"Si soy comunista (o anarquista, o
anticapitalista), no es por una cuestión ideológica a priori; tampoco
porque me apasione la política (prefiero el ocio). Sino por una cuestión
racional y a la vez moral: es la única opción que me permite conservar
la dignidad como ser humano."
Manuel M. Navarrete *
Rebelión, 19 de Abril de 2009
Es nuestra solución final, un nuevo Auschwitz invertido en el que
en lugar de encerrar a las víctimas, nos encerramos nosotros
a salvo del arma de destrucción masiva más potente de
la historia: el sistema económico internacional.
(Carlos Fernández Liria)
(Carlos Fernández Liria)
El 90% de la gente es comunista sin
saberlo. Sé que podrá sonar a afirmación excéntrica para llamar la
atención. Nada más lejos de mi intención.
Supongamos que somos astronautas y
descubrimos un pequeño planeta. Este planeta está habitado por una
especie de seres, algunos de los cuales son verdes y otros azules,
aunque todos se alimentan de bananas. Lo que pasa es que sólo hay cinco
bananeras en todo el planeta. Cuatro de ellas están en la zona donde
viven los 90 verdes; la quinta, donde viven los azules, que son sólo 10.
Sin embargo, los 90 verdes (que se mueren de hambre) trabajan para los
10 azules (que, para colmo, viven en la opulencia).
Supongamos que volvemos a la Tierra y
hacemos una encuesta. ¿No están seguros de que, como poco, el 90% de los
encuestados pensaría que esa situación es injusta y abominable? ¿No
están seguros de que al menos nueve de cada diez encuestados serían
razonablemente partidarios de colectivizar las cinco bananeras, puesto
que de este modo nadie tendría que morir de hambre en pos del disfrute
ajeno?
Cualquier persona que piense esto;
cualquier persona a la que le parezca inmoral e incluso nazi la postura
del 10% restante (que he dejado por margen de error, más que por otra
cosa) es ya comunista sin saberlo.
Porque nosotros vivimos en ese mundo de
los verdes y los azules (aunque los colores aquí sean otros…).
Pensémoslo. ¿Cuánto petróleo, oro, diamantes, coltán o plata tiene
España? Prácticamente nada. En cambio, ¿cuánto tienen África o
Latinoamérica? Inmensas reservas. ¿Cómo es posible, entonces, que allí
estén peor? ¿Quizá algo inherente a su raza? ¿O tal vez elaboran
Constituciones más imperfectas que la española y ello les lleva
misteriosamente al hambre? ¿No tendrá algo que ver el hecho de que, hace
unos siglos, esos países fueran esclavizados por nosotros? ¿Será
también casualidad que, cada día, nuestras multinacionales sigan
explotando sus recursos y reinvirtiendo los capitales aquí, en la
metrópoli?
Incluso la FAO (la organización
específica de la ONU ocupada de asuntos alimentarios) reconoce que este
planeta es capaz de abastecer a más del doble de su población. Incluso
el Global Footprint Network (California) demostró matemáticamente que
el nivel de vida de un país como España es imposible de generalizar a
todo el planeta (harían falta tres planetas Tierra para ello).
Dado que sólo disponemos de un planeta
Tierra, ¿cómo justificaremos nuestro derecho a vivir por encima de otros
pueblos, si no es mediante tesis supremacistas? Si mi nivel de vida es
imposible de generalizar a cada ser humano del mundo, no puedo
defenderlo como argumento de nada, porque es sencillamente defender un
privilegio.
Según ese mismo estudio, hay otros
países cuyo nivel de vida sí es sostenible para el planeta, pero en
ellos existen situaciones de miseria y muerte de hambre. Existe un único
país en el mundo (insisto: sólo uno) que cumple al mismo tiempo los
requisitos de sostenibilidad y bienestar, sin muerte de hambre: Cuba.
Así pues, el único modelo económico que
cabe defender sin estar defendiendo privilegios es el cubano. Se piense
lo que se piense de su modelo político, lo que acabo de decir es
irrefutable, por un motivo bastante sencillo: no es una opinión. Cuando
un profesor explica en la pizarra que dos más dos son cuatro, no está
diciendo que su opinión sea que dos más dos son cuatro. Lo que yo acabo
de escribir tampoco se sitúa en el terreno de las opiniones. No está
por encima ni por debajo de ellas, tampoco a su izquierda o a su
derecha. Sencillamente está en otro plano completamente diferente: el
de los hechos objetivos.
