" En la minera ciudad de Calama, enclavada en medio de la pampa nortina, se desarrollaría una de las más detestables y cobardes acciones cometidas por agentes del estado totalitario, los que, amparados en el poder de las armas y en el temor de la población, decidieron alcanzar la riqueza económica mediante un solo golpe de criminal audacia. Era el mes de marzo del año 1981 "
Kaos en la red
En la insondable vastedad del Norte Grande chileno, allí donde la soledad vence a la imaginación, las arenas del desierto más árido del planeta guardan historias imposibles, pero reales merced al poder omnímodo que caracterizaba a los asesinos que gobernaban mediante el temor y las bayonetas bajo el falso disfraz de la bandera patria. Para esos individuos, amparados en el uniforme, nuestro indemne país era un pozo de dinero al cual había que echarle mano a destajo e impunemente.
La vida de los civiles resultaba para ellos un asunto menor, intangible e incobrable. La ciudadanía les significaba algo tan ajeno y mínimo como una tormenta eléctrica en Tailandia. Los millones de ‘paisas’ eran sólo algo similar a limones y cerdos…vale decir, jugo y grasa.
En la minera ciudad de Calama, enclavada en medio de la pampa nortina, se desarrollaría una de las más detestables y cobardes acciones cometidas por agentes del estado totalitario, los que, amparados en el poder de las armas y en el temor de la población, decidieron alcanzar la riqueza económica mediante un solo golpe de criminal audacia. Era el mes de marzo del año 1981.
El único acontecimiento que había trastornado la rutina calameña en los años recientes fue el asalto armado a la sucursal del Banco del Estado en el pasado mes de diciembre. Por eso el gerente de ese establecimiento, Luis Guillermo Martínez Ayala, y su cajero, Sergio Yánez Araya, entendieron como algo muy natural que dos funcionarlos de la ‘seguridad militar’ quisieran tomar medidas especiales para evitar futuros asaltos.
Los dos hombres eran el jefe local de la Oficina Central de Información (CNI), Gabriel Hernández Anderson, y su segundo, Eduardo Villanueva Márquez. Los funcionarios del banco los conocían bien desde hacía tiempo, pues en el pasado mes de diciembre habían sido los encargados de investigar el asalto, sin ningún resultado positivo. A mediados de enero de 1981, Gabriel Hernández Anderson (28), y su asistente, Eduardo "Carasucia" Villanueva (34), proponen al agente Luis Martínez y el cajero Sergio Yáñez un operativo para evitar asaltos bancarios.
Eso fue, en efecto, lo que les dijeron los dos hombres que entraron en sus oficinas el día 09 de marzo, a las 8.30 de la mañana, pidiéndoles que colaboraran con ellos para hacer un asalto fingido, como una acción tendiente a ‘detectar fallas’ en la seguridad del Banco. Ese 09 de marzo era el día perfecto para el secreto "ejercicio": Codelco había depositado 45 millones de pesos para pagar el sueldo a los trabajadores de la minera.
Lo primero que hicieron fue sacar todo el dinero del cofre de seguridad para ponerlo en varias cajas de manzanas que transportaron en una camioneta sin disco ni insignias: 45 millones de pesos chilenos, equivalentes a un millón de dólares de esa época. Luego cargaron las cajas en la camioneta y se alejaron del lugar. El vehículo era manejado por Francisco Díaz, un aspirante a la CNI.
Se dirigieron a las afueras de la ciudad, a la pampa desolada y árida. En el sector de Chiu-Chiu obligan a los trabajadores bancarios a recostarse boca abajo sobre el suelo calichero. El agente de la CNI, Eduardo Villanueva, les descerraja un par de tiros en las nucas, y entierra los cuerpos de los infortunados bancarios..
Los asesinos regresaron a Calama para repartirse el botín. Una vez concluidas las macabras faenas, Hernández Anderson y Villanueva se dirigen a la ciudad de Arica donde comienzan a gastar dinero a manos llenas.
Se desenreda la madeja
Como los bancarios no aparecían, creció el rumor de que habían huido con el dinero y se estaban dando un gran festín fuera de Chile. Alguna prensa –adicta completamente al régimen dictatorial- aventuró incluso que los bancarios podrían pertenecer a una ‘célula terrorista’ que procuraba financiamiento para adquirir armas y combatir al gobierno de Pinochet. No obstante, la verdad comenzó a dilucidarse pronto.
