"...la política de sumisión interna puesta
en marcha durante las inmediatas décadas por el segmento del KAS antes
mayoritario, juega ahora radicalmente en su contra. E idem, la fidelidad
a la comunidad nacionalista radical del segmento soberanista y
movimentista lastra las nuevas líneas de fuga.
Pese a todo lo expuesto, la
caracterización hasta la fecha de este espacio como de voluntad de
ruptura con el proyecto capitalista, choca inevitablemente con una
normalización socialdemócrata anhelada por sus élites."
Juantxo Estebaranz
http://argelaga.wordpress.com/
Argelaga (Revista antidesarrollista y libertaria)
Artículo de Juantxo Estebaranz acerca del papel condicionante del soberanismo en la escena social vasca y de las dificultades en sostener un discurso alternativo no determinado por éste. Destacaríamos la propuesta de comedores escolares como práctica a ser tenida en cuenta, muy relacionada con los huertos urbanos, la agroecología y la alimentación sana. El autor es sobradamente conocido en los ambientes radicales, en sus múltiples facetas de editor, investigador, conferenciante y analista. Sus trabajos sobre los comandos autónomos y el anarquismo vasco son meritorios, así como su labor editorial en Muturreko burutazioak y en la revista Resquicios. A su pluma se deben libros importantes para comprender momentos cruciales de la época como Tropicales Radicales y Los Pulsos de la Intransigencia, así como numerosos artículos aparecidos en publicaciones alternativas y libertarias.
1. Sobre el espacio político vasco a tres
En los pasados comicios, la coalición eh
Bildu formulaba un discurso tendente a disputar la hegemonía del
discurso nacionalista al Partido Nacionalista Vasco, con una campaña en
la que se mezclaban golpes publicitarios (como la presentación de la
candidatura en el balcón del hotel Carlton, efímera sede del Gobierno
Vasco del 37 presidido por Aguirre), con un discurso prioritariamente
nacionalista. La estrategia aspiraba al menos a igualar los resultados
de 1998 (sumar los votos de entonces de Eusko Alkartasuna y Euskal
Herritarrok), y recuperar así los votos nacionalistas que bajo el
concepto de «voto útil» se habían traspasado durante los años de
ilegalización de la izquierda abertzale y la paralela debacle de la
opción ea. El objetivo a la luz de los datos, no se ha conseguido.
El espacio electoral vascongado se había
simplificado de cuatro opciones en liza (izquierda/derecha +
españolistas/vasquistas) tras la asunción del gobierno de la CAV por el
PSE en 2009 a tres (españolistas (PSE + PP) y vasquistas de derechas
(PNV) o izquierda (EA + Izquierda abertzale unidos luego en Bildu). La
apuesta de eh Bildu, en la que se alardeaba incluso con optar a la
lehendakaritza, consistía en forzar el espacio a dos (PSE + PP + PNV)
que encarnarían la vía autonomista, contra la independentista y de
izquierda encarnada en EH Bildu. Tampoco el reparto de escaños ha dado
razón a esta apuesta estratégica, reflejándose un avance del tercio
vasquista de derechas, un retroceso del tercio españolista (desgastado
por su propia simplificación como espacio político) y una irrupción
nítida del último tercio, el independentista.
Espacio político a tres en
el que el futuro manejo de un Gobierno Vasco de la mano del PNV, jugará
no sólo con variar sus alianzas de cara a garantizar la estabilidad de
un gabinete en minoría parlamentaria, sino que también será una
importante opción para romper cualquier veleidad de aparición de ese
escenario político a dos sobre el que sueña eh Bildu en el que el PNV
terminaría (como ha sido el caso de PP y PSE) difuminado y fagotizado.
Bien se sabe que en política 1+1 no son 2, sino 1.
Del nuevo escenario post-ETA
La desaparición de eta como organización
armada en 2011 pero también y principalmente su progresiva difuminación
como agente político, constituye un fenómeno insoslayable para la
presente década.
