"Los ecos del feminismo hegemónico hablan
de igualdad, justicia y moral; conceptos peligrosamente individualistas
que encajan con suma facilidad en la propagada liberal. Muchas luchas
feministas radicales han cedido paso a la ideología burguesa, de este
modo ha perdido el potencial liberador de las diferentes opresiones
sufridas por quienes constituyen la masa de estas luchas. Han sido
nuestras enemigas de clase, motivadas por un deseo de realización
personal, quienes han liderado a las masas llenas de contradicciones de
clase y raza tanto a nivel ideológico, teórico como político y todo esto
ha sido posible por la ausencia de una oposición y alternativa
proletaria efectiva. "
En el Estado Español cada año de media
100 personas son víctimas de asesinatos machistas(1), una cantidad
espeluznante teniendo en cuenta que no son más que la pequeña punta
visible de un enorme iceberg de violencia, resultado de la estructura
patriarcal que rige nuestras identidades de género, la manera de
relacionarnos, estereotipos y roles sociales. Esta estructura de
dominación se apoya y se desarrolla a la par de la capitalista, creando
juntas una diana donde el blanco más fácil es la mujer obrera. Lejos de
victimizarnos, creemos pertinente recordar que las más oprimidas somos
las más capaces y legítimas luchadoras contra lo que pretende
dominarnos. En este contexto, planteamos como arma la única corriente
feminista en la que podemos confiar para poner fin a tantos siglos de
violencias estructurales: la proletaria.
Para empezar a hablar de feminismo
proletario, es imprescindible que toda comunista reconozca el trabajo de
las mujeres de nuestra clase, ya que es doble y por lo tanto está
doblemente alienado. Otra tarea pendiente es identificar que a través de
la moral burguesa, las diferentes concepciones derivadas de familia y
relaciones interpersonales este trabajo ha sido invisibilizado; a pesar
de soportar una opresión cuantitativa (en horas de trabajo robado) y
cualitativamente (recibiendo una educación que motiva a trabajar por
amor o responsabilidad) extrema.
No abogamos por hacer sindicalismo en
cuestiones de género, por supuesto que no reivindicamos que el trabajo
invisibilizado de las mujeres sea asalariado, pero sí tenemos que luchar
por acabar con la alienación de este trabajo, que sin ser pagado en
forma de un salario, responde a intereses capitalistas. El trabajo
sumergido de cuidados que realizan las mujeres en sus casas sirve para
que no se reconozcan como las obreras que son, por contra, se reconocen a
sí mismas como madres, hijas o hermanas. En los últimos tiempos se
clama la incorporación de la mujer al mercado laboral asalariado como un
paso de gigante en pro de la igualdad de género, nosotras recordamos
que solo será un paso para la ruptura de la opresión -tanto de género
como de clase- si estas mujeres proletarias se unen a sus compañeros de
clase y arremeten contra sus enemigos común: la burguesía. Solo mediante
la desaparición de las clases sociales se garantiza el fin de la
explotación, del burgués-trabajador(a) o del hombre-mujer. Sobra decir
que sería inviable e imposible la construcción de una sociedad sin
clases si se da continuidad al patriarcado.
Antes de continuar dando respuestas,
tenemos que formular las preguntas adecuadas, para que estas respuestas
no se limiten a pura fraseología propagandística: ¿Hay alguna lucha
radicalmente feminista que beneficie a todas las mujeres y a su vez
perjudique al proletariado? ¿A qué se debe la ausencia de
posicionamiento por parte del movimiento comunista en la opresión de
género? ¿Por qué no nos atrevemos a luchar conjuntamente contra estas
opresiones tan entrelazadas entre sí?
CONTEXTO: CAPITALISMO Y PATRIARCADO
A fin de contextualizar históricamente
nuestra labor, es necesario ver como las dos opresiones citadas han
compartido camino desde sus comienzos. En Europa, con el fin de hacerle
frente a las luchas anti-feudales que comenzaron a emerger al final de
la Edad Media, quienes tenían el monopolio del poder (señores feudales,
mercaderes patricios y clero) necesitaron nuevas estrategias para
mantener el control(2). Estas nuevas estrategias se basaron en la
acumulación primitiva de capital, apropiación de nuevas fuentes de
riqueza y poner bajo su mando un mayor número de trabajadores; sobre
esta base comenzó a forjarse la sociedad capitalista y sus estructuras
económicas. Al mismo tiempo, el clero, que tenía en su poder la
hegemonía ideológica, señaló a las mujeres como seres hipersexuales
identificándolas con el deseo y el pecado, alejándolas así de lo
espiritual y sagrado que se limitó a los hombres. Para prevenir la
peligrosa unión y solidaridad de la naciente clase trabajadora, se
incentivó la violación de las mujeres pobres. Por otra parte, se
institucionalizó la prostitución creándose incluso burdeles municipales
por todo el continente.