A los pocos días de cometido el crimen, los autores comprendieron que la policía civil andaba sobre pistas que la llevarían sin remedio al esclarecimiento de la verdad. De modo que volvieron al lugar del fusilamiento, desenterraron los cadáveres en descomposición y los despedazaron con varias cargas de dinamita. La explosión fue tan poderosa que removió diecisiete toneladas de tierra, bajo las cuales quedaron sepultados los miembros dispersos.
Fue inútil, pues la policía civil esclareció el crimen pocos días más tarde. Los cadáveres fueron rescatados a pedazos y recuperado gran parte del dinero, que había sido escondido en diferentes lugares de Calama y Arica. Una parte apareció en una quebrada, donde la había escondido un hermano del autor principal del crimen. Otra parte apareció en casa de su suegro, que era nada menos que el flamante alcalde municipal. Más de diez personas fueron arrestadas en conexión con el asalto y el asesinato y, de un modo u otro, todas tenían algún vínculo con el Gobierno.
La policía creía haber terminado su labor de limpieza cuando ocurrió un episodio imprevisto. El mayor del Ejército chileno y jefe de la Central Nacional de Información en la ciudad de Arica, Juan Delmas, apareció muerto en su coche en medio del desierto, con un tiro en la cabeza. A su lado estaba el revólver calibre 38 del cual había salido la bala. El mayor Juan Delmas, que ejercía su cargo con el nombre falso de Carlos Vargas, fue señalado por la Prensa como el autor intelectual del asalto.
Eduardo Villanueva fue detenido por Investigaciones cuando cruzaba con varios millones la frontera hacia Tacna. Los detectives lo tenían en la mira porque se volvió loco gastando dinero a manaos llenas en prostitutas y juergas. Pagaba, por ejemplo, 20 mil pesos de esa época para que le interpretaran la canción "El Rey" en los burdeles.
En los primeros interrogatorios, Villanueva demostró que se sentía protegido por la CNI y que nada podría ocurrirle; por ello, sin dudar un instante, relató los entreveros del plan fraguado por Hernández Anderson y culpó directamente a su superior jerárquico, el mayor de ejército Juan Delmas, quien dirigía la CNI en Arica. El testimonio de Villanueva indicó que Delmas estaba al tanto de la operación –la había autorizado- pues necesitaba mucho dinero para realizar algunas ‘acciones’ en el extranjero, en beneficio del régimen y para ‘proteger a la patria.
Una vez que Hernández Anderson cayó también en las manos de los detectives, ratificó esa última declaración de su subordinado Villanueva, culpando también al mayor Juan Delmas como autor intelectual del ilícito. De los 45 millones sólo se recuperaron 20. La leyenda cuenta que una parte del botín está sepultado en pleno desierto.
Las dudas respecto del fusilamiento
Hernández y Villanueva fueron condenados a muerte y ejecutados en la cárcel de Calama, el 22 de octubre de 1982. Gendarmería informó que al segundo –Villanueva- hubo que darle el tiro de gracia. Francisco Díaz, el conductor de la camioneta que aspiraba a ser parte de la CNI, fue sentenciado a cadena perpetua, pero algunos años más tarde obtuvo su libertad y se sabe que se radicó finalmente en Arica.
Pocos días después del fusilamiento, comenzó a circular el rumor de que los agentes de de la CNI estaban vivos y que todo había sido un tongo, un montaje más de la dictadura. Esta especie adquirió mayor volumen cuando Mónica Madariaga, ex ministra de Justicia en el régimen de Pinochet, aseguró haber visto con vida a Gabriel Hernández y a Eduardo Villanueva en Estados Unidos.
Sin embargo, ello fue desmentido por el ex periodista policial del diario La Tercera –Sergio Marabolí- uno de los que más sabía del caso y de la vida de los asesinos. Fue, además, testigo privilegiado del fusilamiento. Como reportero policial de La Tercera viajó a Calama, donde investigó el tema durante varios días. Pero, su ventaja era otra: compartió desde niño con los asesinos. Con Gabriel Hernández se conoció en el Colegio San Marcos de Arica, donde fueron compañeros de curso. "Este cabro fue de la Juventud Nacional. Era muy distinguido. Su padre, del mismo nombre, era juez de Policía Local. Además fue campeón de ajedrez y scout", recuerda el ex periodista.
Marabolí cuenta que Hernández se convirtió en "mayor" del Ejército por decreto, sin haber hecho ni el Servicio Militar. Su suegro, Manuel Castillo Ibaceta, ex comandante del Regimiento Rancagua y alcalde de Arica, fue quien lo metió a la CNI.
