"...las revoluciones son procesos de transformaciones
en el tiempo, por mucho que algunos insistan en presentarlas como actos
heroicos en los que de un día para otro todo cambia. Creer que decretar
la nacionalización de la banca o de las grandes empresas va a hacer
desaparecer de la noche a la mañana unas relaciones sociales de
producción y una visión del mundo basadas en la desigualdad, la
explotación y la opresión es no haber aprendido nada de la experiencia
histórica."
“De Vietnam a Nicaragua, de El Salvador a Palestina, del Sáhara a Sudáfrica, a lo largo de toda la superficie del globo, las banderas cuelgan a media asta en cariñosa memoria de este gigante de la justicia que llegó a convertirse en un ciudadano del mundo, un hermano y un camarada de todos los oprimidos”,
Oliver Tambo, presidente del Congreso Nacional Africano, 1986.
“Al fin Suecia ha vuelto a lo que tenía que ser, un país pequeño que no tiene por qué andar metiéndose en los líos de los grandes”.
Declaraciones de un asesor de Ronald Reagan tras el asesinato de Olof Palme recogidas en el libro “¿Pero quién mató a Olof Plame?” de Ramón Miratvillas.
”Es inexplicable que la policía sueca nunca haya investigado a fondo las pistas que apuntan a una conspiración política.”
Gunner Wall, autor del libro “Konspiration Olof Palme”.
El pasado mes de febrero se cumplió el 30 aniversario del asesinato del primer ministro socialdemócrata sueco Olof Palme. Más allá de las fronteras de Suecia, el 30 aniversario del asesinato de Palme no ha suscitado demasiado interés, algo que sorprende por diversos motivos, dada la talla y la importancia internacional del dirigente sueco o el tremendo impacto que tuvo su asesinato, un caso aún no resuelto y que seguramente nunca se resolverá.
Recopilar todas las teorías que se han lanzado en estos 30 años sobre el asesinato de Olof Palme daría prácticamente para escribir una obra en varios volumenes, y no exageramos. Si descartamos las más inverosímiles, como aquellas que apuntaban al PKK kurdo, a la RAF alemana, a Lisbeth –esposa de Palme-, a las presuntas adicciones del primer ministro, o hasta a la posibilidad de que Palme hubiera sido nada más y nada menos que un agente doble soviético, aun nos quedarían múltiples variantes sobre qué sucedió aquella fría noche del 28 de febrero de 1986 en Estocolmo, por qué y quién o quiénes estuvieron detrás realmente. Hasta el autor de la conocida trilogía de “Millenieum”, Stieg Larsson, ha intervenido en el asunto, hace 2 años, en febrero de 2014 aportó a la policía sueca 15 cajas con documentación que supuestamente reforzaban la autoría del régimen sudafricano del apartheid en connivencia con elementos de la policía y la ultraderecha sueca.
Pero más allá de las circunstancias del crimen y de quién o quiénes estuvieron detrás, un tema sin duda apasionante y que no debería perder actualidad, 30 años después da la sensación de que con el asesinato de Palme se quería liquidar no solamente a una persona molesta –muy molesta cabría añadir- para el imperialismo norteamericano y sus aliados en los 80 del siglo pasado, sino algo más: un modo de vida, de entender la economía, la política y la sociedad. Seguramente no fuera esa la intención que se perseguía con el asesinato de Palme, pero el hecho es que su asesinato coincidió con el claro declive de la socialdemocracia europea, como modelo de un capitalismo industrial desarrollista sensible con las necesidades de la población trabajadora, y el ascenso de las políticas neoliberales. De la socialdemocracia se pasaría social-liberalismo. Ya desde los 70 con el último gobierno laborista británico, y a principios de los 80 con la llegada al poder de Miterrand en Francia, la socialdemocracia europea ya había abandonado el viejo modelo keynesianista, la crisis capitalista jugó a favor del modelo neoliberal, presentado como más eficiente y, sobre todo, como más garantista de los beneficios del gran capital. Las victorias electorales socialdemócratas en el Sur de Europa a principios de los 80, primero en Grecia, y después en el Estado español, dieron poco de si ya, para entonces, el modelo de capitalismo desarrollista socialmente sensible ya se había agotado, mientras políticamente, Reagan en los Estados Unidos y Margaret Thatcher en Gran Bretaña constituirían una referencia que dominaría el panorama internacional por más de una década.
