"Nadie en
la poesía vasca hasta Gabriel Aresti había defendido la hermandad de aldeanos vascos y de emigrantes castellanos, convocados por el auge
industrial a los alrededores de Bilbao, tan desarraigados los unos
como los otros, frente a la burguesía urbana, a la que el poeta fustiga con
frecuencia."
¿Cree que sigue viva hoy día en la sociedad vasca el espíritu de Gabriel Aresti?
Aresti ha sido y es un puntal en la literatura vasca del
siglo XX con Bilbao como tema central de su obra. Fue muchas cosas a la
vez: poeta, narrador, dramaturgo, lingüista y articulista; amante de la
aldea y la ciudad, que tan magistralmente aúna en su poesía: en su Antón
y su Gilen del Muelle de Zorroza, a los que no diferencia nada más que
la lengua.
¿Qué era el euskera en la obra y la vida de Aresti?
El nudo gordiano de su vida y su obra. Fue un autodidacta en
euskera, y en todo, un defensor a ultranza de un idioma vasco que
sirviera a todos los euskaldunes, es decir del euskera batua; de un
euskera que en Bilbao apenas se usaba. Por eso Euskaltzaindia y sus
inquietudes fueron también la fuente de sus desvelos y no muchos
disgustos.
¿En qué sentido?
Lo comento como anécdota, pero muestra bien su obsesión por
el euskera. El profesor Anjel Zelaieta, amigo y autor de la biografía
más exhaustiva que se ha escrito sobre Aresti, me comentaba que en una
peluquería de la calle Fueros luce un cartel con estos versos suyos: “Errekaldean lizarra,/hari begira izarra:/euskara salvo ikusi arte/ez dut moztuko bizarra”.
¿Aparte de su valía como escritor y euskaltzale qué aspectos humanos destacaría del escritor?
Fue un buen amigo, un buen padre y un buen marido. Ahí están
su amigos: ayer, Blas de Otero, Alfonso Irigoien o Agustín Ibarrola;
hoy, Ramón Saizarbitoria, Natxo de Felipe y sus epígonos, Xabier
Monasterio, Iñaki Aldekoa o Bernardo Atxaga. Y aquí están sus hijas y
Meli, su esposa. Andere tenía apenas 10 años cuando perdió a su aita.
¿Fue un poeta social y urbano?
Dicen los que saben de su obra que su poemario más conocido, Harri eta herri
(Piedra y pueblo), de cuya edición se acaba de cumplir cincuenta años,
inauguraba un lenguaje nuevo en la poesía vasca. Un lenguaje que
requiere el tema también nuevo de la ciudad. De una ciudad poblada de
aldeanos vascos y de emigrantes castellanos, convocados por el auge
industrial a los alrededores de la ciudad, tan desarraigados los unos
como los otros. Bilbao es el infierno, frente al paraíso de las montañas
de Aranzazu, como decía en un poema dedicado a Joxe Azurmendi. Nadie en
la poesía vasca hasta entonces había defendido la hermandad de unos y
otros frente a la burguesía urbana, a la que el poeta fustiga con
frecuencia.
¿El libro se plantea como un recorrido biográfico del poeta en la ciudad?
Arranca con su infancia, alrededor de su casa de Barroeta
Aldamar, la escuela de Berastegi y la catequesis de San Vicente, y pasa
por las bibliotecas que frecuentaba, sus estudios de comercio, sus
primeros trabajos… Pero más que biográfico, podría decirse que es
biotópico, por cuento se fija más en los espacios vitales que frecuentó y
que marcaron en buena medida su comunión con Bilbao. Porque si hay un
escritor bilbaino, de- en- y con su ciudad es Gabriel Aresti. Bilbao fue
motivo central de su obra. Pero quiere ser más que eso.
¿Qué?
Quiere ser eco de quienes gozaron y sufrieron junto a él.
Porque Gabriel Aresti, envuelto en el franquismo desde su uso de razón
hasta su temprana muerte, conoció y denunció las bofetadas de la censura
muy, sobre todo, la indiferencia y el desprecio de algunos coetáneos.
También la admiración de sus epígonos. Porque fue, entre otras cosas,
maestro de otros muchos.
Aresti fue de todo menos conformista.
Sí. Le persiguió toda su vida la controversia y la polémica,
incluso para algunos él era quien lo buscaba. Todo aquel que se mueve
en la vanguardia recibe feos desde la retaguardia. Y Aresti, con su
opción por la lengua unificada, por la poesía social, por su desprecio
hacia un sector de la burguesía urbana y por el clericalismo cultural
que se le hacía asfixiante, recibió aplausos de unos y abucheos de
otros. Fue, como decía no hace mucho Ramón Saizarbitoria, el lobo en el
cuento de la Caperucita en versión bilbaina y euskaldun.
¿Cómo surgió la idea de este libro?
De sus editores, de Erein, que se habían planteado algo
similar con la Donostia de su escritor Luis Martín Santos. Fue
invitación de ellos que acepté por mi afecto a esta ciudad y al poeta,
cuyas poesías completas adquirí como muchos en el euskaltegi y sin el
conocimiento suficiente del euskera. Conozco de hace tiempo a uno de los
bilbainos más arestianos, a Xabier Monasterio, que me llevó
hasta Meli Esteban y a Andere, esposa e hija menor del poeta. Luego todo
ha venido rodado. He encontrado en el camino a amigos como Sebas García
Trujillo y Jabier Kalzakorta y accedido a otros como Agustín Ibarrola y
el mismo editor Iñaki Aldekoa, cuya tesis doctoral sobre la poesía de
Aresti tanto me ha impresionado y ayudado a quererlo cada vez más.
Cuando se tiene entre las manos el producto de la paternidad literaria, ¿qué sentimientos le afloran como autor?
Por seguir con la imagen del viaje, diría que también el de
marchar por Bilbao de su mano me ha enriquecido mucho: he confirmado lo
que ya sabía de antes: que conocer es ir queriendo cada vez más a quien
se va conociendo, que el roce hace el cariño, como dicen quienes saben
de afectos. Eso hace querer a esta ciudad, lo fácil que es llegar a
conocerla. Y este libro, si puede servir de algo, es para apreciar mejor
a Aresti y a su obra, más allá de los nombres de una calle, un paseo,
un centro de enseñanza y de esos pocos versos que tantos cacarean. Y si
además sirviera para que lo descubran quienes no lo conocen todavía me
daría una enorme satisfacción.
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