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2010/04/08

Entrevista con el sociologo Jakue Pascual y su ultimo articulo en Gara

"Un movimiento debe ser respetuoso con las autonomías, al igual que las autonomías tienen que ser respetuosas con los mínimos que se adoptan"

Manex Altuna (GARA)
A principios de año, el sociólogo Jakue Pascual obtuvo un «sobresaliente cum laude» tras presentar una tesis doctoral en la UPV sobre «El movimiento de resistencia juvenil en los 80 en Euskal Herria». Un trabajo inédito y escrito, además, con vivencias en primera persona.

¿Qué le vino a la cabeza al presentar su tesis en el lugar en el que antes se ubicaba el antiguo gaztetxe de Bilbo?
Sobre todo, que antes estaba mucho más vivo. La gente hacía cosas en un espacio que se ofertaba a todo aquel que quería expresarse artísticamente. Era un referente del movimiento alternativo europeo, y como ejemplo están los más de 500 conciertos que se dieron con grupos de mucho nivel. Sin embargo, para la propaganda oficial era pernicioso porque se promovían contenidos que atacaban el sistema establecido. De hecho, cuando se produce un despegue económico las instituciones intentan establecer una oferta de ocio a todos los niveles para jóvenes y adultos. Los movimientos sociales anteceden a lo político y a las instituciones, es una cosa que siempre recalco, aunque después intenten mediatizarlos.

¿Cómo definiría al movimiento de resistencia juvenil de los 80?
Los tres principales elementos son el punk, la cuestión vasca desde una visión antirrepresiva, y el entender que las relaciones entre los grupos en la sociedad tienen que ser más directas y horizontales. Había una crisis económica muy profunda que nos conducía a entender que no había futuro para nosotros y el «cualquiera puede hacerlo» del punk nos venía perfecto. Así se crearon numerosos grupos que eran una forma de expresión, como los fanzines y radios libres. Nos sentíamos vascos y el plan ZEN dictamina que todos los jóvenes éramos sospechosos, los que nos hace entender la cuestión vasca de una manera antirrepresiva. Además, veníamos de una transición en la que participamos en grupos de base como los comités antinucleares, donde la relación era asamblearia, como el batzarre, y el trabajo comunitario, auzolan.

¿Había conciencia de ser un movimiento?
Sí y no. Nos reconocíamos al ir a conciertos y en actividades, pero estaba compuesto por grupos heterogéneos, no eran estructuras organizadas. Tuvieron mucha importancia en articular la sensación de ser parte de algo, elementos como el «Egin rock» y «Martxa ta borroka» ofertaron unos escenarios y sirvieron para unir a gente joven de toda Euskal Herria.

¿Qué influencia tuvo el MLNV?
Había un debate que crea tensión y en el que se planteaba hasta qué punto el movimiento era manipulado. No se puede decir que el MLNV lo dirigiera, porque había gente heterogénea, de Jarrai, de los comités antinucleares, entornos libertarios, anarkistas,... aunque es cierto que el surgir de ese movimiento lleva en 1987 a conseguir las mayores cotas a la expresión política de la izquierda abertzale.

¿Qué piensa de la evolución que ha tenido?
El proceso hacia una negociación política en Argel nos arrastra a todos y en los años 90 se pasa de un movimiento que era totalmente heterogéneo a otra forma en la que Jarrai cataliza todo lo que se pone sobre la mesa en los 80. Sobre todo en una primera fase, hasta el 95 y 97, cuando en los topagunes de Etxarri y Zaldibia miles de jóvenes entienden que la única oferta en la que se sentían reconocidos era ésa.

¿Se podía prever el salto represivo que vino después?
El problema que ha tenido en la última época el movimiento juvenil vasco es que los grupos dinamizadores se han encontrado con el aparato del Estado español, que ha dicho que son ilegales. Si de repente un grupo como Segi, que podía haber cata- lizado gran parte de la inquietud de la juventud de lo que es la izquierda abertzale, se le considera ilegal y cuando levantan la cabeza les detienen, es difícil articular cualquier historia organizadamente. Aún así, la necesidad de expresión de la gente joven está ahí. Todavía hay gaztetxes como el de Kukutza en Bilbo que son un ejemplo de dinámica con gente joven que hace un trabajo interesante cara a ofertar un espacio de forma autogestionada.

¿Cómo ve el futuro?
Pienso que hay una percepción en la juventud vasca DE que no le es posible expresarse de una manera libre. Aunque podemos ser optimistas, la sociedad vasca va a tener que salir creando un movimiento que diga dónde quiere ir. El Estado español está embrutecido ideológicamente, pero tenemos movimientos interesantes, como en Catalunya, donde han enseñado que se pueden hacer cosas de otra manera, como con las consultas.