Sin embargo, Olof Palme no fue un socialdemócrata al uso, quizá ese fue el problema para el imperialismo norteamericano. Definitivamente, sería faltar al rigor si metiéramos en el mismo saco a Palme junto con Willy Brandt, Bruno Kreisky, Miterrand, Felipe González, o Andreas Papandreu, por muy buenas relaciones que Palme mantuviera con todos ellos. La socialdemocracia europea se configuró como el agente político más eficiente del imperialismo norteamericano contra el resurgir del movimiento obrero y el movimiento comunista tras la Segunda Guerra Mundial; a estas alturas, no se puede negar que la combinación, según el país, de cierta sensibilidad social y de represión dio sus frutos. La sensibilidad social se vio favorecida por una situación excepcional que hizo posible altas tasas de crecimiento y desarrollo que, a su vez, dio lugar a una integración, según el país, de la población trabajadora, así como un fuerte consenso social. Por otro lado, la socialdemocracia europea se alinearía sin fisuras importantes con el imperialismo norteamericano, su hostigamiento a la URSS y a las democracias populares europeas y su enconada lucha contra los movimientos antiimperialistas de liberación nacional.
Pero como hemos dicho anteriormente, Palme se separó de esos esquemas, en algunos casos con más intensidad que en otros, pero evidentemente Palme configuró un modelo propio de capitalismo de orientación social para Suecia, así como un papel desligado y, a veces, enfrentado al imperialismo norteamericano en la escena internacional.
La Suecia de Olof Palme se caracterizó por lo siguiente:
Dominio del sector público en la economía. En 1986, el 40% de los trabajadores suecos trabajaban en el sector público; la cifra de trabajadores dedicados a “tareas sociales”, como educación, sanidad, atención social, etc., era del 25%. En 1987, solo un año después del asesinato de Palme, el paro se situaba en el 2,5%, una de las tasas más bajas del mundo.
Fuerte gasto público mantenido por una fuerte presión fiscal. La presión fiscal pasó del 35% en 1965 al 50% en 1986.
Poca disparidad en los salarios. Las diferencias de salarios se habían reducido más que en ningún otro país occidental, pero no sólo eso, el PIB por habitante de Suecia estaba entre los más altos del mundo.
Además, Olof Palme implementó políticas de igualdad de género pioneras en Europa, un fuerte protagonismo social y sindical, fomentó el cooperativismo, así como un estricto control del mercado y de las multinacionales. En el programa propuesto en 1974 por Olof Palme a otros partidos socialdemócratas europeos podíamos leer: “Las grandes empresas multinacionales aumentan la concentración de poder en manos privadas y debilitan la influencia democrática en decisiones económicas claves. Una mayor concentración económica hará aún más difícil de alcanzar la estabilidad de precios y conseguir un desarrollo social equilibrado.”.
Hoy, es sencillamente impensable que un partido socialdemócrata europeo ponga en marcha medidas como éstas o hagan declaraciones sobre el peligro que supone las multinacionales para los derechos democráticos, empezando por el actual partido socialdemócrata sueco. En la actualidad, en Suecia, una coalición de socialdemócratas, verdes y eurocomunistas está tratando de revertir a duras penas las consecuencias de años de gobiernos conservadores y liberales, sin demasiado éxito.
