"...es urgente reafirmar la pluralidad enriquecedora de la diversidad de posturas y de la capacidad de trabajar en común..."Reproducimos dos textos sobre stalinismo, dos textos que en definitiva abordan desde una optica critica una de las polemicas mas intensas que se dan en el movimiento anticapitalista..
Lecciones del stalinismo
Iñaki Gil de San Vicente
Tras una década desde la implosión de la URSS ¿qué sentido tiene preguntarnos sobre posibles lecciones del stalinismo?. ¿Qué sentido tiene una reflexión colectiva que azuce un nuevo análisis crítico de la experiencia stalinista considerando el tiempo transcurrido y la enorme cantidad de textos críticos que surgieron ya desde los mismos inicios de la revolución rusa de 1917?. ¿No basta con lo dicho hasta ahora pues estaríamos, como algunos sostienen, ante un "capitulo cerrado" del gran libro de la historia humana?. Más todavía, ¿se pueden extraer lecciones del stalinismo?. Se pueden y deben extraer lecciones del stalinismo, como se extraen lecciones de las luchas revolucionarias de todos los tiempos, incluso de las luchas en modos de producción precapitalistas. Se trata de encontrar las contradicciones de fondo que perviven mal que bien desde la imposición de la propiedad privada; descubrir cómo se han ido adaptando a los sucesivos modos de producción o cómo se han extinguido históricamente; que nuevas contradicciones sociales han surgido posteriormente y, cómo se plasman esas contradicciones en la actual crisis capitalista.
No podemos abarcar tantas cuestiones, pero sí nos vamos a centrar en varias lecciones que estimamos permanentes, de una creciente actualidad por las características actuales del capitalismo. El marxismo extrae lecciones incluso de sus peores enemigos, en este caso del stalinismo, porque la dialéctica materialista afirma que en todo océano de error siempre descubre una gota de verdad. La verdad y el error son unidad de contrarios en un proceso en permanente cambio e interpenetración de y en ambos extremos, siempre en interacción y lucha interna. Principio esencial de la dialéctica, confirmado en todo proceso concreto del pensamiento humano, sobre todo del que usa el método científico, especialmente válido en las grandes cuestiones prácticas de la humanidad, las que deciden su futuro, su felicidad o su desgracia. Del mismo modo, en las desastrosas derrotas revolucionarias siempre laten lecciones positivas que hay que extraer de entre tanta sangre y dolor. Derrotas y victorias son partes de un proceso en permanente movimiento que adquiere altos grados de ebullición social en los cuales, ellas, las derrotas y las victorias, aparecen como una unidad de contrarios, de manera que no se entiende una sin la otra.
1) El marxismo, es un método de transformación revolucionaria de la realidad basado en una praxis en la que el conocimiento de la historia ocupa el lugar clave y central de todo el andamiaje teórico. No hay nada fuera de la historia, y la historia es movimiento de contradicciones que va saltando, brincando, avanzando y retrocediendo, también estancándose. El núcleo de esta praxis es el materialismo histórico y su método dialéctico, según en cual, muy en síntesis, la historia humana debe comprenderse desde la unidad y lucha de contradicciones entre, uno, la evolución de la ley tendencial del mínimo esfuerzo y la ley tendencial de la productividad del trabajo; y otro, la evolución de la lucha entre la propiedad pública o la apropiación privada del excedente social producido colectivamente. Dicho en otros términos, por las contradicciones entre el desarrollo de las fuerzas productivas y el de las relaciones sociales de producción. Estas contradicciones se dan siempre dentro de grandes sistemas que son los modos de producción que han existido desde el surgimiento e imposición de la propiedad privada: modos de producción tributario y/o esclavista, feudal y capitalista. El tránsito de un modo de producción a otro se denomina período de revolución social y puede abarcar mucho tiempo, con fases de rápidos avances, de súbitos parones y hasta de retrocesos importantes.
Las fuerzas productivas tienden a poner a disposición humana más y más objetos que satisfagan sus necesidades, reduzcan sus padecimientos y aumenten su plac
er y tiempo libre; mientras que las relaciones sociales de producción, sujetas a la dictadura de la propiedad privada, tienden a impedir que sea la totalidad social la beneficiada, reduciendo su disfrute a una minoría cada vez más minoritaria, que se apropia de las fuerzas productivas y controla los decisivos sistemas de explotación de lo que se derivan los de dominación y opresión. La resolución de esa lucha de tendencias opuestas nunca está predeterminada mecánica ni externamente, sino que depende de la lucha misma. Esto explica que nunca sea automático el paso revolucionario de un modo de producción a otro, sino al contrario, que siempre se abra un muy convulso, violento y hasta caótico período de transición que puede concluir en el avance progresivo, en un estancamiento prolongado o incluso en un retroceso histórico.
