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2009/12/12

Debate sobre la identidad nacional en la Republica francesa

«Tenemos una tradición jacobina desde 1789», explica el antropólogo Régis Meyran, «con una voluntad, desde París, de eliminar las diferencias culturales».


CRONICA DE UN "GRAN DEBATE" FALSEADO DESDE EL INICIO
Mientras se celebran las primeras reuniones para debatir sobre la identidad nacional en Francia, y coincidiendo con la irrupción pública del presidente Sarkozy a cuenta del referéndum suizo que prohíbe la construcción de minaretes, las críticas se multiplican. La causa, el nexo que establece el Gobierno entre identidad e inmigración. Una manera considerada mezquina de abordar una cuestión que interesa a los franceses.


Véronique DANIS-Dante SANJURJO I
GARA


La confusión se impone. A cinco meses de las elecciones regionales de marzo de 2010, los últimos comicios antes de las presidenciales de 2012, el «gran debate sobre la identidad nacional», que inauguró en noviembre el ministro de Inmigración e Identidad Nacional, Éric Besson, aparece plagado de sospechas. Para el 64% de los franceses, se trata de una maniobra electoral que busca seducir a los electores de extrema derecha en un momento en el que el presidente, Nicolas Sarkozy, baja sin freno en los sondeos. En efecto, en este debate, en el que el Partido Socialista, la formación más importante de la oposición, ha decidido no participar, la cuestión de la identidad se ha tratado desde el ángulo de la inmigración, como dejan en evidencia las primeras frases de la web dedicada a esta iniciativa): «Este debate debe permitir valorar el aporte de la inmigración a la identidad nacional y proponer acciones que permitan compartir mejor los valores de la identidad nacional en cada etapa del proceso de integración».


Al proponer durante su campaña de 2007 la creación de un Ministerio de Inmigración e Identidad Nacional, Sarkozy daba por supuesta la existencia de una identidad nacional fija y reclamaba a los extranjeros que se sometiesen a los valores de la República, mezclando sin complejos en sus discursos tradición nacionalista y valores republicanos (laicidad, aprendizaje del francés...). Una estrategia eficaz, puesto que sedujo a un tercio de los electores del Front National de Jean-Marie Le Pen, que obtuvo el 10,44% de los votos frente a un 16,86% en 2002.

El término de identidad nacional no es ideológicamente neutro, explica Régis Meyran, antropólogo de la École des Hautes Études en Sciences Sociales: «Fue introducido por la extrema derecha en los años ochenta. Hace referencia a un cierto nacionalismo de finales del siglo XIX basado en el terruño, los ancestros, una especie de francés ideal, blanco, ligado estrechamente a la tierra. De repente, cualquier extranjero es visto como un peligro». Consultado por GARA, el Ministerio de Inmigración e Identidad Nacional no quiso pronunciarse sobre este aspecto.
Un terreno resbaladizo
Concretamente, cada prefectura y subprefectura debe organizar antes del 31 de enero reuniones con asociaciones, sindicatos, electos locales, responsables religiosos, profesores, padres de alumnos, etc. El ministro Éric Besson ha enviado a los prefectos una guía de 200 preguntas que deben ser planteadas, una guía que según el diario «Le Figaro» el 12 de noviembre, «supone, con sus sugerencias y preguntas, un ataque el comunitarismo». Una síntesis de estos encuentros se presentará en un coloquio el 4 de febrero.


«No es la primera vez que la inmigración entra en el debate político de manera polémica, algo que ocurre especialmente durante los periodos de crisis económica», analiza Laure Teulières, historiadora especialista en migraciones y profesora de conferencias en la Universidad de Toulouse-Le Mirail. «Lo que es nuevo es que el Estado se encargue de este debate. Que quiera adoptar una posición normativa sobre la identidad nacional, algo muy complejo y fluctuante, puede ser peligroso. No hace falta que se prohíba hablar de la identidad colectiva de los franceses, que tiene muchas facetas, pero ¿por qué debe estar liderado por el Estado y por qué se produce esta exhortación a definir lo que será la identidad nacional?».


El peligro de unir identidad nacional e inmigración es también una de las críticas del PS, que establece otras prioridades: «Se necesitaría un verdadero debate sobre la política de inmigración y sus retos para la Francia de mañana», explica a GARA Najat Vallaud Belkacem, secretario nacional del PS encargado de cuestiones de sociedad. «Se podría hablar entonces seriamente de los fracasos de la integración a la francesa».


Mogniss Abdallah es periodista y fundador de la agencia de noticias sobre la inmigración IM'média. «La impresión en los barrios populares -señala- es que no se trata de un debate sino de una campaña política con tintes autoritarios para hacer respetar la `Francia eterna', mientras se sospecha permanentemente de los franceses venidos de la inmigración». Para este participante en la Marcha por la Igualdad de 1983 -que marcó la irrupción de los hijos de los inmigrantes en la escena política francesa-, esta campaña tiene el riesgo de reforzar cualquier clase de cuestiones identitarias y de agravar el desapego hacia la política y «hacia cualquier reflexión sobre la redefinición de la identidad individual y colectiva». Desecha incluso el término de integración de los inmigrantes: «Esa noción no quiere decir nada, lo único que hay que hacer es luchar por la igualdad de derechos», señala tajante.


