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A lo largo de las últimas charlas, debates y encuentros para analizar colectivamente qué está pasando en el capitalismo mundial, el por qué de su crisis y las perspectivas que se abren o que podemos abrir dependiendo de nuestra intervención, se constatan las limitaciones teóricas que surgen del uso abstracto y mecánico del concepto de “clase obrera” sin entrar a una especificación, a una matización de sus diversos componentes internos, de sus fracciones, de sus conexiones con el sistema patriarco-burgués, con la pequeña burguesía vieja y nueva y con eso denominan “clase media”, etcétera. El uso y abuso de una definición abstracta, plomiza y cerrada, de “clase obrera” -válido e imprescindible en su nivel preciso- , sin ni siquiera hablar de “clase trabajadora” y menos aún de “pueblo trabajador”, más amplios e inclusivos, abiertos a la visión de las interrelaciones de sus componentes internos, dicho uso está demostrando todas sus impotencias prácticas en estos momentos en los que la crisis estructural del capitalismo azuza todas las contradicciones exigiéndonos la más sofisticada capacidad de análisis concreto de la realidad concreta, es decir, el uso de la dialéctica marxista.
También se constata que la crisis multiplica los problemas cotidianos de los sectores sociales más indefensos y explotados, especialmente en la mujer y todo lo que sobre ella ha descargado premeditadamente la burguesía, desde el cuidado de la infancia hasta el de la tercera edad pasando por las personas enfermas, sin olvidar la sexualidad, la doble o triple jornada de trabajo, el incremento del terror y del miedo ante la violencia patriarcal, la tendencia al aumento del consumo de psicofármacos, alcohol y otras drogas. De igual modo, queda claro que es la juventud, muy especialmente la femenina, la que más y peor pagará los desastrosos efectos de las medidas de austeridad impuesta por la clase dominante, y por la gerontocracia, por el poder adulto que monopoliza el Estado burgués; de hecho, la generación que ahora llega a la veintena de años está viviendo ya en un contexto socioeconómico y político de restricción de derechos democráticos en comparación con los que conquistaron las generaciones anteriores. La juventud actual es objeto de ataques restrictivos y autoritarios, represores, lanzados desde el poder adulto muy superiores a los que se produjeron en decenios anteriores. Un retroceso involutivo que se suma a la multiplicación de los ataques a la mujer en general, al reforzamiento paulatino y frecuentemente imperceptible del patriarcado en la vida cotidiana, al margen incluso de la ley, o contra ella.
Especial importancia debemos dar a los efectos de la crisis sobre las sexualidades humanas. ¿Por qué hablamos de sexualidades, en plural, en vez de “sexualidad” a secas, en singular? Por la contundente razón de que la especie humana es multiforme en todas sus capacidades y potencialidades creativas, lo que indica que en algo tan elemental como los placeres y las buenas formas de vida, reducir algo tan elemental como el gozo sexual a una única forma de gratificación, la heterosexual, machista y constreñida a la cárcel familiar, eso que llama “sacramento del matrimonio”, es amputar la riqueza creativa del potencial de felicidades prácticas de nuestra especie. Sabido es que las sexualidades residen en el cerebro y no en los órganos genitales, y por ello, desde hace mucho tiempo, los poderes explotadores buscan imponer una única forma sexual correspondiente con una única forma de vida: la sumisa y obediente. Ahora bien, defender la naturalidad social de las sexualidades diversas no quiere decir que por sí mismas sean todas ellas automáticamente progresistas. Es la conciencia política como síntesis de toda la praxis, incluida en ella la conciencia ético-moral, la que dota de sentido liberador u opresor a las sexualidades concretas.
