignada.
Dad un paseo por los vídeos de CulturaTrans
y veréis cuán complicadas son las periferias, qué difícil es
reivindicarse hombre cuando ni tienes pene ni te da la gana de tenerlo.
Pasad un rato en el hashtag #sobaquember
y veréis cuánto odio generan las mujeres barbudas del mundo real. Toda
la gracia de lo monstruoso televisivo se pierde a pie de calle: en las
farmacias se venden ¡biberones! generizados, para niños y para niñas
(azules y rosa), hay infinidad de colegios que segregan en función del
género asignado, y periódicos de gran tirada y ¡progresistas! que
publican artículos explicando las diferencias cerebrales y emocionales
entre los unos y las otras. El sistema se afianza cada día desde ahí.
Sólido e inapelable.
Esa imagen luminosa, imposible, fascinante y escurridiza que sí nos
representa a muchxs de nosotrxs es tan irreal que su propio creador se
apresuró a aclarar que tan sólo es un personaje escénico. Es tan irreal que logró incluso ganar Eurovisión.
Su triunfo es una trampa, forma parte de la Europa que se pinta
progresista pero impide a cada gesto, a cada ley, los derechos reales a
decidir sobre el propio cuerpo y la propia identidad, que penaliza
cotidianamente transexualidades, transgenerismos, afeminamientos y
disidencias múltiples y cambiantes. Conchita Wurst no existe. Nosotrxs
sí. Y estamos aquí.
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