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2016/06/07

¿VOTOS, BALAS O...? por James Conolly


"...la clase capitalista, todavía ahora, está ideando con denuedo los medios para despojar a la clase obrera de sus derechos."

                               Entre los servicios prestados por nuestro compañero Victor Berger a la causa socialista hay que contar como uno no menor la redacción y publicación de ese ya famoso artículo en que llama la atención de sus lectores sobre la posibilidad de que un partido socialista pueda ganar las elecciones y plantea la cuestión del tipo de acción que debe tomar nuestro partido en tal situación de emergencia. Sin embargo, hay que admitir que la cuestión no ha sido afrontada en absoluto de modo honesto por parte de la mayoría de críticos que se han desahogado al respecto. Hemos mostrado mucho asombro y desaprobación por haber introducido esta cuestión en este momento y hemos hecho no poco ludibrio de nuestro compañero. Pero uno habría esperado que el que un compañero caracterizado por su moderación —que algunos pensaban que era una invitación al compromiso— sacara a debate una cuestión de ese tipo haría que muchos socialistas consideraran seriamente los elementos de hecho y las posibilidades subyacentes e inspiradoras de la cuestión. ¿Cuáles son esos hechos? Expuestos brevemente, los hechos, como todos sabemos, son que, a lo largo de los Estados Unidos, la clase capitalista, todavía ahora, está ideando con denuedo los medios para despojar a la clase obrera de sus derechos. En California, mediante la exigencia de una cantidad enorme por el derecho a meter una papeleta en la urna; en Minnesota, se persigue el mismo fin mediante una ley fundamental; en el sur, mediante una prueba educativa (¿?) impuesta sólo a quienes no posean propiedades; en algunos estados, imponiendo a los candidatos un requisito de propiedad; y, en todas partes, excluyendo el conjunto de votos socialistas e incluyendo los votos fraudulentos. Además de eso, en Colorado y en otros lugares ha habido numerosos casos en que los matones a sueldo de los capitalistas han irrumpido en las cabinas de votación, han expulsado a los verdaderos votantes y han votado ellos en nombre de cada ciudadano de la lista.



Ésos son algunos de los hechos. ¿Cuáles son ahora las posibilidades? Una es que la clase capitalista no espere a que nosotros obtengamos la mayoría en las urnas, sino que precipite el combate a partir de falsos dilemas, mientras la masa trabajadora permanece indecisa respecto al conflicto entre capitalismo y socialismo. Otra posibilidad es que, aun cuando la clase capitalista fuera bastante respetuosa con las leyes o hubiera analizado erróneamente la opinión pública, se negara a dejar sus cargos o a reconocer los resultados de las elecciones y, con el Senado y el ejército en sus manos, procediera tranquilamente a colocar a los candidatos a la presidencia, etc. que hubieran obtenido el mayor número de votos del electorado capitalista. En lo tocante a la primera posibilidad, la cuestión de si la clase capitalista puede evitar un triunfo socialista en las urnas ya está aquí y espero poderla ver materializada en algún momento, serena, pero efectivamente. Es decir, hemos visto a menudo a la clase capitalista recurrir a la ayuda del Tribunal Supremo para ahorrarle la más nimia molestia mediante la declaración de inconstitucionalidad de algunas de las llamadas leyes obreras u otra legislación. De modo que no veo ninguna razón para que ahora no pueda recurrir al mismo Tribunal Supremo para declarar inconstitucionales las victorias electorales de un partido socialista. Algunos pueden considerar eso inverosímil. Yo no lo considero tan inverosímil como el fallo por el que se aplicaban las leyes antimonopolísticas sólo a los sindicatos o se utilizaban las leyes de comercio interestatal para evitar huelgas en los ferrocarriles. Considero que, si la clase capitalista recurriera al Tribunal Supremo y le planteara si un partido político que pretende derogar la Constitución de los Estados Unidos puede actuar legalmente con ese objetivo dentro de la Constitución de los Estados Unidos, la respuesta negativa que ese tribunal daría sin vacilar no sólo sería completamente lógica, sino que, muy probablemente, satisfaría a todo pensador superficial y a todo devoto fanático de los ancestros del país. Y, si se diera esa eventualidad y, como dice Berger, las urnas cayeran en nuestras manos, sería demasiado tarde para plantearnos la cuestión que nos plantea ahora nuestro compañero y preguntar a nuestros amigos y seguidores: ¿qué vais a hacer? Pero incluso admitiendo, es más, alegando todo esto en beneficio de la pertinencia de la pregunta de nuestro compañero, de ahí no se sigue que apoye o recomiende su alternativa. El fusil es, por supuesto, un arma útil en determinadas circunstancias, pero es poco probable que esas circunstancias se den. Ésta es una época de compleja maquinaria en la industria de guerra y, comparado con las ametralladoras y la artillería, que matan a una distancia de siete millas, es improbable que los fusiles sean un material de gran valor para contribuir a resolver la cuestión obrera de manera proletaria. Haría bien el compañero Berger en leer un poco sobre las conquistas de su compatriota Count Zeppelin sobre el dominio del aire y pensar sobre la inutilidad de oponerse a un poder como el zepelín, incluso con una clase obrera armada. Los estadounidenses han estado tan entusiasmados con los éxitos de los hermanos Wright que se ha prestado insuficiente atención al desarrollo del globo Zeppelin. Sin embargo, sus manos han desarrollado la más perfecta y formidable máquina de combate jamás soñada. Las palabras globo dirigible parecen escasamente aplicables a su creación. Es un globo y más. Es un barco flotante, dividido en gran número de compartimentos separados, de modo que la perforación de uno, incluso por obús, deja intactos al resto y la máquina sigue flotando. Sólo el fuego puede amenazarlo con la destrucción inmediata. Puede llevar 17 toneladas y ser guiado a voluntad con ese peso a bordo, realizar todo tipo de maniobras, subir o bajar, viajar rápido o permanecer estacionario. Ya ha sido equipado con un arma Krupp de fuego rápido y con bombas para su especial uso y, en las pruebas del ejército alemán, se ha mostrado capaz de mantener un fuego rápido y sostenido sin interferir en su capacidad de flotación y de maniobra. Ningún ejército de la Tierra, ni siquiera el de hombres mejor entrenados y más disciplinados, podría resistir un ataque de diez de estos monstruos durante varios minutos. Es más que probable que, en un armisticio, el desarrollo de esas máquinas redundara en la conquista militar por parte de la clase capitalista internacional, la consolidación de la máquina volante a la fría tarea de mantener bajo control a la clase obrera y el aseguramiento y aprovechamiento de toda suerte de ataques a los derechos sociales y políticos. Para hacer frente a un arma como ésa en manos de nuestros patrones despiadados y sin escrúpulos, el arma del camarada Victor Berger es tan ineficaz como una papeleta electoral en las manos de un reformista.


