"Italia era una sociedad profundamente
patriarcal. La influencia del fascismo fue muy fuerte, y el fascismo
ensalzaba la maternidad y una imagen abnegada de la feminidad: la mujer
se sacrifica por el bien común. Todos estos elementos provocaron mi
entusiasmo inmediato por el movimiento feminista."
La Haine
Silvia Federici (1942, Parma, Italia), escritora, profesora y
activista feminista estadounidense, se sitúa en el movimiento autónomo
dentro de la tradición marxista. Es autora de Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria y de Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas,
ambas publicadas por la editorial Traficantes de Sueños. Silvia
Federici pertenece a un grupo de pensadoras que rechazan firmemente la
idea de que patriarcado, trabajo doméstico y desigualdad de las mujeres
se sitúen “fuera” del capitalismo. Federici plantea en esta entrevista
que el trabajo doméstico de las mujeres es en realidad un conjunto
complejo de actividades que contribuyen a la reproducción de la fuerza
de trabajo para el capital, y de las cuales el capital se beneficia
porque se trata de un trabajo no remunerado. Además, Federici comenta
los mecanismos mediante los cuales se impuso esta condición a las
mujeres durante el periodo en el que tuvo lugar la acumulación primitiva
mediante la violencia y la exclusión social, y no como continuación
natural de una relación previa. Publicamos esta conversación entre la
autora y Tesa Echeverria y Andrew Sernatinguer, publicada en Marxismo Crítico
Tesa Echeverria (TE): ¿Háblanos un poco de ti? ¿Cómo te implicaste en la lucha feminista y cómo te convertiste en escritora?
Silvia Federici (SF): Me impliqué en el movimiento
feminista en la década de los setenta porque, como muchas mujeres de mi
generación, compartíamos un sentimiento de frustración ante nuestras
perspectivas de una vida dedicada al trabajo doméstico. A finales de la
década de los sesenta, llegué a EEUU para trabajar en mi tesis.
Participé en el movimiento estudiantil y pacifista, y sentí que estaba
en un entorno muy masculino.
La razón de mi implicación con el feminismo es mucho más profunda. Me crié en la época de posguerra en Italia. El impacto de segunda guerra mundial contribuyó a que se generara cierta desafección hacia la cuestión de la reproducción. La masacre provocada contribuyo a que nos resultara muy extraña la sola idea de idealizar la maternidad como lo hicieran nuestras madres.
La razón de mi implicación con el feminismo es mucho más profunda. Me crié en la época de posguerra en Italia. El impacto de segunda guerra mundial contribuyó a que se generara cierta desafección hacia la cuestión de la reproducción. La masacre provocada contribuyo a que nos resultara muy extraña la sola idea de idealizar la maternidad como lo hicieran nuestras madres.
Por otra parte, por supuesto, Italia era una sociedad profundamente patriarcal. La influencia del fascismo fue muy fuerte, y el fascismo ensalzaba la maternidad y una imagen abnegada de la feminidad: la mujer se sacrifica por el bien común. Todos estos elementos provocaron mi entusiasmo inmediato por el movimiento feminista.
Andrew Sernatinguer (AS): Hay pocas feministas radicales
economistas, y el pensamiento marxista se ha preocupado poco por el
trabajo de las mujeres en particular. Se te conoce por tu defensa del
“salario para el trabajo doméstico”, ¿podrías explicarnos en qué
consiste y dónde radica su importancia?
SF: En 1972 leí un artículo de una economista italiana, Maria Dalla
Costa, «El poder de la mujer y la subversión de la comunidad». En dicho
artículo, Dalla Costa presentaba un análisis del trabajo doméstico que
respondía a muchos de los interrogantes que yo me planteaba. Ella
defendía, en contra del
planteamiento dominante en la literatura tanto
radical como liberal, que el trabajo doméstico y todo el conjunto de
actividades esenciales para la reproducción de nuestras vidas, en
realidad, constituyen un trabajo esencial para la organización del
trabajo capitalista. Se trata de actividades que no solo producen comida
o ropa limpia, sino que reproducen la fuerza de trabajo. Esto las
convierte, en cierto sentido, en el trabajo más productivo del
capitalismo. Sin él no podrían darse otras formas de producción.
