Iñaki Lekuona, periodista
GARA
A menudo, François Bayro

Cuando en vísperas de la revolución francesa, un grupo de burgueses y nobles ilustrados comenzó a reunirse en los locales de un convento parisino consagrado a San Jacobo, tres ideas rondaban en sus cabezas: libertad, igualdad y fraternidad. Para conquistar la primera, decapitaron al rey, para establecer la segunda eliminaron los privilegios de clero y aristocracia, y para lograr la tercera iniciaron un exterminio cultural cuyo objetivo no era otro que lograr la hermandad de todos los ciudadanos a través de la lengua y la cultura de París.
Más de dos siglos después, la Unesco acaba de publicar un atlas lingüístico en el que se aprecia el resultado de aquella empresa revolucionaria: una quincena de lenguas se encuentran en peligro de extinción en el hexágono. Y a pesar de ello, la mayoría de los candidatos a las presidenciales, de derechas como Sarkozy o de izquierdas como Mélenchon, han declarado públicamente su oposición a la ratificación de la Carta europea de las lenguas minorizadas porque aseguran que oficializar lenguas significa consagrar derechos lingüísticos a las naciones que las hablan. Y en Francia, por supuesto, no hay más que una nación, una sola lengua y una única ideología, que ni es de izquierdas ni de derechas; es simplemente jacobina.
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