"En los años veinte, aunque cueste creerlo, también había antitaurinos en
Bilbao. Uno de ellos, Eli Gallastegi escribió en Aberri un artículo en
su habitual tono contracorriente y social. En el se trataba a las
fiestas de Billbao, desde un punto de vista crítico. Se rechazaba el
tono oficialesco e institucional que se quería dar a una alegría
chabacana y postiza. Fiestas de importación y tradición inventada, con
olvido de lo popular y vasco."
El verano sangriento español transcurrirá, una vez mas, entre
pasodobles, insoportables rojigualdas, olés a los toreros, aplausos a la
muerte y la tortura, moscas y café completo. Viene siendo así desde
hace siglos….¿Es una fiesta? O es un residuo medieval crudo e indecente.
Sin embargo, subvencionado con dinero público. En Canarias y en
Catalunya, ya han prohibido esta barbaridad. No por amor a la patria. Ni
odio a lo español. Sino por compasión con los animales. Y aquí,en
Euskadi (Nafarroa incluida) no solo no lo hemos prohibido. Lo hemos
rehabilitado. En la culta, fina y europea Donosti. Gracias, cómo no, al partido de Sota. Al que algunos siguen llamando PNV.
Y seguimos ensalzando la fiesta nacional española, como si fuera
nuestra. Como si fuera un icono nacional vasco, en Iruñea. A pesar de
que tenemos (por fin) un alcalde nacionalista. O mas. Lo que tiene
difícil explicación. Y peor encaje, desde el político. Pero debe ser por
favorecer a hosteleros, hoteleros y otros banderilleros. Que dicen
vivir del toro. Aunque vivan de su maltrato y tortura. Mientras clientes
embrutecidos, beben y comen, en una alegría estúpida, con oles a las
muertes del verano. Y dicen que les gustan los toros, cuando en realidad
les gustan los toreros.
El sábado en las calles de Bilbao, una manifestación protestaba por
todo esto. Los manifestantes llamaban “asesinos” a los toreros y sus
amigos. Y decían que nadie debe ni puede ignorar las plazas de tortura,
porque estas si son de cristal. Son siniestros recintos de puertas
abiertas. Su tortura es televisada y jaleada en las rotativas mas sucias
y las televisiones mas corruptas.
En nuestra querida Iruñea, la matanza vespertina de animales, se
anuncia de madrugada. Con chupinazo y cámaras. Jolgorio, resaca y aviso
previo. Es un estruendo cohetero y gritón, que se sublima por televisión
y con la disculpa del recuerdo de un bruto. El novelista Hemingway,
ahogado en su propio verano de alcohol y sangre.
El sábado en las calles de Bilbao, hubo una manifestación. Desde mi
punto de vista de manifestante empedernido, bastante nutrida. Las cifras
varían, entre “unos cientos” que decía un deplorable Deia, hasta 6.000
que contaba la comparsa Piztu, o los discretos 3.000 del habitual
torerófilo “El Correo”. Lo que si hubo fue mayoría de mujeres. Lo que
invita a una reflexión y permite una felicitación a este colectivo, tan
sensible y solidario con los problemas de maltrato.
También estuvieron las organizaciones convocantes. Dieciseis o mas.
Entre ellas algunos politicos, que hicieron un punto y seguido en su
eterna tarde de candidatos. Estuvieron algunos, porque los amigos de los
toreros (PNV, PP o PSOE) no acercaron sus tripas engrasadas a este
empuje. En Bilbao, como en la brava Iruñea, o la culta Donosti, el
negocio es el negocio. Y la hostelería es un lobby gigantesco, siempre
favorecido por el ayuntamiento. O sea, por el partido de Sota.
En los años veinte, aunque cueste creerlo, también había antitaurinos
en Bilbao. Uno de ellos, Eli Gallastegi escribió en Aberri un artículo
en su habitual tono contracorriente y social. En el se trataba a las
fiestas de Billbao, desde un punto de vista crítico. Se rechazaba el
tono oficialesco e institucional que se quería dar a una alegría
chabacana y postiza. Fiestas de importación y tradición inventada, con
olvido de lo popular y vasco.
Eli Gallastegi “Gudari” era un regeneracionista. Pertenecia a una
generación preocupada por el retroceso de lo social y popular. Y
asfixiada por la importación de costumbres y cultura española, entre
ellas las repugnantes matanzas de animales de la plaza de toros. Este
autor no encontraba en las iniciativas festivas ningún entretenimiento
noble, instructivo o elevado. Toros, barracas y fox. Disfrazado de
fiesta nacional española, la sangrienta importación del sufrimiento
animal, era considerado por las autoridades como algo exótico y chic.
En el coso taurino, las clases altas consentían el casticismo vulgar
de las clases medias, donde se allanaban los gustos de la plebe y la
aristocracia, con seis víctimas por sesión. La pasarela del redondel se
convertía en la cima cruel y estúpida de unas fiestas “grandes, alegres y
celebradas”. Que en realidad encubrían el triste panorama de decepción
nacional vasca, donde había muy poco que celebrar. Y donde predominaba
la anormalidad torpe del ruido y la música estridente. Tal vez por eso,
se preguntaba “Gudari”: “¿Habrá nacionalistas tan envilecidos que vayan
aún a los toros?”
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