"...la actual arremetida derechista no es el comienzo de la reconversión colonial de la región, de la instauración de un nuevo orden elitista sino de una etapa de desorden, de rebeliones populares amenazando a las élites dominantes"
A partir de la victoria de Trump los medios de comunicación hegemónicos han lanzado una avalancha de referencias al “proteccionismo económico” del futuro gobierno imperial y en consecuencia al posible inicio de una era de desglobalización.
En realidad la instalación de Trump no será
la causa de esa desglobalización anunciada sino más bien el resultado de un
proceso que dio su primer paso con la crisis financiera de 2008 y que se
aceleró desde 2014 cuando el Imperio ingresó en un recorrido descendente
irresistible.
Desde el punto de vista del comercio
internacional la desglobalización viene avanzando desde hace aproximadamente un
lustro. Según datos del Banco Mundial en la década de los 1960 las
exportaciones representaron en promedio
el 12,2 % del Producto Bruto Global, en la década siguiente pasaron al 15,8 %,
en los años 1980 llegaron al 18,7 % pero hacia fines de esa década el proceso
se aceleró y en 2008 alcanzó su máximo nivel cuando llegó el 30,8 %, la crisis
de ese año marcó el techo del fenómeno a partir del cual se produjo un descenso
suave que se acentuó desde 2014-2015 (1). La propaganda acerca de que las
economías se internacionalizaban cada vez más, condenadas a exportar porciones
crecientes de su producción fue desmentida por la realidad desde 2008 y ahora
la globalización comercial comienza a revertirse.
Pero las dos décadas de globalización
acelerada fueron principalmente un movimiento de financierización, de hegemonía
total del parasitismo financiero sobre el conjunto de la economía mundial, su
centro motor se encontraba en los Estados Unidos, extendiendo sus fortalezas
hacia el conjunto de Occidente y el socio oriental Japón. Los llamados “productos
financieros derivados”, negocios especulativos altamente volátiles,
verdadero corazón del sistema, llegaban en el año 1999 a unos 80 billones
(millones de millones) de dólares, aproximadamente dos veces y media el
Producto Bruto Mundial, luego esa masa se expandió vertiginosamente y en 2008,
un poco antes del desastre financiero tocaba los 683 billones de dólares, casi
12 veces el Producto Bruto Mundial de ese año. Allí alcanzó su techo histórico,
creció luego muy poco en términos nominales de tal manera que hacia fines de
2013 llegaba a los 710 billones de dólares (9,3 veces el Producto Bruto Global
de ese año), fue el comienzo del desinfle ya que en diciembre de 2015 había
caído a 490 billones (6,6 veces el
Producto Bruto Global de 2015). La oligarquía financiera había entrado en
declinación lo que acentuó su canibalismo interno y sus tendencias depredadoras
no solo en la periferia sino también en el centro del sistema.
A esos procesos económicos se agregó una profunda crisis geopolítica, el expansionismo político-militar del Imperio fue frenado en su principal territorio de operaciones: Asia. Los dos rivales estratégicos de Occidente: China y Rusia, estrecharon su alianza y fueron arrastrando hacia su espacio a grandes, medianos y pequeños estados de la región: desde India, hasta Irán, pasando por las naciones de Asia Central. Los recientes giros de Turquía y Filipinas alejándose de la influencia norteamericana y acercándose al espacio chino-ruso marcan desde el Mar Mediterráneo y desde el Océano Pacífico, en los dos extremos geográficos de Eurasia, el declive de la dominación periférica del imperialismo occidental. El fracaso estadounidense en Siria señala el principio del fin de su omnipotencia militar.
Sin embargo la decadencia de Occidente no
implica el seguro ascenso de los capitalismos de estado ruso y chino como
nuevos amos del mundo, la crisis está llegando a China, su crecimiento se va
desacelerando, Rusia se encuentra en recesión, ambas potencias son afectadas
por la declinación de los mercados occidentales y de Japón, sus principales
clientes. Tratan entonces de compensar esas pérdidas extendiendo sus negocios y
acuerdos políticos hacia la periferia, especialmente hacia el espacio asiático.
Tal vez el más ambicioso proyecto chino sea el de la “Nueva Ruta de la Seda”,
gigantesca masa de inversiones en infraestructura y sistemas de transporte
terrestre y acuático distribuidas en Asia apuntando hacia la integración
comercial del espacio eurasiático, llegaría
a unos 890 mil millones de dólares según Financial Times (2). Esa cifra podría
ser comparada con la del Plan Marshall
que a valores actuales representaría cerca de 130 mil millones de dólares,
China estaría empujando hacia esa zona inversiones equivalentes a más de seis
planes marshall.
El problema es que todas esas economías que
China busca integrar están siendo golpeadas por la crisis, la caída de los
precios de las materias primas deprime al conjunto de la periferia, acorralan a
Rusia, a Irán, a las repúblicas centroasiáticas... mientras Europa
declina.
La crisis es global, obedece a la dinámica
del capitalismo como sistema planetario, a su degeneración parasitaria que
degrada tanto a los países centrales como a los periféricos, emergentes o
no.
America Latina es ahora víctima de esos
cambios.
En su repliegue hacia el patio trasero
histórico imperial los Estados Unidos vienen allí ejecutando una estrategia
flexible y arrolladora de reconquista y saqueo que en unos pocos años ha
conseguido desplazar a los gobiernos de Honduras, Paraguay, Brasil y Argentina,
acorralar a Venezuela y poner de
rodillas a la cúpula de la insurgencia colombiana. Sin embargo esa reconquista
se produce en el marco de la crisis económica, social-institucional, cultural y
geopolítica de Occidente que lleva hacia el pantano a los regímenes lacayos del
continente. Las victorias derechistas en Paraguay, Argentina o Brasil anuncian
profundas crisis de gobernabilidad, donde sus “gobiernos”, en realidad bandas
de saqueadores, generan con sus acciones grandes destrucciones del tejido
económico e inevitablemente el ascenso de protestas sociales masivas y
crecientes. Dicho de otra manera, la actual arremetida derechista no es el
comienzo de la reconversión colonial de la región, de la instauración de un
nuevo orden elitista sino de una etapa de desorden, de rebeliones populares
amenazando a las élites dominantes.
Mientras tanto la desglobalización sigue su
curso, la élites dominantes del planeta buscan desesperadamente preservar sus
posiciones, acentúan sus disputas internas, empiezan a producir salvadores
pragmáticos de todo tipo. Así es como ha irrumpido un personaje grotesco como
Donald Trump buscando combinar xenofobia, concentración de ingresos,
reindustrialización y recomposición del esquema geopolítico global. O los
neofascismos europeos emergentes y los ya instalados en América Latina. Se
trata de tentativas ilusorias de recompocisión de sistemas decadentes
profundizando al mismo tiempo el saqueo, dinámica parasitaria ya vista a lo
largo de la historia humana acompañando, acelerando las declinaciones
imperiales.
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(1) World Bank, “World development
Indicators”, 17-11-2016
(2) James Kynge, “How the Silk Road plans
will be financed”, Financial Times, Mai 9, 2016.
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