En la esfera internacional, la Suecia de Olof Palme desarrollaría una política independiente comprometida con el desarme, la paz, el antifascismo, el antirracismo y la liberación nacional. El compromiso de Palme con la causa palestina y antirracista sudafricana fue evidente, financiando a organizaciones como la OLP o el Congreso Nacional Africano; apoyó la causa guerrillera del FSLN nicaragüense y del FMLN salvadoreño. Palme fue amigo declarado de la revolución cubana y de Fidel Castro, mientras, Suecia se convertiría en refugio de numerosos exiliados políticos chilenos, argentinos y uruguayos que huían de la brutal represión de las dictaduras militares. Mostró su rechazo frontal a la guerra de Vietnam y a las intervenciones militares del imperialismo y mantuvo a Suecia fuera de la OTAN y de la entonces Comunidad Europea, es decir, fuera de los marcos políticos del imperialismo occidental, lo que incidía en una política soberana e independiente. Aunque tuvo también duras críticas hacia la URSS, siempre mantuvo buenas relaciones tanto con ésta como con el resto de países de democracia popular europeos. En el caso del Estado español, fue muy conocido su fuerte rechazo al régimen franquista; siempre nos quedará su famosa imagen con una hucha recorriendo las calles de Estocolmo para recaudar dinero por la “libertad de los españoles” ante los fusilamientos de los miembros de ETA y FRAP en septiembre de 1975.
Por mucho que se esfuercen, no encontrarán un caso parecido al de Olof Palme en la historia de la socialdemocracia europea. En esa valiente actitud consecuentemente democrática, antiimperialista y por la justicia social encontramos los motivos de su asesinato. Ya fuera el Mossad israelí, la DINA chilena de Pinochet, los servicios secretos del apartheid sudafricano, la CIA y sus redes en Europa occidental –no se olviden de la red “Stay Behind” -, la ultraderecha sueca, un complot de la multinacional armamentística Bofors, las propias “cloacas” del Estado sueco –la cúpula militar sueca acusó en varias ocasiones a Palme de colaborar con los soviéticos- , o, como se ha insinuado en varias ocasiones, una combinación de varias de estas opciones, el caso es que Olof Palme y su modelo económico, político y social tenían ya las horas contadas en el reloj del capitalismo en su fase imperialista.
Hoy, 30 años después, en el Estado español, muchos dicen reivindicar el legado de Olof Palme, desde Pablo Iglesias hasta Cayo Lara, también lo ha hecho el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, pero a diferencia de los dos anteriores que mostraron su reivindicación con extensos artículos, a Pedro Sánchez le bastó con un simple tuit. Sin embargo, esas reivindicaciones de Olof Palme coinciden en una visión idílica de aquel pasado glorioso que se ha de restaurar en la actualidad, como si algo así se pudiera llevar a cabo sin más complicaciones que presentarse a unas elecciones y ganarlas. Se obvia que las condiciones que permitieron excepcionalmente dentro del capitalismo un alto desarrollo, cierta redistribución de la riqueza y políticas sociales han desaparecido; ni ya existe una URSS a la que se debía oponer un capitalismo que en su triunfo era capaz de proporcionar un bienestar social a la población obrera, ni, lo fundamental, el modo de producción capitalista puede escapar de sus contradicciones: su desarrollo es su problema, es decir, cuanto más se desarrolla el modo de producción capitalista más difícil tiene la extracción plusvalías. Como sostiene el profesor emérito de Economía Aplicada de la Drake University, Ismael Hossein Zaddeh, sobre los Estados Unidos pero que puede ser aplicable también al caso de Europa occidental: “A finales de los sesenta y principios de los setenta, sin embargo, tanto el capital como la mano de obra estadounidenses vieron cómo se incrementaba la competencia en los mercados mundiales. Además, durante el largo ciclo expansionista de posguerra, los fabricantes estadounidenses habían invertido tanto en capital fijo, en desarrollar capacidades, que para finales de los sesenta sus tasas de beneficio ya habían comenzado a disminuir a medida que los enormes “costes a fondo perdido”, sobre todo en forma de instalaciones y equipo, se volvían cada vez más elevados”. (“Keynes ha muerto, larga vida a Marx”, https://www.boltxe.eus/2014/09/20/keynes-ha-muerto-larga-vida-a-marx-ismael-hossein-zadeh/).
Sería fácil echar mano de del lema y gritar “la solución es la revolución” como si la experiencia histórica no nos hubiera demostrado ya suficientemente que las revoluciones son procesos de transformaciones en el tiempo, por mucho que algunos insistan en presentarlas como actos heroicos en los que de un día para otro todo cambia. Creer que decretar la nacionalización de la banca o de las grandes empresas va a hacer desaparecer de la noche a la mañana unas relaciones sociales de producción y una visión del mundo basadas en la desigualdad, la explotación y la opresión es no haber aprendido nada de la experiencia histórica.