Por un lado, su desplazamiento como
vanguardia política del espacio independentista para constatarse la
hegemonía de un sector sinceramente socialdemócrata en este bloque,
desplaza el eje de la intervención de este sector hacia los espacios de
la democracia formal, centrándose éste en conquistar y rentabilizar una
importante parcela del espacio institucional. La disciplinada comunidad
nacionalista radical se encamina así, más por fidelidad a la misma que
por una íntima convicción, hacia los pagos de la normalización
democrática. La persistencia de una fuerte cultura movilizatoria en su
seno, queda ahora más como un hándicap para sus dirigentes, pese a que
siga siendo utilizada por estos dentro del guión del proceso de
pacificación en curso.
Por otro, tras 25 años en los que la
izquierda independentista ha mantenido en solitario los repertorios de
la lucha armada a través de ETAm, y el cruel corolario de los actuales
700 presos (el resto de opciones armadas vascas de izquierda
desaparecieron para 1985), se va imponiendo en la actualidad un discurso
que rechaza el uso de la violencia ya no desde parámetros de utilidad u
oportunidad, sino principalmente esencialista que se añade cómodo a los
parámetros habituales de la cultura de la democracia formal,
defendiendo como vía única el ejercicio de una desobediencia civil
prioritariamente como consigna. Con ello, se encuentra una relectura del
pasado periodo histórico de luchas en similar clave, que, utilizando
claves equívocas como reconciliación y una visión patrimonial del
periodo, redunda en una simplificación histórica que borra con ella la
diversidad y profundidad de este periodo de resistencia.
Así, quienes en la actualidad persisten
en defender y utilizar ocasionalmente repertorios violentos en función
de los parámetros éticos de la violencia revolucionaria, argumentos que
hasta 2010 eran considerados claudicantes por el bloque soberanista, son
vistos ahora como irredentistas. Y quienes lleguen a practicarla como
enemigos del proceso de paz puesto en marcha a quienes se les garantiza
como mínimo el desamparo de una comunidad nacionalista radical, que
había sido conformada mediante su conciencia antirrepresiva.
De este modo, la desaparición de ETA
como organización armada para 2010, contribuye a la marginación de los
repertorios violentos de la cultura movimentista no sólo
independentista, además de ser factor de vigorización de la nueva élite
socialdemócrata del soberanismo vasco.
2. Escenario social desafecto. Las tres sensibilidades
En marzo de 2012 un joven bilbaíno era
asesinado de un pelotazo por los antidisturbios de la policía autonómica
vasca a la salida de un partido de fútbol. Apenas cuatro meses después
de los incidentes por el desalojo del centro social ocupado Kukutza, la
ciudad aún estaba caliente. Tras una agonía hospitalaria que se prolongó
durante varios días (cuestión que mantenía en tensión principalmente a
los hinchas locales), se produjo la muerte del joven e inmediatamente
las movilizaciones de protesta. Mientras la izquierda independentista y
los colectivos alternativos se dilataban en pactar una manifestación
conjunta, se produjeron diversas concentraciones en el lugar del
asesinato o en el estadio local, convocadas por las peñas futbolísticas y
los amigos del finado. Días más tarde, tenía lugar una concentración
frente a una comisaría, bajo el lema de «prohibición del uso policial de
las pelotas de goma» (convocada anónimamente mediante las redes
sociales), y en el fin de semana, la manifestación de colectivos y
partidos centrada en el rechazo de la violencia policial.
Pocas fueron las personas que se
prodigaron en los tres ambientes de rechazo que nacieron del hecho (el
ligado al espacio del propio asesinado centrado en el duelo, la
concentración «autoconvocada» con un lema centrado en la moderación de
los excesos policiales y la manifestación que giraba alrededor de la
memoria antirrepresiva de las luchas locales); la falta de una
imbricación de los tres ambientes y la tardía respuesta desde los
colectivos alternativos e independentistas que no supieron recoger a
tiempo el guante de la indignación, provocó de este modo la falta de
articulación de una respuesta en los términos que el asesinato policial
requería, en un tempo en el que las inmediatas movilizaciones pro-squatt
servían de caldo de cultivo para que el malestar social pudiera haberse
materializado en una vigorosa protesta.
Este proceso, al que se sumaban otros de
similares características (como los recelos desde la izquierda
independentista e incluso desde los colectivos alternativos frente al
estallido local del 15M en 2011), visualizaban de nuevo así la
existencia en el tejido reivindicativo vasco de tres espacios desafectos
diferenciados, capaces de cada cual de movilizar distintos segmentos
sociales bajo parámetros también distintos.