Retroceso de derechos
Las críticas no se refieren a la legitimidad de los debates, ni siquiera a su urgencia. Al contrario, políticos, miembros de asociaciones e investigadores de ciencias humanas desean con firmeza que se produzca el debate. El problema, según ellos, reside en la unión de los dos temas, identidad e imigración.


Junto a ello, sus detractores subrayan que el contexto está marcado por un retroceso en el acceso al derecho de asilo, un rasgo constituyente de la historia de Francia y de su imagen de «patria de los derechos humanos». La tierra de acogida habría dejado de existir. «La situación para los inmigrantes no deja de empeorar», explica Yamina Vierge, responsable de la Cimade, el principal colectivo de ayuda a los extranjeros. «Aquellos que no tienen papeles están bajo la amenaza permanente de ser enviados a un centro de retención y de ser expulsados por la fuerza. Y los que tienen papeles viven en la precariedad, con tarjetas de residencia renovables anualmente. Esto tiene consecuencias en el acceso a la sanidad, a la educación, a la vivienda, al trabajo... a la integración». Denuncia también las trabas administrativas y jurídicas que se interponen al derecho de asilo y al reagrupamiento familiar, así como las razzias policiales en los barrios de inmigrantes, que incluyen bloqueos de calles y del acceso al metro para realizar controles cuando los prefectos, que tienen cuotas de expulsados a cumplir, necesitan llenar los centros de retención.


Crisis identitarias
Más allá de las polémicas, justificadas, y de las críticas, pertinentes, si se pregunta sobre ello a los franceses también surgen cuestiones profundas. Si se hace responder a la pregunta «¿Quiénes somos?» algunos quisieran aprovechar la ocasión para abordar, entre otras, la cuestión de las identidades subestatales y de este especifidad que consiste en borrar, desde la Revolución francesa, las culturas locales. «Tenemos una tradición jacobina desde 1789», explica el antropólogo Régis Meyran, «con una voluntad, desde París, de eliminar las diferencias culturales».


Para Gérard Onesta, ex vicepresidente verde del Parlamento Europeo, esta tradición estructura la Francia de hoy. «La unicidad, el tropismo centralizador y jacobino conduce a no dotar de verdaderos medios a las regiones», analiza. «Midi-Pyrénées, por ejemplo, tiene un presupuesto inferior al de su capital, Toulouse. Las regiones, en Francia, son enanos políticos en comparación con las inglesas, españolas o italianas. En Francia, las regiones no pueden ser más que declinaciones de un gran todo».


Puede que exista una relación entre la tendencia de Francia en insistir en su universalismo y el hecho de que siga maltratando una gran parte de sus raíces. Ello puede ser el síntoma de un malestar. Y se puede analizar también que el impulso gubernamental de los símbolos patrióticos es una expresión de la pérdida de referencias. «Es un acercamiento mezquino, ¿a qué se quiere reducir la identidad?», pregunta la historiadora Laure Teulières. «No hay que limitarla a una búsqueda de lo mínimo, como la bandera o `La Marsellesa', sino definir un proyecto común». Sin duda, este punto también levanta ampollas.


La derecha francesa, en el filo de la navaja
Muy comentado en Francia, el referéndum suizo que prohíbe la construcción de minaretes ha tenido un amplio eco en pleno debate sobre la identidad nacional. El debate se concentra ahora en el papel del islam y de los musulmanes. Un acercamiento que sitúa al Gobierno en una posición delicada, obligando al presidente Sarkozy a tomar posición en tribuna pública en el diario «Le Monde» el pasado miércoles.


«El voto de la vergüenza», titulaba el diario «Libération», poniendo el acento en la islamofobia de la votación. Una interpretación que presenta lagunas para el estudioso del islam suizo Patrick Haenni, del Religioscope. «El triunfo de la iniciativa muestra que el apoyo va más allá de la base electoral de los partidos de derecha xenófoba. La presencia musulmana no supone ningún problema de peso en Suiza: no existe el problema de las banlieues, no hay atentados ni memoria colonial. No se ha votado sobre la población musulmana, sino sobre el islam y su presentación como una ideología político-religiosa de combate. El éxito de la retórica de los impulsores de esta iniciativa fue haber comprendido eso», señala el experto, autor, junto con Stéphane Lathion, de «Los Minaretes de la discordia», publicado por ediciones Religioscope (http://www.religion.info/).

En su tribuna, el presidente francés hizo suya precisamente esa estrategia. Afirmó, por ejemplo, que quiere defender los derechos de sus «compatriotas musulmanes» para practicar su religión con «dignidad», pero advertía de que eso sólo sería posible si renuncian a cualquier tipo de «desafío» a la herencia cristiana y a los valores republicanos de Francia. Y de ahí a colegir que toda manifestación visible del islam (minaretes, velo...) es una forma de proselitismo no hay más que un paso. Al formular este tipo de advertencia lindante con la amenaza, Sarkozy rivaliza con la extrema derecha, lo que ha sentado mal en muchos electos de la UMP, que se han negado a valorar la intervención del inquilino del Elíseo.


Varios han alertado de que ello podría desacreditarles a ojos del electorado centrista y, a la vez, provocar al final un trasvase, ya sin complejos, de sus electores hacia el FN.


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