El argumento me produjo una enorme impresión y, en el verano de 1972, viajé a Italia para conocer a Dalla Costa. Entonces, me impliqué en la fundación del International Feminist Collective [Colectivo Feminista Internacional] que lanzó la Campaña Salario para el Trabajo Doméstico. Constituía la puesta en práctica de ese análisis, que básicamente ponía de manifiesto la infravaloración del trabajo doméstico bajo el capitalismo y la invisibilidad de esas tareas porque no estaban remuneradas con un salario.
Muchas feministas no veían con buenos ojos esta campaña porque
consideraban que con ella se institucionalizaba el papel de las mujeres
en el hogar. Sin embargo, una de las cosas que pretendía la campaña era
precisamente visibilizar el trabajo doméstico, plantear una redefinición
de en qué consistía realmente esa forma de trabajo y concienciar a la
sociedad en ese sentido. Queríamos poner de manifiesto que se trata de
un trabajo esencial, fundamental, y no un servicio personal prestado a
los hombres y a la prole. La reivindicación tenía también una dimensión
económica importante, en el sentido de que veíamos cómo muchas mujeres
se veían abocadas a una relación de dependencia con los hombres al no
estar remunerado su trabajo. Ahí residía la raíz de las relaciones de
poder, en los casos, por ejemplo, en los que las mujeres no podían
abandonar una relación de abuso por su situación de dependencia.
Esta condición de no asalariadas perseguía a las mujeres en todos los
ámbitos, incluso cuando aceptaban un trabajo fuera del hogar. Para
nosotras, ese trabajo no remunerado que acompañaba a las mujeres de por
vida, explicaba indudablemente las condiciones a las que se enfrentaban
al trabajar fuera del hogar: salarios más bajos y en ocupaciones en su
mayor parte entendidas como extensiones del trabajo doméstico.
Esa reivindicación nunca fue nuestro último objetivo, pero sí una manera
de equilibrar las relaciones de poder entre mujeres y hombres, y entre
las mujeres y el capital. Exigía analizar el salario en sí y a
preguntarnos por ¿qué es el salario? Nos llevaba a superar a Marx.
Para Marx, el salario oculta el trabajo no remunerado que realizan los
trabajadores, pero él no acertaba a ver cómo además el salario ha sido
utilizado para establecer jerarquías en el ámbito del trabajo, por
razones de género, pero también raciales.
Creíamos que el salario para el trabajo doméstico era un elemento
desestabilizador que socavaba una división sexual-social del trabajo
injusta y basada en la desigualdad. En cierto sentido, cumplía la misma
función que en otro tiempo cumplieran las revueltas contra la
esclavitud. Solíamos decir que había una importante diferencia entre la
lucha por el salario de las personas esclavas y la lucha por unas
mejores condiciones salariales de los trabajadores. Echaba por tierra
toda una arquitectura social extremadamente poderosa capaz de dividir a
las personas y naturalizar el hecho de que una inmensa cantidad de
trabajo no estuviera remunerado.
Este era el objetivo y la lógica que sustentaban la campaña que, como ya
he comentado, encontró la oposición de muchos sectores del movimiento
feminista. En los últimos tiempos, sin embargo, he percibido un cambio
en este sentido. Algo que creo que refleja tu pregunta. Hay un interés
renovado por el tema que creo que guarda relación con el hecho de que
treinta años después se ha desvanecido en buena medida la ilusión del
potencial emancipador del trabajo asalariado fuera del hogar, que
entonces albergaba el movimiento feminista.
TE: La lectura de los primeros ensayos recogidos en Revolución en punto cero
en los que abordas el tema de la reproducción y en los que destacas
hasta qué punto se trata de una forma de trabajo valioso, y cómo el
salario para el trabajo doméstico constituye una herramienta para
ponerlo de manifiesto, ha sido muy esclarecedora para mí.
SF: ¡Sí! De hecho titulé el primer ensayo del libro «Salarios contra el trabajo doméstico», porque para nosotras era evidente que los salarios para el trabajo doméstico eran a la vez salarios contra el trabajo doméstico. Las mujeres que se han rebelado contra el trabajo doméstico han padecido un enorme sentimiento de culpa. Nunca se han percibido a sí mismas como trabajadoras en lucha. Tampoco sus familias o comunidades las han visto como trabajadoras en lucha cada vez que han pretendido oponerse al desempeño de esas tareas; más bien se las ha visto como mujeres malas. Hasta ese punto ha llegado el proceso de naturalización. No te ven como trabajadora, sino que estás cumpliendo tu destino natural como mujer. Para nosotras la reivindicación del salario para el trabajo doméstico suponía cortar el cordón umbilical entre nosotras y el trabajo doméstico.