Por lo tanto y a la luz de los hechos,
en los últimos años pueden diferenciarse en Hegoalde tres espacios
sociopolíticos, que plantan cara al proyecto del capitalismo neoliberal,
a los que llamaremos convencionalmente soberanista, alternativo e
indignado. Trazaremos un mapa de tensiones de los tres.
El espacio soberanista, pone su énfasis
en la construcción de un marco nacional vasco para abordar desde allí la
puesta en marcha de un proyecto social diferente. Tiene como origen el
bloque rupturista que se pusiera en marcha durante el periodo de
transición, con una rica tradición movimentista y con un fuerte
componente antirrepresivo, derivado de la continuidad de la vía armada.
Su paulatina transformación desde casi sus orígenes a través de un largo
proceso de disciplinización de corte leninista, le ha restado viveza y
por tanto capacidad de incidencia social, hasta estabilizarlo en una
comunidad nacionalista radical, quien no obstante ha sido capaz de
resistir embates tan fuertes como una década de ilegalización política.
El último ejemplo de disciplinización se
daría a finales de la época de ilegalización (2009) y en pleno proceso
de convergencia con la escisión nacionalista EA de cara a la puesta en
marcha de una opción electoral común independentista de izquierda
(posteriormente Bildu y EH Bildu), cuando desde la dirección política de
la «izquierda abertzale» se abortara el crecimiento de un movimiento
independentista de base (ya en marcha) articulado alrededor de la red
Independentistak, de cara a supeditarlo a un guión ordenado y dirigido
por su futuro partido político, Sortu.
Los últimos resultados electorales
(autonómicas CAV 2012) reflejan una importante abstención en las zonas
del interior rural vasco, zonas que coinciden con los feudos
tradicionales de las expresiones políticas de este espacio. Esta
abstención se debe interpretar como un alejamiento de un segmento de la
sensibilidad soberanista con la esfera de la política tradicional y una
falta de entusiasmo con la sincera apuesta de EH Bildu por una vía
socialdemócrata, vía que ya ha demostrado en estas zonas de tradicional
administración abertzale sus límites.
Queda la incógnita sobre el
comportamiento en este espacio soberanista de su segmento expresamente
revolucionario (lo que queda del bloque Ekin) y el tradicionalmente
movimentista. Hoy ambos libran la batalla por garantizarse un lugar en
el actual proceso de construcción y caracterización de Sortu tras su
relegalización, o en los equilibrios internos de la coalición Bildu
mediante la puesta en marcha de otras nuevas marcas como Eusko Ekintza.
Sin embargo, la política de sumisión
interna puesta en marcha durante las inmediatas décadas por el segmento
del KAS antes mayoritario, juega ahora radicalmente en su contra. E
idem, la fidelidad a la comunidad nacionalista radical del segmento
soberanista y movimentista lastra las nuevas líneas de fuga.
Pese a todo lo expuesto, la
caracterización hasta la fecha de este espacio como de voluntad de
ruptura con el proyecto capitalista, choca inevitablemente con una
normalización socialdemócrata anhelada por sus élites.
Así, la última de
las generaciones políticas del espacio soberanista (la que realizó el
esfuerzo militante durante el periodo de ilegalización de la primera
década del dos mil), es la que acusa una esquizofrenia cada vez más
evidente, esquizofrenia que en estos momentos y para esta generación
militante, bascula entre la fidelidad y el desencanto.
A falta de un mejor vocablo podemos
afirmar que durante la última década ha emergido una nueva sensibilidad
que llamaremos «indignada». Desde las movilizaciones de 2013 tras el
hundimiento del petrolero Prestige hasta el 15M de 2011, se ha ido
perfilando un espacio sociopolítico que se mueve en claves de respuesta
al proyecto capitalista pero que no se identifica con los ítems del
espacio soberanista ni alternativo aunque comparta ciertos perfiles.
Puede caracterizarse por una desafección con la esfera política
convencional, pero con una sintonía con el ideal democrático en su
concepto profundo y que desarrolla un repertorio de acción centrado en
las prácticas de desobediencia civil.
