Editorial Gara
Había expectación respecto a lo que Mariano Rajoy
pudiera decir sobre el «caso Bárcenas», aunque el interés era más
mediático que social y más cercano al morbo que a la búsqueda de
respuestas. Era improbable que el presidente español sorprendiera con su
discurso, y lo cierto es que se ciñó al guión y sostuvo que el
extesorero es el único responsable de una intriga en la que su confianza
habría sido traicionada. Se trata de una afirmación increíble por parte
de quien lleva casi una década al frente de su partido y que de ser
cierta dejaría al mandatario como un inepto, cosa que no es, aunque
prefiera pasar por tal antes que admitir su participación en una trama
corrupta.
Porque si para algo sirvió el remedo de debate prevacacional no fue para conocer algo más sobre la financiación irregular del PP o los sobresueldos de sus dirigentes, sino para constatar que el envilecimiento es algo inherente a las estructuras del Estado. El esperpéntico «y tú más» entre Rajoy y Rubalcaba es indicativo de hasta qué punto el sistema alumbrado por la transición posfranquista nació corrupto, y que es ahora cuando supura por los cuatro costados. España es un estado en constante descomposición y no hay democracia que «regenerar»; solo queda cortar y marcharse.
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