Ciñéndonos a Occidente y su área de influencia en el Próximo Oriente, se pueden rastrear analogías y similitudes que recorren las transiciones entre modos de producción. Los períodos de transición desde las sociedades preclasistas tributarias de los grandes imperios del Creciente Fértil, a las sociedades clasistas grecorromanas; desde la crisis y descomposición romana al feudalismo occidental y a diversas formas feudales y tributarias en oriente; desde la crisis del feudalismo al asentamiento del capitalismo, y desde la crisis del capitalismo a la revolución rusa de 1917, se han caracterizado por vivir con unas relaciones sociales que no corresponden ni a las viejas ni a las nuevas. Son relaciones sociales con diversos grados de síntesis de unas y otras pero con la cualitativa diferencia de que se trata de sociedades especificas, con leyes propias inciertas e inseguras, abiertas a alternativas varias. En cada caso concreto, con sus enormes diferencias, las fuerzas productivas han entrado en irreconciliable antagonismo con las relaciones sociales, impidiendo que estas se estabilizaran y forzando salidas diferentes, desde el retroceso a sistemas anteriores hasta el avance a otros nuevos pasando por el estancamiento que no resolvía ningún problema y agudizaba todos.Esta experiencia, afirmada por el marxismo desde sus primeros textos, luego olvidada y negada por las corrientes socialdemócratas y por el stalinismo que impusieron el determinismo mecanicista, ha sido confirmada por los años de transición estancada y por la implosión de la URSS. La hecatombe no solamente ha confirmado dicha experiencia necesaria para tener una concepción móvil y dialéctica de la historia, que exige por ello la consciente intervención humana, sino que sobre todo reafirma su vital transcendencia conforme el capitalismo destroza a la humanidad y a la Naturaleza, abocándolas al caos, miseria y destrucción. El stalinismo, sin quererlo, vuelve a recordarnos con sus errores el contenido de verdad del marxismo que reafirma lo imprescindible que es la acción humana autoorganizada e independiente de las burocracias, destinada a guiar el presente y el futuro por entre las varias vías posibles escogiendo la mejor y evitando las peores. Una mirada a los problemas que atenazan a la humanidad en el contexto actual descubre inmediatamente la decisiva importancia de este criterio activo negado, sin embargo, por la burguesía y el reformismo.
2) Aunque los primeros marxistas no pudieron desarrollar una teoría suficientemente clara sobre las soluciones socioeconómicas a aplicar en los procesos revolucionarios, negándose incluso a caer en elucubraciones utópicas carentes de base objetiva, sí avanzaron puntos centrales e irrenunciables de lo que debería ser lo esencial del avance hacia el socialismo: una ágil dialéctica entre el plan económico aplicado por el Estado obrero y la democracia socialista asentada en el consejismo, en el sovietismo. Dialéctica destinada a socavar la irracionalidad del mercado y de la ley del valor-trabajo hasta lograr su extinción histórica bajo la intervención dirigente del poder soviético, del poder del pueblo trabajador autoorganizado mediante el cooperativismo, la economía social, los consejos y los soviets no solamente de fábricas y campos, sino en todos los ámbitos de la vida colectiva e individual. Toda la experiencia obrera y popular internacional desde las primeras luchas de la década de 1770 en Gran Bretaña hasta la explosión del consejismo y sovietismo desde 1917 en muchos lugares, confluían en este principio. Una serie de factores, destrozos inmensos de la guerra de 1914-18, la brutal guerra civil interna y la agresión imperialista; minoría cualitativa obrera en medio de un océano campesino; analfabetismo masivo de las izquierdas revolucionarias y muy restringido conocimiento del marxismo de los bolcheviques; sequías, malas cosechas y atraso técnico y científico; derrotas de la oleada revolucionaria internacional sobre todo en Alemania; inevitable agotamiento físico de los sectores más conscientes, etc. Estos y otros factores entre los que destacan, como luego veremos, la naturaleza del Imperio zarista como "cárcel de pueblos", propiciaron el surgimiento de una casta burocrática que no constituía una nueva clase social, una supuesta "burguesía roja". Ya desde principios de 1918 muchos "viejos bolcheviques" y otros revolucionarios tomaron conciencia de la gravedad del cáncer burocrático.