Hijos indirectos del desencanto con el
periodo neorrepublicano del primer mandato socialista (2004-08), este
sector presenta aún una cierta querencia a los discursos ciudadanistas
(que desdibujan su potencial revolucionario), aun cuando sus políticas
han ido variando de la exigencia de las promesas de la democracia formal
(participación efectiva en la política, derecho a la vivienda,…) a un
ejercicio de reinvención colectiva de la misma (15M). Crecidos al calor
del periodo de hipertecnologización capitalista global (lo que le hace
querentes al uso de artefactos y lenguajes tecnológicos), se muestran
permeables para su movilización a los efectos virales de procesos y
acontecimientos globales. Por el contrario, esta sensibilidad es reacia a
las cuestiones teñidas de problemática o planteamiento reivindicativo
nacionalista, de las que le separa su urticaria ante lo que consideran
política formal, además su carencia de conciencia histórica
antirrepresiva.
Su candidez política aun les procura ser
objeto de la seducción de proyectos de corte parlamentario (Equo,
Escaños en blanco, Partido pirata et alia), proyectos a quienes avalan
circunstancialmente con su voto. Alejados de la vía de la
socialdemocracia vasquista puede considerárseles como exponentes del
malestar de las clases medias empobrecidas y urbanas, clases que arropan
y simpatizan con sus iniciativas. El desarrollo de este espacio
sociopolítico en Hegoalde queda lejos de retóricas como la desarrollada
en otras latitudes (como la enarbolada en el 25S madrileño de 2012
alrededor del destituyente-constituyente), aunque al igual que en otros
territorios es capaz de fluir hacia procesos de marcado carácter social,
como es el caso del malestar alrededor de la multiplicación de los
desahucios en viviendas. Así sigue siendo notable su rápida capacidad de
movilización (como ocurrió ante el suicidio de una desahuciada en la
ciudad Barakaldo en 2012), pese a que haya que destacar igualmente lo
fugaz de la misma.
El espacio alternativo, que se consolida
durante la década de los noventa, se mantiene desarrollando mayormente
expresiones y lenguajes políticos provenientes de aquella época, basados
sobre todo en la construcción de pequeñas experiencias de contrapoder
expresivo, reivindicativo o simbólico. La asunción de parte de sus
repertorios por la fracción juvenil del espacio soberanista e incluso la
adopción por parte de la misma de sus estéticas contraculturales, ha
aportado fortaleza pero le ha restado identidad. De este modo, algunas
de estas expresiones alternativas, se mantienen con las mismas retóricas
fundacionales pero frecuentemente adoptan prácticas de fidelidad o
sumisión a las expresiones políticas del espacio soberanista, perdiendo
así su condición de alteridad para tomar la apariencia de correas de
transmisión de consignas o campañas supeditadas a los vaivenes de la
política formal. Como reacción, el sector anticapitalista asambleario
busca en demasiadas ocasiones nuevos territorios de incidencia,
abandonando expresiones alternativas tradicionales o refugiándose en
prácticas autorreferenciales de corto recorrido político.
Pocas veces, entonces, movimientos que
surgen de este espacio son capaces de condicionar las agendas políticas
vascas, contentándose con una existencia en los márgenes de la
tolerancia que refleja, como poco, marginalidad. Sin embargo, apuestas
continuadas como la oposición al TAV (2006-2010) o explosiones como la
defensa del gaztetxe de Kukutza en 2011 rompen con esta tendencia y
visibilizan el potencial de un espacio que no tiene miedo a emplear los
repertorios violentos o al uso sistemático del potencial de agitación de
las técnicas de la desobediencia civil.
Además, el espacio alternativo es fácil
víctima de la identificación mediático-sistémica con las expresiones
políticas del espacio soberanista, a la que se suma el fácil exabrupto
de las calificaciones de turno (actualmente «antisistema») basadas en
procesos ya clásicos de criminalización. La falta de una táctica clara
por parte de los movimientos o acontecimientos procurados por este
espacio alternativo, en cuanto a cuestiones como visibilidad pública o
identidad política, les sustrae de la posibilidad de comunicar una
identidad diferenciada al resto del cuerpo social, impidiendo los
procesos de simpatía y dificultando su crecimiento. Pese a todo y en
clave de resistencia, el espacio alternativo se mantiene como una
sensibilidad sociopolítica a tener en cuenta.