Hoy, más que nunca, el bienestar obrero y popular, y la satisfacción de los derechos más básicos depende efectivamente de un proceso revolucionario, proceso en el cual es necesario un poderoso movimiento que organice a la mayoría social explotada y oprimida y que no se limite únicamente a reivindicaciones concretas o sectoriales, que no encierre lo político en lo institucional o en lo electoral ni lo independice de lo social, lo económico o lo cultural; un movimiento que gane espacios de poder y que no tenga miedo a ganarlos, que vaya del fortalecimiento de una contrahegemonía a la disputa de la hegemonía de la clase dominante sin complejos; el poder obrero y popular no será posible, no se materializará jamás sin una dura batalla contra la hegemonía ideológica y cultural del capital. Cada lucha concreta, cada batalla, aunque estas sean electorales, han de servir para elevar la organización y la conciencia del movimiento, no para desviarlo y estancarlo.
En definitiva, hoy nos encontramos con movimientos tácticos que, a veces pueden ser efectivos, ingeniosos u ocurrentes, pero limitados; Podemos en el estado español se ha especializado en ese tipo de movimientos tácticos, pero, como nos demuestra la muy cercana experiencia griega, la táctica sin una visión estratégica está condenada no tanto al fracaso, sino a reproducir los mismos esquemas políticos neoliberales.
Procurar el bienestar obrero y popular implica que ese movimiento que antes hemos caracterizado ha de protagonizar una ruptura democrática con las instituciones europeas, el euro y la OTAN, y en el caso del Estado español con el llamado régimen del 78. Igualmente, sin soberanía, si poder político real, es imposible un proceso revolucionario sin la autodeterminación de los pueblos que hoy no poseen instrumentos políticos con los que, como es el caso de Andalucía, salir de la marginalidad, la subalternidad y el subdesarrollo; no lo olvidemos, Olof Palme pudo llevar a cabo esas políticas de bienestar social y de solidaridad antiimperialista real y efectiva con los pueblos oprimidos en lucha porque, entre otras cosas, tenía poder político soberano e independiente para hacerlo.
www.lahaine.org
“De Vietnam a Nicaragua, de El Salvador a Palestina, del Sáhara a Sudáfrica, a lo largo de toda la superficie del globo, las banderas cuelgan a media asta en cariñosa memoria de este gigante de la justicia que llegó a convertirse en un ciudadano del mundo, un hermano y un camarada de todos los oprimidos”,
Oliver Tambo, presidente del Congreso Nacional Africano, 1986.
“Al fin Suecia ha vuelto a lo que tenía que ser, un país pequeño que no tiene por qué andar metiéndose en los líos de los grandes”.
Declaraciones de un asesor de Ronald Reagan tras el asesinato de Olof Palme recogidas en el libro “¿Pero quién mató a Olof Plame?” de Ramón Miratvillas.
”Es inexplicable que la policía sueca nunca haya investigado a fondo las pistas que apuntan a una conspiración política.”
Gunner Wall, autor del libro “Konspiration Olof Palme”.
El pasado mes de febrero se cumplió el 30 aniversario del asesinato del primer ministro socialdemócrata sueco Olof Palme. Más allá de las fronteras de Suecia, el 30 aniversario del asesinato de Palme no ha suscitado demasiado interés, algo que sorprende por diversos motivos, dada la talla y la importancia internacional del dirigente sueco o el tremendo impacto que tuvo su asesinato, un caso aún no resuelto y que seguramente nunca se resolverá.
