"No es que los republicanos españoles no tuviesen razón o que no
mereciesen ayuda de los vascos. Y de todo el mundo. Es que esta ayuda
debió de hacerse desde posiciones independientes y no subordinadas."
Josemari Lorenzo Espinosa
Sin la guerra de 1936, entre la España republicana y la España una,
grande y sangre, Aguirre igual que Franco no hubiera sido nada. Ni
siquiera lehendakari de aquel gobierno de peritos industriales, que tomó
todas las posibles decisiones equivocadas y peores. Muchos pueblos han
tenido guerras llamadas de independencia. Incluso España, tan pacífica
y dialogante, tan poco imperialista, tuvo una contra los franceses en
1808, cuando dicen que inventaron las guerrillas. Esas que tanto les
fastidiaban luego. Pero los vascos no. Los vascos, puestos a elegir, han
tenido su guerra de dependencia. Y esa guerra lleva el nombre de Jose
Antonio Aguirre. Con todos los honores y todos los horrores.
Es posible que Aguirre no fuera el culpable neto del desaguisado
vasco del 36. Hay quien le niega incluso capacidad política para
semejante hazaña. Y quien recuerda que detrás de él estaban los brujos
malos: Ajuriaguerra, Irujo, Monzón y otros, mas avezados en eso de
depender. Pero lo cierto es que Aguirre simboliza la peor ocasión y la
infausta elección de una guerra, a la que se vieron arrastrados los
vascos a destiempo y con una estrategia errónea de pertenencia.
No es que los republicanos españoles no tuviesen razón o que no
mereciesen ayuda de los vascos. Y de todo el mundo. Es que esta ayuda
debió de hacerse desde posiciones independientes y no subordinadas.
Desde la proclamación previa de independencia y no desde las peticiones
de limosna estatutaria, que negociaron Aguirre y los suyos con Largo
Caballero, poco antes de sumarse a la refriega.
Pero ya por entonces el PNV estaba inmerso, hasta las cejas, en esa
fatal supeditación a los compromisos con Madrid. En ese no saber hacer
nada sin preguntar a España y sin hacer caso a los mas sensatos de su
propia casa. Y no era capaz, o no quería, atender a las demandas
independentistas internas, Y así Aguirre con su vayamos todos detrás de
la legalidad española, envió a los gudaris a la lucha equivocada por el
Estatuto, el cupo y las transferencias. Aunque les dijo (faltaría mas)
que aquello era por la libertad y la democracia de Euskadi. Sin
aclarar que, fuese cual fuese el resultado de la terrible guerra. el
futuro vasco quedaría igualmente unido a la suerte de los
carpetovetónicos.
Luego vino lo peor. La derrota y el exilio. La diáspora y la pérdida
de todo, menos de la amistad y la unión inseparable con la España
peregrina. Si es poco comprensible la posición de Aguirre y los suyos,
durante la guerra, fue demencial durante la postguerra. Sin nada ni
nadie que impidiera una proclamación de independencia, la actitud del
primer lehendakari, de su gobierno y de su partido fue mantenerse
fielmente unido a la España inseparable. Participando en sus cortes y en
su gobierno. Representando a Madrid ante la ONU y, en efecto, estando a
punto de ser Aguirre, presidente del gobierno español en el exilio,
donde Irujo ya era uno de sus patéticos ministros.
Nada hizo Aguirre. Nada hicieron sus consejeros reunidos en el limbo
de la derrota, por independizarse de aquella España vacía, sin leyes ni
territorio. A la que sólo reconocían Aguirre y Méjico. Nada o poco
hicieron aquellos buenos dependientes del imperio viejo y exiliado.
Salvo una cosa: expulsar a los representantes comunistas del gobierno
(?) vasco (1948). Solo porque se lo pidieron el PSOE y Prieto, de quien
seguía Euskadi dependiendo, gracias a una guerra de dependencia. Y,
porque tal vez, les gustaría a los americanos.
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