"El rechazo oficial del psicoanálisis por el estalinismo se basó en buena
medida en las ideas conservadoras y machistas de Lenin sobre la
sexualidad libre, sobre las relaciones personales basadas en una
sexualidad y afectividad emancipada..."
Iñaki Gil de San Vicente
Nota: Introducción a Psicología de masas del fascismo de W. Reich, publicado por Sare Antifaxista, y editado por DDT.
El libro Psicología de masas del fascismode W. Reich , fue editado en
1933, justo cuando el nazismo triunfaba en Alemania y el movimiento
fascista y militarista llevaba una década expandiéndose por Europa y
sumando apoyos muy significativos en la burguesía británica y
norteamericana. El capitalismo imperialista se agitaba en una
insoportable crisis global, crisis que en lo sociopolítico se remitía al
estallido de la revolución bolchevique de 1917, en lo socioeconómico a
la crisis iniciada en 1929, y en lo mundial a la multiplicación de los
conflictos interimperialistas desde finales del siglo XIX y al giro
popular de las luchas de los pueblos oprimidos como la revolución
mexicana de 1910. Se trataba de la peor crisis del imperialismo hasta el
momento, crisis de la que las burguesías intentarían salir provocando
la Segunda Guerra Mundial y las guerras locales anteriores.
El fascismo apareció como un complejo movimiento reaccionario de
masas desclasadas sobre todo en los Estados europeos que se habían
sumado tarde a la industrialización y en los que, por eso mismo, sus
burguesías no habían podido desarrollar un efectivo sistema de control e
integración de las clases explotadas. Aunque había burguesías pro
fascistas muy potentes en Gran Bretaña, Estados Unidos, Estado francés,
Holanda, Bélgica, etcétera, estos y otros Estados disponían de recursos
integradores y cohesión democrático-burguesa más efectivos y arraigados
que los desarrollados por la burguesía alemana, italiana, española,
portuguesa, etc. Aún así, la gravedad extrema de la crisis imperialista
arriba descrita explica por qué en todos los Estados capitalistas
existían conscientes simpatías y hasta movimientos fascistas, nazis y
militaristas. La obra de W. Reich que aquí comentamos tiene la doble
virtualidad de explicar el fascismo como, primero, expresión de la
crisis alemana en concreto, y, segundo, de la crisis general del orden
burgués en sí mismo en aquella época.
Reich nació en 1897. Sus inquietudes sociales por un psicoanálisis
revolucionario dieron un salto en 1927 a raíz de la oleada de lucha de
clases en Viena, que llegó a la represión de una manifestación obrera y
popular con más de 100 muertos y 1.000 heridos en aquél verano. Reich se
hizo comunista y multiplicó sus esfuerzos teóricos y prácticos por unir
la revolución sexual con la revolución social, la lucha socialista con
la lucha por la plena salud mental y física del pueblo, con especial
atención a la juventud trabajadora, al papel de la familia burguesa y
pequeño burguesa, a los efectos terribles de la represión sexual y
genital, a la función de la disciplina autoritaria y militarista,
etcétera.
En un principio, y hasta 1923, sus tesis en formación y aún no
plenamente marxistas son bien acogidas por la ortodoxia psicoanalítica,
pero desde ese año van chocando cada vez más con la versión oficial
sobre todo a partir de los años treinta cuando Reich impulsa el
movimiento de la Sex-Pol y del freudo-marxismo como arma revolucionaria
antifascista. Como Reich no acata las cada vez más duras
«recomendaciones» del psicoanálisis ortodoxo y dominante de que se
abstuviera de «politizar» las ideas de Freud, de que no investigase las
relaciones esenciales entre sus contenidos críticos y el marxismo, todo
lo cual azuzaba la represión conservadora en general y nazi en concreto
del movimiento psicoanalítico, por esto fue expulsado en verano de 1934
de las asociaciones psicoanalíticas oficiales.
