"Ese Ager Vasconum, republicano y socialista, debe engarzar su territorio
en el Zazpiak Bat a su manera, como lo intentó en 1931, 1936, 1946 y
1979. Pero eso no significa que el resto del País no pueda facilitarle
el camino. Urgen acuerdos nacionales estratégicos..."
Jose Mari Esparza Zabalegi
Diario de Noticias / DEIA
UNA fue el
Estatuto. En 1931, 200 de los 220 ayuntamientos navarros presentes en
agosto en Iruñea apoyaron el Estatuto Vasco, entre ellos la mayoría de
la Ribera. Nadie cuestionaba la unidad éuskara, de la que todos oyeron
hablar antaño. El problema se suscitaba en cómo el Estatuto abordaría
los problemas de la Ribera. Por eso la Gestora de la Diputación,
compuesta por republicano-socialistas, aprobaba una moción de su
presidente, García-Larrache, pidiendo un trato especial en el Estatuto,
ya que “presenta características diferentes con respecto al resto de
Navarra y de todo el País Vasco”.
Tras el fracaso inicial, el Frente Popular Navarro, con bases
esencialmente riberas, volvió a plantear el Estatuto en 1936 como freno
al caciquismo y estribo de la democracia. El golpe militar truncó la
nueva oportunidad y alejó el tema a los páramos del exilio.
En 1979, en las primeras elecciones al Parlamento Foral, Herri
Batasuna, que solo se presentaba en Pamplona y su Merindad, y las
Agrupaciones Electorales, presentadas en las cuatro merindades del sur y
Zona Media, alcanzaron 16 parlamentarios, el 18% de los votos,
superando a PSOE y UPN. Un gran éxito que convertía al abertzalismo en
segunda fuerza tras UCD y en alternativa de futuro (y eso, no lo
olvidemos, con ETA en plena actividad). Pero antes de finalizar la
legislatura, un maridaje insólito entre HB, UPN, PSOE y UCD, y el voto
en contra de las Agrupaciones representadas en el grupo Amaiur,
convirtió Navarra en distrito único, lo que obligaba a Amaiur a competir
con Herri Batasuna en todo el territorio o a desaparecer. Dignamente,
Amaiur decidió desaparecer, y la izquierda abertzale perdió una
herramienta electoral que sólo en parte pudo reemplazar Herri Batasuna.
Las siguientes elecciones el voto abertzale bajó estrepitosamente en
esas comarcas. El chaquetazo del PSOE hizo el resto. Tercera oportunidad
perdida. Empero quedó la lección, que algunos todavía no han aprendido:
el vasquismo, en la mitad sur de Navarra, o es de izquierdas y
autóctono (peculiar) o no será.
LOS HOMOGENIZADORES En
estas pasadas elecciones europeas, la izquierda abertzale inició su
campaña buzoneando un mismo panfleto en las cuatro provincias. Cualquier
tudelano que leyera su segundo párrafo (el primero, claro, estaba en
euskera) leía que el objetivo era “conseguir un estado independiente”,
la gran preocupación de la Ribera, como todos sabemos. Alguien dijo que
ese panfleto era para “homogenizar” a todo el País. Ergo, goiherrizar a
los riberos. Ni el PNV hace ya esas cosas. Así que si eso es
homogenizar, el deshomogenizador que nos deshomogenice buen
deshomogenizador será.
Tras la explosión vasquista de la
Gamazada, han sido tres los momentos en los que la Ribera navarra, el
Ager Vasconum, rozó la unidad vasconavarra. Y no por mor del
nacionalismo sino por el empuje republicano-socialista
Me vienen a las mientes los tiempos, no tan lejanos, en los
que decisiones que afectaban a Navarra se tomaban en la Mesa Nacional
con el voto en contra de los navarros. Hiere la frivolidad con la que
muchos ignoran que, entre Tafalla y Tudela, cabe Bizkaia entera. Otrosí
la sempiterna excusa del “está lejos” para justificar no mover el culo
de la silla vascongada. ¿Cuántas reuniones “nacionales” al año realizan
EA, Bildu, LAB, ELA, Sortu y otros cien organismos abertzales en la
Ribera? ¿Podemos hablar de construir una nación que desconocemos? El
mapa de Euskal Herria está ya cortado por la izquierda abertzale, como
antes lo cortara el PNV. Lo demás es retórica. Jelkide o batasunera da
igual.