Respecto a Eduardo Villanueva afirma que en Arica era un "pato malo". Su apodo "Carasucia" se lo ganó de joven, cuando organizaba masivas peleas contra los conscriptos. Fue buzo y traficante de drogas. "Se parecía a Elvis Presley. En Calama se vio lleno de poder", recuerda Marabolí, cuyo momento más difícil fue presenciar la muerte de ambos. "Fue una experiencia traumática. Me recordaba, mientras iban caminando (al paredón), todo lo que habíamos vivido durante nuestra amistad".
Sin embargo, mucha gente sigue poniendo en duda la veracidad del fusilamiento. Las declaraciones hechas por el ex periodista Sergio Marabolí al diario ‘La Cuarta’, dejan razonables intersticios de escepticismo al reconocer que ‘había sido amigo’ de los asesinos, asunto que para algunos incrédulos bien podría ser una cortina destinada a tapar la verdad. Más aún si el ex periodista trabajaba para un medio escrito abiertamente pro Pinochet, el que estaba (y sigue estando) dirigido por conocidos empresarios que apoyaron a la dictadura sin remilgos ni arrepentimientos.
A su vez, Mónica Madariaga nunca ha echado pie atrás respecto de su propia declaración. Insiste en que vio a los criminales en Estados Unidos…y de allí nadie la saca.
El montaje pudo haber ocurrido, pues en esos años nuestra prensa nacional jamás se destacó por escribir la verdad de los sucesos acaecidos y, en cambio, coadyuvó entusiastamente a ocultar los crímenes de lesa humanidad cometidos por el régimen totalitario. Ante esa irrefutable realidad, muchos chilenos optaron por informarse a través de medios extranjeros.
Uno de ellos, el diario español ‘El País’, cuya línea editorial es de derecha, respecto de los asesinatos cometidos por agentes de la CNI en Calama, escribió lo siguiente:
“”El general Contreras es hoy uno de los hombres más poderosos de Chile, y un rival implacable del general Humberto Gordon Rubio, director general del CNI, cuyos subalternos cometieron el crimen de Calama. Es, además, el director de una agencia privada de protección bancaria que no depende de ningún organismo oficial y a cuyo cargo está la custodia forzosa o voluntaria de todos los bancos de Chile. El general Contreras tiene también una gran influencia en el cuerpo de policía civil, que esclareció el crimen de Calama, y es, por último, uno de los propietarios de La Tercera, un periódico amarillo que destapó y divulgó a grandes voces la culpabilidad de la CNI. Todo perfecto, como en el Chicago de Al Capone.””
Este tipo de seres insanos gobernó Chile durante 17 años…y sus vástagos políticos siguen a cargo de la administración del país a través de sus actuales socios, los ‘renovados’ ex -enemigos que se reconvirtieron a la fe neoliberal.
La vida de los civiles resultaba para ellos un asunto menor, intangible e incobrable. La ciudadanía les significaba algo tan ajeno y mínimo como una tormenta eléctrica en Tailandia. Los millones de ‘paisas’ eran sólo algo similar a limones y cerdos…vale decir, jugo y grasa.
En la minera ciudad de Calama, enclavada en medio de la pampa nortina, se desarrollaría una de las más detestables y cobardes acciones cometidas por agentes del estado totalitario, los que, amparados en el poder de las armas y en el temor de la población, decidieron alcanzar la riqueza económica mediante un solo golpe de criminal audacia. Era el mes de marzo del año 1981.
El único acontecimiento que había trastornado la rutina calameña en los años recientes fue el asalto armado a la sucursal del Banco del Estado en el pasado mes de diciembre. Por eso el gerente de ese establecimiento, Luis Guillermo Martínez Ayala, y su cajero, Sergio Yánez Araya, entendieron como algo muy natural que dos funcionarlos de la ‘seguridad militar’ quisieran tomar medidas especiales para evitar futuros asaltos.
Los dos hombres eran el jefe local de la Oficina Central de Información (CNI), Gabriel Hernández Anderson, y su segundo, Eduardo Villanueva Márquez. Los funcionarios del banco los conocían bien desde hacía tiempo, pues en el pasado mes de diciembre habían sido los encargados de investigar el asalto, sin ningún resultado positivo. A mediados de enero de 1981, Gabriel Hernández Anderson (28), y su asistente, Eduardo "Carasucia" Villanueva (34), proponen al agente Luis Martínez y el cajero Sergio Yáñez un operativo para evitar asaltos bancarios.