SF: ¡Sí! De hecho titulé el primer ensayo del libro «Salarios contra el trabajo doméstico», porque para nosotras era evidente que los salarios para el trabajo doméstico eran a la vez salarios contra el trabajo doméstico. Las mujeres que se han rebelado contra el trabajo doméstico han padecido un enorme sentimiento de culpa. Nunca se han percibido a sí mismas como trabajadoras en lucha. Tampoco sus familias o comunidades las han visto como trabajadoras en lucha cada vez que han pretendido oponerse al desempeño de esas tareas; más bien se las ha visto como mujeres malas. Hasta ese punto ha llegado el proceso de naturalización. No te ven como trabajadora, sino que estás cumpliendo tu destino natural como mujer. Para nosotras la reivindicación del salario para el trabajo doméstico suponía cortar el cordón umbilical entre nosotras y el trabajo doméstico.
TE: Y, por abordar el debate de la economía doméstica. Muchos
defenderían que el modo de producción capitalista consiste en acudir a
un lugar de trabajo, vender su fuerza de trabajo, obtener un salario a
cambio y se acabó. El trabajo doméstico queda fuera de esa definición.
¿Me gustaría saber qué opinas sobre esto?
SF: ¡Estoy absolutamente en contra! Ahí radica la razón por la que inicié el recorrido histórico recogido en Calibán y la bruja.
Quería fundamentar tanto histórica como teóricamente que el trabajo
doméstico no constituía un legado ni un resto de la era pre capitalista,
sino una forma específica de relación social construida por el
capitalismo. Es decir, que constituía una nueva actividad.
El trabajo que realicé estaba orientado a mostrar cómo el capitalismo
había construido la figura del ama de casa. Obviamente, esa construcción
se produjo a lo largo de los distintos periodos históricos y en
respuesta a distintas demandas. Arrancamos de los siglos XVI y XVII,
cuando tuvo lugar la bifurcación de las actividades derivadas del
trabajo, y que sentó las bases para que solo algunas de ellas fueran
reconocidas como tal, con la implantación de la economía de mercado.
Solo se valoraba el trabajo asalariado, y con ello se inició la
desaparición de las actividades reproductivas remuneradas. Ese fue el
primer paso fundacional y fundamental.
Obviamente, después, a lo largo del siguiente siglo y, en concreto, en
el siglo XIX es posible rastrear toda una serie de políticas muy
específicas. En Calibán y la bruja destaco que en Europa,
llegado el siglo XVII, las mujeres habían sido expulsadas de la mayor
parte de las ocupaciones que tenían fuera del hogar. Anteriormente, en
la Edad Media, se las expulsó de los gremios, en cierto sentido
equivalentes a las organizaciones de trabajadores que hoy conocemos. Al
poco tiempo, ya solo accedían a actividades relacionados con el trabajo
doméstico, como enfermeras, nodrizas, criadas, lavanderas, etc. A lo
largo de los siglos XVI y XVII emergió de un modo muy concreto y preciso
en términos históricos, una nueva forma de trabajo crecientemente
invisibilizado.
En la segunda mitad del siglo XIX, se aprecia una construcción también
específica del ama de casa a tiempo completo y de clase obrera. Todo un
conjunto de políticas –el inicio del “salario familiar”, la expulsión de
las mujeres de las fábricas mediante distintas leyes de protección y la
institución del matrimonio– demostraban esa tendencia. Es una larga
historia que pone de manifiesto cómo el trabajo doméstico es una forma
de trabajo que ha quedado subsumida bajo la lógica de la organización
capitalista del trabajo.
Lo cierto es que forma parte de “la cadena de montaje” productora de la
fuerza de trabajo. Marx nos habla de la reproducción de la fuerza de
trabajo pero lo hace de un modo muy peculiar. Para él se produce a
través del salario y la adquisición de mercancías por medio de ese
salario. El trabajador consume las mercancías. Básicamente utiliza la
paga para comprar comida y ropa; consume tales mercancías y se reproduce
a sí mismo. En el cuadro que nos presenta Marx no hay ni rastro de
ningún otro trabajo.