En realidad, no se puede separar el funcionamiento de una economía planificada del vigor democrático del poder popular. Ambos polos se necesitan, se atraen y se refuerzan mutuamente, y si en algún momento pueden surgir problemas, nunca deben llegar a ser contradicciones irreconciliables, como en el capitalismo. El Estado obrero, que desde el primer día de su instauración ha de afirmar oficialmente su objetivo de autoextinción progresiva, en la medida en que se acerca la fase socialista, este Estado es inconcebible al margen de la relación creativa entre la planificación y la democracia socialista. Pues bien, en la URSS, este proceso se fue resquebrajando a la misma velocidad en que, por el lado contrario, crecía la burocracia, se imponían los planes desde fuera del pueblo, se le negaban a este sus instrumentos de autogobierno y se exterminaba el núcleo incorruptible de los revolucionarios, incluidos los bolcheviques. Abierta esta sima que se profundizaba a diario, los pueblos de la URSS fueron perdiendo su ilusión revolucionaria. Se debilitaba la legitimidad originaria de la revolución. La unidad interna exigía cada vez más dosis represivas. Un instrumento decisivo para lubricar la interacción entre planificación y democracia socialista, como es la reducción drástica del tiempo de trabajo necesario y el consiguiente aumento del tiempo libre y propio, esta reivindicación consustancial a la historia de la lucha social, fue negada y se multiplicaron las horas de trabajo. En estas condiciones, era absolutamente imposible contener el aumento de la burocracia y de su teoría del "socialismo de mercado". El stalinismo, sin quererlo, adelantó con sus errores la razón y la verdad de la crítica al dirigismo, sustitucionismo y delegacionismo. Hoy día, esta denuncia es tan válida como entonces y como lo era durante la Comuna de París de 1871, las revoluciones de 1848-49, las grandes revueltas de 1830, etcétera.
3) Una identidad sustantiva de todas las revoluciones, guerras de liberación nacional, sublevaciones, revueltas, motines, huelgas generales, largas huelgas parciales, etc., también en el medievo y en el esclavismo, es su profundo sentido de emancipación colectiva e individual en lo cotidiano, en lo inmediato, en las relaciones personales más cercanas e íntimas de las masas, especialmente de las mujeres y de las minorías marginadas. Lenin decía que la revolución es la fiesta de los oprimidos. 1917 fue un impresionante estallido de liberación personal y creatividad de las masas en todas las facetas de su vida, sobre todo a partir de octubre. Al igual que en todas las experiencias anteriores, las masas demostraron además de una sobresaliente capacidad de dirección social, también una necesidad vital de romper las cadenas cotidianas, culturales, sexuales, familiares, religiosas, artísticas que les atenazaban en lo más profundo de su estructura psíquica, en su inconsciente aplastado por siglos de oscurantismo y terror simbólico y material. Desde octubre de 1917, con la instauración del Estado obrero y campesino, este ascenso cogió más bríos. La autoorganización social se instaló también en todos aquellos problemas cotidianos que presionaban como volcanes en erupción. Surgieron toda serie de experiencias que iban desde otra pedagogía adulta, juvenil e infantil, hasta las primeras reflexiones sobre el ecologismo pasando por las relaciones con el psicoanálisis y otras escuelas de psicología y psiquiatría, sin olvidar a las relaciones con el anarquismo y otros socialismos. Especial importancia tuvo la crítica de la filosofía burguesa de la ciencia y de la técnica.
Pues bien, todo esto fue barrido. Para comienzos de 1931-40 se segó desde sus raíces el vergel de la creatividad cotidiana e intelectual. La desertización fue espantosa y sobre el suelo cultural arrasado se intentó sembrar una dogmática oficialmente "marxista" que nunca floreció. Los efectos de un arrasamiento semejante no pasaron desapercibidos a l@s revolucionari@s de entonces que bien pronto salieron en defensa de las conquistas atacadas por la burocratización. Una de las causas que aceleró desde la mitad de 1961-70 la imparable caída y desprestigio de los PC’s stalinistas y sus organizaciones fue su incapacidad para dar respuestas a los llamados "nuevos movimientos sociales" que planteaban con otras palabras, cuando no con las mismas, los problemas silenciados por la burocracia en la URSS y en los Estados "socialistas". Consecuencia de todo ello, buena parte de la izquierda revolucionaria ha tenido muchos problemas para superar sus dogmas y asumir autocríticamente sus garrafales errores. Lo peor es que el capitalismo actual, forzado por su crisis, ha introducido en la lógica del beneficio todas estas problemáticas, mercantilizándolas. La tardanza del grueso de las izquierdas para responder durante estos años al capitalismo, tiene una de sus razones en la exclusión y prohibición stalinista de incluir el llamado "mundo subjetivo" en el marxismo. Pero, a pesar suyo, desde los inicios de la burocratización, como hemos dicho, grupos y militantes revolucionari@s guardaron ese decisivo componente y lo enriquecieron y ampliaron.