Eso fue, en efecto, lo que les dijeron los dos hombres que entraron en sus oficinas el día 09 de marzo, a las 8.30 de la mañana, pidiéndoles que colaboraran con ellos para hacer un asalto fingido, como una acción tendiente a ‘detectar fallas’ en la seguridad del Banco. Ese 09 de marzo era el día perfecto para el secreto "ejercicio": Codelco había depositado 45 millones de pesos para pagar el sueldo a los trabajadores de la minera.
Lo primero que hicieron fue sacar todo el dinero del cofre de seguridad para ponerlo en varias cajas de manzanas que transportaron en una camioneta sin disco ni insignias: 45 millones de pesos chilenos, equivalentes a un millón de dólares de esa época. Luego cargaron las cajas en la camioneta y se alejaron del lugar. El vehículo era manejado por Francisco Díaz, un aspirante a la CNI.
Se dirigieron a las afueras de la ciudad, a la pampa desolada y árida. En el sector de Chiu-Chiu obligan a los trabajadores bancarios a recostarse boca abajo sobre el suelo calichero. El agente de la CNI, Eduardo Villanueva, les descerraja un par de tiros en las nucas, y entierra los cuerpos de los infortunados bancarios..
Los asesinos regresaron a Calama para repartirse el botín. Una vez concluidas las macabras faenas, Hernández Anderson y Villanueva se dirigen a la ciudad de Arica donde comienzan a gastar dinero a manos llenas.
Se desenreda la madeja
Como los bancarios no aparecían, creció el rumor de que habían huido con el dinero y se estaban dando un gran festín fuera de Chile. Alguna prensa –adicta completamente al régimen dictatorial- aventuró incluso que los bancarios podrían pertenecer a una ‘célula terrorista’ que procuraba financiamiento para adquirir armas y combatir al gobierno de Pinochet. No obstante, la verdad comenzó a dilucidarse pronto.
A los pocos días de cometido el crimen, los autores comprendieron que la policía civil andaba sobre pistas que la llevarían sin remedio al esclarecimiento de la verdad. De modo que volvieron al lugar del fusilamiento, desenterraron los cadáveres en descomposición y los despedazaron con varias cargas de dinamita. La explosión fue tan poderosa que removió diecisiete toneladas de tierra, bajo las cuales quedaron sepultados los miembros dispersos.
Fue inútil, pues la policía civil esclareció el crimen pocos días más tarde. Los cadáveres fueron rescatados a pedazos y recuperado gran parte del dinero, que había sido escondido en diferentes lugares de Calama y Arica. Una parte apareció en una quebrada, donde la había escondido un hermano del autor principal del crimen. Otra parte apareció en casa de su suegro, que era nada menos que el flamante alcalde municipal. Más de diez personas fueron arrestadas en conexión con el asalto y el asesinato y, de un modo u otro, todas tenían algún vínculo con el Gobierno.
La policía creía haber terminado su labor de limpieza cuando ocurrió un episodio imprevisto. El mayor del Ejército chileno y jefe de la Central Nacional de Información en la ciudad de Arica, Juan Delmas, apareció muerto en su coche en medio del desierto, con un tiro en la cabeza. A su lado estaba el revólver calibre 38 del cual había salido la bala. El mayor Juan Delmas, que ejercía su cargo con el nombre falso de Carlos Vargas, fue señalado por la Prensa como el autor intelectual del asalto.
Eduardo Villanueva fue detenido por Investigaciones cuando cruzaba con varios millones la frontera hacia Tacna. Los detectives lo tenían en la mira porque se volvió loco gastando dinero a manaos llenas en prostitutas y juergas. Pagaba, por ejemplo, 20 mil pesos de esa época para que le interpretaran la canción "El Rey" en los burdeles.
En los primeros interrogatorios, Villanueva demostró que se sentía protegido por la CNI y que nada podría ocurrirle; por ello, sin dudar un instante, relató los entreveros del plan fraguado por Hernández Anderson y culpó directamente a su superior jerárquico, el mayor de ejército Juan Delmas, quien dirigía la CNI en Arica. El testimonio de Villanueva indicó que Delmas estaba al tanto de la operación –la había autorizado- pues necesitaba mucho dinero para realizar algunas ‘acciones’ en el extranjero, en beneficio del régimen y para ‘proteger a la patria.
Una vez que Hernández Anderson cayó también en las manos de los detectives, ratificó esa última declaración de su subordinado Villanueva, culpando también al mayor Juan Delmas como autor intelectual del ilícito. De los 45 millones sólo se recuperaron 20. La leyenda cuenta que una parte del botín está sepultado en pleno desierto.
