"Es inapelable que el
dinero ocupa un lugar preeminente en la explicación de nuestro
comportamiento, aunque solo sea porque el sistema capitalista determina
que todo, incluso lo que cubre nuestras necesidades más básicas, cobra
un valor en el mercado que solo se satisface con el vil metal."
*Este blog no esta siempre de acuerdo con lo que en el se publica y busca fomentar el debate a la vez que ampliar el conocimiento de sus lectores
De acuerdo a la
influencia del movimiento obrero y a la oposición al franquismo, en la
década de los 70 del siglo XX el marxismo capitaneó el pensamiento
político en el Estado español, lo mismo que en otras partes del mundo.
Muchos “ismos” dependientes de aquel, como leninismo, maoísmo,
trotskismo, estalinismo (este último con un sentido peyorativo),
etcétera, pululaban por las conversaciones y publicaciones políticas.
Cada uno se diferenciaba del otro en importantes matices que propiciaban
una gran desunión en la izquierda, algo que perdura en nuestros días.
En realidad, en el Estado español fue el expresidente del Gobierno,
Felipe González, quien encabezó la ruptura con esa moda cuando obligó al
PSOE, en contra del sentir de la mayoría de la militancia socialista, a
abandonar el marxismo como fundamento ideológico para pasar a
considerarlo un mero método de análisis de la realidad. Una década
después, esa tendencia se acentuó cuando la URSS y el bloque comunista
comenzaron a desmoronarse. En la actualidad, aparece como una ideología
residual. De una tendencia mayoritaria ha pasado en este primer periodo
del siglo XXI a la irrelevancia política y filosófica.
Este olvido de las ideas de Karl Marx se ha extendido al campo
intelectual y, en la actualidad, muy pocos pensadores oficiales
consideran necesario el estudio de este pensador e ideólogo alemán del
siglo XIX que tanto influyó en los acontecimientos históricos del siglo
XX. La ideología marxista contiene graves errores, como el concepto de
dictadura del proletariado o que propugne el uso de la violencia por
parte de la clase obrera para conseguir subvertir el sistema
capitalista. Además, podría considerarse, con matices, un sistema de
respuestas a una situación concreta que se producía en el siglo XIX. La
realidad actual exige otras soluciones. El fracaso de gran parte de sus
postulados quedó bien patente cuando cayó el Muro de Berlín. Además,
disponemos de muchos otros economistas, historiadores, políticos,
filósofos, periodistas, literatos… clásicos o contemporáneos cuyo
pensamiento cobra una importancia innegable.
Sin embargo, en otros aspectos de su obra, como en el análisis de
las relaciones entre consumo, producción y salarios, y la dinámica
competitiva entre obreros y patronos, su lucidez es pasmosa y, creo,
merece ser estudiada todavía, no como a un intelectual superior o
insuperable, pero sí como a un pensador clásico destacado, lo mismo que
lo puedan ser, por ejemplo, Schopenhauer, Nietzsche, Kant u Ortega y
Gasset. Marx interpretaba la historia como una lucha por conseguir los
medios de producción y por apoderarse de los recursos naturales y de la
riqueza. No seré yo quien niegue motivos mucho más bellos para las
acciones de muchas personas y colectivos, pero es inapelable que el
dinero ocupa un lugar preeminente en la explicación de nuestro
comportamiento, aunque solo sea porque el sistema capitalista determina
que todo, incluso lo que cubre nuestras necesidades más básicas, cobra
un valor en el mercado que solo se satisface con el vil metal.
Las teorías economicistas actuales tienden a dejar de lado las
cuestiones éticas en favor de los meros beneficios empresariales. El
neoliberalismo imperante valora a cada persona solo por su capacidad de
generar réditos económicos a las grandes corporaciones empresariales. El
marxismo, al menos, consideraba a los asalariados y desposeídos como
seres humanos y aunque fallido surgió como un intento plausible de
alcanzar una sociedad más justa e igualitaria. Tal vez sean erróneos
tanto la preponderancia del pensamiento marxista durante el siglo XX
frente a otras corrientes filosóficas y políticas, como el injusto
ostracismo al que se le quiere condenar en el siglo XXI.
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