El
Estado a medida que iba creándose, iba adquiriendo funciones de gestor
de las relaciones de clase y supervisor de la reproducción de la fuerza
de trabajo. Además de la acumulación primitiva en la que el protagonista
era el proletario industrial asalariado tal y como lo veía Marx, este
proceso fue protagonizado por más agentes. Para la formación y
acumulación del proletariado mundial fue imprescindible el reclutamiento
forzoso de trabajadores en África y el sometimiento de los mismos a la
esclavitud junto con los pueblos autóctonos de América. Otra de las
piedras angulares fue la intervención externa en la reproducción de la
mano de obra, atravesando así el cuerpo de las mujeres por la fuerza.
Fruto de esta acumulación selectiva de trabajadores se construyeron
jerarquías y divisiones en la clase obrera (de raza o género), que tras
muchos procesos de cambio hemos sido incapaces de superar. Son estas
diferencias impuestas por nuestros enemigos de clase las que debemos
dejar de lado sin más demora si pretendemos, algún día, conseguir vivir
sin clases.
Sin el monopolio de la reproducción de
la población en general, y de la mano de obra obrera en particular,
hubiera sido imposible la elaboración del complejo sistema social en el
que nos vemos inmersas. Los Estados llevan siglos legislando y
castigando para intervenir en todos los métodos de control de natalidad y
sexualidad que no tuvieran como fin la procreación. El cuerpo de la
mujer se convirtió así en terreno público, a merced de las decisiones de
médicos, jueces y políticos, adoptando un papel pasivo incluso en el
momento del parto.
Además de la pérdida de poder en su
propia reproducción la mujer de clase obrera que necesitaba trabajar
para sobrevivir, con la división de género perdió los puestos de trabajo
a los que anteriormente podía acceder en el mercado laboral. Sin la
poca independencia que le podría conceder un salario (como era el caso
de sus compañeros de clase) las mujeres tuvieron que depender del
salario de sus maridos, trabajando sigilosamente en el seno familiar
como si de una trabajadora subcontratada se tratase. Esta dependencia,
por supuesto, no era solo económica, le ha dado tanto a los hombres
proletarios (por medio del salario) como a los burgueses (por medio de
la propiedad) el derecho ilimitado a la explotación (física, sexual,
psicológica, simbólica, etc.) de las mujeres.
En Europa el matrimonio se convirtió así
en la carrera femenina por excelencia y en este contexto nació la
familia como se ha entendido hasta hace bien poco, núcleo de la
reproducción de la fuerza de trabajo. Este núcleo, es un complemento del
mercado que privatiza las relaciones sociales, por un lado socializa
bajo la disciplina capitalista y patriarcal; y por el otro, sirve de
manera eficaz para alienar y a su vez ocultar el trabajo de las mujeres
de la familia.
Estos procesos que responden a los
intereses económicos previamente citados, han ido construyendo el papel
social femenino tal y como que conocemos hoy en día, el cual encontramos
totalmente degradado, devaluado e infantilizado. El opuesto masculino,
sea de la clase que sea, tiene todo el poder que le falta y mediante
esto se justifica la relación dependiente y desigual que surge entre
ambos y la apropiación de su trabajo. Así que podemos reafirmar lo
evidente, la feminidad nada tiene que ver con características naturales,
biológicas o humanas, es un subproducto de la industrialización(3), es
decir, creación histórica y construcción social.
“La ideología de la feminidad comenzó a
ensalzar los ideales de la esposa y de la madre en el momento en el que
la manufactura se desplazó del hogar a la fábrica. Como trabajadoras,
las mujeres, al menos, habían disfrutado de la igualdad económica, pero
como esposas estaban destinadas a convertirse en apéndices de sus
compañeros varones, es decir, en sirvientas de sus maridos. Como madres,
serían definidas como vehículos pasivos de la regeneración de la vida
humana. La situación del ama de casa blanca estaba repleta de
contradicciones. La resistencia era inevitable.” – Angela Davis (2004)
FEMINISMO PROLETARIO: UNIR PARA VENCER
Dando
un salto en el tiempo llegamos al siglo XX, momento en el cual la
familia vuelve a transformarse. Esta transformación está marcada por la
entrada en el mercado laboral de las mujeres, quienes empiezan a recibir
un salario por el trabajo productivo que llevan a cabo fuera de sus
casas(4). Las mujeres también nos convertimos en proletarias
industriales modernas pero con una brecha salarial de por medio (en la
CAV está en torno al 15%) y seguimos trabajando de manera oculta para la
familia (el porcentaje de excedencias pedidas por mujeres en la CAV
para realizar labores de cuidados a hijos o familiares dependientes es
del 84%-94%)(5). En los últimos tiempos el capitalismo global se está
configurando en base a una mano de obra formada en su mayor parte por
mujeres. Más de la mitad tienen empleos formales en los cuales en torno
al 70% no es remunerado al completo, por si fuera poco, las mujeres
dedican en el seno familiar una media de 31 a 42 horas semanales a
trabajo doméstico. La migración tanto de hombres como mujeres se ha
disparado como respuesta a los cambios en los mercados mundiales, pero
es la mano de obra femenina (es decir, barata) la más solicitada(6).