Siempre he tendido a explicar este fenómeno basándome en que los tiempos
de Marx eran los tiempos de desarrollo del capitalismo industrial,
momento en que el empleo femenino alcanzó un punto álgido en las
fábricas, sobre todo en el caso de las mujeres jóvenes. Quizá Marx se
basara en esta mano de obra femenina industrializada, en aquella fase
inicial del desarrollo industrial, para afirmar que el trabajo
reproductivo era extremadamente escaso. Es una posible explicación que
esgrimo para explicar su malentendido. Pero, obviamente, hay que
profundizar mucho más para explicar la reproducción de la fuerza de
trabajo en términos tanto cotidianos como generacionales. A partir de la
década de los años sesenta del siglo XIX, este trabajo se asignó
definitivamente a las mujeres.
Con la llegada del siglo XX, y posteriormente con la primera guerra
mundial, tiene lugar un proceso que puede tildarse de producción
concertada del ama de casa. El trabajo doméstico pasa a convertirse en
una ciencia. Algo que se enseña en las escuelas a todas y cada una de
las niñas. Entonces se emprendió también una campaña ideológica que
convertiría el hogar en un centro de producción y de reproducción de la
fuerza de trabajo. El argumento que defiende que el trabajo doméstico es
esencial para el proceso de valorización del capital tiene una fuerte
raigambre histórica.
AS: Algo fundamental en este sentido es que muchos marxistas
se aferran a la teoría del valor como pieza esencial para entender el
capitalismo y argumentar su crítica. Hablas de reproducción pero, si no
me equivoco, en el Libro primero de El capital Marx solo dedica
un par de páginas al tema, lo cual supone un reduccionismo similar al
de afirmar que toda reproducción es a su vez producción. Me preguntaba
si a tu defensa del salario familiar le corresponde una teoría del valor
equivalente. Algo que permita entender de qué forma las mujeres
contribuyen a la generación de plusvalía.
SF: La plusvalía es un producto social. En ningún caso es un producto
que pertenezca a una persona o actividad concreta. Este aspecto
desarrollado por Marx sigue siendo muy importante y válido. Bajo el
capitalismo, la producción del valor nunca deriva de un lugar concreto
sino que está determinado socialmente. En otras palabras, se trata de
una “extensa cadena de montaje” (recurro al término en sentido
figurado), necesaria para la generación de plusvalía. Obviamente, la
plusvalía se genera al venderse en el mercado los productos del trabajo.
Si tienes una fábrica que produce una docena de coches que no llegan a
venderse nunca, no se genera plusvalía.
Lo que pretendo decir con esto es que las actividades implicadas en la
reproducción del trabajador asalariado forman parte de esa cadena de
montaje: son parte de un proceso social que determina la plusvalía.
Aunque no podamos precisar una relación directa entre lo que tiene lugar
en una cocina y el valor que se genera, por ejemplo, con la venta de un
coche o de cualquier otro producto, cuando contemplamos la naturaleza
social de la producción de valor, se despliega una “fábrica social” más
allá de la propia fábrica.
TE: Partiendo de esa idea, ¿cómo podría cambiar esa dinámica
algo como el salario para el trabajo doméstico? ¿Entraría en una
relación distinta la propia obtención de un salario?
SF: Para nosotras, el elemento definitorio de la Campaña Salarios
para el Trabajo Doméstico era que contenía un elemento para la unidad
entre las mujeres. No solo con respecto a las implicaciones que tendría
en términos de una redistribución de la riqueza, que daría a las mujeres
más poder y abordaría la cuestión de la relación de dependencia con
respecto a los hombres, y, por tanto, cambiaría la relación entre
hombres y mujeres, sino por su poder de cohesión. Lo primero que has de
plantearte cuando formulas una reivindicación es si favorece la unidad,
si te da más fuerza para la lucha, o si se trata de una reivindicación
que acaba restableciendo o ahondando en las divisiones entre las
personas.
Salarios para el Trabajo Doméstico era una campaña por la unidad de las
mujeres porque, en efecto, veíamos que una minoría de mujeres eran como
hombres a todos los efectos prácticos desde su control del capital y
como capitalistas, pero la mayoría de las mujeres del planeta que
realizan el trabajo doméstico, sin embargo, están devaluadas, y muy a
menudo dependen económicamente de los hombres tanto en casa como fuera
de casa. De modo que para nosotras, esta reivindicación era prioritaria
para lograr la unidad a la vez que visibilizaba el trabajo que estábamos
realizando y ponía de manifiesto la devaluación del trabajo doméstico
bajo el capitalismo. Para nosotras nunca fue algo del tipo: «Vale, llega
un cheque a casa, pero todo sigue igual».