Ocurría que si bien el psicoanálisis contenía y contiene una crítica
revolucionaria del orden burgués, lo que le supuso un rechazo inmediato y
total, sin embargo tal crítica era y es contradictoria y débil en
muchos aspectos, sobre todo en el sociopolítico, como se aprecia con una
simple lectura de Freud. Semejante ambigüedad interna fue rápidamente
explotada por sus miembros conservadores y «apolíticos», positivistas en
lo metodológico, convirtiendo a esta versión del psicoanálisis en una
muy eficaz burocracia disciplinadora y normalizadora del capitalismo. La
institucionalización burguesa del psicoanálisis no ha impedido, pese a
su fuerza incluso dentro de los aparatos de represión contrainsurgente,
de tortura especializada, de guerra de baja intensidad y de cuarta
generación, sin extendernos a su papel decisivo en las psicotécnicas de
marketing y manipulación política y comercial, no ha impedido, como
decimos, que siempre resurja el llamado freudo-marxismo en los momentos
de crisis.
De la misma forma en que los contenidos críticos del psicoanálisis
son incompatibles con el orden burgués, también lo son con el orden
burocrático del marxismo dogmatizado y amputado en su esencia
dialéctica. Aunque Reich se hizo abiertamente comunista desde la primera
mitad de 1927, desarrollando una intensa tarea revolucionaria en lo
psicopolítico y en el enriquecimiento de la dialéctica entre lo
consciente y lo inconsciente, también empezó a chocar con la versión
mecanicista y determinista del marxismo que se estaba imponiendo desde
la segunda mitad de la década de 1920 en la URSS y bien pronto en la
Internacional Comunista. No hace falta decir que el freudo-marxismo era
incompatible con el economicismo determinista, y con el retroceso en las
libertades sexo-politicas y sociales que empezaba a sufrirse en la
URSS, país que Reich visitó en 1929 extrayendo unas lecciones que luego
serían vitales para una de sus mejores aportaciones: la crítica de la
contrarrevolución sexual que hace en el libro La revolución sexual, de
lectura obligada.
El rechazo oficial del psicoanálisis por el estalinismo se basó en
buena medida en las ideas conservadoras y machistas de Lenin sobre la
sexualidad libre, sobre las relaciones personales basadas en una
sexualidad y afectividad emancipada, a pesar de que Lenin tuvo una
amante, Inessa Ardman, mientras estaba oficialmente casado con N.
Krupskaia. En vez de aprender de Engels y del feminismo socialista, la
burocracia de la URSS se opuso al psicoanálisis porque, en el fondo, sus
contenidos críticos atacaban -y atacan- a toda estructura física y
mental autoritaria y dogmática. La miopía sexual de Lenin al respecto
coincidía con la de Marx y otros socialistas en el mismo tema, pero en
modo alguno en la concepción dialéctica y subversiva del materialismo
histórico y del marxismo en su conjunto, lo que no hace sino confirmar
la necesidad de la revolución socio-sexual inseparable de la
socialización de las fuerzas productivas. Recordemos que ya en el
Manifiesto Comunista de 1848 se denuncia que la mujer es un «instrumento
de producción» en propiedad de los hombres.
Desde 1932 Reich pugnaba cada vez más con la práctica oficial del
Partido Comunista de Alemania y de la Internacional Comunista:
economicismo que no tenía en cuenta las miserias cotidianas de las
masas, su miseria afectiva y emocional, su miseria sexual, su valores
reaccionarios profundos cada vez más manipulados por la burguesía y por
el fascismo, su nacionalismo imperialista reactivado por la propaganda
nazi con el mito de la «puñalada por la espalda», su racismo reforzado,
la carga machista de la simbología nazi… y, en síntesis, la
despreocupación por la «fuerza reaccionaria de lo irracional» que
caracterizaba al parlamentarismo legalista del Partido Comunista de
Alemania en pleno auge de masas del nazismo. Reich se dedicó a estudiar
cuestiones del fascismo que apenas habían sido vistas por el marxismo
anterior, por el último Lenin, por Gramsci y por Trotsky, pese a sus
innegables aportaciones, como el papel de la pequeña burguesía en lo
político tan bien estudiado por Trotsky desarrollando ideas de Marx y
Engels, pero que Reich, y otros freudo-marxistas, pudieron analizar con
más detalle.