Vuelve a estar presente el debate sobre la acumulación de fuerzas como defendía en su libro «Telúrica vasca de liberación»...
Como el polo soberanista se olvide del elemento alternativo quedará cojo. No podrá profundizar tranquilamente en la democracia y en los principales elementos que no son los ayuntamientos, las diputaciones ni parlamentos, sino el auzolan y batzarre. La única manera que tiene de ir hacia adelante es siendo un movimiento y no una suma de partidos, el que lo entienda así está condenado al fracaso. El mejor ejemplo es el de la insumisión, que si se consigue ir hacia adelante es porque no tiene fisuras. Eso no quiere decir que no hubiera diferencias, sino que el «yo saco rentabilidad» no tenía sentido. Un movimiento debe ser respetuoso con las autonomías, al igual que las autonomías tienen que ser respetuosas con los mínimos que se adoptan.

¿Esa es la llave?
Sí, es la única que existe. Todos tenemos que ceder, pero tener unos mínimos muy claros. Un grupo o un partido puede ser muy activo, pero por muy grande que sea, si no tiene el soporte de un movimiento o de un sector amplio de la población puede aguantar unos envites, pero llega un último. De la otra manera, cada cual se siente parte de ese movimiento porque ese movimiento respeta a cada cual y tiene esa riqueza.


En el país de Jabbrwocky
(2010 abril 01)
Un campo de fuerza me paraliza. En el interior del estanco se oye un deje antillano: -Mi amol, no me va mal con la santería. -¿Roja o azul?, me pregunta el dependiente. -¿Qué?, respondo desconcertado. La caja de puritos... -Roja, contesto automáticamente. No sabía que al encender un cigarro me iba a encoger hasta la altura de una rana. --¡Un conejo blanco!, grita una niña. -¡Vaya, es Alicia!, me digo, como si la conociera de siempre... y observo cómo se pierden ambos por una puertecita abierta en el zócalo de la trastienda. Los sigo. La curiosidad cuenta buenos cuentos.

La historia comienza cuando Alicia, que nunca había visto a un gazapo con chaleco y reloj de bolsillo, cae en el pasadizo psicogeográfico que conecta el estado rígido victoriano con las antípodas del País de las Maravillas.
Bébeme y cómeme. Clave: tAmaÑo. La oruga azul, que fuma hachís en una cachimba, ofrece un bongui alucinógeno con el que regular la altura. Un sonriente Gato de Cheshire indica que no importa el camino que se tome, ya que siempre que se ande lo suficiente se llegará a alguna parte o a una merienda de locos, donde la liebre de mayo y el sombrerero toman el té del eterno retorno. ¡Que les corten las cabezas!, grita autoritaria la Reina de Corazones en el caos de una partida de críquet en la morgue de Toulouse.
Carroll agiganta a Alicia hasta el enfado y ésta se despierta.

-Sé lo que quieras parecer. Tweedledum y Tweedledee se baten predestinados. La Morsa y el Carpintero engatusan a ostrillas incautas. El galimatazo -donde murgiflar es como aullar y silbar con un estornudo en medio- es traducido por Humpty Dumpty antes de estrellarse como un huevo contra el suelo, de donde ni todos los caballos y hombres del Rey pueden levantarlo. La partida de ajedrez ha comenzado. El peón Alicia parte en tren hasta la cuarta casilla y no ceja en su empeño hasta convertirse en la reina del jaque mate.

Escribir es un ejercicio despótico. Lewis Carroll, matemático y predicador, sabe que se transforma en Caballero Blanco al otro lado del espejo y que como fotógrafo capta una extraña intensidad en la mirada de las niñas. Le persigue la polémica. Para Deleuze es un perverso sin crimen. Para Artaud la fecalidad le subyace.

Jefferson Airplaine apela a Alicia. La lógica y la proporción mueren de psicodelia. «Ellos son los hombres huevo/ Yo soy la Morsa/ Gu Gu G´Jub», cantan The Beatles. Chick Corea teclea el jazz de Humpty Dumpty. Alicia inspira a Joyce y a la subcultura de las lolitas. En «Matrix» se inscribe un recurso: Sigue al Conejo Blanco. Terry Gilliam recita «Jabberwocky». Los personajes del cuento se refocilan en el musical «Alicia en el país de las pornomaravillas». Hepworth adapta Alicia al cine mudo. Disney en forma de dibujos. Svankmajer realiza la surrealista «Neco Alenky». Marilyn Manson proyecta «Phantasmagoria: the visions of Lewis Carroll» y se acaba de estrenar la versión de Tim Burton.
El tiempo corre hacia atrás. Desde que Lewis Carroll narrara a Alice Liddell las aventuras underground que ella protagonizaba, ya nada ha sido igual en los cuentos, ni para los niños o los psiconautas que comparten con Alicia el leitmotiv del tedio que impulsa sus alucinantes viajes.

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