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2016/06/26

FIESTA NACIONAL VASCA por Josemari Lorenzo Espinosa

"En los años veinte, aunque cueste creerlo, también había antitaurinos en Bilbao. Uno de ellos, Eli Gallastegi escribió en Aberri un artículo en su habitual tono contracorriente y social. En el se trataba a las fiestas de Billbao, desde un punto de vista crítico. Se rechazaba el tono oficialesco e institucional que se quería dar a una alegría chabacana y postiza. Fiestas de importación y tradición inventada, con olvido de lo popular y vasco."                          
                    El verano sangriento español transcurrirá, una vez mas, entre pasodobles, insoportables rojigualdas, olés a los toreros, aplausos a la muerte y la tortura, moscas y café completo. Viene siendo así desde hace siglos….¿Es una fiesta? O es un residuo medieval crudo e indecente. Sin embargo, subvencionado con dinero público. En Canarias y en Catalunya, ya han prohibido esta barbaridad. No por amor a la patria. Ni odio a lo español. Sino por compasión con los animales. Y aquí,en Euskadi (Nafarroa incluida) no solo no lo hemos prohibido. Lo hemos rehabilitado. En la culta, fina y europea Donosti. Gracias, cómo no, al partido de Sota. Al que algunos siguen llamando PNV.

Y seguimos ensalzando la fiesta nacional española, como si fuera nuestra. Como si fuera un icono nacional vasco, en Iruñea. A pesar de que tenemos (por fin) un alcalde nacionalista. O mas. Lo que tiene difícil explicación. Y peor encaje, desde el político. Pero debe ser por favorecer a hosteleros, hoteleros y otros banderilleros. Que dicen vivir del toro. Aunque vivan de su maltrato y tortura. Mientras clientes embrutecidos, beben y comen, en una alegría estúpida, con oles a las muertes del verano. Y dicen que les gustan los toros, cuando en realidad les gustan los toreros.

El sábado en las calles de Bilbao, una manifestación protestaba por todo esto. Los manifestantes llamaban “asesinos” a los toreros y sus amigos. Y decían que nadie debe ni puede ignorar las plazas de tortura, porque estas si son de cristal. Son siniestros recintos de puertas abiertas. Su tortura es televisada y jaleada en las rotativas mas sucias y las televisiones mas corruptas.

En nuestra querida Iruñea, la matanza vespertina de animales, se anuncia de madrugada. Con chupinazo y cámaras. Jolgorio, resaca y aviso previo. Es un estruendo cohetero y gritón, que se sublima por televisión y con la disculpa del recuerdo de un bruto. El novelista Hemingway, ahogado en su propio verano de alcohol y sangre.

El sábado en las calles de Bilbao, hubo una manifestación. Desde mi punto de vista de manifestante empedernido, bastante nutrida. Las cifras varían, entre “unos cientos” que decía un deplorable Deia, hasta 6.000 que contaba la comparsa Piztu, o los discretos 3.000 del habitual torerófilo “El Correo”. Lo que si hubo fue mayoría de mujeres. Lo que invita a una reflexión y permite una felicitación a este colectivo, tan sensible y solidario con los problemas de maltrato.


También estuvieron las organizaciones convocantes. Dieciseis o mas. Entre ellas algunos politicos, que hicieron un punto y seguido en su eterna tarde de candidatos. Estuvieron algunos, porque los amigos de los toreros (PNV, PP o PSOE) no acercaron sus tripas engrasadas a este empuje. En Bilbao, como en la brava Iruñea, o la culta Donosti, el negocio es el negocio. Y la hostelería es un lobby gigantesco, siempre favorecido por el ayuntamiento. O sea, por el partido de Sota.

En los años veinte, aunque cueste creerlo, también había antitaurinos en Bilbao. Uno de ellos, Eli Gallastegi escribió en Aberri un artículo en su habitual tono contracorriente y social. En el se trataba a las fiestas de Billbao, desde un punto de vista crítico. Se rechazaba el tono oficialesco e institucional que se quería dar a una alegría chabacana y postiza. Fiestas de importación y tradición inventada, con olvido de lo popular y vasco.

Eli Gallastegi “Gudari” era un regeneracionista. Pertenecia a una generación preocupada por el retroceso de lo social y popular. Y asfixiada por la importación de costumbres y cultura española, entre ellas las repugnantes matanzas de animales de la plaza de toros. Este autor no encontraba en las iniciativas festivas ningún entretenimiento noble, instructivo o elevado. Toros, barracas y fox. Disfrazado de fiesta nacional española, la sangrienta importación del sufrimiento animal, era considerado por las autoridades como algo exótico y chic.

En el coso taurino, las clases altas consentían el casticismo vulgar de las clases medias, donde se allanaban los gustos de la plebe y la aristocracia, con seis víctimas por sesión. La pasarela del redondel se convertía en la cima cruel y estúpida de unas fiestas “grandes, alegres y celebradas”. Que en realidad encubrían el triste panorama de decepción nacional vasca, donde había muy poco que celebrar. Y donde predominaba la anormalidad torpe del ruido y la música estridente. Tal vez por eso, se preguntaba “Gudari”: “¿Habrá nacionalistas tan envilecidos que vayan aún a los toros?”

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