AS: Me gustaría detenerme un poco en este punto. Una cosa de
la que me di cuenta al leer tus ensayos es que tomas una idea que por sí
misma es muy sencilla, como el salario para el trabajo doméstico, pero a
partir de ahí surgen muchas pequeñas distinciones y matices. ¿Podrías
profundizar en ellos? Por ejemplo, decías que el salario para el trabajo
doméstico debería provenir del capital, y que no defiendes que el
trabajo doméstico pase a formar parte de la fuerza de trabajo
asalariada. ¿Podrías hablarnos de la reivindicación del salario para el
trabajo doméstico y cómo funcionaría? ¿Quiénes son sus agentes y cómo
concibes que se “administre”?
SF: Se nos pidió muchas veces que explicáramos “el programa”
pormenorizadamente, y nosotras siempre nos hemos resistido a ello. Somos
conscientes de que, como en las prestaciones sociales y muchas otras
formas de asistencia social, todos estos programas pueden organizarse y
administrarse de muchas formas diferentes: pueden ser definidos de forma
que unan a la gente, que la dividan, que creen jerarquías o que no las
creen. La seguridad social, por ejemplo, se ha organizado de forma que
queden excluidas las personas que hacen el trabajo doméstico. Puedes
estar trabajando toda tu vida, pero en casa nunca tendrás seguridad
social, salvo a través de tu marido, e incluso en ese caso ¡solo después
de una relación de nueve años!
Nos resistimos a entrar en temas específicos porque nos dimos cuenta de
que en ese aspecto todavía teníamos que construir un poder social que
nos permitiera cuestionar las políticas del Estado por la vía de la
reivindicación del salario para el trabajo doméstico en los términos en
los que lo habíamos concebido. En otras palabras, vimos que podía
organizarse algo parecido a lo que había sucedido con las prestaciones
sociales, cuya estructura iba bastante en detrimento de las mujeres que
las recibían.
Siempre fuimos muy conscientes de la cuestión del poder social, «¿qué
poder tenemos para luchar por ciertas reivindicaciones?». Siempre
tuvimos claras algunas cosas: la primera, que tenía que el cambio
tendría que venir del Estado, y no de los hombres de forma individual.
Veíamos al Estado como representante del capital colectivo. La segunda,
todo empresario se beneficia del hecho de que hay alguien en casa
haciendo el trabajo doméstico, ya sean hombres, mujeres o niños-niñas.
Éramos muy conscientes de que teníamos que hacer hincapié en que se
trataba de salarios para el trabajo doméstico, no salarios para
las amas de casa, ni salarios para las mujeres. Considerábamos que
esta reivindicación tenía el potencial de desexualizar el trabajo
doméstico y veíamos que podía satisfacerse de muchas formas, no solo por
la vía monetaria, sino también con ayudas para la vivienda, por
ejemplo. Uno de nuestros argumentos es que para las mujeres, la casa es
la fábrica; en ella tiene lugar la producción. Por tanto, esperamos ser
pagadas por ello. Pero no queríamos luchar por el cuidado de los hijos
de la forma en que muchas lo han hecho, viendo en las reivindicaciones
de atención al cuidado de las criaturas una vía para liberar tiempo para
trabajar fuera del hogar.
Los salarios para el trabajo doméstico se podían obtener a través de un
salario, pero también a través de todo un abanico de prestaciones y
servicios que permitieran el reconocimiento de las actividades que se
desarrollan dentro del hogar como un proceso de trabajo, y que las
personas que lo realizan tiene derecho a tener tiempo libre fuera de él.
De modo que nunca desarrollamos un plan de acción porque esperábamos
obtener más poder antes de vernos verdaderamente implicadas en una
negociación que abriera un mapa de posibilidades.
TE: Me gustaría pasar a otro tema y plantear la cuestión de la acumulación primitiva de la que hablas en Calibán y la bruja.
Marx expuso cómo el capitalismo creció y obtuvo su acumulación
originaria a través de la conquista, el robo y la esclavitud. En el
libro expones tus ideas sobre la acumulación originaria, que se
relacionan estrechamente con las de Marx, pero también guardan
importantes diferencias. ¿Podrías explicarlas?