Esta mano de obra barata ocupa los trabajos peor remunerados en las
condiciones más duras. Además obliga a transformar su modo de vida de
manera drástica y hace a la familia totalmente dependiente del miserable
sueldo que consigue en el extranjero. Liberalizar parte de la fuerza de
trabajo de las mujeres no nos libera ni a las mujeres en general ni
como clase, nos encadena a las pesadas cadenas de esclavitud asalariada.
No obstante, saca a la superficie muchas contradicciones y nos
convierte en el sujeto revolucionario principal. Por lo tanto, las
mujeres trabajadoras migrantes estamos expuestas a tres sistemas
opresivos muy relacionados entre sí: capitalismo, patriarcado y
racismo(7). Estas trabajadoras se llevan la peor parte de cada sistema
citado, como ejemplo tenemos el porcentaje de violaciones en el trayecto
clandestino de México a EEUU y no deja lugar a dudas: el 80% son
violadas en este intento desesperado por sobrevivir.
Siguiendo la formula dividir para
oprimir(8), se ha conseguido crear una clase obrera en gran medida
machista y racista convirtiéndose en polémica central el antagonismo
racial o de género, desplazando así la lucha de clases y limitando el
potencial de responder juntos al yugo que nos oprime. Es más, muchos
proletarios han sido cómplices de la perpetuación de la opresión de
género y racial, aferrándose al poder y privilegio que les ha otorgado
sobre sus compañeras y compañeros no blancos.
El Estado moderno adquiere funciones de
educador(9), mediante la educación formal que prepara a las nuevas
generaciones para la vida adulta, refuerza positivamente a quienes
obedecen y asimilan los roles y estereotipos acordes con la ideología
burguesa y patriarcal sin oponer resistencia. Para garantizar la
docilidad de quienes son sometidas y sometidos a este proceso de
domesticación, se ampara en dos grandes pilares: el aparato legal y la
opinión pública. Muestra reciente de la intervención legal que hace el
Estado en estas cuestiones, tenemos la polémica reforma del aborto.
Por otro lado, la opinión pública
labrada mediante los medios de comunicación de masas evidencia la
militarización de las sociedades capitalistas contemporáneas(10).
Utilizando imágenes como lenguaje discriminatorio y claramente
ideológico los medios de comunicación crean todo una versión
prácticamente unilateral de la realidad, cosificando a las mujeres,
reforzando estereotipos machistas y representándolas por medio de los
convenientes roles que pueden oscilar entre tradicionales claramente
patriarcales o liberales burgueses. Los medios de comunicación así nos
ofrecen la única “libertad” a la que podemos aspirar dentro del juego y
respetando las normas que nos establecen: la libertad de elegir qué
consumir.
De este modo, crean espejismos de
igualdad para calmar todo potencial revolucionario, reúnen grupos de
expertos (en masculino) para debatir y trazar lineas estratégicas con el
fin de erradicar el inmoral “machismo”. Todo tipo de agresiones y
vejaciones contra las mujeres por cuestión de su género evidencian la
falsa efectividad de todos estos programas y campañas en pro de la
“igualdad”. Nuestro deber como comunistas, es evidenciar la manipulación
e incertidumbre constante a la que somos sometidas. Tenemos que dejar
de mirar hacia otro lado y desde la autocrítica y el conocimiento de
esta opresión relegada a un segundo plano, emprender el camino político
que tenga como objetivo la abolición de la estructura de dominación de
género que beneficiará a las más castigadas por la misma: a las mujeres
de clase obrera.
Como nos advertía Kollontai hace ya más
de un siglo, muchos socialistas al admitir la existencia de “problemas
de género” aplazan la resolución de los mismos a cuando se logre
establecer un orden social y económico nuevo(11). Nosotras no estamos
dispuestas a supeditar la lucha contra una opresión por la otra, ya que
ambas condicionan nuestra vida de principio a fin. Ante esta cómoda
pasividad, de los supuestos socialistas o comunistas, nosotras decidimos
luchar en todos los campos de batalla, llevando al terreno feminista
nuestra idea radical de igualdad comunista, y viceversa.
