"...estamos ingresando en una
nueva etapa histórica de duración incierta marcada por una crisis deflacionaria
global que se va agravando acompañada por señales alarmantes de guerra."
A raíz de la
llegada Mauricio Macri a la presidencia se desató en algunos círculos
académicos argentinos la reflexión en torno del “modelo económico” que la
derecha estaba intentando imponer. Se trató no solo de hurgar en los curriculum
vitae de ministros, secretarios de estado y otros altos funcionarios sino sobre
todo en la avalancha de decretos que desde el primer día de gobierno se precipitaron
sobre el país. Buscarle coherencia estratégica a ese conjunto fue una tarea
ardua que a cada paso chocaba con contradicciones que obligaban a desechar
hipótesis sin que se pudiera llegar a un esquema mínimamente riguroso. La mayor
de ellas fue probablemente la flagrante contradicción entre medidas que
destruyen el mercado interno para favorecer a una supuesta ola exportadora
evidentemente inviable ante el repliegue de la economía global, otra es la suba
de las tasas de interés que comprime al consumo y a las inversiones a la espera
de una ilusoria llegada de fondos provenientes de un sistema financiero
internacional en crisis que lo único que puede brindar es el armado de
bicicletas especulativas .
Algunos optaron
por resolver el tema adoptando definiciones abstractas tan generales como poco
operativas (“modelo favorable al gran capital”, “restauración neoliberal”,
etc.), otros decidieron seguir el estudio pero cada vez que llegaban a una
conclusión satisfactoria aparecía un nuevo hecho que les tiraba abajo el
edificio intelectual construido y finalmente unos pocos, entre los que me
encuentro, llegamos a la conclusión de que buscar una coherencia estratégica
general en esas decisiones no era una tarea fácil pero tampoco difícil sino
sencillamente imposible. La llegada de la derecha al gobierno no significa el
reemplazo del modelo anterior (desarrollista, neokeynesiano o como se lo quiera
calificar) por un nuevo modelo (elitista) de desarrollo, sino simplemente el
inicio de un gigantesco saqueo donde cada banda de saqueadores obtiene el botín
que puede obtener en el menor tiempo posible y luego de conseguido pugna por
más a costa de las víctimas pero también si es necesario de sus competidores.
La anunciada libertad del mercado no significó la instalación de un nuevo orden
sino el despliegue de fuerzas entrópicas, el país burgués no realizó una
reconversión elitista-exportadora sino que se sumergió en un gigantesco proceso
destructivo.
Si estudiamos
los objetivos económicos reales de otras derechas latinoamericanas como las de
Venezuela, Ecuador o Brasil encontraremos similitudes sorprendentes con el caso
argentino, incoherencias de todo tipo, autismos desenfrenados que ignoran el
contexto global así como las consecuencias desestabilizadoras de sus acciones o
“proyectos” generadores de destrucciones sociales desmesuradas y posibles
efectos boomerang contra la propia derecha[2]. Es
evidente que el cortoplacismo y la satisfacción de apetitos parciales domina el
escenario.
En la década de
1980 pero sobre todo en los años 1990 el discurso neoliberal desbordaba
optimismo, el “fantasma comunista” había implotado y el planeta quedaba
a disposición de la única superpotencia: los Estados Unidos, el libre mercado
aparecía con su imagen triunfalista prometiendo prosperidad para todos. Como
sabemos esa avalancha no era portadora de prosperidad sino de especulación
financiera, mientras la tasas de crecimiento económico real global seguían
descendiendo tendencialmente desde los años 1970 (y hasta la actualidad) la
masa financiera comenzó a expandirse en progresión geométrica. Se estaban produciendo cambios de fondo en el
sistema, mutaciones en sus principales protagonistas que obligaban a una
reconceptualización. En el comando de la nave capitalista global comenzaban a ser
desplazados los burgueses titulares de empresas productoras de objetos útiles,
inútiles o abiertamente nocivos y su corte de ingenieros industriales,
militares uniformados y políticos solemnes, y empezaban a asomar especuladores
financieros, payasos y mercenarios despiadados, la criminalidad anterior
medianamente estructurada comenzaba a ser remplazada por un sistema caótico
mucho más letal. Se retiraba el productivismo keynesiano (heredero el viejo
productivismo liberal) y comenzaba a instalarse el parasitismo neoliberal.
El concepto
de lumpenburguesía
Existen
antecedentes de ese concepto, por ejemplo en Marx cuando describía a la
monarquía orleanista de Francia (1830-1848) como un sistema bajo la dominación
de la aristocracia financiera señalando que “en las cumbres de la sociedad
burguesa se propagó el desenfreno por la satisfacción de los apetitos más
malsanos y desordenados, que a cada paso chocaban con las mismas leyes de la
burguesía , desenfreno en el que, por la ley natural, va a buscar su satisfacción
la riqueza procedente del juego, desenfreno por el que el placer se convierte
en crápula y en que confluyen el dinero, el lodo y la sangre. La
aristocracia financiera, lo mismo en sus métodos de adquisición, que en sus
placeres, no es más que el renacimiento del lumpenproletariado en las cumbres
de la sociedad burguesa”[3]. La
aristocracia financiera aparecía en ese enfoque claramente diferenciada de la
burguesía industrial, clase explotadora insertada en el proceso productivo. Se
trataba, según Marx, de un sector instalado en la cima de la sociedad que
lograba enriquecerse “no mediante la producción sino mediante el escamoteo
de la riqueza ajena ya creada”[4]. Ubiquemos
dicha descripción en el contexto del siglo XIX europeo occidental marcado por
el ascenso del capitalismo industrial donde esa aristocracia navegando entre la
usura y el saqueo aparecía como una irrupción históricamente anómala destinada
a ser desplazada tarde o temprano por el avance de la modernidad. Marx señalaba
que hacia el final del ciclo orleanista “La burguesía industrial veía sus
intereses en peligro, la pequeña burguesía estaba moralmente indignada, la
imaginación popular se sublevaba. París estaba inundado de libelos. “La
dinastía de los Rothschild”, “Los usureros, reyes de la época”, etc. en lo que
se denunciaba y anatematizaba, con más o menos ingenio, la dominación de la
aristocracia financiera” [5].