La existencia de estas tres
sensibilidades desafectas con el orden neoliberal en EHk, no significa,
por desgracia, que comúnmente se perciba el que se haya perdido el
diente para conmocionar desde las mismas el status quo local.
A las tensiones propias del momento de
readecuación interno del espacio soberanista, tanto en cuanto a su
identidad política como a su articulación organizativa, se les une una
actuación pública centrada, en lo social, en la defensa de una política
institucional que sea capaz de contener el proceso de desclasamiento y
de responder con suficientes ayudas a paliar el estado de necesidad de
los míseros. Esta senda (en algunos territorios, localidades e
instituciones vascas puestas en marcha en primera persona), está
produciendo no pocas tensiones con los sindicatos nacionalistas
tradicionalmente aliados o con asociaciones como las de los
desahuciados, y no deja de ser un escaso torniquete. Además, las
alusiones a un «hecho diferencial», centrado ahora en la solvencia
financiera y la solidez de la estructura económica vasca frente a la
endeble situación del Estado español, suenan demasiado parecidas a la
melodía de seducción que entona la derecha vasquista en el poder
autonómico.
Del lado de la sensibilidad indignada,
ante la progresiva consciencia desde el mismo de la vacuidad de la
demanda del significado radical de democracia en su vertiente económica
(basada en una supuesta existencia de garantías de supervivencia dignas
en el marco de una democracia radical), se percibe una tendencia
progresiva a prestar oídos y brazos al «regeneracionismo» hoy de nuevo
en boga, cuestión que está difuminando sus contornos emancipatorios.
En cuanto al segmento alternativo,
atrincherado en sus propios espacios y justificado por una actividad
dirigida mayormente a sí mismo, este sector refleja especialmente el
desajuste entre la continuidad de unas actividades y reivindicaciones
que aún se enmarcan en un contexto de abundancia material y la
garbancera realidad. En este sentido, su falta de adecuación con los
nuevos tiempos de carencias, hace que sus iniciativas sean socialmente
percibidas como meras ofertas de ocio ampliado, y equiparadas así en la
práctica, con la ceguera voluntaria de las iniciativas de los gestores
locales.
3. Una mirada al mundo y un horizonte estratégico
Si el plan de la vieja izquierda
consiste únicamente en esperar a la recomposición del capitalismo tras
esta última crisis y minimizar (desde la acción institucional o desde el
plano de la reivindicación) los efectos de la misma en clave de defensa
de derechos y ventajas adquiridas, desde el plano de quienes
identificamos esta crisis como un desmoronamiento de una sociedad que ha
vivido bajo el horizonte de un crecimiento sostenido que le ha visto
quintuplicar su capacidad adquisitiva en los últimos cincuenta años, la
cuestión radica en convertir esta obligada reducción de la capacidad de
consumo en la que se ha estado inmerso y a la que empuja el devenir
propio del capitalismo, en una escuela de radicalidad que recomponga las
destrezas para el conflicto, mientras a la vez articula la trama
comunitaria imprescindible para garantizar la mera supervivencia.
Si ese es, entonces, el horizonte
estratégico en el plano emancipatorio, de cara a la elaboración de una
táctica de actuación inmediata, nuestra mirada puede tomar lecciones de
similares procesos ocurridos durante el pasado inmediato en otras
latitudes.
Así, ante una crisis de parecidas
dimensiones, sucedida ahora hace una década en el cono sur americano, en
sociedades urbanas como la argentina o tan desiguales como la
brasileña, los momentos de creatividad y ruptura revolucionaria supieron
combinar las insatisfacciones de una clase media empobrecida junto con
las carencias de un considerable número de excluidos. Mientras los
primeros centraban su protesta en denunciar la pérdida de su anterior
estatus económico, y la incompetencia de la clase política, en el
segundo de los espacios sociales, el de los míseros, se desarrollaban
prácticas ancladas en el territorio, que combinaban el enfrentamiento
reivindicativo con la recomposición de la comunidad.