4) Desde las primeras luchas obreras y populares anticapitalistas con su rechazo pasivo y sobre todo desde las socialistas con sus propuestas activas de construcción de otro sistema, desde entonces, en el amplio y diverso campo socialista han existido corrientes diferenciadas. Los primeros marxistas aceptaron esta realidad y siempre se definieron como una más de entre ellas. Fueron conscientes de la importancia práctica y teórica de la riqueza y pluralidad de opciones dentro siempre de unos mínimos comunes. Hasta la segunda mitad de la década de 1921-30, cuando se forma el stalinismo, los marxistas lucharon por desarrollar diferentes niveles de alianzas progresistas, de clase, etc., en cada lucha precisamente para aglutinar el máximo de fuerzas posibles, manteniendo siempre la independencia estratégica de los objetivos aunque las tácticas fueran dúctiles y flexibles. La socialdemocracia negó oficialmente este principio en 1914 pero en la práctica mucho antes, y luego lo hizo el stalinismo que cayó en una primera fase de oscilación pendular entre el aventurerismo más pueril y cegato y el colaboracionismo con la burguesía más suicida y reaccionario. Inmediatamente después y hasta su desaparición, el stalinismo siempre se plegó abierta o solapadamente a las presiones capitalistas en todas las luchas revolucionarias. Aunque algunos procesos emancipatorios en el mal llamado tercer mundo se hayan beneficiado relativamente de los pactos con el imperialismo, la realpolitik stalinista ha beneficiado decisivamente al capitalismo. La liquidación por orden de Stalin de la III Internacional o Internacional Comunista en 1943 es un ejemplo irrefutable. Los pactos justificaban a la URSS depurar organizaciones revolucionarias a veces delatando y entregando a militantes, romper alianzas progresistas trabajosamente construidas, imponer el apoyo a las burguesías "democráticas" y reducir la izquierda a los grupos fieles a Moscú.
Surgió así una "izquierda comunista" dócil y dogmática, incapaz de entender qué era ese "socialismo"; pero menor aun, nula de hecho, era su capacidad para estudiar críticamente la evolución del capitalismo desde 1948 en adelante. Militantes sin ninguna capacidad de pensamiento propio, sumisos a sus dirigentes y dispuestos a tragar con todas las claudicaciones y concesiones a la burguesía. Eran lo irreconciliable con el ideal marxista de praxis revolucionaria y emancipación personal y colectiva. El llamado "marxismo soviético" demostró su absoluta nulidad teórica pero su valía legitimadora de la realpolitik stalinista y su burocratización interna. Una consecuencia desastrosa de todo ello fue que cuando comenzó la oleada mundial de luchas de finales de 1961-70, no existían alianzas de izquierdas porque habían sido dinamitadas una y otra vez durante décadas. Más desastrosa todavía fue su incapacidad para aplicar la dialéctica de contenido/continente y esencia/fenómeno tanto al desarrollo capitalista desde 1948, onda larga expansiva; keynesianismo y taylor-fordismo, y oportunas concesiones del llamado Estado del "bienestar" (sic) en el centro imperialista, etc., como, sobre todo, a lo novedoso dentro de la esencia genética del modo de producción capitalista del ataque mundial del Capital contra el Trabajo lanzado posteriormente. Sin embargo, pese al stalinismo, habían sobrevivido en minoría corrientes marxistas que sí supieron explicar qué sucedía, cómo el capitalismo introducía nuevas explotaciones implacables para detener parcialmente la caída de beneficios en el capital industrial y comercial; cómo el imperialismo yanki lanzó al capital financiero para contener su declive relativo; cómo algunas nuevas tecnologías facilitaron la embestida, y cómo, para no extendernos, el Capital pretendió ocultar su contraofensiva mundial bajo el manipulable término de "globalización".
5) La "cuestión nacional" se convirtió bien pronto en uno de los problemas candentes del socialismo, y si lo analizamos con una perspectiva mundial, los debates socialistas sobre el colonialismo, el papel de las burguesías occidentales, el imperialismo, etc., son en sí mismos debates sobre la "cuestión nacional" desde una visión planetaria de las resistencias de los pueblos a ser explotados por la metrópolis invasora. Las reflexiones socialistas surgieron en su inmensa mayoría desde partidos que no sufrían opresión nacional, que pertenecían a naciones dominantes o que, si la sufrían, la supeditaban al futuro abstracto e impreciso de la revolución socialista. Solamente los más sensibles y/o conscientes de la importancia de la dialéctica entre los "factores objetivos" y "factores subjetivos", muy pocos, apreciaron su importancia. Pero fueron incluso menos quienes se percataron del peligro reaccionario del nacionalismo de la nación opresora. Lenin fue uno de ellos pero estaba en alarmante minoría dentro de los bolcheviques y de los revolucionarios rusos en general. Para comienzos de 1921-30 el nacionalismo gran-ruso aparecía ya como una fuerza opresora. Por el lado contrario, Stalin, que comenzó el siglo XX defendiendo posturas nítidamente revolucionarias con respecto a este problema, atenuó bastante sus tesis en 1913 y una década más tarde era el centro del nacionalismo gran-ruso de la nueva burocracia en formación. Conocemos ya la derrota práctica de las posturas de Lenin, su premonitor "ultimo combate" básicamente centrado en la "cuestión nacional", el cooperativismo obrero y la democracia socialista y la lucha contra la burocratización del partido. El stalinismo impuso la tesis de que los pueblos debían aceptar la unidad socialista bajo un Estado que formalmente defendía y asumía sus derechos. En la realidad no fue así y la "cuestion nacional" irresuelta fue uno de los detonantes internos del estallido del régimen.