SF: La noción de acumulación primitiva fue elaborada por Adam Smith, de quien la tomó Marx para desarrollar sus propios argumentos. Marx explicó que para que se produjera el origen del capitalismo hubo un proceso previo de ordenamiento de algunas de las relaciones fundamentales y de acumulación de algunos de los recursos necesarios para que despegara el capitalismo. En concreto, era necesario separar a los productores de los medios de producción.
SF: La noción de acumulación primitiva fue elaborada por Adam Smith, de quien la tomó Marx para desarrollar sus propios argumentos. Marx explicó que para que se produjera el origen del capitalismo hubo un proceso previo de ordenamiento de algunas de las relaciones fundamentales y de acumulación de algunos de los recursos necesarios para que despegara el capitalismo. En concreto, era necesario separar a los productores de los medios de producción.
Marx describe ese proceso como un periodo de acumulación primitiva, lo
que equivale a decir, acumulación de tierra, trabajo y plata. En los
siglos XVI y XVII tuvo lugar la conquista de una parte del continente
americano y aquello trajo los recursos necesarios para impulsar la
economía de mercado. En muchos lugares de Europa, empezando por
Inglaterra y Francia, se inició el proceso de cercamientos que expropió a
la mayoría del campesinado. Esto transformó progresivamente a una
población de campesinos, granjeros, artesanos, etc., con cierto acceso a
los medios de su reproducción, en poblaciones totalmente desposeídas y
abocadas a trabajar por una miseria.
Lo que defiendo en mi libro es que la descripción que Marx hace de este
proceso es extremadamente limitada. Probablemente él ve la importancia
de la conquista colonial y de los cercamientos de tierras como esencial,
pero lo que omite son otros procesos que, desde mi visión, son
fundamentales para lo que se convertiría en la nueva sociedad
capitalista.
En concreto, Marx ignoró el papel de la caza de brujas, que fue una
guerra en toda regla contra las mujeres; cientos de miles de mujeres
fueron arrestadas, torturadas, asesinadas y quemadas en las plazas
públicas.
Tampoco aborda el papel de la legislación que penalizaba todos
los métodos de anticoncepción ni el control sobre el proceso de
reproducción biológica, o las leyes que introdujeron un nuevo tipo de
familia, un nuevo tipo de relaciones sexuales. Eso situó el cuerpo de
las mujeres bajo la tutela del Estado. Lo que se empieza a ver con el
desarrollo del capitalismo es una política que ve el cuerpo de las
mujeres y la procreación como un aspecto fundamental para la
reproducción de la fuerza de trabajo. En ese sentido, con el desarrollo
del capitalismo, los cuerpos de las mujeres son convertidos en máquinas
para la producción de trabajadores, lo que explica por qué esas leyes
tan violentas y sangrientas contra las mujeres eran instituidas allí
donde se aplicaba la pena capital para cualquier forma de aborto.
Lo que he señalado en Calibán y la bruja es que hay otra
historia que está por escribirse: una historia no solo del proceso de
producción, sino de la transformación del proceso de reproducción de la
fuerza de trabajo. Es una historia que ve cómo el Estado básicamente
libra una guerra contra las mujeres, destruyendo su poder, relegándolas a
posiciones de trabajo no remunerado.
Ese es el trabajo histórico que he realizado, que no solo añade un nuevo
capítulo a lo que ya sabíamos de este periodo, sino que, de alguna
forma, redefine lo que es el capitalismo y cuáles son los requisitos
para la reproducción de la sociedad capitalista. Al escribir esta
historia, he desarrollado un marco teórico que más tarde he utilizado
para interpretar la reestructuración de la economía global.
TE: En Calibán y la bruja
hablas de los juicios de brujas y elaboras el concepto de Marx de
acumulación originaria, pero también amplías las categorías de aquello
que es acumulado. Te detienes a examinar la tierra, el trabajo y el
dinero, pero también hablas de los conocimientos de las mujeres sobre
anticonceptivos, por ejemplo, y cómo fuimos desposeídas del conocimiento
de nuestros propios cuerpos y de nuestra capacidad para reproducir o
formar las familias que eligiéramos.