Recopilar todas las teorías que se han lanzado en estos 30 años sobre el asesinato de Olof Palme daría prácticamente para escribir una obra en varios volumenes, y no exageramos. Si descartamos las más inverosímiles, como aquellas que apuntaban al PKK kurdo, a la RAF alemana, a Lisbeth –esposa de Palme-, a las presuntas adicciones del primer ministro, o hasta a la posibilidad de que Palme hubiera sido nada más y nada menos que un agente doble soviético, aun nos quedarían múltiples variantes sobre qué sucedió aquella fría noche del 28 de febrero de 1986 en Estocolmo, por qué y quién o quiénes estuvieron detrás realmente. Hasta el autor de la conocida trilogía de “Millenieum”, Stieg Larsson, ha intervenido en el asunto, hace 2 años, en febrero de 2014 aportó a la policía sueca 15 cajas con documentación que supuestamente reforzaban la autoría del régimen sudafricano del apartheid en connivencia con elementos de la policía y la ultraderecha sueca.
Pero más allá de las circunstancias del crimen y de quién o quiénes estuvieron detrás, un tema sin duda apasionante y que no debería perder actualidad, 30 años después da la sensación de que con el asesinato de Palme se quería liquidar no solamente a una persona molesta –muy molesta cabría añadir- para el imperialismo norteamericano y sus aliados en los 80 del siglo pasado, sino algo más: un modo de vida, de entender la economía, la política y la sociedad. Seguramente no fuera esa la intención que se perseguía con el asesinato de Palme, pero el hecho es que su asesinato coincidió con el claro declive de la socialdemocracia europea, como modelo de un capitalismo industrial desarrollista sensible con las necesidades de la población trabajadora, y el ascenso de las políticas neoliberales. De la socialdemocracia se pasaría social-liberalismo. Ya desde los 70 con el último gobierno laborista británico, y a principios de los 80 con la llegada al poder de Miterrand en Francia, la socialdemocracia europea ya había abandonado el viejo modelo keynesianista, la crisis capitalista jugó a favor del modelo neoliberal, presentado como más eficiente y, sobre todo, como más garantista de los beneficios del gran capital. Las victorias electorales socialdemócratas en el Sur de Europa a principios de los 80, primero en Grecia, y después en el Estado español, dieron poco de si ya, para entonces, el modelo de capitalismo desarrollista socialmente sensible ya se había agotado, mientras políticamente, Reagan en los Estados Unidos y Margaret Thatcher en Gran Bretaña constituirían una referencia que dominaría el panorama internacional por más de una década.
Sin embargo, Olof Palme no fue un socialdemócrata al uso, quizá ese fue el problema para el imperialismo norteamericano. Definitivamente, sería faltar al rigor si metiéramos en el mismo saco a Palme junto con Willy Brandt, Bruno Kreisky, Miterrand, Felipe González, o Andreas Papandreu, por muy buenas relaciones que Palme mantuviera con todos ellos. La socialdemocracia europea se configuró como el agente político más eficiente del imperialismo norteamericano contra el resurgir del movimiento obrero y el movimiento comunista tras la Segunda Guerra Mundial; a estas alturas, no se puede negar que la combinación, según el país, de cierta sensibilidad social y de represión dio sus frutos. La sensibilidad social se vio favorecida por una situación excepcional que hizo posible altas tasas de crecimiento y desarrollo que, a su vez, dio lugar a una integración, según el país, de la población trabajadora, así como un fuerte consenso social. Por otro lado, la socialdemocracia europea se alinearía sin fisuras importantes con el imperialismo norteamericano, su hostigamiento a la URSS y a las democracias populares europeas y su enconada lucha contra los movimientos antiimperialistas de liberación nacional.
Pero como hemos dicho anteriormente, Palme se separó de esos esquemas, en algunos casos con más intensidad que en otros, pero evidentemente Palme configuró un modelo propio de capitalismo de orientación social para Suecia, así como un papel desligado y, a veces, enfrentado al imperialismo norteamericano en la escena internacional.
La Suecia de Olof Palme se caracterizó por lo siguiente:
Dominio del sector público en la economía. En 1986, el 40% de los trabajadores suecos trabajaban en el sector público; la cifra de trabajadores dedicados a “tareas sociales”, como educación, sanidad, atención social, etc., era del 25%. En 1987, solo un año después del asesinato de Palme, el paro se situaba en el 2,5%, una de las tasas más bajas del mundo.
Fuerte gasto público mantenido por una fuerte presión fiscal. La presión fiscal pasó del 35% en 1965 al 50% en 1986.
