"...el fascismo  constituía una respuesta que la burguesía en el poder 
avanzó para  implementar su “revolución desde arriba” y estructurar una 
nueva armazón  político-estatal que le permitiera encarar los desafíos 
que la  obsolescencia del modelo liberal y la insurgencia revolucionaria
 le  plantearon."
En este capítulo quiero detenerme en la 
significación que para la  teoría y la praxis políticas tuvo el 
fascismo. Sobre todo porque el  fascismo surgió en Italia, la patria de 
Antonio Gramsci, y se convirtió  en el principal adversario del 
movimiento comunista italiano  inicialmente, y rápidamente del 
movimiento comunista europeo y de la  propia Unión Soviética. El 
fascismo logró derrotar a la revolución en  Italia y tomar el poder en 
1922. La fórmula fue copiada, con mayor o  menor fidelidad, por la 
burguesía de otros países. El término “fascismo”  dejó de designar a un 
movimiento político italiano, y se convirtió en  un concepto que 
calificaba un modelo específico de organización no sólo  estatal, sino 
incluso social. En pocos años gobiernos de corte fascista  se 
instauraron en Austria, Portugal, Grecia, Japón y Alemania. En  Francia,
 si bien los fascistas no llegaron al gobierno, tuvieron  considerable 
fuerza y lograron atraer a amplios sectores de la  población. El partido
 fascista francés, llamado “Cruz de Fuego” y  rebautizado más tarde como
 “Partido Social Francés”, dirigido por  François de La Rocque, fue el 
partido de más rápido y mayor crecimiento  en ese país entre 1936 y 
1938. En 1937 llegó a tener entre 700 mil y un  millón 200 mil miembros 
(más grande que los partidos comunista y  socialista franceses 
combinados) y para 1939 controlaba tres mil  municipios y tenía 12 
curules en el parlamento.
El fascismo constituyó un fenómeno que  
necesariamente preocupó y ocupó al movimiento comunista y por supuesto a
  Antonio Gramsci. Representa una de las claves a aprehender para poder 
 traducir adecuadamente la propuesta teórica gramsciana. Por eso mismo 
es  preciso captar la esencia de lo que significó en su realidad y sus  
proyecciones. No es algo fácil, porque se ha difundido una imagen muy  
superficial y caricaturesca del mismo. La responsabilidad del gobierno  
fascista alemán de Adolfo Hitler en el desencadenamiento de la Segunda  
Guerra Mundial, en el exterminio masivo del pueblo judío y en la  
realización de atrocidades genocidas en toda Europa, han conducido  
justificadamente a que el término “fascista” sea identificado con  
brutalidad, represión sangrienta y supresión de los derechos y  
libertades políticas que durante el viejo orden liberal las luchas  
populares habían convertido en patrimonio general. El adjetivo  
“fascista” ha sido utilizado indiscriminadamente en el discurso político
  y se le ha endilgado a cualquier grupo político con inclinaciones  
reaccionarias.
Pero el fascismo fue algo mucho más 
complejo que la implantación  permanente del Estado de excepción y la 
utilización ilimitada de la  represión física. El fascismo en Europa, en
 el período de entreguerras,  constituyó un fenómeno de masas. Y esa 
realidad – después olvidada por  muchos – constituyó uno de los temas 
más importantes de reflexión para  Gramsci.
La evolución política de Italia en el 
cuatrienio 1919-1923  proporcionó razones para ello. En 1919 el triunfo 
de la revolución  obrera parecía inminente. Las ocupaciones de fábricas 
por los  trabajadores, las huelgas, la constitución de soviets en las 
ciudades,  se sucedían unas a las otras. Ante las vacilaciones del 
sector más  conservador del Partido Socialista Italiano, su ala 
izquierda (en la que  figuraba Gramsci) se desgajó, y en enero de1921 
fundó el Partido  Comunista de Italia. Para 1922 la situación había 
cambiado radical y  dramáticamente. El 23 de marzo de 1919, en el 
momento más álgido de la  crisis, en un acto convocado por Benito 
Mussolini en la plaza de San  Sepolcro, en Milán (y al que asistieron 
sólo 119 personas) se fundaron  los fasci italiani di combattimento 
(fascios italianos de combate). La  membresía del movimiento fascista 
creció rápidamente. Inicialmente su  composición fue muy heterogénea, 
conformada por hombres vinculados a  asociaciones de ex-combatientes 
(“arditi”), al sindicalismo  revolucionario y al futurismo, con la idea 
de formar una organización  nacional que, al margen del ámbito 
constitucional, defendiese los  valores e ideales nacionalistas de los 
combatientes. Utilizando un  vocabulario insólito para la derecha y 
formas de actuación política  nunca antes vistas, que incluían la 
formación de grupos paramilitares  para combatir con extrema violencia 
las actividades revolucionarias  (pero que no se limitaron a ello), el 
fascismo logró rápidamente  construirse una base de masas. En julio de 
1920, había ya 108 fascios  locales con un total de 30.000 afiliados; a 
fines de 1921, las cifras  eran, respectivamente, 830 y 250.000. En 1927
 se llegó a los 938.000  afiliados y en 1939 a 2.633.000. Inicialmente 
atrajo a la mayoría de  sectores tales como la pequeña burguesía urbana,
 desempleados,  lumpenproletariado y empleados del gobierno. Se trataba 
de grupos  sociales explotados y excluidos por el sistema existente, 
pero que se  incorporaron con fervor a una “revolución fascista” cuyo 
signo  retrógrado y precapitalista era indudable. Pero también un sector
 de la  clase obrera se sintió atraído por la propaganda fascista y le 
dio su  concurso a este movimiento. La monarquía, el ejército y el gran 
capital  italianos comprendieron desde un inicio el apoyo que 
represe
ntaba el  fascismo y le prestaron todo su apoyo. Después de su 
ascenso al poder en  1922, el fascismo inauguró una dictadura de derecha
 con apoyo creciente  de masas, algo nunca visto antes. La implantación 
de una dictadura  reaccionaria con respaldo popular no fue la única 
característica  novedosa del experimento fascista, que también inauguró 
elementos  inéditos en otros muchos espacios de la vida social.
Lo que muchos no comprendieron desde un 
inicio era que el fascismo  constituía una respuesta que la burguesía en
 el poder avanzó para  implementar su “revolución desde arriba” y 
estructurar una nueva armazón  político-estatal que le permitiera 
encarar los desafíos que la  obsolescencia del modelo liberal y la 
insurgencia revolucionaria le  plantearon. Su efectividad hizo que la 
fórmula se repitiera, de una u  otra forma, en otros países europeos. En
 1933 el partido nazi de Adolfo  Hitler tomó el poder e implantó un 
modelo fascista aún más refinado,  perverso y eficaz que el italiano. El
 fascismo se había convertido en  una pesadilla para la humanidad, pero 
los regímenes fascistas  instaurados tenían tomadas tan firmemente las 
riendas del poder que hizo  falta una conflagración mundial y el 
esfuerzo coaligado de varias  grandes potencias para derrocarlos.
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