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2008/09/25

Irlanda celebra el 25 aniversario de la «gran fuga» de los bloques H, la prisión más segura de Europa

GARA
Iñaki Irigoien

El fin de las huelgas de hambre en octubre de 1981 fue anunciado por el Gobierno de Londres como la derrota de los presos republicanos en los Bloques H. El 25 de setiembre de 1983, 38 de esos prisioneros «vencidos» huían de la que los británicos describían como «la cárcel más segura de Europa». Esta «Gran Fuga» fue el resultado de un esfuerzo coordinado y disciplinado dentro y fuera de la cárcel.

La noticia de la fuga masiva de presos republicanos del orgullo del sistema de prisiones británicas, la cárcel de Long Kesh, fue recibida con satisfacción entre los nacionalistas irlandeses, que se regocijaron ante la humillación británica. Incluso el propio Lord Colville, miembro de la judicatura británica, no pudo sino «admirar el grado de habilidad de una organización que capacita a sus prisioneros de guerra a llevar a cabo un plan de fuga que, descartando unos incidentes de última hora, fue en su mayor parte un éxito».


En este 25 aniversario, el movimiento republicano ha organizado varios eventos para conmemorar la mayor fuga de presos de la historia de Irlanda y Gran Bretaña, y recordar la solidaridad y el esfuerzo de aquellos que ayudaron a los fugados durante semanas e incluso años a pesar de los riesgos a los que se exponían.
La lucha en las cárceles
La organización de la fuga supuso una gran inversión de recursos por parte del IRA en el exterior durante un periodo en el que la presión británica era muy intensa.


Desde la construcción de los Bloques H en 1976, los presos republicanos centraron su lucha contra la criminalización y por el reconocimiento de su condición de presos políticos. Para 1983, los presos habían sufrido el tratamiento brutal del establecimiento carcelario durante la «Protesta Sucia» y habían visto morir a diez de sus compañeros en huelga de hambre. Además, se enfrentaban a la administración carcelaria y a los presos lealistas para lograr la segregación. Parte de su estrategia durante esos años fue una campaña de sabotaje para no llevar a cabo los trabajos de limpieza en la cárcel. Sin embargo, llegó un punto en el que las prioridades dejaron de ser las de definir cómo sería su vida en la cárcel para plantearse cómo lograr salir de ella.
En noviembre de 1982 los presos republicanos comenzaron a prestarse voluntarios para trabajos carcelarios. Desde la Oficina para Irlanda del Norte, el Gobierno británico celebraba la obediencia del código penitenciario por parte de los presos republicanos. Este cambio también tuvo contrapartidas para los republicanos, que consiguieron acceso a prácticamente todos los rincones de la cárcel y con ello, los planes de huída se hicieron una constante. Por ello, a principios de 1983 fue creado un comité encargado de fugas que pronto decidió que la fuga de uno o dos presos sería contraproducente, ya que no ayudaría en mucho a la lucha en el exterior y por el contrario serviría a la administración carcelaria para identificar los puntos débiles de su sistema y corregirlos.


En Long Kesh los británicos tenían más de 1500 carceleros protegidos por un grupo de intervención rápida del Ejército británico equipado con los métodos más modernos de vigilancia, pero se identificó como el punto más débil en la seguridad el camión de transporte de la comida que recorría todas las instalaciones varias veces al día y también salía al exterior de vez en cuando. La seguridad con respecto al camión era tan relajada que incluso a pesar de que todos los vehículos debían ser revisados cada vez que pasaban una puerta, aquél nunca lo era en sus continuos movimientos por la cárcel, aunque sí al salir de ella.


Trabajando la fuga
El siguiente paso era hacerse con el control de una sección o incluso un bloque entero sin que se dispararan las alarmas. Los bloques estaban controlados desde su parte central, en lo que se denominaba el círculo, y si había que tomar el control del bloque era imprescindible controlar el círculo. Además, había alarmas repartidas por varios puntos del bloque por lo que se tendría que asegurar que todas ellas eran protegidas y que se actuaba de forma sincronizada.


Lo primero que hacía falta era que los presos tuvieran acceso al círculo, y que ésto ocurriera en una atmósfera relajada en la que los carceleros no se sintieran amenazados por la presencia de los presos en zonas de acceso restringido. De ahí el fin del boicot al trabajo en la cárcel. Ello significaba que los presos estaban más tiempo fuera de las celdas y algunos a realizaban labores de limpieza en el círculo. Estos últimos establecieron la rutina de limpiar la sala de control y en muchas ocasiones incluso dejaban té y tostadas para el carcelero de turno, hasta llegar al punto de que los presos mismos abrían la puerta de acceso a la sala de control sin que nadie se extrañara.


Entre los encargados de la limpieza del círculo se encontraba Bik McFarlane, quien había sido el oficial del IRA al mando durante el periodo de la huelga de hambre, y verle limpiando suelos era algo que evidentemente satisfacía particularmente a algunos de los carceleros.


El plan
En el verano de 1983 se presentó un plan de fuga que fue aceptado por los mandos dentro de la cárcel y la dirección del IRA. Bobby Storey fue nombrado responsable de la operación y Bik McFarlane su ayudante. Ambos se encontraban en el bloque H7.