La autonomía represiva creciente del poder adulto y patriarcal contra la juventud y la mujer, y contra la mujer joven como sujeto más agredido, es, sin embargo, parte de la multiplicación de los comportamientos represivos e intimidatorios al margen de la ley burguesa, superándola por la extrema derecha ampliamente, que se está produciendo al calor del aumento de posturas autoritarias, reaccionarias, neofascistas y fascistas en la vida cotidiana. Actos realizados por personas y colectivos que incluso se autodefinen progresistas y hasta “de izquierdas”, además de conservadores, tradicionales y “normales”. Semejante comportamiento no es nada nuevo ya que una característica común a todos los períodos de caída en crisis socioeconómica y tensionamiento político, es que los colectivos o personas aisladas que saben que su forma de vida depende de la explotación cotidiana de “sus” mujeres, hijas e hijos, empleadas y empleados, trabajadoras y trabajadores, etc., además, también, del endurecimiento legal impuesto por el Estado, estas personas y colectivos incluso se adelantan por iniciativa propia en la aplicación a las medidas restrictivas oficiales, estatales y gubernativas, porque son conscientes de que sus vicios, caprichos, lujos, privilegios, holgazanerías y buen vivir pueden disminuir en una situación de crisis, por lo que endurecen sus medidas particulares y colectivas.
El neofascismo y el fascismo, no cabe duda, están dentro, por debajo, de estas prácticas cotidianas e individuales, que no sólo estatales. En los debates sobre fascismo se constata que en los períodos de crisis su ascenso se realiza mediante una cuádruple vía, como mínimo: una, en la cotidianeidad e intimidad, que ya hemos visto y a la que volveremos; otra, en el ámbito público sociocultural e intelectual, en el racismo, xenofobia, machismo, militarismo y belicismo, en donde se produce un retroceso claro hacia posturas explícita o implícitamente reaccionarias; además, en la vida sociopolítica y económica, pública y oficial, en la impuesta por los Estados, y que se plasma en los resultados en el sistema electoral-burgués; y para acabar, en el contexto internacional ya que existe un auténtico internacionalismo fascista que actúa para propagar sus tesis bajo todas las excusas, pantallas y caretas, siempre con el apoyo directo o indirecto de grupos empresariales, asociaciones internacionales y medios de prensa, además de aparatos de Estado que están fuera de los limitados sistemas de control parlamentario, si es que existen.
La crisis capitalista impulsa estas dinámicas reaccionarias pero, a la vez y por pura dialéctica, impulsa la respuesta de las clases y de los pueblos explotados, de su lucha estatal, nacional e internacionalista. Esta cuarta temática ha aparecido en todos los debates porque responde a la definitiva mundialización de la ley de valor y del mercado capitalista, pero también al hecho cierto de que el imperialismo está encontrando crecientes oposiciones en muchos lugares del planeta. El internacionalismo, que siempre ha sido una característica del socialismo y del comunismo, aparece ahora ya como una necesidad permanente, en especial para los pueblos oprimidos que deben buscar fuerzas aliadas que les ayuden a compensar las infinitas limitaciones causadas por la prohibición de tener un Estado propio, a la vez que los pueblos que sufren opresión nacional comprenden que las luchas de liberación han sido y son los grandes enemigos del imperialismo capitalista y, por ellos mismo, que sus propias burguesías. De este modo internacionalismo e independentismo, separados en el momento del análisis, muestran toda su fuerza movilizadora en el momento de la síntesis práctica en cada pueblo y a escala mundial. Fue ésta una de las conclusiones del debate sobre internacionalismo en recuerdo de la figura heroica del internacionalista e independentista vasco Pakito Arriaran muerto en combate durante la lucha revolucionaria de liberación nacional sostenida en El Salvador.
Han ido apareciendo otros muchos problemas, como es lógico, entre los que destacan, por un lado, el de los cambios internos en la clase trabajadora, la caída numérica del obrero industrial en los países capitalista más desarrollados y su aumento en los menos desarrollados; del aumento del trabajador de servicios de todo tipo, especialmente financieros, de transporte y de consumo, en los países del “centro” y su más lento crecimiento en los de la “periferia” y “emergentes”; la proletarización de amplios sectores de la pequeña burguesía, de los “autónomos” y de la “clase media”, como efecto del empobrecimiento, del paro encubierto, de la ruina de los negocios familiares y de autoexploración, etc. Sin embargo aquí no vamos a extendernos en esta cuestión tratada ya en otros textos. También ha salido el papel de los medios de comunicación de la burguesía para tergiversar los efectos de la crisis, y qué hacer al respecto, cuestión sobre la que ya hemos dicho lo fundamental en varios textos anteriores.
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