"Las sociedades naturales son sociedades preestatales en las que el
control social se ejerce a través de mecanismos internos y
multilaterales de los miembros de la propia sociedad natural. Las
sociedades naturales no son igualitarias ni tampoco ingenua e
infantilmente democráticas, ya que existen en ellas funciones de mando
ejercidas por líderes brotados de la propia sociedad y asumidos por los
integrantes de la misma."
En el mundo globalizado en el que nos movemos, no
podemos prescindir de las sociedades naturales en las que germinamos.
Desde que nacemos, el primer grupo humano al que pertenecemos es la
familia, célula fundamental de la sociedad y según la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, el elemento natural, universal y
fundamental de la sociedad. La familia es la célula básica en la cual
adquirimos el desarrollo del carácter y de la identidad personal, así
como los hábitos y los valores que determinarán nuestro pensamiento y su
desarrollo social.
La familia puede ser de muchas clases: monógama, polígama, de uno o
varios miembros del mismo género. La familia nuclear, fundada en la
unión entre hombre y mujer, era la estructura difundida mayormente en la
actualidad. Las formas de vida familiar son muy diversas, dependiendo
de factores sociales, culturales, económicos y afectivos. Según Claude
Lévi-Strauss, la familia está constituida por aquellas personas que por
cuestiones de consanguinidad, afinidad, adopción u otras razones
diversas, han sido acogidas como miembros de esa colectividad.
El origen de una familia nace de un proceso en el que se diluye un
fenómeno puramente biológico, porque es también, y sobre todo, una
construcción cultural, en la medida en que cada sociedad define de
acuerdo con sus necesidades y su visión del mundo lo que constituye una
familia.
Además de la familia, son sociedades naturales los linajes,
originados por mecanismos de reclutamiento
socialmente aceptables, como
la adopción. Sin embargo, la mera consanguinidad no garantiza el
establecimiento de lazos solidarios de linaje.
Igualmente son sociedades naturales las naciones o agrupaciones de
familias o de individuos que se aúnan por razón de vínculos sanguíneos,
culturales, lingüísticos y de afinidad para el desarrollo y culminación
de los intereses propiamente grupales.
Todas estas reflexiones se me suscitaron el otro día
leyendo el artículo de Tomás Pérez Vejo «El nudo gordiano del laberinto
catalán» en el periódico «El País», donde me encontré con afirmaciones
que filosóficamente son difíciles de defender, como las que ahora
transcribo:
«Para los nacionalistas, las naciones son sujetos colectivos con
derecho e intereses propios al margen y hasta en contra de los de
quienes las constituyen. Esta es la pulsión antidemocrática de todo
nacionalismo».
«El problema surge porque a pesar de su proclamado origen natural,
las naciones no son sino que se imaginan, cuestión de fe más que de
razón».
«Se cree en una nación y no en otra lo mismo que en este dios y no en aquel».
«Tanto los creyentes religiosos como los nacionalistas están
convencidos de que el suyo/suya son verdaderos y los de los demás
invenciones más o menos espurias».
«La nación se ha convertido en el sujeto político por excelencia de
la modernidad sin que pueda concluirse que a cada nación le corresponde
su Estado y a cada Estado, su nación».
Al socaire de estas afirmaciones hay que decir que
las naciones se sitúan entre las familias y las asociaciones políticas.
Los individuos aislados no sobreviven. Las sociedades políticas de
nuestro entorno y que se agrupan en la Sociedad Internacional de
Naciones, ciertamente, no son las primigenias. Para entender las
actuales Sociedades Políticas debemos, previamente, analizar el tipo de
organización de la que parten, que son las «sociedades naturales». Estas
sociedades naturales son prepolíticas. Aunque las sociedades naturales
humanas no excluyen ciertas funciones parcial y rudimentariamente
políticas.
Los animales superiores ejercitan espontáneamente una racionalidad y
una articulación social que solo el hombre culmina en una sociedad
natural como la familia, el linaje o la nación. La racionalidad
demostrada en el dominio de la técnica y el lenguaje son los elementos
indispensables de estas sociedades naturales que pretenden la
adquisición del bien común.
Cada sociedad natural nace y está inmersa en un paisaje que sirve de
espacio antropológico, que favorece la estructuración de un lenguaje
propio y que se articula en formas rudimentarias prepolíticas. De este
modo brotan sociedades naturales como la familia, la tribu, la nación
como sujetos colectivos, con derechos e intereses propios que
implementan y culminan los derechos de los individuos que las
constituyen, sabiendo que los derechos individuales solo son concebibles
dentro de la propia sociedad natural y que fuera de ella son sujetos
jurídicamente amorfos.
El ser miembro de una sociedad natural como la
familia, el linaje o la nación no se hereda, sino que se elige asumiendo
el paisaje, la lengua, la idiosincrasia y el complejo caldo de cultivo
en el que brotó dicha sociedad natural.
Las sociedades naturales son sociedades preestatales en las que el
control social se ejerce a través de mecanismos internos y
multilaterales de los miembros de la propia sociedad natural. Las
sociedades naturales no son igualitarias ni tampoco ingenua e
infantilmente democráticas, ya que existen en ellas funciones de mando
ejercidas por líderes brotados de la propia sociedad y asumidos por los
integrantes de la misma.
Las sociedades naturales no deben indefectiblemente terminar en
estados. Existen naciones sin estado. Igualmente los miembros de una
nación han elegido y creen en el valor de su nación como verdadero, pero
no piensan que las restantes naciones son invenciones más o menos
espurias. Al igual que el creyente en un Dios piensa que el suyo es
verdadero pero, a no ser que sea antiecuménico rabioso, no piensa que
otros dioses son invenciones más o menos espurias.
Las naciones tienen el objetivo final de la
adquisición de un nivel específico y propio del bien común. Según el
filósofo Jacques Maritain, «Ese bien común es la conveniente vida humana
de la multitud». «El bien común comprende sin duda algo más profundo,
más concreto y más humano; porque encierra en sí, y sobre todo, la suma
(que no es simple colección de unidades yuxtapuestas, ya que hasta en el
orden matemático nos advierte Aristóteles que 6 no es lo mismo que
3+3), la suma digo o la integración sociológica de todo lo que supone
conciencia cívica, de las virtudes políticas y del sentido del derecho y
de la libertad, y de todo lo que hay de actividad, de prosperidad
material y de tesoros espirituales, de sabiduría tradicional inconscientemente vivida, de rectitud moral, de justicia, de amistad, de
felicidad, de virtud y de heroísmo, en la vida individual de los
miembros de la comunidad, en cuanto todo esto es comunicable, y se
distribuye y es participado, en cierta medida, por cada uno de los
individuos, ayudándoles así a perfeccionar su vida y su libertad de
persona».
La persona humana es también miembro de la sociedad política no como
parte, sino como un todo. La persona humana se integra en esa sociedad
como parte de un todo más grande y de mejor condición que sus partes y
cuyo bien común es muy superior al bien de cada uno. Porque es parte de
la Sociedad Política en razón de ciertas relaciones con la vida común
que interesan a todo el ser. Sin embargo, la persona no se difumina en
la sociedad política, porque en razón de otras relaciones, que también
interesan al ser total referentes a cosas más importantes que la vida
común, hay en la persona socialmente política bienes y valores que no
son por el estado ni para el estado y que están fuera del estado.