Las dudas respecto del fusilamiento
Hernández y Villanueva fueron condenados a muerte y ejecutados en la cárcel de Calama, el 22 de octubre de 1982. Gendarmería informó que al segundo –Villanueva- hubo que darle el tiro de gracia. Francisco Díaz, el conductor de la camioneta que aspiraba a ser parte de la CNI, fue sentenciado a cadena perpetua, pero algunos años más tarde obtuvo su libertad y se sabe que se radicó finalmente en Arica.
Pocos días después del fusilamiento, comenzó a circular el rumor de que los agentes de de la CNI estaban vivos y que todo había sido un tongo, un montaje más de la dictadura. Esta especie adquirió mayor volumen cuando Mónica Madariaga, ex ministra de Justicia en el régimen de Pinochet, aseguró haber visto con vida a Gabriel Hernández y a Eduardo Villanueva en Estados Unidos.
Sin embargo, ello fue desmentido por el ex periodista policial del diario La Tercera –Sergio Marabolí- uno de los que más sabía del caso y de la vida de los asesinos. Fue, además, testigo privilegiado del fusilamiento. Como reportero policial de La Tercera viajó a Calama, donde investigó el tema durante varios días. Pero, su ventaja era otra: compartió desde niño con los asesinos. Con Gabriel Hernández se conoció en el Colegio San Marcos de Arica, donde fueron compañeros de curso. "Este cabro fue de la Juventud Nacional. Era muy distinguido. Su padre, del mismo nombre, era juez de Policía Local. Además fue campeón de ajedrez y scout", recuerda el ex periodista.
Marabolí cuenta que Hernández se convirtió en "mayor" del Ejército por decreto, sin haber hecho ni el Servicio Militar. Su suegro, Manuel Castillo Ibaceta, ex comandante del Regimiento Rancagua y alcalde de Arica, fue quien lo metió a la CNI.
Respecto a Eduardo Villanueva afirma que en Arica era un "pato malo". Su apodo "Carasucia" se lo ganó de joven, cuando organizaba masivas peleas contra los conscriptos. Fue buzo y traficante de drogas. "Se parecía a Elvis Presley. En Calama se vio lleno de poder", recuerda Marabolí, cuyo momento más difícil fue presenciar la muerte de ambos. "Fue una experiencia traumática. Me recordaba, mientras iban caminando (al paredón), todo lo que habíamos vivido durante nuestra amistad".
Sin embargo, mucha gente sigue poniendo en duda la veracidad del fusilamiento. Las declaraciones hechas por el ex periodista Sergio Marabolí al diario ‘La Cuarta’, dejan razonables intersticios de escepticismo al reconocer que ‘había sido amigo’ de los asesinos, asunto que para algunos incrédulos bien podría ser una cortina destinada a tapar la verdad. Más aún si el ex periodista trabajaba para un medio escrito abiertamente pro Pinochet, el que estaba (y sigue estando) dirigido por conocidos empresarios que apoyaron a la dictadura sin remilgos ni arrepentimientos.
A su vez, Mónica Madariaga nunca ha echado pie atrás respecto de su propia declaración. Insiste en que vio a los criminales en Estados Unidos…y de allí nadie la saca.
El montaje pudo haber ocurrido, pues en esos años nuestra prensa nacional jamás se destacó por escribir la verdad de los sucesos acaecidos y, en cambio, coadyuvó entusiastamente a ocultar los crímenes de lesa humanidad cometidos por el régimen totalitario. Ante esa irrefutable realidad, muchos chilenos optaron por informarse a través de medios extranjeros.
Uno de ellos, el diario español ‘El País’, cuya línea editorial es de derecha, respecto de los asesinatos cometidos por agentes de la CNI en Calama, escribió lo siguiente:
“”El general Contreras es hoy uno de los hombres más poderosos de Chile, y un rival implacable del general Humberto Gordon Rubio, director general del CNI, cuyos subalternos cometieron el crimen de Calama. Es, además, el director de una agencia privada de protección bancaria que no depende de ningún organismo oficial y a cuyo cargo está la custodia forzosa o voluntaria de todos los bancos de Chile. El general Contreras tiene también una gran influencia en el cuerpo de policía civil, que esclareció el crimen de Calama, y es, por último, uno de los propietarios de La Tercera, un periódico amarillo que destapó y divulgó a grandes voces la culpabilidad de la CNI. Todo perfecto, como en el Chicago de Al Capone.””
Este tipo de seres insanos gobernó Chile durante 17 años…y sus vástagos políticos siguen a cargo de la administración del país a través de sus actuales socios, los ‘renovados’ ex -enemigos que se reconvirtieron a la fe neoliberal.
Arturo Alejandro Muñoz
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