Nosotras, feministas proletarias,
colaboramos, nos unimos y nos organizamos para vencer y superar las
diferentes estructuras de dominación que nos oprimen, las hacemos
nuestras creando nuestra intersubjetividad (fruto de las diferencias de
las oprimidas)(12). En este proceso es indispensable el desarrollo
paralelo y común del empoderamiento feminista y la conciencia de clase,
incluso cuando la suma de ambas luchas haga salir a la superficie las
contradicciones impuestas a las obreras; pues esta es la única manera de
enfrentarlas y acabar con ellas. Para organizarnos en la lucha por la
emancipación es incondicional que quienes tomen el liderazgo
revolucionario o vanguardia, estén en continua interacción con las masas
oprimidas en toda su heterogeneidad. Entender la interseccionalidad(13)
de las oprimidas es clave para cumplir con esta tarea, pues más allá de
la clase social, género y raza, se han desarrollado otras estructuras
de opresión que condicionan nuestras relaciones sociales con sus
consiguientes privilegios y la capacidad intrínseca de superarlas.
Debemos dejar de ignorar esta diversidad ya que nos convierte en
cómplices de la reproducción de las mismas estructuras contra las que
luchamos y deja de lado la que debería ser nuestra característica
principal: la solidaridad.
Es un trabajo de fondo y de gran carga
educativa, que pretende cambiar y expulsar toda idea patriarcal impuesta
de nuestras conciencias, por lo tanto no es suficiente con añadir a
nuestra lista de puntos propagandísticos la tan en auge “perspectiva de
género”, se trata de que toda la teoría y praxis comunista que dirige
nuestras acciones sea también feminista.
En referencia al antagonismo de clase,
es evidente, el proletariado revolucionario y las comunistas luchamos
para destruir el papel sociopolítico de la clase antagonista, de la
burguesía(14). Desde un punto de vista general, la lucha feminista, en
cambio, no tiene como objetivo destruir el papel social de los hombres,
sino una convivencia, aceptación y equidad entre géneros.
Los ecos del feminismo hegemónico hablan
de igualdad, justicia y moral; conceptos peligrosamente individualistas
que encajan con suma facilidad en la propagada liberal. Muchas luchas
feministas radicales han cedido paso a la ideología burguesa, de este
modo ha perdido el potencial liberador de las diferentes opresiones
sufridas por quienes constituyen la masa de estas luchas. Han sido
nuestras enemigas de clase, motivadas por un deseo de realización
personal, quienes han liderado a las masas llenas de contradicciones de
clase y raza tanto a nivel ideológico, teórico como político y todo esto
ha sido posible por la ausencia de una oposición y alternativa
proletaria efectiva. La diferencia entre ellas y nosotras es clara,
aunque la opresión de género tenga un carácter interclasista, los
recursos para hacerle frente que tenemos las trabajadoras no son
comparables a los que tienen las burguesas. Ser burguesa, al igual que
ser burgués, les da la capacidad de elegir por ejemplo, si tener una
carrera académica o descendencia, y en última instancia un amplio grado
de libertad dentro del patriarcado(15). Por lo tanto, toda
reivindicación de masas en favor de los derechos políticos de la mujer,
también son expresión y parte de la lucha general del proletariado por
su liberación(16) .
Parafraseando a Marx(17), mediante la
comprensión del sistema capitalista la clase obrera debe emprender una
lucha contra él, esta lucha no necesita ser motivada por cuestiones
morales, sino por una cuestión de interés propio de conseguir una vida
buena y segura más allá del capitalismo, nunca una posición mejor dentro
de él.
Luchar conjuntamente con las feministas
burguesas puntualmente se torna imprescindible, ya que toda fuerza que
pretenda derrocar al patriarcado nos beneficia, pero no debemos ignorar
los peligros intrínsecos de estas alianzas por puntuales que sean.
Experiencias antecedentes nos advierten de que si las feministas
burguesas lideran la lucha contra la opresión de género, la “limpian” de
las variables clase y raza(18). En el terreno práctico, esto se traduce
en lo siguiente: la lucha acaba cuando sus privilegios peligran.
Sin oponernos y ni mucho menos
obstaculizar el camino reformista nosotras debemos construir nuestro
propio camino hacia la emancipación total. Descubrirnos como mujeres
oprimidas no nos vuelve débiles, nos fortalece y empodera con nuestras
hermanas oprimidas; del mismo modo que descubrirnos como proletarias
explotadas nos une a toda la clase obrera, refortalecidas para
organizarnos políticamente hasta lograr romper todas las cadenas
impuestas por el capitalismo y el patriarcado.
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