Desde 1925 la III Internacional subvaloró la novedad histórica del
fascismo en la sociedad imperialista, incomprensión que se agudizó a
partir de 1929 y en 1933. La III Internacional creía que el fascismo era
una respuesta transitoria y desesperada de la burguesía, y que era
mucho más peligrosa la socialdemocracia que el fascismo. La III
Internacional analizaba lo nuevo en base a lo viejo, intentaba
comprender la crisis de la segunda mitad de la década de 1920 y sobre
todo de los efectos de 1929 en base a los viejos análisis sobre la
traición de la socialdemocracia en 1914 y sobre todo en 1918-1919 y,
luego, en 1923. Por circunstancias que no podemos exponer ahora, los
marxistas que sí comprendieron la extrema gravedad de lo nuevo, de lo
que significaba realmente el fascismo, estaban siendo arrinconados y
luego machacados por las purgas estalinistas como Trotsky y otros, o
asesinados por el fascismo y el militarismo anterior al nazismo como fue
el encarcelamiento de Gramsci hasta su muerte. En cuanto a los textos
de Marx y Engels que adelantaban ideas fundamentales para facilitar una
urgente y válida primera aproximación al autoritarismo bonapartista
pre-fascista, a la fuerza reaccionaria de lo irracional en el presente,
al papel contrarrevolucionario de los cuerpos armados formados por el
lumpemproletariado, al sanguinario terror de masas que era capaz de
aplicar la burguesía con el apoyo de los sectores populares alienados,
etcétera, estos y otros textos fueron relegados a un segundo plano.
Como hemos dicho, en 1932 Reich ya estaba en tensión crítica con el
Partido Comunista de Alemania por su incapacidad de entender qué era
realmente el fascismo. Su viaje a la URSS de 1929 le había enseñado cómo
allí se gestaba un retroceso en las libertades socio-sexuales,
lecciones que se vieron confirmadas por la creciente oposición de la III
Internacional a la Sex-Pol, a las tesis de la necesidad de la
revolución sexo-política especialmente en la juventud obrera para
contener el fascismo, a la necesidad de la lucha práctica contra la
sexualidad burguesa y pequeño burguesa y a sus respectivos sistemas
familiares como fábricas de obediencia, sumisión y reaccionarismo, a la
lucha contra el terrorismo moral de las Iglesias, contra el poder
castrador de toda burocracia, etc. El Partido Comunista de Alemania
ponía cada vez más obstáculos a la publicación de sus textos y al
funcionamiento de los colectivos de educación y liberación
sexo-política. En diciembre de 1932 un diario del Partido Comunista de
Alemania prohíbe la edición de sus textos entre la juventud del partido y
de las bases simpatizantes, pero la respuesta en contra es tan potente
que el partido cede y permite las ediciones.
Hasta ese momento Reich y el freudo-marxismo eran rechazados, además
de por la burguesía y la Iglesia, también por la ortodoxia
psicoanalítica y por el dogmatismo autocalificado de «comunista», pero
en marzo de 1933 los nazi atacan duramente su libro La lucha sexual de
los jóvenes: todos los poderes contra el freudo-marxismo. Ataque tan
duro que Reich tuvo que esconderse en la clandestinidad incluso dentro
mismo de Dinamarca, no solo en Alemania. Ambos partidos comunistas, el
danés y el alemán, le expulsaron de sus filas en verano de 1933. El
libro Psicología de masas del fascismo fue la excusa para la expulsión
porque cuestionaba la política de los partidos comunistas desde un
marxismo intachable en lo teórico y desde una propuesta de revolución
sexo-política inaceptable por sus direcciones. En enero de 1934 el
órgano de prensa de la III Internacional -Der Gegenangriff- ataca y
desautoriza el texto Psicología de masas del fascismo como contrario a
las tesis de la Internacional Comunista de que el nazismo era menos
peligroso que la socialdemocracia y estaba a punto de ser derrotado por
la clase trabajadora. Todos conocemos la tragedia que se desencadenó
después con la victoria nazi y el terror inmediato, y los gigantescos
costos humanos que ella acarreó, pero casi nadie sabe que con esa
«excomunión» oficial no solo el freudo-marxismo fue anatematizado sino
que también lo fue cualquier posibilidad de recuperar un marxismo
crítico, dialéctico, hasta finales de la década de 1960.
