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2009/08/23

El Fascismo

"Después de su ascenso al poder en 1922, el fascismo inauguró una dictadura de derecha con apoyo creciente de masas, algo nunca visto antes. La implantación de una dictadura reaccionaria con respaldo popular no fue la única característica novedosa del experimento fascista, que también inauguró elementos inéditos en otros muchos espacios de la vida social."

Jorge Luís Acanda (Corriente Roig)

En este capítulo quiero detenerme en la significación que para la teoría y la praxis políticas tuvo el fascismo. Sobre todo porque el fascismo surgió en Italia, la patria de Antonio Gramsci, y se convirtió en el principal adversario del movimiento comunista italiano inicialmente, y rápidamente del movimiento comunista europeo y de la propia Unión Soviética. El fascismo logró derrotar a la revolución en Italia y tomar el poder en 1922. La fórmula fue copiada, con mayor o menor fidelidad, por la burguesía de otros países. El término “fascismo” dejó de designar a un movimiento político italiano, y se convirtió en un concepto que calificaba un modelo específico de organización no sólo estatal, sino incluso social. En pocos años gobiernos de corte fascista se instauraron en Austria, Portugal, Grecia, Japón y Alemania. En Francia, si bien los fascistas no llegaron al gobierno, tuvieron considerable fuerza y lograron atraer a amplios sectores de la población. El partido fascista francés, llamado “Cruz de Fuego” y rebautizado más tarde como “Partido Social Francés”, dirigido por François de La Rocque, fue el partido de más rápido y mayor crecimiento en ese país entre 1936 y 1938. En 1937 llegó a tener entre 700 mil y un millón 200 mil miembros (más grande que los partidos comunista y socialista franceses combinados) y para 1939 controlaba tres mil municipios y tenía 12 curules en el parlamento.

El fascismo constituyó un fenómeno que necesariamente preocupó y ocupó al movimiento comunista y por supuesto a Antonio Gramsci. Representa una de las claves a aprehender para poder traducir adecuadamente la propuesta teórica gramsciana. Por eso mismo es preciso captar la esencia de lo que significó en su realidad y sus proyecciones. No es algo fácil, porque se ha difundido una imagen muy superficial y caricaturesca del mismo. La responsabilidad del gobierno fascista alemán de Adolfo Hitler en el desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial, en el exterminio masivo del pueblo judío y en la realización de atrocidades genocidas en toda Europa, han conducido justificadamente a que el término “fascista” sea identificado con brutalidad, represión sangrienta y supresión de los derechos y libertades políticas que durante el viejo orden liberal las luchas populares habían convertido en patrimonio general. El adjetivo “fascista” ha sido utilizado indiscriminadamente en el discurso político y se le ha endilgado a cualquier grupo político con inclinaciones reaccionarias.

Pero el fascismo fue algo mucho más complejo que la implantación permanente del Estado de excepción y la utilización ilimitada de la represión física. El fascismo en Europa, en el período de entreguerras, constituyó un fenómeno de masas. Y esa realidad – después olvidada por muchos – constituyó uno de los temas más importantes de reflexión para Gramsci.

La evolución política de Italia en el cuatrienio 1919-1923 proporcionó razones para ello. En 1919 el triunfo de la revolución obrera parecía inminente. Las ocupaciones de fábricas por los trabajadores, las huelgas, la constitución de soviets en las ciudades, se sucedían unas a las otras. Ante las vacilaciones del sector más conservador del Partido Socialista Italiano, su ala izquierda (en la que figuraba Gramsci) se desgajó, y en enero de1921 fundó el Partido Comunista de Italia. Para 1922 la situación había cambiado radical y dramáticamente. El 23 de marzo de 1919, en el momento más álgido de la crisis, en un acto convocado por Benito Mussolini en la plaza de San Sepolcro, en Milán (y al que asistieron sólo 119 personas) se fundaron los fasci italiani di combattimento (fascios italianos de combate). La membresía del movimiento fascista creció rápidamente. Inicialmente su composición fue muy heterogénea, conformada por hombres vinculados a asociaciones de ex-combatientes ("arditi"), al sindicalismo revolucionario y al futurismo, con la idea de formar una organización nacional que, al margen del ámbito constitucional, defendiese los valores e ideales nacionalistas de los combatientes. Utilizando un vocabulario insólito para la derecha y formas de actuación política nunca antes vistas, que incluían la formación de grupos paramilitares para combatir con extrema violencia las actividades revolucionarias (pero que no se limitaron a ello), el fascismo logró rápidamente construirse una base de masas. En julio de 1920, había ya 108 fascios locales con un total de 30.000 afiliados; a fines de 1921, las cifras eran, respectivamente, 830 y 250.000. En 1927 se llegó a los 938.000 afiliados y en 1939 a 2.633.000. Inicialmente atrajo a la mayoría de sectores tales como la pequeña burguesía urbana, desempleados, lumpenproletariado y empleados del gobierno. Se trataba de grupos sociales explotados y excluidos por el sistema existente, pero que se incorporaron con fervor a una “revolución fascista” cuyo signo retrógrado y precapitalista era indudable. Pero también un sector de la clase obrera se sintió atraído por la propaganda fascista y le dio su concurso a este movimiento. La monarquía, el ejército y el gran capital italianos comprendieron desde un inicio el apoyo que representaba el fascismo y le prestaron todo su apoyo. Después de su ascenso al poder en 1922, el fascismo inauguró una dictadura de derecha con apoyo creciente de masas, algo nunca visto antes. La implantación de una dictadura reaccionaria con respaldo popular no fue la única característica novedosa del experimento fascista, que también inauguró elementos inéditos en otros muchos espacios de la vida social.

Lo que muchos no comprendieron desde un inicio era que el fascismo constituía una respuesta que la burguesía en el poder avanzó para implementar su “revolución desde arriba” y estructurar una nueva armazón político-estatal que le permitiera encarar los desafíos que la obsolescencia del modelo liberal y la insurgencia revolucionaria le plantearon. Su efectividad hizo que la fórmula se repitiera, de una u otra forma, en otros países europeos. En 1933 el partido nazi de Adolfo Hitler tomó el poder e implantó un modelo fascista aún más refinado, perverso y eficaz que el italiano. El fascismo se había convertido en una pesadilla para la humanidad, pero los regímenes fascistas instaurados tenían tomadas tan firmemente las riendas del poder que hizo falta una conflagración mundial y el esfuerzo coaligado de varias grandes potencias para derrocarlos.

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