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2010/02/10

Cómo se construye una mentira

Varios reportajes en prensa, nuevas publicaciones y un homenaje a "las victimas del terrorismo" en Lasarte intentan manipular la historia y atribuir a ETA la muerte de una niña de 22 meses en 1960.
Iñaki Egaña
El 27 de junio de 1960, hace pronto medio siglo, un grupo antifascista, nacido al amparo de la Revolución Cubana, colocaba seis bombas en las dos estaciones de tren de Donostia, en la de Atxuri de Bilbao (dos días después), en la del Norte de Barcelona, en la de Chamartín de Madrid y en el tren correo de Madrid a Barcelona. Según la nota difundida por el Ministerio de Gobernación, el modus operandi en todas las ocasiones fue el mismo: una maleta abandonada con un mecanismo que provocaba la ignición de una bomba incendiaria.

El grupo en cuestión se llamaba Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación (DRIL), compuesto por una amalgama de militantes comunistas, anarquistas y guevaristas, dirigidos aparentemente por militares portugueses exiliados, entre ellos el general Humberto Delgado. Unieron sus fuerzas para denunciar las dictaduras de Franco y de Salazar. Humberto Delgado sería posteriormente secuestrado por la policía secreta portuguesa y ejecutado en España con la complicidad de la de Franco, en 1965.