El capitalismo actual ha tolerado una cierta liberación sexual
arrancada por las luchas feministas, juveniles, socialistas y de las
izquierdas en general, así como por los propios intereses de fracciones
burguesas interesadas en no abrir excesivos campos de combate con las
mujeres y con el pueblo trabajador. Pero desde que la contraofensiva
neoliberal empezó a golpearnos en todos los sentidos partir de 1973,
poco a poco el sistema patriarco-burgués, las religiones todas, la
tendencia objetiva a la militarización autoritaria, estas y otras
dinámicas represivas se han ido fortaleciendo cada vez más. La aparición
del VIH y de otras enfermedades de transmisión sexual ha reforzado la
tendencia a una nueva represión sexual hasta ahora más sutil pero que
tiende a endurecerse con los ataques a los derechos de la mujer y de la
juventud, a los derechos de aborto seguro, libre y gratuito…
La crisis global desde 2007 justifica los recortes de las libertades
concretas, incluidas las sexuales, porque la clase burguesa vuelve a
necesitar fuerza de trabajo alienada, reaccionaria, machista, sumisa,
racista e imperialista, y sobre todo una juventud mental y
psicológicamente militarizada, con una obediencia fanática a un líder
que dirija los ejércitos de la OTAN por el mundo entero. La burguesía
apoya cada vez más a los partidos «de orden» que movilizan votos de las
llamadas «clases medias» empobrecidas, del proletariado desmoralizado y
de la juventud precarizada y embrutecida. Los servicios secretos no
acaban con los grupos nazis y les dejan actuar como banderines de
enganche que en su momento pueden ser masivamente impulsados por la
industria político-mediática. Salvando todas las distancias, reaparecen
las condiciones objetivas y subjetivas que dieron forma al fascismo de
entonces pero en el capitalismo presente en el que las izquierdas
revolucionarias todavía siguen siendo muy reducidas, teniendo que
enfrentarse no solo a la burguesía sino también a un reformismo que ha
aceptado la lógica legalista y pacifista del sistema explotador.
Psicología de masas del fascismo vuelve así a la primera línea de
combate, como el resto de la vital corriente freudo-marxista, aportando
una serie de propuestas que si bien tenemos que estudiar y aplicar en el
imperialismo actual, siguen teniendo un valor innegable no solo en lo
práctico sino también en lo teórico y en lo metodológico como se aprecia
leyendo la cita que sigue extraída del libro que comentamos y
recomendamos:
La psicología burguesa tiene por costumbre en estos casos querer
explicar mediante la psicología por qué motivos, llamados irracionales,
se ha ido a la huelga o se ha robado, lo que conduce siempre a
explicaciones reaccionarias. Para la psicología materialista dialéctica
la cuestión es exactamente lo contrario: lo que es necesario explicar no
es que el hambriento robe o el que el explotado se declare en huelga,
sino por qué la mayoría de los hambrientos no roban y por qué la mayoría
de los explotados no van a la huelga […] La economía ha ignorado hasta
el momento que la cuestión esencial no reside en saber que la conciencia
de clase existe, y de qué modo, entre los trabajadores (esto es una
cuestión evidente) sino en averiguar qué es lo que impide el desarrollo
de la conciencia de clase.