Si hay recursos sobrados para abastecer a
todos pero no se hace; si, además, mi nivel de vida no es
generalizable a todo el planeta; si, para colmo, las zonas más ricas en
recursos son otras y precisamente las más hambrientas, entonces ¿cómo
negar que estoy viviendo a costa de la explotación de quienes no están
abastecidos? Es lógica matemática, ¿cómo refutarla? No se trata de
superioridad intelectual, sino de que yo, con mayor o menor suerte, al
menos busco la verdad, y no la justificación de intereses espurios.
El quid de la cuestión está en que el
hambre no es producto del mal funcionamiento del sistema, sino del buen
funcionamiento del sistema. La concentración creciente de los recursos
es inherente a la propia lógica del sistema económico capitalista. Por
eso éste asesina a 40.000 personas de hambre cada día, una por una.
En
otras palabras, cada día hay doscientos 11-M en el mundo, pero de
hambre. ¿Por qué nos importará tan poco? ¿Será precisamente porque
sospechamos miserablemente su causa y, en lugar de comunistas sin
saberlo, somos nazis sospechándolo?
Nos han escamoteado el verdadero debate:
ese es el problema. Nos lanzan cien patrañas sobre Cuba (que no hay
elecciones, que las hay pero sólo pueden presentarse los del PC, que
viven peor que el resto de Latinoamérica, que no tienen permiso para
opinar, que su prensa es menos libre que la que controlan
multinacionales como PRISA…) para que nos dediquemos a rebatirlas y,
agobiados, no demos abasto.
También -y aquí hemos fallado nosotros- nos
centramos con frecuencia en debatir sobre el pasado, o nos obcecamos en
interminables discusiones terminológicas, sin estar tan en desacuerdo
como de ese modo hacemos ver.
El verdadero debate no va por ahí, y
debemos intentar recuperarlo. Aunque se demostrara que lo que las
multinacionales mediáticas afirman sobre Cuba es cierto; aunque se
demostraran cosas mil veces peores, yo seguiría siendo partidario de una
economía socialista, por sentido común. Es irracional permitir que con
los medios fundamentales de vida se hagan negocios privados, y no hay
nada en la economía socialista que la haga inherente a políticas más
represivas que las aplicadas por países capitalistas. La Alemania nazi
era un país capitalista y asesinó a millones, por no hablar de los EE UU
(Vietnam, Irak…) o -como dijimos- de las víctimas cotidianas del
hambre.
Si soy comunista (o anarquista, o
anticapitalista), no es por una cuestión ideológica a priori; tampoco
porque me apasione la política (prefiero el ocio). Sino por una cuestión
racional y a la vez moral: es la única opción que me permite conservar
la dignidad como ser humano. Porque un privilegio puede ser
placentero, y muchas cosas más, pero es por definición indigno. Como
también lo es buscar mil excusas para no alzar al menos la voz contra
semejante genocidio silencioso una vez que se hace innegable (por
ejemplo, los pretextos torremarfilistas que exigen la perfección a
quienes sí se oponen, como si la pasividad no fuera de entrada mucho
más imperfecta).
En las películas de Ciencia-Ficción, los
extraterrestres suelen retratarse superdesarrollados sólo
tecnológicamente. Supongamos que algún día nos visitaran, pero
estuvieran también superdesarrollados éticamente. En ese caso, lo
primero que harían sería realizar estadísticas parecidas a las de la FAO
y el Global Footprint Network, y seguramente, con cara extrañada, nos
preguntarían: perdonad, pero… ¿qué estáis haciendo? ¿Qué clase de
seres sois? Aquí hay comida para todos, ¿cómo es que una minoría vive en
la opulencia mientras la mayoría se muere de hambre? Lo mismo dirían
Jesucristo y Mahoma, si Dios existiera y les permitiera volver.
Si ese día llegara, me gustaría que no
se me tuviera que caer la cara de vergüenza; me gustaría poder decirles:
yo siempre me opuse a esta barbarie. Y el único modo de hacerlo es
siendo comunista.
___________
* Manuel M. Navarrete es
Licenciado en Filología Hispánica y Máster en Profesorado por la
Universidad de Sevilla (Andalucía). Activista de los movimientos
sociales y del sindicalismo alternativo. Pesimista de la razón y
optimista de la voluntad
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