Esta pinza entre las protestas de
empobrecidos y desposeídos fue capaz de tambalear seriamente aquellas
sociedades. Con todo, el momento de ruptura, se topó con el horror vacui
al salto revolucionario que privó del apoyo del primero de los
segmentos sociales mientras el segundo no consiguió desplegarse como
vehículo de la nueva articulación social. Y la pérdida de este impulso,
posibilitó una recomposición de las élites políticas locales que
desplegaron una estrategia a medio plazo basada en la reprimarización de
sus economías, mientras destinaban importantes recursos a la asistencia
social hacia los desposeídos, a través de la cooptación de no pocos
líderes y estructuras reivindicativas barriales.
A pesar de que las diferencias de EHk
con estas sociedades son innegables, esto no quita para que puedan
extraerse de esa experiencia histórica algunas premisas para los
actuales tiempos. En cuanto a las diferencias, y atendiendo a la
estructura social es evidente que en nuestra sociedad no existe una capa
empobrecida similar ni en grado de necesidad ni en porcentaje
poblacional. Pese a caminar claramente hacia una estructura social en la
que los empobrecidos superen el tercio, cuesta creer que el grado de
necesidad material llegue a asemejar a los niveles de mera supervivencia
de las bidonville de las metrópolis americanas.
No se puede afirmar lo
mismo, en cuanto al proceso de empobrecimiento y desclasamiento que está
afectando a la antigua clase obrera y media local.
Por el lado de la estrategia de
reprimarización que ha conseguido levantar las economías de aquellos
países, impulsando de nuevo actividades como la extracción de crudo u
otras materias primas o el cultivo de nuevas demandas (como la generada
por el biocombustible), apoyadas en las técnicas transgénicas, resulta
evidente lo inviable de la receta para un pequeño país con una gran
densidad poblacional y manifiestamente carente de yacimientos ya no
explotados y de dimensiones suficientes como para impulsar cultivos
extensivos capaces de incorporarse al ciclo de las nuevas demandas.
Todo ello coloca a nuestras élites
locales ante el callejón sin salida de proseguir con apuestas como la
atracción de un turismo cultural o el impulso de una industria auxiliar
de alto contenido tecnológico, cuestiones ambas que chocan con una
escasa demanda que mermará aún más con la inmediata obligada reducción
de la movilidad y, por el lado de la producción industrial, con la
condición periférica del tejido productivo vasco en la economía europea y
global. Con todo y pese a ser conscientes del fracaso en el que se
empecinan, desplegando el discurso de la regeneración social y el
horizonte de una sostenibilidad basada en la eficiencia energética, las
élites locales pretenderán la seducción del segmento empobrecido y
desclasado con la promesa de la recuperación en ese horizonte del nivel
adquisitivo previo y de sus derechos adquiridos, mientras que de cara al
creciente segmento de los míseros, se tratará de gestionar su estadio
de necesidad con una asistencia social invisibilizada y parca.
Sin embargo, el recurso a la
reprimarización de algunas sociedades como única salida sistémica a la
anterior crisis, esta vuelta a lo meramente básico y material, debería
ser también un estímulo para que desde el plano emancipatorio
encaminemos nuestros esfuerzos, tras una década de delirio
hipertecnológico, a la construcción de una resistencia basada en la
premisa de la gestión de la supervivencia y en la reconstrucción de los
lazos comunitarios a través del propio proceso de lucha.
Así, proponemos la construcción de
estructuras de lucha que basen su actividad en esta senda, con vocación
de entroncar con las crecientes necesidades materiales de los míseros y
con el proceso de decepción de los empobrecidos. Para ello es previo
apartarse no sólo en lo político de cualquier ilusión en clave
socialdemócrata, sino abstenerse de cultivar el terreno de la
reclamación de los derechos y niveles de renta adquiridos, y centrarse
con exclusividad en construir desde los márgenes experiencias de
confrontación social y de recomposición comunitaria.
Una propuesta de línea de acción
Conscientes de que los niveles de
carencia no serán tan severos como en otras latitudes, el crecimiento
del segmento desposeído junto con la inaplazable necesidad de gestionar
la supervivencia en el ámbito urbano en claves emancipatorias, empujan
no obstante, a llevar a cabo nuevos tipos de colectivos que sepan
combinar enseñanzas provenientes del ámbito local de la agroecología,
los ensayos de redes provenientes de los entornos decrecentistas y a
sacar mayor partido a las infraestructuras y formas comunitarias puestas
en marcha por el espacio alternativo.