La "solución" stalinista ha sido nefasta porque, por un lado, reforzó el mecanicismo determinista y objetivista consistente en creer que las profundas secuelas de la opresión nacional se resolverían incluso antes del socialismo, en un régimen democrático burgués. De este modo, el grueso de los PC’s stalinistas desatendió las reivindicaciones nacionales supeditándolas al centralismo del Estado que defendían; por otro lado, fortalecieron la tesis de que el Estado centralista era la única alternativa, el único espacio posible para avanzar al socialismo, negando directa o indirectamente el derecho/necesidad de las naciones oprimidas a disponer de su Estado independiente; además, reforzaron la tesis de que el Estado no debe autoextinguirse conforme se avanza al socialismo sino reforzarse, integrando "respetándolas" las culturas dominadas en la dominante; y, por último, se desplaza la carga de responsabilidad negativa a los pueblos oprimidos, que son presentados como una "cuestión" o peor, un "problema", en vez de reconocer que el problema lo originan los Estados opresores. Los PC’s español y francés han sido piezas claves en el mantenimiento de la "unidad nacional" de ambos Estados, limitándose en el caso español a una hipócrita verborrea sobre la federación que no resuelve ningún problema sino que los agrava. Así, un problema crucial que poco a poco iba resolviendo el marxismo, se estancó y pudrió durante décadas, obligando a los pueblos a desarrollar sus heroicas guerras de liberación nacional al margen o directamente en contra de los "consejos" de la URSS. Si bien la dialéctica de la historia explica que algunos pocos pueblos se beneficiaran relativamente de los pactos del stalinismo con el imperialismo, en realidad el balance global de la "solución" impuesta por la URSS ha sido negativo. Sin embargo, en contra del stalinismo, en la actualidad cada vez más las masas oprimidas del planeta son conscientes de que no habrá ninguna solución efectiva a sus angustiosos problemas si no se reconoce el derecho/necesidad a la independencia de los pueblos.
6) El stalinismo ha sido y sigue siendo aunque en mucha menor medida, por un lado, el fracaso histórico de un intento de transición al socialismo que se estancó por sus contradicciones internas y por las brutales agresiones imperialistas. Fue degenerando, pudriéndose porque, básicamente, las reformas sucesivas extendían el "socialismo de mercado" fortaleciendo el mercado y reduciendo el socialismo. Tras diferentes crisis y luchas internas, llegó el momento en el que la casta burocrática, desde dentro mismo del PCUS, pudo dar el paso cualitativo de reinstaurar un capitalismo débil, corrupto y mafioso gracias a los recursos económicos, alienación social, desprestigio del "socialismo" y fuerzas represivas que había acumulado durante años. Por otro lado, el stalinismo ha sido una de esas ramas que se han secado y caído del tronco socialista que crece pese a todos los problemas desde comienzos del siglo XIX. Hasta ahora se han agotado el socialismo utópico que quebró en 1871; el de la II Internacional o socialdemocracia que se hundió en 1914; el eurocomunista que estalló a mediados de los años ochenta y el stalinista. Significativamente, todas ellas se enfrentaron al marxismo enriqueciéndose éste y debilitándose las otras. No nos debe sorprender esta evolución por las peculiaridades exclusivas de la revolución proletaria comparada con la revolución burguesa. Conviene recordar que la burguesía no solamente cambió varias veces de esquema ideológico, sino que, además, siempre careció de una teoría de la transición al capitalismo y, sobre todo, necesitó varios siglos para atreverse a atacar al sistema absolutista tardo feudal, no consiguiendo la victoria al primer intento sino después de varias derrotas.Las lecciones elementales que hemos aprendido del stalinismo son especialmente válidas ahora cuando el capitalismo impone a la humanidad una de sus peores crisis, sino la peor en toda su historia, porque nunca antes se habían conjugado tantos y tan graves problemas. Para las luchas actuales es muy importante apreciar en su decisivo papel la función capital de la intervención consciente humana, la dialéctica entre los factores objetivos y los subjetivos, y saber que la historia no está prescrita sino que se hace y se construye mediante luchas y heroísmos. También es fundamental saber que, contra las promesas reformistas, el mercado nunca es la solución sino el problema y que la democracia socialista y el poder obrero son imprescindibles para vencer la irracionalidad burguesa. De igual modo, es urgente reafirmar la pluralidad enriquecedora de la diversidad de posturas y de la capacidad de trabajar en común, al igual que, otra vez, la opresión nacional aparece como uno de los problemas estructural del capitalismo.
"Tal y como están las cosas, necesitamos unidad..."