Comprobemos cuántos representantes de las Merindades
meridionales hay en las direcciones de las organizaciones abertzales en
Navarra. De las “nacionales” ni hablo. Hasta el euskera, que tantas
adhesiones suscita, se utiliza de forma inapropiada: el mejor líder
aber-tzale de Sartaguda no podrá ser miembro de los órganos de dirección
de nuestras organizaciones si no habla vascuence. Se podría entender,
pero a muchos dirigentes que han tenido la suerte de nacer en zona
euskaldun nadie les ha exigido que aprendan a escribir y dejen de ser
analfabetos en la lengua que les regalaron en la cuna.
Si el Polígono de tiro de Bardenas estuviera en el Gohierri
estaríamos todos los domingos en karrikadantza vindicativa. Pero
Arguedas cae lejos. Hasta la bandera republicana, mortaja de nuestros
fusilados, que los abertzales meridionales fuimos los primeros en
recuperar, se está dejando en manos de cuatro advenedizos porque es
“española” y porque nuestros montañeses, que pasaron de la Cruz de San
Andrés a la ikurriña sin experimentar apenas el orgasmo republicano, no
ven en ella un símbolo histórico afable, transicional, que posibilitó la
unidad vasconavarra y con el que todavía muchos abertzales estamos
enterrando a nuestros padres y abuelos. Incluso frentes de lucha
unitarios que surgen desde Navarra, como el tema de las
inmatriculaciones de bienes por parte de la Iglesia, que ha aglutinado a
200 ayuntamientos de todo el territorio y suscitado una fuerte polémica
estatal, ha sido totalmente ignorado en el resto de Euskal Herria, como
si el tema no fuera con ellos.
UN CAMBIO ESTRATEGICO En 1931, Manuel Irujo denominó a la Ribera “el Ulster vasco”. Con más de
un 15% de inmigración, entre el Ebro y el río Aragón vamos a escuchar,
durante décadas, mucho más árabe que euskera. Mirar para otro lado o
hacer gestos paternalistas (eso lo hace mejor el PNV) no servirá más que
para agrandar el abismo que nos separa. Y sin la adhesión de la Ribera
difícilmente habrá cambio en Navarra; y sin Navarra no hay proyecto
nacional. ¿O tal vez sí? No tardarán en aparecer voces que “por
pragmatismo” planteen el derecho a decidir en la CAV y esperar a que
“más tarde” se sumen los navarros. Ya ocurrió en 1932 y en 1977 ¿Por qué
no ahora?
Ese Ager Vasconum, republicano y socialista, debe engarzar su
territorio en el Zazpiak Bat a su manera, como lo intentó en 1931, 1936,
1946 y 1979. Pero eso no significa que el resto del País no pueda
facilitarle el camino. Urgen acuerdos nacionales estratégicos (con
partidos, instituciones, sindicatos, fundaciones) para compensar las
agresiones democráticas que sufren, que hacen que Tele Aragón impere
donde antes se veía ETB; que impone la Ley del Euskera; que ahoga sus
ikastolas; que persigue la simbología; que borra de la memoria colectiva
de tiempos en que la Ribera se enorgullecía de su pertenencia a
Vasconia.
Hacer ingentes inversiones humanas y materiales, consumir sus
productos, (zorionak a Herrigora), entenderla y, sobre todo, amarla como
la parte de nuestro país que baña el Ebro, (“río vasco” lo llamó
Prudencio en el siglo IV) y no como esa prótesis extraña, a la que
cantamos bucólicos “Erribera, Erribera”, para matar nuestra mala
conciencia.
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