SF: ¡Así es! Partiendo de esa reelaboración de la acumulación
originaria puedes pensar en muchos otros cercamientos: no solo los
relativos a la tierra, sino también el cercamiento del cuerpo. Tu cuerpo
queda cercado en el momento en que estás tan aterrorizada que no puedes
ni controlar tu propia reproducción, tu vida sexual. Podemos pensar en
un cercamiento del conocimiento porque, por ejemplo, hubo un ataque
contra los medios que las mujeres habían usado para controlar la
procreación. Las mujeres eran transmisoras de una inmensa cantidad de
saberes. Hoy podemos mirar con incredulidad hacia algunos de ellos y
pensar que quizá no fueran muy válidos como métodos anticonceptivos
fiables, pero, de hecho, se transmitieron muchas técnicas de generación
en generación.
Mi objeción a la argumentación de Marx, siendo importante como es, es su
limitada concepción del proceso de desposesión necesario para la
creación del proletariado moderno.
AS: Uno de los puntos que mencionas en tu libro Revolución en punto cero
es una especie de crítica al canon marxista o anticapitalista. ¿Puedes
profundizar en esta idea y explicar qué impacto tiene el comprender los
aspectos de género del capitalismo sobre nuestra práctica política?
SF: Tengo la sensación de que la cuestión de la reproducción es
esencial no solo para la organización capitalista del trabajo, sino que
también es central en cualquier proceso revolucionario verdadero,
cualquier proceso genuino de transformación social. Creo que actualmente
es especialmente importante porque vemos en primer lugar que ni el
Estado ni el mercado contribuyen a la reproducción. El desmantelamiento
del Estado de bienestar se está llevando a cabo en todo el mundo y de
tal manera que prácticamente deja nuestra reproducción desprovista de
apoyo.
Existe otra necesidad que tiene que ver con la desintegración del tejido
social de nuestras vidas y nuestras comunidades debido a la destrucción
económica que hemos visto en las últimas tres décadas. Las formas de
organización y los tipos de lazos de solidaridad que se habían
construido a lo largo de los años básicamente ya no existen. Deberá
producirse todo un proceso de reconstrucción si queremos reunir el poder
para empezar a cambiar nuestras vidas e imponer un modelo diferente de
sociedad. El trabajo reproductivo y todo lo que sucede en el hogar es
fundamental porque muestra de forma muy clara todas las divisiones que
mantienen a la gente esclavizada en esta sociedad, empezando por la
división entre mujeres y hombres, pero también entre jóvenes y viejos y
también sobre la base de la “raza”.
AS: Lo que sugiero es que muchas personas de la extrema
izquierda, tanto anarquistas como marxistas, aunque piensan que los
temas de las mujeres son importantes, siguen poniendo el foco todavía en
el trabajo formal. Pueden estar de acuerdo con muchos de tus
argumentos, pero dirían que con los recursos que tenemos, debemos
centrarnos en la fábrica capitalista o en el lugar de la producción
formal, porque es ahí donde descansa el máximo potencial de
transformación. ¿Qué opinión te merece esto?
SF: En mi opinión es una visión muy estrecha de lo que se ha llamado
la lucha de clases. Incluso en términos de nuestra historia reciente,
muchos de los movimientos que tuvieron un profundo impacto en los años
sesenta y setenta del siglo pasado eran movimientos cuya base de poder
estaba en buena medida fuera de la fábrica. El movimiento por los
derechos civiles, el movimiento del poder negro, no se basaban en la
fábrica. Con ellos debería haber quedado demostrado que existe un poder
que reside en la comunidad, y no solo en la fábrica. Con la
precarización del trabajo y el tipo de chantaje al que la población
asalariada está hoy sometida, encontramos que incluso las luchas en el
lugar de trabajo asalariado tienden a no tienen éxito a menos que
cuenten con el apoyo de la comunidad. Esa conexión entre fábrica y
comunidad era la regla antes de los años treinta y cuarenta con el New Deal.
Necesitamos repensar esa escisión. Me parece que el aspecto central de
la lucha hoy es cómo transformamos el tipo de reproducción que
generalmente se nos impone, cómo nos reproducimos como trabajadores y
trabajadoras, como fuerza de trabajo y como personas destinadas a
diferentes formas de explotación. Necesitamos transformar eso en un
trabajo reproductivo capaz de reproducirnos de acuerdo a nuestras
verdaderas necesidades y deseos. Ese es uno de los principales retos que
hoy debemos abordar.
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