Sobre la cuestión de Trotsky y Stalin
Manuel M. Navarete
Kaos en la red
Siempre he pensado que el trotskismo y el marxismo-leninismo son, más que nada, distintas visiones de la historia, y que, por tanto, deben convivir en una misma organización (eso sí, estableciendo unos mínimos de consenso, como la defensa del socialismo cubano y del antiimperialismo bolivariano, la democracia interna dentro de la organización, etc.)
Tal y como están las cosas, necesitamos unidad, y hoy en día me parece la misma tontería militar en un partido trotskista que en uno m-l. Como me dijo un amigo, ni Trotsky ni Stalin van a venir aquí a hacernos la revolución. Hay que buscar frentes de lucha, hay que construir frentes de masas unitarios. Dicho esto, considero, sin embargo, que esta postura no resta interés a un debate histórico que es ya todo un clásico, que puede afrontarse de un modo sano y fraternal y para el cual me gustaría aportar mi pequeño grano de arena.
Al igual que el conflicto vasco, es éste un debate tan viciado, que ya no se puede razonar ni discutir seriamente sobre él. Por el contrario, se hace preciso proceder a escandalizadas, sobreactuadas y religiosas condenas, cuando no a comparaciones irrisorias que son un insulto para la inteligencia, la decencia y la razón.
Quienes no estamos en nómina de nadie, quienes tecleamos muertos de frío en cuchitriles dublineses de mala muerte, podemos permitirnos en cambio el lujo de hablar sin pelos en la lengua. Por eso yo sí puedo escribir que en mi opinión el trotskismo no es más que echar balones fuera. Es la excusa perfecta para no reconocer que el socialismo también tiene problemas, defectos y dificultades.
Cargar todos los males que sufrió la revolución obrera y campesina sobre los hombros de una sola persona puede ser tranquilizador; sin embargo, elimina cualquier posibilidad de enfrentarse rigurosamente al problema de la burocracia y al problema de la represión, y por lo tanto dificulta enormemente su solución.
Dos precisiones son fundamentales para empezar. Primero, el burocratismo en países socialistas se ha dado antes y después de Stalin. Segundo, no tenemos el menor motivo para pensar que Trotsky hubiera actuado de forma muy diferente.
Como denunciaban los consejistas y ultraizquierdistas alemanes y holandeses, el “control obrero” sólo duró los 6 primeros meses de la Revolución Rusa. Toda idealización en sentido contrario choca contra la tozuda realidad de la historia. En abril del año 1918, el Estado centralizó numerosas funciones políticas que hasta entonces desempeñaban los soviets (como es natural en un poder que aspira a planificar centralizadamente la producción para que atienda a las necesidades reales del pueblo). Nos parezca mejor o peor, la realidad es que el poder nunca estuvo en manos del proletariado de un modo directo, sino a tra
vés del Partido que lo representaba.
Por otro lado, en efecto, no sólo Trotsky, sino también Lenin y Stalin fueron muy críticos con el burocratismo. El hecho de que Lenin, que murió en 1924, lo fuera es especialmente significativo, porque implica que la burocracia existía antes del ascenso de Stalin. Aparte, el burocratismo es un problema al que se han enfrentado países socialistas muy alejados de Rusia, e incluso décadas después de muerto Stalin. Basten los ejemplos de Cuba y China para ilustrar esta idea.
La identificación mecánica de Stalin con el burocratismo fue la invención de un hombre despechado, Trotsky, que pasó de pensar que sería el sucesor de Lenin a perder todas las votaciones en los Congresos del Partido. Que tal identificación se siga haciendo hoy día sólo es explicable como reflejo de la hegemonía creciente de la ideología dominante, que nos acompleja, nos apabulla y nos hace renegar de nuestra propia historia. La clave es que, a día de hoy, todavía ni un solo trotskista ha sido capaz de decirme una sola ley o medida concreta de Stalin en beneficio de esa capa burocrática.
Con respecto al tema de la represión, también son necesarias determinadas precisiones. En primer lugar, ¿quién puede afirmar que Trotsky, de haber llegado al poder, habría sido menos represivo que Stalin? Durante la Guerra Civil demostró ser implacable con el enemigo. Pero no sólo cargó contra los blancos. En 1921 los marineros de Kronstad, héroes revolucionarios del 17, se sublevaron contra lo que consideraban un Estado burocrático. Trotsky fue el encargado de reprimirlos y derrotar esta insurrección obrera ultraizquierdista.
Los trotskistas dicen, esta vez con toda la razón, que no podía permitirse una sublevación contra un gobierno socialista. La incongruencia viene cuando los ultraizquierdistas sublevados son ellos y el gobierno socialista que reprime uno del que fueron expulsados por fraccionalistas.