Poca disparidad en los salarios. Las diferencias de salarios se habían reducido más que en ningún otro país occidental, pero no sólo eso, el PIB por habitante de Suecia estaba entre los más altos del mundo.
Además, Olof Palme implementó políticas de igualdad de género pioneras en Europa, un fuerte protagonismo social y sindical, fomentó el cooperativismo, así como un estricto control del mercado y de las multinacionales. En el programa propuesto en 1974 por Olof Palme a otros partidos socialdemócratas europeos podíamos leer: “Las grandes empresas multinacionales aumentan la concentración de poder en manos privadas y debilitan la influencia democrática en decisiones económicas claves. Una mayor concentración económica hará aún más difícil de alcanzar la estabilidad de precios y conseguir un desarrollo social equilibrado.”.
Hoy, es sencillamente impensable que un partido socialdemócrata europeo ponga en marcha medidas como éstas o hagan declaraciones sobre el peligro que supone las multinacionales para los derechos democráticos, empezando por el actual partido socialdemócrata sueco. En la actualidad, en Suecia, una coalición de socialdemócratas, verdes y eurocomunistas está tratando de revertir a duras penas las consecuencias de años de gobiernos conservadores y liberales, sin demasiado éxito.
En la esfera internacional, la Suecia de Olof Palme desarrollaría una política independiente comprometida con el desarme, la paz, el antifascismo, el antirracismo y la liberación nacional. El compromiso de Palme con la causa palestina y antirracista sudafricana fue evidente, financiando a organizaciones como la OLP o el Congreso Nacional Africano; apoyó la causa guerrillera del FSLN nicaragüense y del FMLN salvadoreño. Palme fue amigo declarado de la revolución cubana y de Fidel Castro, mientras, Suecia se convertiría en refugio de numerosos exiliados políticos chilenos, argentinos y uruguayos que huían de la brutal represión de las dictaduras militares. Mostró su rechazo frontal a la guerra de Vietnam y a las intervenciones militares del imperialismo y mantuvo a Suecia fuera de la OTAN y de la entonces Comunidad Europea, es decir, fuera de los marcos políticos del imperialismo occidental, lo que incidía en una política soberana e independiente. Aunque tuvo también duras críticas hacia la URSS, siempre mantuvo buenas relaciones tanto con ésta como con el resto de países de democracia popular europeos. En el caso del Estado español, fue muy conocido su fuerte rechazo al régimen franquista; siempre nos quedará su famosa imagen con una hucha recorriendo las calles de Estocolmo para recaudar dinero por la “libertad de los españoles” ante los fusilamientos de los miembros de ETA y FRAP en septiembre de 1975.
Por mucho que se esfuercen, no encontrarán un caso parecido al de Olof Palme en la historia de la socialdemocracia europea. En esa valiente actitud consecuentemente democrática, antiimperialista y por la justicia social encontramos los motivos de su asesinato. Ya fuera el Mossad israelí, la DINA chilena de Pinochet, los servicios secretos del apartheid sudafricano, la CIA y sus redes en Europa occidental –no se olviden de la red “Stay Behind” -, la ultraderecha sueca, un complot de la multinacional armamentística Bofors, las propias “cloacas” del Estado sueco –la cúpula militar sueca acusó en varias ocasiones a Palme de colaborar con los soviéticos- , o, como se ha insinuado en varias ocasiones, una combinación de varias de estas opciones, el caso es que Olof Palme y su modelo económico, político y social tenían ya las horas contadas en el reloj del capitalismo en su fase imperialista.