Generalmente el IRA sólo permitía tomar parte en los planes de fuga a aquellos que estaban dispuestos a reintegrarse en la organización, si bien en esta ocasión, el tamaño del camión abrió los planes a todos aquellos presos del bloque 7 que lo desearan. Los presos hicieron prácticas de cómo intimidar a los carceleros. En un principio se eligió como fecha para la huida el domingo 18 de setiembre, pero se cambió al 25 para evitar que coincidiera con la final de fútbol gaélico, ya que ese día habría más tráfico y controles en la frontera. En las semanas previas se realizaron prácticas para asegurar que todo discurriría de acuerdo con lo previsto, y además para que los carceleros se acostumbraran al movimiento de los presos y no sospecharan nada el día de la fuga.


La evasión
La mañana de la fuga transcurrió con toda normalidad: Bik realizó sus labores habituales como el reparto del desayuno en las cuatro alas del bloque, lo que le permitió conocer la identidad exacta de los carceleros presentes y así poder decidir qué uniformes serían del tamaño adecuado para los presos durante la huida.


El grupo encargado de hacerse con el control del círculo estaba armado con cinco pistolas y una pistola de imitación, hecha de madera por los mismos presos. El resto de los presos encargados de tomar el control de las cuatro alas estaban provistos de martillos y punzones.


Cuando Bik dio la señal se tomó control del círculo y en ese momento el resto de los presos encargados de neutralizar a los carceleros y evitar que saltara la alarma realizaron su labor. Con unas excusas u otras todos estaban en posiciones cercanas a los carceleros y no resultó difícil convencerles de que sería una estupidez no colaborar. El IRA tenía ya bajo control todo el bloque.


Trece de los presos se pusieron los uniformes de los carceleros; su labor sería la de tomar la garita que estaba a la entrada de la cárcel.


Cuando llegó el camión de la comida, se le abrió la puerta exterior que se cerró antes de abrir la puerta interior y el conductor no notó nada raro hasta que Bobby Storey le informó: «Este bloque está bajo el control del IRA. Todos los carceleros que han seguido las órdenes están bien, uno que no lo ha hecho tiene un tiro en la cabeza». Gerry Kelly, que hoy trabaja en la oficina del primer ministro norirlandés, iba a estar con el conductor durante la fuga. «Tiene una condena de treinta años y no tiene nada que perder, así que no dudará en pegarte un tiro», le informó Storey. «Cuando salgamos, tú vas a conducir el camión y él va a tumbarse a tus pies con una cuerda atada a la anilla de una granada que va a estar debajo de tu asiento y una pistola apuntándote a la entrepierna». Lo que no sabía el conductor es que no había granada y que, según la versión de Gerry Kelly, a él le había tocado precisamente la pistola de madera.
37 hombres se subieron a la parte trasera del camión, y para cuando llegaron a la entrada de la cárcel el plan ya iba con retraso y las cosas se complicaron, ya que empezaron a llegar los carceleros del siguiente turno. El número de carceleros empezó a aumentar y cada vez era más difícil controlarles y meterles a la caseta sin que el soldado en el puesto de vigilancia sospechara. «Todo esto pasaba bajo la atenta mirada de un soldado británico que durante el juicio posterior a la fuga, cuando fue cuestionado por su inacción, simplemente se limitó a decir que aquello le parecía un grupo de `irlandeses locos’ actuando de forma extraña», según cuenta Bik, que añade que «hay que tener en cuenta que tanto unos como los otros íbamos vestidos de carceleros».


El desenlace
Un grupo de carceleros se dio cuenta de que algo raro pasaba y bloquearon la salida. Con las alarmas a punto de dispararse, dejaron a tres presos a cargo de la caseta para permitir que el resto tuviera una oportunidad. La mayoría salió por la puerta corriendo.


A partir de ese momento cada uno hizo lo que pudo para escapar. Algunos lograron hacerse con coches de los carceleros que llegaban, otros saltaron las vallas de alambre de espino y se lanzaron campo a través. Fueron varios los que fueron capturados en diversas circunstancias en los minutos u horas posteriores a la fuga. 19 lograron escapar de la operación de búsqueda, llegando alguno incluso a hacer todo el camino hasta Belfast andando. De hecho hay cinco fugados que nunca han vuelto a pasar por la cárcel.


Una osada acción alabada hasta por las autoridades británicas
Los bloques H fueron diseñados como cárceles dentro de la cárcel. Cada bloque estaba rodeado por una muralla de acero y alambre de espino, vigilados por el Ejército y comunicados por portones hidráulicos.


De ahí lo sorprendente de una fuga que Margaret Thacher describió como «la más grave de nuestra historia». Lord Lowry, que presidió el juicio, la describió como «ingeniosamente planeada e implementada con inteligencia». Ninguno de los presos que ayudaron o participaron fueron castigados. De hecho, alguno de ellos recibieron compensaciones monetarias por las heridas sufridas a manos de los carceleros en las horas y días posteriores.
Iñaki Irigoien

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