"La crisis económica que asola Europa desde 2008, en general -con la
excepción de Grecia- ha favorecido más a la extrema derecha que a la
izquierda radical. La proporción entre las dos fuerzas es totalmente
desequilibrada, contrariamente a la situación europea de los años 30,
que vivió, en la mayoría de países, un aumento paralelo del fascismo y
de la izquierda antifascista. "
Michael Löwy
I. Las elecciones europeas han confirmado una tendencia que veníamos
observando desde hace algunos años en la mayoría de países del
continente: el espectacular crecimiento de la extrema derecha. Se trata
de un fenómeno sin precedentes desde los años 30 del siglo XX. En la
mayoría de los países este movimiento obtuvo entre el 10 y el 20%, y en
tres países -Francia, Inglaterra, Dinamarca-, entre el 25 y el 30% de
los votos. Pero su influencia es más vasta que su electorado: contamina
con sus ideas a la derecha "clásica" e igualmente a una parte de la
izquierda social-liberal. El caso francés es el más grave, el avance
del Frente Nacional ha sobrepasado todas las previsiones, incluso las
más pesimistas. Tal como decía la web de Mediapart en una edición
reciente, "El tiempo se acabó": "Il est minuit moins cinq".
II. Esta extrema derecha es muy diversa, se puede observar toda una
gama desde partidos abiertamente neonazis, como el griego Amanecer
Dorado, hasta fuerzas burguesas perfectamente integradas en el juego
político institucinal como el PPS suizo. Lo que tienen en común es el
nacionalismo chovinista, la xenofobia, el racismo, el odio a los
inmigrantes – sobre todo a los "extraeuropeos" - y a los gitanos (el
pueblo más viejo de Europa), la islamofobia, el anticomunismo. A esto se
le puede añadir, en muchos casos, el antisemitismo, la homofobia, la
misoginia, el autoritarismo, el rechazo de la democracia, la eurofobia.
Respecto a otras cuestiones – por ejemplo, el neoliberalismo o el
laicismo – este movimiento está más dividido.
III. Sería un error creer que el fascismo y el antifascismo son
fenómenos del pasado. Es cierto que hoy no encontramos partidos de masas
comparables al NSDAP alemán de los años 30, pero ya en esta época el
fascismo no se limitaba a un solo modelo: el franquismo español y el
salazarismo portugués eran bien diferentes de los modelos italiano o
alemán. Una parte importante de la extrema derecha europea de hoy tiene
una matriz directamente fascista y/o neonazi: es el caso de Amanecer
Dorado, el Jobbik húngaro, de Svoboda y el Sector de Derechas
ucranianos, etc.; pero también hay otros, como el Frente Nacional, el
FPÖ austriaco, el Vlaams Belang belga y otros, cuyos cuadros fundadores
tenían estrechos vínculos con el fascismo histórico y las fuerzas
colaboracionistas con el Tercer Reich. En otros países -Holanda, Suiza,
Inglaterra, Dinamarca- los partidos de extrema derecha no tienen origen
fascista, pero comparten con los primeros el racismo, la xenofobia y
la islamofobia.
Uno de los argumentos utilizados para mostrar que la extrema derecha
ha cambiado y que no tiene gran cosa que ver con el fascismo es su
aceptación de la democracia parlamentaria y de la vía electoral para
llegar al poder. Pero recordemos que un tal Adolf Hitler fue aupado a la
Cancillería por una votación legal del Reichstag, y que el Mariscal
Pétain fue elegido Jefe de Estado por el Parlamento francés. Si el
Frente Nacional llegara al poder a través de las elecciones -una
hipótesis que desgraciadamente no podemos descartar-, ¿qué quedaría de
la democracia en Francia?
IV. La crisis económica que asola Europa desde 2008, en general -con
la excepción de Grecia- ha favorecido más a la extrema derecha que a la
izquierda radical. La proporción entre las dos fuerzas es totalmente
desequilibrada, contrariamente a la situación europea de los años 30,
que vivió, en la mayoría de países, un aumento paralelo del fascismo y
de la izquierda antifascista. La extrema derecha actual se ha
beneficiado sin duda de la crisis, pero ésta no lo explica todo: en el
Estado español y en Portugal, dos de los países más castigados por la
crisis, la extrema derecha sigue siendo marginal. Y en Grecia, si bien
Amanecer Dorado ha experimentado un crecimiento exponencial, ha sido
sobrepasada de largo por Syriza, la coalición de la izquierda radical.
En Suiza y en Austria, dos de los países a los que prácticamente no ha
afectado la crisis, la extrema derecha racista supera el 20%. Así que
habría que evitar las explicaciones economicistas a menudo avanzadas por
la izquierda.