Hoy, 30 años después, en el Estado español, muchos dicen reivindicar el legado de Olof Palme, desde Pablo Iglesias hasta Cayo Lara, también lo ha hecho el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, pero a diferencia de los dos anteriores que mostraron su reivindicación con extensos artículos, a Pedro Sánchez le bastó con un simple tuit. Sin embargo, esas reivindicaciones de Olof Palme coinciden en una visión idílica de aquel pasado glorioso que se ha de restaurar en la actualidad, como si algo así se pudiera llevar a cabo sin más complicaciones que presentarse a unas elecciones y ganarlas. Se obvia que las condiciones que permitieron excepcionalmente dentro del capitalismo un alto desarrollo, cierta redistribución de la riqueza y políticas sociales han desaparecido; ni ya existe una URSS a la que se debía oponer un capitalismo que en su triunfo era capaz de proporcionar un bienestar social a la población obrera, ni, lo fundamental, el modo de producción capitalista puede escapar de sus contradicciones: su desarrollo es su problema, es decir, cuanto más se desarrolla el modo de producción capitalista más difícil tiene la extracción plusvalías. Como sostiene el profesor emérito de Economía Aplicada de la Drake University, Ismael Hossein Zaddeh, sobre los Estados Unidos pero que puede ser aplicable también al caso de Europa occidental: “A finales de los sesenta y principios de los setenta, sin embargo, tanto el capital como la mano de obra estadounidenses vieron cómo se incrementaba la competencia en los mercados mundiales. Además, durante el largo ciclo expansionista de posguerra, los fabricantes estadounidenses habían invertido tanto en capital fijo, en desarrollar capacidades, que para finales de los sesenta sus tasas de beneficio ya habían comenzado a disminuir a medida que los enormes “costes a fondo perdido”, sobre todo en forma de instalaciones y equipo, se volvían cada vez más elevados”. (“Keynes ha muerto, larga vida a Marx”, https://www.boltxe.eus/2014/09/20/keynes-ha-muerto-larga-vida-a-marx-ismael-hossein-zadeh/).
Sería fácil echar mano de del lema y gritar “la solución es la revolución” como si la experiencia histórica no nos hubiera demostrado ya suficientemente que las revoluciones son procesos de transformaciones en el tiempo, por mucho que algunos insistan en presentarlas como actos heroicos en los que de un día para otro todo cambia. Creer que decretar la nacionalización de la banca o de las grandes empresas va a hacer desaparecer de la noche a la mañana unas relaciones sociales de producción y una visión del mundo basadas en la desigualdad, la explotación y la opresión es no haber aprendido nada de la experiencia histórica.
Hoy, más que nunca, el bienestar obrero y popular, y la satisfacción de los derechos más básicos depende efectivamente de un proceso revolucionario, proceso en el cual es necesario un poderoso movimiento que organice a la mayoría social explotada y oprimida y que no se limite únicamente a reivindicaciones concretas o sectoriales, que no encierre lo político en lo institucional o en lo electoral ni lo independice de lo social, lo económico o lo cultural; un movimiento que gane espacios de poder y que no tenga miedo a ganarlos, que vaya del fortalecimiento de una contrahegemonía a la disputa de la hegemonía de la clase dominante sin complejos; el poder obrero y popular no será posible, no se materializará jamás sin una dura batalla contra la hegemonía ideológica y cultural del capital. Cada lucha concreta, cada batalla, aunque estas sean electorales, han de servir para elevar la organización y la conciencia del movimiento, no para desviarlo y estancarlo.
En definitiva, hoy nos encontramos con movimientos tácticos que, a veces pueden ser efectivos, ingeniosos u ocurrentes, pero limitados; Podemos en el estado español se ha especializado en ese tipo de movimientos tácticos, pero, como nos demuestra la muy cercana experiencia griega, la táctica sin una visión estratégica está condenada no tanto al fracaso, sino a reproducir los mismos esquemas políticos neoliberales.
Procurar el bienestar obrero y popular implica que ese movimiento que antes hemos caracterizado ha de protagonizar una ruptura democrática con las instituciones europeas, el euro y la OTAN, y en el caso del Estado español con el llamado régimen del 78. Igualmente, sin soberanía, si poder político real, es imposible un proceso revolucionario sin la autodeterminación de los pueblos que hoy no poseen instrumentos políticos con los que, como es el caso de Andalucía, salir de la marginalidad, la subalternidad y el subdesarrollo; no lo olvidemos, Olof Palme pudo llevar a cabo esas políticas de bienestar social y de solidaridad antiimperialista real y efectiva con los pueblos oprimidos en lucha porque, entre otras cosas, tenía poder político soberano e independiente para hacerlo.
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