Así consideramos inaplazable el impulsar
nuevas experiencias organizativas que (en clave de conflicto pero
también resaltando un lado eminentemente práctico y por qué no, incluso
nutricio), proyecten una actuación orientada hacia la creación de
bastiones locales, donde se organice y remodele la supervivencia bajo
claves comunitarias y de resistencia.
Articulando desde el espacio local
urbano las redes necesarias para el abastecimiento material, basado éste
en la materialización de canales de comunicación estables entre
productores locales fuera de la lógica de la segunda revolución verde, y
espacios comunitarios, espacios donde la distribución y consumo de los
mismos sea tanto garantía de supervivencia de míseros y empobrecidos,
como un aprendizaje colectivo de las destrezas necesarias para
sobrevivir en un mundo cuya población ha de olvidar los modos y maneras
parejos a este modelo de capitalismo en los que ha sido desposeído y
domesticado.
La existencia de estos bastiones, que
pueden comenzar su andadura sobre las infraestructuras de un espacio
alternativo desnortado ante los nuevos tiempos que corren, y atraer en
su composición militante a individuos integrantes de las tres
sensibilidades desafectas al capitalismo (posiblemente en sus comienzos
con mayor intensidad a oriundos de la alternativa y a la indignada), no
debería desarrollar ni una labor asistencial mayormente enfocada hacia
los míseros, ni quedarse en las fronteras de un club de empobrecidos
ideologizados. De esto ya hemos tenido suficientes ejemplos en los
últimos años, atendiendo a la extensión de las actividades de los Bancos
de Alimentos o a la aparición de numerosos grupos de consumo ecológico.
La propuesta concreta trataría de poner
en marcha en un primer momento comedores sociales en el espacio urbano,
gratuitos o no, donde el suministro se consiguiera a través de las redes
de producción local ecológica y cuya elaboración fuera comunitaria,
tanto para posibilitar el aprendizaje de las destrezas de su
transformación, como constituirse en un espacio de confluencia en clave
de resistencia de los segmentos sociales necesitados, empobrecidos o
ideologizados.
Pero ello debería simultanearse con la
aparición en y desde esos mismos espacios, de grupos de choque y
agitación que protagonicen actividades como la expropiación pública y
colectiva de alimentos u otros bienes básicos o la acción directa contra
instituciones del capitalismo. Grupos militantes más reducidos y
decididos pero en íntima participación y presencia con los bastiones
locales de supervivencia, que sepan desarrollar acciones decididas, pero
fácilmente imitables y por lo tanto extensibles, y que amplíen el campo
de lo posible mediante la trasgresión de lo políticamente correcto o lo
legalmente no punible.
Esta actividad no trataría de generar un
calco risible de los esquemas de actividad político militar, cambiando
este último por un activismo de carácter público. Tampoco de actuar en
clave de vanguardia militante de una base asistencialista. Se trataría,
por el contrario, de dar cauces a la inaplazable necesaria de una
práctica ofensiva anticapitalista que posea también el reverso de una
labor constructiva y regenerativa, tanto en el plano comunitario como
desde la consciencia de que su savia militante será mermada por una
implacable y metódica represión.
Para concluir puede que la propuesta
táctica que aquí esbozamos pueda ser solamente una de las que puedan
resquebrajar el suelo que pisamos, pero la adecuación de nuestras
prácticas a la realidad de una situación radicalmente distinta, exige la
puesta en marcha de iniciativas enmarcadas en el momento de
desmoronamiento económico en el que ya estamos inmersos.
Trascendiendo las prácticas y discursos
reivindicativos que corresponden a los quince años de abundancia
(1992-2007), teniendo en cuenta para ello las sensibilidades desafectas y
generaciones militantes surgidas en este y anteriores periodos, y
aspirando a trenzar las mismas en un nuevo horizonte de actividad
emancipatoria.
A más de un lustro del final de sus
«quince gloriosos», un nuevo esfuerzo creativo y reivindicativo exige,
en Euskal Herriak a 2013, repensarnos en movimiento.
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