Sabemos que Trotsky pretendía colectivizar la agricultura e iniciar la industrialización acelerada si llegaba al poder (justo lo que después hizo Stalin, que siguió en todo momento un camino recto, mientras la derecha y la izquierda del Partido daban bandazos en zigzag aliándose con o contra él). ¿Acaso los kulaks y los capitalistas (y los individuos influenciados ideológicamente por ellos) no habrían ofrecido resistencia de ser Trotsky, en lugar de Stalin, el máximo dirigente soviético? Carecemos, de nuevo, de razones para pensar algo así.
Por lo demás, la disyuntiva oficial entre “socialismo en un solo país” y “revolución permanente” carece de cualquier credibilidad. Nunca hubo, en realidad, dos opciones. La revolución había fracasado en Alemania, por lo que las posibilidades eran tres: o construir el socialismo en la URSS, o intentar imponer el socialismo en Europa pisoteándola con el Ejército Rojo, o rendirse y dejar que la URSS siguiera siendo capitalista. Además, la segunda opción, aparte de antimarxista y poco realista, era de difícil ejecución, ya que la Revolución Rusa se había hecho bajo el lema “paz y pan”. El pueblo estaba extenuado de tanta guerra, por lo que iniciar otra guerra habría sido mentir y engañar a las masas, poniendo además en riesgo el poder revolucionario. Por eso, la idea de la “revolución permanente” fue rechazada democráticamente por el Partido, que votó rechazarla. Años antes, el propio Trotsky, pese a su posición infantil y ultraizquierdista inicial, había acabado por reconocer que Lenin tenía razón y había que firmar la paz de Brest.
No afirmamos con esto que toda crítica a Stalin sea ilegítima. Stalin cometió errores, como todos los dirigentes de la historia. Se trata de hacer críticas consecuentes y razonables de estos errores, y no críticas basadas en una pluma de tan dudosa imparcialidad como la de su mayor enemigo político precisamente.
No creo que haya nada tan infantil y perjudicial para el comunismo como coger la historia de la URSS y decir que todos los logros son gracias al socialismo y todos los fallos culpa de Stalin (he leído libros en los que se responsabiliza a Stalin por la Primavera de Praga o por la ruptura chino-soviética, hechos ambos acaecidos bastantes años después de su muerte).
No creo que haya nada tan antimarxista como romper los vínculos entre la infraestructura y la superestructura diciendo, como hacía Trotsky, que la base económica de la URSS era fenomenal, pero su gobierno y su política nefastos. ¿No era para Marx la superestructura un reflejo de la base, necesario además para conservarla?
Hagamos, pues, una crítica a Stalin. Pero una crítica seria.
Critiquemos su política con respecto al aborto, que sin duda fue equivocada. Pero no digamos que esta política fue tomada por cuestiones morales, cuando sabemos que fue algo puramente pragmático, ya que tras tantas guerras y agitaciones demográficas la URSS necesitaba fomentar la natalidad.
Critiquemos el ambiente de paranoia y persecución que se creó en el seno del Partido, pero no obviemos que la existencia de complots para derrocar al gobierno es algo prácticamente incuestionable. No olvidemos que los procesados en Moscú confesaron, sin la menor señal de tortura como constataron numerosos observadores internacionales. No olvidemos que aprovechar el caos de la inminente invasión nazi para intentar hacerse con el poder no era algo tan extraño (el cliffismo, una rama del trotskismo que en la II Guerra Mundial se declaraba “derrotista” y que está representada actualmente en el Estado español por En lucha, proponía más o menos lo mismo). Y no digamos que el riesgo de invasión imperialista invocado era una falacia, cuando sabemos que ésta finalmente se produjo.
Critiquemos, sí, que Trotsky fuera expulsado del Partido por crear una fracción; pero no nos olvidemos accidentalmente de mencionar que la prohibición de las fracciones fue votada y adoptada en el X Congreso del Partido a petición de Lenin (hablamos del mismo Trotsky que fue menchevique hasta el verano del 17, y del mismo Lenin que escribió que las manifestaciones públicas de menchevismo debían ser penadas con la muerte).
Critiquemos el culto a la persona, pero no sin aclarar que desde 1917 se venía dando culto a las imágenes de Lenin y Trotsky con cientos de miles de carteles, imágenes y cuadros, y no sin aclarar que el propio Stalin criticaba y rechazaba el culto a la persona que se le estaba dando, además de vivir en una austera residencia del Kremlin, sin lujos ni opulencia.
Critiquemos los asesinatos de Trotsky y Nin, pero no digamos que la Guerra Civil española se perdió por culpa -cómo no- de Stalin (tampoco hay salida, porque cuando una guerra se gana, se dice que se habría ganado más fácilmente sin Stalin; véanse los análisis del trotskismo acerca de la II Guerra Mundial), porque esto es irrisorio. La URSS fue el único país que ayudó seriamente a la República, y el oro de Moscú no alcanzaba a pagar ni siquiera el primer cargamento de armas. No fue Stalin quien rompió la unidad antifascista, como podrá recordarse. Por lo demás, la exitosa experiencia de Mao, que comprendió que la independencia de china era un requisito indispensable para poder desarrollar la lucha de clases, demuestra que “ganar la guerra para poder hacer la revolución” era una política acertada (no en vano fue la política de Frentes Populares la que derrotó al fascismo en Europa).