La cita que acabamos de leer reaviva una reflexión siempre necesaria
en el capitalismo, pero que en el inicio del siglo XXI adquiere una
mayor transcendencia si cabe. Vayamos por partes. Para responder a la
pregunta que nos hace Reich debemos, antes que nada, estudiar los
cambios sociales habidos desde 1933 que explican por qué en las
condiciones descritas arriba, las que se han generado sobre todo a
partir de la crisis de 2007, está tardando en formarse una radical
conciencia antifascista, si bien es innegable su avance. Muy en síntesis
y en el tema que tratamos, podemos exponer cuatro grandes cambios:
Primero, si bien en la década de 1930 ya existían programas de
intervención estatal para intentar controlar la crisis desatada en 1929
en Italia, Suecia, Alemania, EEUU, etc., programas que serían una de las
bases del keynesianismo, sin embargo ahora el poder de intervención de
los grandes Estados es mucho mayor, aunque, como se ha demostrado, no
logran domeñar al monstruo de las crisis, por razones que no podemos
explicar aquí. Aquellos planes no salvaron al capitalismo, sólo logró
salvarlo la II GM desatada en 1940. Ahora, el sistema dispone de medios
que, mal que bien, han evitado un estallido de la catástrofe al precio
de agravar todas sus contradicciones. Sin embargo, es precisamente esta
capacidad de control decreciente la que aún atolondra y crea falsas
expectativas en las clases y naciones explotadas, a la vez que oculta en
buena medida la gravedad del renacimiento del fascismo como tendencia
de masas latente a la espera de ser activada cuando la burguesía lo
necesite.
Segundo, esta menguante capacidad de posposición de la crisis es
reforzada además por los avances en las técnicas de manipulación
psicopolítica, emocional e ideológica, cultural, etc., que ha
desarrollado el marketing propagandístico aplicado intensamente sobre la
estructura psíquica de masas. Hay que reconocer que la psicotecnia de
Goebbels es ya sólo una parte de la poderosa maquinaria de la
manipulación del inconsciente. A la vez, el sistema represivo actual es
mucho más perfecto por cuanto más sibilino e invisible, más complejo y
multifacético que el fascista: recordemos que su táctica del terror
aleatorio y fortuito, imprevisible, que golpeaba a cualquiera en
cualquier momento sembrando el miedo paralizante y angustiado, esta
táctica sólo se aplica ahora en situaciones muy peligrosas para el
poder. Algunas de sus formas ya se aplican en el presente, como las
multas y las identificaciones aleatorias en manifestaciones y actos
democráticos, el endurecimiento de la ley represiva, la impunidad de los
malos tratos y de la tortura, etc., pero la burguesía actual es más
sabia y astuta que la fascista de entonces y aplicará el terror
aleatorio como parte de una estrategia, sistema y doctrina represiva
superior.
Tercero, en el capitalismo actual las «libertades sexuales» burguesas
están sometidas a una presión creciente como hemos dicho arriba, pero
aún así son todavía mayores que las que existían en 1933, lo que ayuda a
mantener la ficción democrático-abstracta de «libertad personal» y de
debilidad del peligro fascista. Otro tanto sucede con la institución
familiar burguesa que siendo esencialmente la misma que entonces sin
embargo ahora se camufla en otras formas familiares formalmente más
libres: familias monoparentales, familias homosexuales y lésbicas, etc.
El vigilado derecho al divorcio y al aborto, a los anticonceptivos, la
«educación sexual» que se ofrece en mucha prensa, el negocio de la
«erotización social» realizado por el marketing, la moda y la industria
de la culturilla burguesa, así como la industria de la «libertad sexual»
en Internet que produce miles de millones de euros, esta realidad que a
la vez oculta el terrible poder represivo subterráneo de la sexualidad
patriarcal realmente existente, difumina mucho la sensación de peligro
de la represión de la sexualidad emancipada y libre inherente al
fascismo.
Y cuarto, en el presente malvivimos sexual y afectivamente bajo la
derrota aplastante de la política sexual practicada por la izquierda
revolucionaria a finales de los ’60 y buena parte de los ’70 del siglo
pasado. Uno de los objetivos del neoliberalismo es el de anular toda
forma de vida no mercantilizada ni subsumida en la acumulación
capitalista, como la de una cotidianeidad crítica y comunalista que
ayuda a crear personas revolucionarias. La Sex-Pol de los ’30 fue
destrozada por la cuádruple alianza del fascismo, la burguesía, el
psicoanálisis oficial y la burocracia supuestamente «marxista»; los
vitales avances en la «revolución de la vida cotidiana» realizados desde
finales de los ‘60 fueron barridos por el neoliberalismo con el apoyo
del reformismo y por la miopía de la muy debilitada izquierda. Ahora la
juventud obrera y popular, sobre todo las mujeres, topa con incontables
dificultades sexo-afectivas aunque creen que su «libertad sexual» es
apreciable. La izquierda no ha (re)iniciado todavía la batalla radical
por una sexualidad y una afectividad libre dentro de lo posible en el
capitalismo, libertad reducida y siempre en peligro, que a pesar de todo
prefigura muy tímidamente partes de la sexualidad socialista.
