“En 1979 dejó Bilbao. Allí había militado en las Juventudes Socialistas de Deusto, ocupó la secretaría de Cultura y trabajó en la Asociación de Vecinos. En aquella ciudad emprendió el camino más difícil, pero el más acorde con sus ideas revolucionarias."
El domingo 14 de junio a las 14 horas se inauguran en Madrid los Jardines de Yolanda González Martín. Recientemente Yolanda hubiera cumplido 54 años y así mismo, han pasado 35 años tras su asesinato.
Mariano Sánchez Soler
Hoy Yolanda tendría 54 años. Resulta imposible pensar en ello,
imaginarla como a cualquiera de nosotros, en las manifestaciones, en las
reivindicaciones ciudadanas, en las fiestas de cumpleaños, haciendo con
nosotros todo este camino vital y político, tan largo, que nos ha
traído hasta aquí, a un jardín con su nombre, muy cerca de donde vivió y
murió. Quienes la conocimos personalmente, quienes fuimos compañeros
suyos en la lucha política, en las Juventudes Socialistas primero y en
el Partido Socialista de los Trabajadores después, nunca podremos
olvidarla, porque forma parte de nuestra alma.
Cuando el comando parapolicial del Batallón Vasco-Español, dirigido
por el ultra Emilio Hellín, dirigente armado de Fuerza Nueva, la
secuestró y asesinó el 1 de febrero de 1980, de alguna manera también
nos mataron a muchos de nosotros. Eso buscaban; eso busca el terror. Al
quitarle la vida a Yolanda, trataban de asesinar a demasiados jóvenes
comprometidos, airados, serios consigo mismo. Porque Yolanda, en su vida
cotidiana y en su actividad personal de cada día, era un producto de su
generación; de los nacidos al compromiso político y social en junio de
1977, posteriores a quienes lucharon en el posfranquismo y elevaron el
término “desencanto” a una etiqueta de moda.
En plena transición política, bajo los gobiernos de UCD, el asesinato
de nuestra amiga Yolanda nos mostró el rostro verdadero del crimen
político, puso delante de nuestros ojos jóvenes e idealistas la amarga
verdad.
De las 598 víctimas mortales por violencia política en siete
años (1975-1982), a Yolanda la conocíamos, estaba entre nosotros,
compartíamos con ella demasiadas cosas; era nuestra compañera y amiga.
Su proximidad cotidiana daba al crimen una dimensión íntima, un dolor
casi físico, más allá de la rabia que sentíamos cuando otros jóvenes
estudiantes y obreros eran asesinados por reclamar la democracia, la
amnistía, la igualdad. El nuestro era un dolor personal.
En 1983, escribí una semblanza de Yolanda en El Periódico de
Catalunya cuando sus asesinos iban a ser juzgados. De ella rescato
algunos párrafos, porque hoy, como entonces, su memoria sigue dentro de
nuestras almas:
“Dos años después de su asesinato –escribí-, Yolanda se ha convertido
en otra cosa, es diferente. Muy pocos hablan ya de aquella joven
menuda, de sonrisa amplia y ojos muy abiertos, nerviosa siempre,
preocupada y enérgica en sus convicciones, con la tenacidad
inquebrantable de sus 18 años.
“En 1979 dejó Bilbao. Allí había militado en las Juventudes
Socialistas de Deusto, ocuoó la secretaría de Cultura y trabajó en la
Asociación de Vecinos. En aquella ciudad emprendió el camino más
difícil, pero el más acorde con sus ideas revolucionarias. Cuando se
trasladó a Madrid lo hizo porque su compañero, Alejandro, su novio desde
hacía un año, tenía que vivir en aquella ciudad.
“Después estudió Formación Profesional en Vallecas, representó a este
instituto en la Coordinador Estudiantil de la que había sido promotora,
y por las mañanas trabajaba limpiando casas y fregando suelos. Con su
sueldo se mantenía. Tal era la razón de que compartiera su casa con otra
joven trabajadora en idéntica situación económica. Siempre tomó una
postura activa ante quienes la rodeaban. Lejos del escepticismo, sin
desesperar, ocupaba su vida en el compromiso de su actividad militante:
en la Coordinadora como estudiante, en Comisiones Obreras como
trabajadora y en Partido Socialista de los Trabajadores.
“Yolanda –a quien todavía recuerdo discutiendo acaloradamente-
formaba parte de esa otra juventud que jamás podrán vender en la rebajas
de otoño, ni exponer en los escaparates de la esquina. Pero ya no es
nada de todo eso. Despojada con el paso del tiempo –dos años que parecen
lustros- de su calidad personal, humana y concreta, se ha convertido en
otra cosa. Sobre ella se han vertido calumnias, especulaciones, mítines
y poemas. Con el proceso a sus asesinos, se ha transformado en
“actualidad política”, en picota contra Fuerza Nueva, en recuerdo
sentimental y compañero de muchos, en odio cobarde de quienes tienen las
manos manchadas de sangre. Yolanda ya es algo diferente, queda atrás la
Yolanda de carne y hueso, la que muchos conocimos. Tras su asesinato,
muchos estudiantes recibieron anónimos fascistas como éste: “Abandona el
movimiento estudiantil o morirás como Yolanda González”. Su nombre es
ya un símbolo”.
También hoy, treinta y cinco años después de su muerte, sigue siendo
aquel símbolo. Duele mucho pensar que ahora tendría 54 años y podría
pasear por las calles como cualquiera de nosotros, si el fascismo no la
hubiera asesinado.
* Mariano Sánchez Soler es escritor y periodista
1 comentario:
Ez dugu ahaztu!
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