"...no existe hasta el momento un censo lo suficientemente veraz de cuántos
son los prisioneros políticos, de conciencia y de guerra. Las
instituciones basan sus censos casi que únicamente en quienes están
siendo procesados por el delito de rebelión. Entre las organizaciones
defensoras de prisioneros políticos y los mismos prisioneros políticos
tampoco hay un consenso en torno a cuántos son realmente."
Liliany Obando es socióloga, defensora de derechos humanos, ex prisionera política.
http://www.semanariovoz.com/
En Colombia sí existen prisioneros políticos. En el actual contexto
de conversaciones de paz del gobierno con la guerrilla de las FARC-EP y
ante el eventual inicio de conversaciones con el Ejército de Liberación
Nacional (ELN), su reconocimiento es una necesidad imperiosa, pues no se
entendería que se llegara a un acuerdo de cierre del conflicto y los
miles de prisioneros políticos quedaran tras las rejas y menos que
quienes fueron injustamente condenados -los condenados inocentes- no
tuvieran la posibilidad de la revisión de sus casos y de esta forma, de
una reparación, así sea tardía.
La cruenta y larga data del conflicto interno armado colombiano ha
hecho que la naturaleza de quienes se encuentran hoy en las cárceles
como prisioneros políticos sea cada vez más compleja.
No se trata exclusivamente de aquellos hombres y mujeres combatientes
miembros de las insurgencias a quienes el derecho internacional define
como prisioneros de guerra, sino que hoy la gran mayoría de los
prisioneros políticos colombianos son población no combatiente, presos
políticos de conciencia y presos políticos en razón del conflicto
interno armado. Estos últimos pertenecen a la oposición política no
armada, son defensores de derechos humanos, pensadores críticos, o hacen
parte de los movimientos sociales, de los sindicatos, del movimiento
estudiantil, de las organizaciones campesinas, indígenas, de las
negritudes, etc.
Esta es una trágica realidad que, entre otras, se explica claramente
por una política de desnaturalizar el delito político y convertir el
universal derecho a la rebelión en un delito, el cual es usado como arma
para perseguir a quienes se encuentran en la oposición, bien sea armada
o legal. Por esta vía, miles de prisioneros políticos ni siquiera están
siendo judicializados o condenados por delitos políticos propiamente
dichos, como la rebelión, sedición y asonada y sus delitos conexos, tal
como establece el sistema penal colombiano, sino que les son imputados
cargos que se salen de la órbita del delito político, de manera
independiente.
Hablamos de delitos comunes graves como el terrorismo, el secuestro,
el desplazamiento forzado, el reclutamiento forzado de menores, el
narcotráfico, etc. Incluso, por la fraudulenta imputación de éste último
delito, el del narcotráfico, algunos prisioneros políticos han
terminado extraditados hacia Estados Unidos, aunque que la Constitución
Política colombiana prohíbe la extradición por delitos políticos.
De esta forma, asistimos a un panorama en el que gravemente
estudiantes y académicos son mostrados como terroristas; líderes
sindicales como financiadores del terrorismo y un sinnúmero de
campesinos y luchadores sociales como narcotraficantes. Pero también
están los cientos de prisioneros políticos de guerra, muchos de ellos
con graves mutilaciones sufridas en el momento de su captura en combate,
o enfermos terminales, que bien merecerían un trato acorde al Derecho
Internacional Humanitario. Unos y otros afrontando larguísimos procesos y
condenas en condiciones inhumanas.
De las presas políticas varias son madres, hayan sido combatientes o
no, varias además son cabeza de familia, lo que tiene una especial
implicación casi siempre ignorada, y muchas comparten el presidio con
sus hijos menores de 3 años. Para ellas, el sistema penitenciario y
carcelario y el aparato judicial funcionan en masculino, pues una
justicia diferencial y de género, pese a las varias leyes conquistadas
por mujeres para las mujeres, es en la práctica inexistente.
No todos los prisioneros políticos se encuentran en privación de la
libertad intramural, algunos pocos se encuentran en detención
domiciliaria u otros en prisión domiciliaria, y aunque sustancialmente
se mejoran sus condiciones comparadas a las que se viven de las
degradantes prisiones colombianas, las deficiencias y perversiones del
sistema judicial permanecen.
Pero también están los ex prisioneros políticos que se encuentran en
libertad parcial: libertad por vencimiento de términos, libertad
provisional y libertad condicional, quienes en esta condición sufren el
acoso, la estigmatización, la persecución, la obstaculización de
beneficios judiciales adquiridos y falta de oportunidades para
reconstruir sus vidas.
Pero también es necesario entender que, especialmente en el caso de
los prisioneros políticos, las condenas no se limitan a la privación
física de la libertad, sino que se les imponen penas accesorias, como la
destitución de cargos públicos o inhabilidades para ejercer este tipo
de cargos, por vía administrativa, y la exigencia de pagos de onerosas
multas fiscales, que usualmente son cobradas por una “unidad de
víctimas”, que los convierte así en victimarios.
Todo esto soportado por un aparato judicial que aplica el derecho
penal del enemigo para sus opositores y una sociedad carcelera como
resultado, entre otras, de la manipulación de los grandes medios
oficiales. Resultan de esta manera siendo funcionales a unos
legisladores que sancionan leyes más punitivas y nuevos tipos penales,
por una parte, y que justifican la negación de facto de principios
básicos en el ejercicio de la justicia como el debido proceso, la
presunción de inocencia, la defensa técnica, etc., por la otra. Todo
esto en su conjunto hace más gravosa la situación de los miles de
prisioneros políticos colombianos.
Como si este panorama no fuera lo suficientemente difícil, y como
consecuencia de todo lo anterior, no existe hasta el momento un censo lo
suficientemente veraz de cuántos son los prisioneros políticos, de
conciencia y de guerra. Las instituciones basan sus censos casi que
únicamente en quienes están siendo procesados por el delito de rebelión.
Entre las organizaciones defensoras de prisioneros políticos y los
mismos prisioneros políticos tampoco hay un consenso en torno a cuántos
son realmente.
Existen algunos censos parciales, por tipo de organización política o
social, pero no existe un censo unificado nacional de todos los
prisioneros políticos. Algunas organizaciones hablan de unos 4.500
prisioneros políticos, entre combatientes y población civil, y otros de
alrededor de unos 9.500. Las FARC-EP, en la vocería de Iván Márquez, han
sostenido que del total de prisioneros políticos, aproximadamente un
90% son población no combatiente o presos de conciencia, es decir, que
los prisioneros políticos de guerra sumarían un 10% del gran total.
Es por esto tan importante que, en el marco de un acuerdo de justicia
en lo relativo a la situación de los prisioneros políticos, exista un
censo e informe de la situación de los prisioneros políticos lo
suficientemente riguroso, lo suficientemente incluyente, como para que
ningún prisionero político o ex prisionero político que se considere
injustamente condenado quede por fuera de las alternativas planteadas en
un acuerdo de justicia entre las partes, llámense indultos, amnistías,
revisión o las que llegaren a aprobarse. Esa es una tarea urgente y
requiere de un gran esfuerzo de construcción colectiva.
Un buen cierre del conflicto exige no sólo que los prisioneros
políticos que han sido combatientes y los colaboradores de las
insurgencias puedan recuperar su libertad, sino que, y especialmente,
los miles de prisioneros políticos de conciencia y por razón del
conflicto también puedan hacerlo. La sociedad en su conjunto debe además
disponerse para recibirlos de manera constructiva y positiva en un
escenario que se plantea la construcción de una Colombia en paz,
incluyente y abierta al debate y la diferencia.
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