Las primeras acciones del DRIL lo fueron en Madrid, en febrero de 1960, todas ellas también de la misma manera: una maleta abandonada con explosivos. Los objetivos: el Ayuntamiento, la estatua de Velázquez en el Museo del Prado, la sede de Falange... En una de ellas, la bomba deflagró mientras la manipulaba Ramón Pérez Jurado, que murió en el acto. Su compañero Antonio Abad Donoso fue detenido y otros dos jóvenes, Santiago Martínez y Justiniano Álvarez, lograron escapar, según la Policía. Antonio Abad fue torturado, juzgado y ejecutado el 8 de marzo de ese año.
La ejecución de Abad provocó una fuerte contestación internacional contra el régimen de Franco y la decisión del DRIL de dar una respuesta contundente a la muerte de su militante. Así prepararon las bombas en las estaciones citadas, disponiendo las acciones tal y como lo habían hecho en Madrid unos meses antes. La bomba en la Estación del Topo de Donostia mató a una niña que no había cumplido los dos años, Begoña Urroz, natural de Lasarte.
Siete meses más tarde, el DRIL abordaría la que sería la mayor de sus acciones, el secuestro de un barco portugués, el Santa María. Al mando del capitán Henrique Galvao, 24 militantes antifascistas tenían previsto llegar hasta Angola y establecer un foco guerrillero que desestabilizara a la metrópoli. Pero el intento fracasó y guerrilleros y pasajeros concluyeron la odisea en Brasil. Estados Unidos intervino en la conclusión del secuestro.
Hasta aquí, muy sucintamente, la historia que ha tenido soporte en libros de aquella mítica editorial Ruedo Ibérico, documentales, el último de 2004, e incluso una reciente novela. El general Humberto Delgado logró escribir y editar sus memorias antes de ser asesinado. Al DRIL, que desapareció en 1964, se lo tragó la vorágine de la historia y quedó enrolado en uno de los capítulos de la oposición armada al régimen de Franco. Como el maquis comunista y anarquista, como el MIL, los GAC, el FRAP e incluso ETA.
El 19 de setiembre de 2000, sin embargo, Ernest Lluch publicaba un artículo en El Correo según el cual ETA habría sido la autora del atentado de la Estación de Donostia en 1960 y, por tanto, sería falso que sus primeras víctimas fueran el guardia civil José Pardines y el comisario Melitón Manzanas, ambos en 1968. Decía Lluch en ese artículo que "No hemos encontrado ni en Lazkao (Archivo de los Benedictinos) ni en publicaciones que ETA se atribuyera la colocación de bombas en 1960". Pero le atrajo, sin duda, la hipótesis que, de un plumazo, la convirtió en certeza.
La intoxicación fue tomando cuerpo como en otras ocasiones. Algunas de ellas fueron muy sonadas, como cuando diversos medios de comunicación atribuyeron a ETA las autorías de asesinatos de grupos parapoliciales: Tomás Alba, Eduardo Moreno, Santi Brouard, Josean Cardosa, Josu Muguruza... O la bomba en la guardería Iturriaga que causó tres muertos. O la explosión de la caldera en la escuela de Ortuella, o el accidente del Monte Oiz, o el incendio del Hotel Corona de Aragón en Zaragoza... o las 10 bombas que explotaron en Madrid el 11 de marzo de 2004, causando 191 muertos y 1.500 heridos.
Recientemente, un libro titulado Vidas Rotas, junto a un artículo publicado en El País, se han vuelto a hacer eco de la tesis de Lluch. Manipulando de una forma descarada. Y lo digo porque me afecta en primera persona. Se dice textualmente en el libro Vidas Rotas: "El Anuario del diario Egin correspondiente a 1994 y la obra Euskal Heria y la libertad (Txalaparta, 1994), ambos vinculados a la denominada izquierda abertzale, publicaron un texto similar: se trataba de una cronología de episodios relacionados con ETA en la que se incluía la muerte de Begoña Urroz, aunque no se mencionaba expresamente que hubiese sido obra de la banda terrorista". Estas dos razones, junto a una cronología encontrada en 1992 en el ordenador de Txelis, serían los tres grandes argumentos para modificar la historia de la explosión de Donostia de 1960.
La obra Euskal Heria y la libertad citada fue dirigida por el recientemente fallecido Luis Nuñez que, ese año dirigió, asimismo, el Anuario de Egin. Ambos textos son similares. El de Euskal Heria y la libertad lo escribí yo mismo y decía textualmente: "Entre el 26 y 27 de junio de 1960, cinco bombas explotaron en las estaciones de Quinto, Barcelona, Madrid y las de Amara y Norte de Donostia. El sabotaje, que causó una víctima en Donostia, fue atribuido al D.R.I.L. (Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación). La policía aprovechó la ocasión para sembrar confusión entre la población (la víctima de Donostia era una niña) y difundir un comunicado en el que afirmaba que los autores eran "elementos extranjeros en cooperación con separatistas y comunistas españoles". El PNV, por su parte, achacó a la propia policía franquista la colocación de las bombas, aportando algunas "evidencias" que así lo atestiguaban".
¿Alguien ve en este texto la relación que pretenden los autores del diario y el libro citados? ¿Por qué, tan acostumbrados, no hay una sola cita policial en los artículos que defienden la paternidad de ETA en los atentados del DRIL? Habría que añadir un gran salto, además: En 2000, Lluch lanzaba la hipótesis de ETA como autora del atentado de Donostia; en 2010 atribuyen ya a ETA también los de Madrid, Zaragoza y Barcelona.
El tren de excombatientes franquistas que ETA intentó descarrilar a la entrada de Donostia, un año más tarde, el 18 de julio de 1961, fue su primera acción. Y, como no tenían explosivos, deformaron la vía. No hubo siquiera heridos. Los activistas de ETA en el tiempo de las explosiones del DRIL eran dos: Juan José Etxabe y Jon Ozaeta, autores de las pintadas de ese verano de 1960 en Donostia. Fueron detenidos en setiembre del mismo año. Jamás el Tribunal Especial de Enrique Eymar o el Tribunal de Orden Público creado en 1963 imputaron a vasco alguno las bombas de junio de 1960.
La primera bomba que ETA colocó, según la documentación depositada en el Archivo de los Benedictinos de Lazkao que también consultó Lluch, pero no los revisionistas de 2010, lo fue en la sede del Movimiento Nacional de Gasteiz, el 15 de febrero de 1964, casi cuatro años más tarde que los sucesos comentados. No explotó. Al día siguiente, por el contrario, una bomba de ETA explotó en la sede del Gobierno Civil de Iruñea. Fue la primera.
Hoy, las seis bombas de 1960 concitan una historia perversa. Detrás del fallecimiento de Begoña Urroz hay una vida que no pudo ser, que no llegó a desarrollarse, y eso es drama familiar que ahora vuelve a azuzarse por intereses que en nada tienen que ver con el afloramiento de la verdad. ETA ha ocasionado centenares de víctimas, algunas civiles, niños también. Pero no en esa ocasión.
El recorrido de la verdad de esta tragedia es corto. Los archivos militares, jurisdicción de la época, pueden levantar el secreto de los atentados del DRIL en junio de este año de 2010. Habrán pasado 50 años, los preceptivos por la ley para consultar públicamente las diligencias e investigaciones. Dos archivos militares, uno en Ferrol y otro en Madrid, guardan la verdad. Espero que, como en otras ocasiones, una mano oculta no los haya hecho desaparecer para no prolongar el desasosiego de una familia

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