En la medida en que la izquierda revolucionaria no (re)inicia
abiertamente la lucha por una sexualidad libre, en esa medida da tiempo a
reaccionar al sistema patriarco-burgués. Por ejemplo, a raíz de los
avances teóricos de Marcuse sobre la «desublimación represiva» en El
hombre unidimensional, y sobre el «ocio represivo» en Eros y
civilización, por citar algunos, así como de otras aportaciones
radicales feministas de la época, en 1969 Reimut Reiche –La sexualidad y
la lucha de clases, Seix Barral, Barcelona 1974– advirtió sobre la
aparente liberación sexual que se oculta bajo una «libertad» que en
realidad oprime con mayor eficacia que la represión pura y dura porque
logra ocultarla bajo un manto de tolerancia. Poco después E. González
Duro –Represión sexual, dominación social, Akal, Madrid 1976– insistió
en la misma línea de crítica de la desublimación represiva, del ocio
represor, del «sexo mecanizado», etc., como la «solución» adecuada para
aumentar la productividad económica y la integración sociopolítica de la
clase trabajadora.
Aunque el capitalismo está mostrando de nuevo su intolerancia
represiva clásica, sin embargo la floreciente industria del sexo
refuerza su poder alienador. Pero el problema es más grave ya que el
sistema activa su poderosa institución psicológica para reforzar la
diferenciación sexual biologicista de la época victoriana en la sociedad
burguesa actual, castrando así cualquier sexualidad que rompa los
estrictos límites «científicamente establecidos», según Silvia García
Dauder en «Ingeniería bioconductual al servicio de la normalización:
vigilando las fronteras del sexo», Antipsychologicum, Virus, Barcelona
2006. Como se aprecia, la necesaria crítica radical de la sexualidad
oficial, dominante, siempre tiene que buscar en los orígenes sociales de
la opresión, en este caso en la época victoriana, si bien la izquierda
debiera ir hasta el mismo fondo del problema, o sea, hasta las
relaciones entre sexualidad, libido, naturaleza y dinero al preguntarse
sobre si son posibles relaciones de producción que no representen una
sublimación exenta de represión, como lo intenta Horst Kurnitzky al
aplicar la crítica materialista de El Capital de Marx a la crítica de la
economía libidinal, en La estructura libidinal del dinero, Siglo XXI,
México 2011.
Rozada muy por arriba la complejidad rica en interacciones de la
Sex-Pol, no se puede por menos que afirmar que se equivoca quien reduzca
simplonamente el problema actual del fascismo sólo a la supuestamente
«nueva composición de clase» en el capitalismo contemporáneo creyendo
que es el fundamental o único obstáculo para la lucha antifascista. Las
crisis parciales cada vez peores desde mediados de la década de 1990 y
definitivamente desde su estallido en 2007, han demostrado que la
composición clasista es esencialmente la misma que en 1933; más aún,
demuestran que la gran burguesía es cada vez más reducida a la vez que
aumenta la asalarización y el empobrecimiento relativo y en parte
absoluto la creciente población que vive sólo de su salario o del
salario indirecto.
Hay que tener en cuenta las cuatro razones expuestas para poder
impulsar la conciencia organizada antifascista; como también hay que
saber que el fascismo de entonces y de ahora se basa en un nacionalismo
imperialista extremo, racista, patriarcal y eurocéntrico, que justifica y
exige la destrucción de las naciones trabajadoras que se resisten a la
unidad brutal del imperialismo, y es por este último que el
derecho/necesidad a la independencia socialista de los pueblos es una
reivindicación de primer orden.
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