Critiquemos la colectivización forzosa, pero no escamoteemos la información de que sólo fue forzosa al principio; pronto se rectificó y se estableció que la entrada en los koljoses sería voluntaria.
Critiquemos la industrialización acelerada y sus efectos sobre la vida rural, pero no olvidemos que sin esta industrialización no se habría podido hacer frente a la invasión imperialista nazi ni un solo día, y entonces no habría existido ningún “socialismo degenerado” que perfeccionar, sino puro fascismo.
Critiquemos el Gulag, pero no olvidemos que se creó en tiempos de Lenin, y que no eran “campos de concentración”, sino cárceles a modo de campos de trabajo, con jornada de 8 horas y el salario de un obrero, y adonde los presos llegaban tras ser juzgados y condenados por un tribunal en base a unas leyes.
Critiquemos que la Constitución socialista del 36 hablara como si ya no existieran clases sociales en la URSS, pero no sin subrayar también que el Partido decidió que en una constitución se marcan los objetivos, no las realidades, y que Stalin fue precisamente el máximo defensor de la teoría de Lenin de que la lucha de clases se intensifica bajo el socialismo.
Critiquemos la diplomacia secreta, pero no digamos que el Tratado de no agresión con Alemania demuestra la menor connivencia con Hitler, ya que fue firmado como táctica para ganar tiempo y después de que todas las democracias burguesas se negaran por varias veces a formar un bloque antifascista con la URSS (y, sobre todo, no llamemos invasión a la liberación de Polonia de los nazis, máxime cuando los rusos fueron recibidos con los brazos abiertos por la población).
Critiquemos, en definitiva, al gobierno de Stalin, pero no neguemos que se trataba de un gobierno revolucionario que impulsó el socialismo. Sus medidas más relevantes (colectivización, planificación, industrialización) beneficiaron objetivamente a la clase trabajadora, y Trotsky no estaba en desacuerdo con ellas. Demuestra una gran ignorancia llamar a este gobierno bonapartista y termidoriano, como hacía Trotsky. Napoleón restauró los títulos nobiliarios y la monarquía en Francia; Stalin en Rusia ¿hizo acaso lo mismo? Lejos de eso, fue su gobierno el que construyó el socialismo en la URSS. Cuando Lenin murió, en la época de la NEP, la URSS seguía siendo un país económicamente capitalista (capitalismo de Estado, llamó Lenin al modo de producción soviético bajo la NEP, política que él mismo propuso como periodo especial a causa de la “crisis de las tijeras”. ¿Cómo llamar de otro modo a un país eminentemente agrario en el que la tierra es propiedad privada?) El gobierno obrero y campesino impulsó desde el poder una revolución burguesa controlada (la NEP) como etapa de reajuste antes de acometer, como hizo a continuación (ya en época de Stalin), la edificación del socialismo y de la economía planificada.
Pese a determinadas resistencias, y con todos sus defectos y errores, fue un gobierno popular que contó con el apoyo y el entusiasmo de las masas. De otro modo, no habría podido mantenerse en pie ante el empuje de los invasores nazis. 25 millones de trabajadores soviéticos dieron la vida para defender sus conquistas durante la II Guerra Mundial. El Termidor, sin embargo, vino en el año 91. Que la URSS cayera entonces sin que los trabajadores dispararan un solo tiro para defenderla demuestra que este apoyo y este entusiasmo se fueron perdiendo. En un determinado momento, por tanto, tuvieron que empezar a hacerse mal las cosas. Opino, como el Che Guevara, que habría que buscar el error en el revisionismo, en las reformas de Liberman y Kosigin, que introdujeron incentivos materiales y otros conceptos liberales en la economía.
Carece en cambio de toda lógica buscarlo en un gobierno socialista tal vez criticable, pero cuyo paralelismo histórico razonable sería, no con el bonapartismo, sino todo lo contrario: con el terror jacobino, aunque sustituyendo la guillotina por el Gulag. La cuestión es ¿quién se opone hoy día a estos revolucionarios franceses? ¿Quién, aparte de los más oscuros reaccionarios, no comprende que -con todos los defectos que puedan buscarse- los jacobinos traían un mundo cualitativamente mejor que el anterior? ¿Qué rama del marxismo cuestionará que la violencia, como decía Marx, es la partera de la historia que ayuda a alumbrar nuevas sociedades? ¿Quién puede negar que, por desgracia para quienes buscamos un mundo diferente, todos los procesos de cambio de la historia han sido inevitablemente violentos?
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