V. Los factores históricos juegan sin duda un papel: una larga y
antigua tradición antisemita en ciertos países; la persistencia de
corrientes colaboracionistas después de la Segunda Guerra Mundial; la
cultura colonial, que sigue impregnando actitudes y comportamientos
mucho después de la descolonización, no sólo en los antiguos imperios,
también en el resto de países de Europa. Todos estos factores están
presentes en Francia y contribuyen a explicar el fenómeno del lepenismo.
VI. El concepto de "populismo", empleado por ciertos politólogos, los
medios e igualmente por una parte de la izquierda, es absolutamente
incapaz de rendir cuentas sobre el fenómeno en cuestión, y solo sirve
para confundir. Si en la América Latina de entre los años 19330 y 1960
el término correspondía a algo más preciso -el varguismo, el peronismo,
etc.-, su uso en Europa a partir de los años 90 es cada vez más vago e
impreciso. Se define el populismo como "una posición política que toma
partido por el pueblo frente las élites", lo que es válido para casi
cualquier movimiento o partido político. Este pseudoconcepto, aplicado a
los partidos de extrema derecha, conduce -voluntaria o
involuntariamente- a legitimarlos, a hacerlos más aceptables, cuando no
simpáticos -¿quién no está por el pueblo y contra las élites ?-
evitando cuidadosamente los términos que provocan rechazo: racismo,
xenofobia, fascismo, extrema derecha. "Populismo" es también utilizado
de forma deliberadamente mistificadora por las ideologías neoliberales
para crear una amalgama entre la extrema derecha y la izquierda
radical, caracterizadas como "populismo de derechas" y "populismo de
izquierdas", opuestos a las políticas liberales, a "Europa", etc.
VII. La izquierda de todas las tendencias -con algunas excepciones-
ha subestimado cruelmente el peligro. No ha visto venir la ola parda,
por lo tanto, no ha visto necesario tomar la iniciativa para una
movilización antifascista. Para ciertas corrientes de la izquierda, la
extrema derecha no es más que un producto de la crisis y del desempleo,
siendo éstas las causas a las que hay que atacar, y no al fenómeno del
fascismo en sí. Estos razonamientos típicamente economicistas han
desarmado a la izquierda ante la ofensiva ideológica racista, xenófoba y
nacionalista de la extrema derecha.
VIII. Ningún grupo social está inmunizado contra la peste parda. Las
ideas de la extrema derecha, y en particular el racismo, han
contaminado no solo a una gran parte de la pequeña burguesía y de los
desempleados, también a una parte de la clase trabajadora y de la
juventud. En el caso francés esto es particularmente llamativo. Estas
ideas no tienen ninguna relación con la realidad de la inmigración: el
voto por el Frente Nacional, por ejemplo, ha crecido particularmente en
algunas regiones rurales que jamás han visto a un solo inmigrante. Y
los inmigrantes gitanos, que han sido recientemente el objetivo de una
ola de histeria racista bastante impresionante -con la complaciente
participación del antes ministro "socialista" de Interior, Manuel Valls-
son menos de veinte mil en toda Francia.
IX. Otro análisis "clásico" de la izquierda sobre el fascismo es el
que lo explica esencialmente como un instrumento del gran capital para
frenar la revolución y al movimiento obrero. Pero como hoy el movimiento
obrero es muy débil, y el peligro revolucionario inexistente, el gran
capital no tiene interés en sostener a los movimientos de extrema
derecha, así que la amenaza de una ofensiva parda no existe. Se trata,
una vez más, de una visión economicista, que no tiene en cuenta la
autonomía propia de los fenómenos políticos -los electores pueden elegir
a un partido político que no tenga el favor de la gran burguesía- y
parece ignorar que el gran capital puede acomodarse a toda clase de
regímenes políticos, sin demasiados escrúpulos.
X. No hay una receta mágica para combatir a la extrema derecha. Hay
que inspirarse, con una distancia crítica, de las tradiciones
antifascistas del pasado, pero también hay que saber innovar para
responder a las nuevas formas del fenómeno. Hay que saber combinar las
iniciativas locales con los movimientos sociopolíticos y culturales
unitarios, sólidamente organizados y estructurados, a escala nacional y
continental. La unidad con todo el espectro "republicano" puede ser
puntual, pero un movimiento antifascista organizado no será eficaz y
creíble si está impulsado por las fuerzas que se sitúan hoy dentro del
consenso neoliberal dominante. Se trata de una lucha que no puede
limitarse a las fronteras de un solo país, sino que debe organizarse a
escala europea. El combate contra el racismo y la solidaridad con sus
víctimas es uno de los componentes esenciales de esta resistencia
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