¿Debe ser, pues, la desesperanza nuestra actitud? ¡No! Seguimos teniendo la oportunidad de forjar el arma capaz de ganar la lucha contra la usurpación política y contra todos los poderes militares de tierra, mar y aire. El arma debe forjarse en los hornos de la lucha en el taller, la mina, la fábrica y el ferrocarril y se llama sindicalismo industrial. Actualmente, una clase obrera organizada conforme a los criterios sobre los que la clase capitalista ha construido sus instalaciones industriales, que considerara a cada una de esas fábricas como la verdadera unidad de organización y al conjunto de la sociedad, como la suma total de esas unidades y pacientemente pero cada vez más penetrada por la idea de que la misión del sindicalismo es tomar la maquinaria industrial de la sociedad y erigirse en el verdadero holding y la verdadera fuerza administrativa mundial; una clase obrera revolucionaria así dispondría de un poder mayor que todos los avances científicos puestos en las manos de la clase dominante. A cada orden que prohibiera a los trabajadores realizar una determinada acción en beneficio del movimiento obrero seguiría la realización de esa misma acción por parte de cada miembro del sindicato hasta convertir las cárceles en lugares de honor ansiosamente buscados y el haber estado en una de ellas sería tan orgullosamente alardeado como lo es actualmente el servicio en el campo de Gettysburg. Una sentencia del Tribunal Supremo que declarara inválida una victoria socialista en una determinada circunscripción podría encontrarse con una huelga general de los trabajadores de esa circunscripción, apoyada por la organización de todo el país y por un boicot incesante que se extendiera a la vida privada de todos los que hubieran apoyado a los cargos electos fraudulentamente. Un sindicato así reavivaría y aplicaría a la guerra de clases de los trabajadores los métodos y principios tan exitosamente aplicados por los campesinos de Alemania en el Vehmgericht y por la Liga Agraria en la guerra de la tierra, en la Irlanda de los ochenta. Y, finalmente, en caso de que una sentencia del Tribunal Supremo declarara ilegales las actividades políticas de un partido socialista u ordenara a los electos capitalistas que no dejaran sus cargos tras una victoria de ese partido a escala nacional, los trabajadores organizados industrialmente darían a los usurpadores un Roldán por su Oliver negándose a reconocerlos, a transportar o alimentar a las tropas, a transmitir sus mensajes, a imprimir sus noticias o a informar de sus actividades en cualquier periódico que los apoyara. Finalmente, después de haber demostrado así la impotencia de la burocracia capitalista frente a la acción unida de los productores (atacando a esa burocracia mediante la parálisis económica en lugar de con balas de fusil), la clase obrera organizada industrialmente podría proceder a tomar posesión de las industrias del país tras haber informado al ejército y a las demás fuerzas coercitivas del capitalismo de que procurarían los útiles necesarios de vida, si se rendían al gobierno electo legalmente y los usurpadores de Washington renunciaban. En caso contrario, tendrían que intentar alimentarse y mantenerse por sí mismos. Frente a una organización así, los zepelines serían tan impotentes como los piratas sin un puerto de escala y el poder militar, un cañaveral roto. La disciplina de las fuerzas armadas ante las que los fusiles de Berger se romperían como el cristal se disolvería y la autoridad de los oficiales sería irreal, si la soldadesca fuera requerida a convertirse en banditti uniformados dedicados a rastrear el país en busca de provisiones.

Irlanda durante la guerra agraria, París durante la huelga de los carteros y telegrafistas, el sur de Francia durante la huelga de los viticultores, la huelga de los campesinos de Parma (Italia), todos serían manifestaciones en miniatura de la efectividad de este método de guerra, todos serían ensayos de este gran drama de la revolución social, todos serían modelos para enseñar a los trabajadores cómo extraer la virtud de las pistolas de los políticos dominantes.

The International Socialist Review, octubre de 1909.

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