"Para acabar con la tortura es imprescindible derogar la Ley Antiterrorista y poner fin cuanto antes a la incomunicación."
Saioa Agirre Arauko fue detenida por la Guardia Civil el 14 de abril de 2010 en un centro escolar de Sopela mientras trabajaba con niños y niñas de tres años. Permaneció incomunicada durante cinco días, periodo en el que fue torturada y sufrió agresiones sexuales y humillaciones por ser mujer. “Me desnudaron, me manoseaban todo el cuerpo y si no decía lo que ellos querían que dijera, me golpeaban o me lanzaban contra la pared”, relata. En el momento en que realizamos esta entrevista, Saioa se encuentra a la espera de juicio. La Fiscalía pide una pena de siete años de prisión basando su acusación en la declaración policial realizada bajo torturas.
¿Cómo recuerdas el día de tu detención?
Me arrestaron sobre las 12:55 horas en la escuela de Sopela, mientras trabajaba con niños y niñas de tres años. Les pedí que no lo hicieran delante de ellos. Salí de clase y me detuvieron. Tuvieron una actitud agresiva. Me sacaron de la escuela, me metieron en un coche y tras atarme las manos con una cuerda me trasladaron a La Salve.
Una vez allí, aparecieron cinco guardias civiles encapuchados y me dijeron que teníamos que ir a registrar mi casa. Me llevaron con la cabeza agachada. En los días interminables que duró la incomunicación no volví a levantarla.
¿Podrías relatar, en la medida que te sea posible, el tiempo que transcurre desde el momento de la detención hasta tú paso por delante del juez?
En Amorebieta, la actitud de la Ertzaintza fue mucho peor, mucho más agresiva que la de la Guardia Civil. Durante el registro, cada vez que necesitaba ir al servicio, llamaban a una mujer ertzaina para que me acompañara. Cada vez que entrabamos al baño arremetía contra mí, me empujaba contra la pared…
También en la calle su actitud fue agresiva. Los agentes de la Ertzaintza insultaban y amenazaban a familiares y amigos que se reunieron frente a mi casa.
Tras el registro en Amorebieta, me trasladaron al juzgado de Bilbao y me llevaron ante un médico forense, que me diagnosticó lumbalgia e infección de orina. Aunque en un primer momento se negaron, conseguí un permiso para acudir al Hospital de Basurto.
Después del paso por el hospital, volvimos a La Salve, me taparon los ojos con un antifaz, me subieron a un coche y nos dirigimos a Madrid. Fue en ese momento cuando empezaron los gritos y las amenazas, que ya fueron constantes en todo momento. Uno de ellos me dijo que en Madrid las iba a pasar canutas. Pusieron el aire acondicionado a tope, que me daba en toda la cara, y ya no lo quitaron durante todo el viaje.
A primera hora de la mañana llegamos a Madrid. Me sacaron del coche y me metieron en una celda fría, sucia y oscura. El primer día me sacaron varias veces del calabozo para tomar las huellas, sacar fotos o realizar pruebas de ADN, por ejemplo. No firmé nada.
Tras sufrir amenazas constantes el primer día, durante la madrugada irrumpieron bruscamente en la celda y me levantaron de la cama violentamente. Me llevaron contra la pared, me pusieron un antifaz y rápidamente me trasladaron a otra habitación. Fui rodeada por cuatro o cinco guardias civiles.
Comenzaron a hacerme preguntas mientras me golpeaban la cabeza. Empezaron a desnudarme, y cada vez que intentaba impedirlo, uno de ellos me abofeteaba la cara.
Una vez me desnudaron, tuve que soportar comentarios asquerosos, me insultaban, me manoseaban y me pellizcaban en todo el cuerpo. Al de un rato entró en la habitación otro guardia civil que me hacia los interrogatorios. Se suponía que era el jefe.
Cuando este se marchó, dos guardias civiles se abalanzaron sobre mí y comenzaron a golpearme. Uno de ellos me decía, sin dejar de pegarme, que su deseo era matarme. Me obligaron a realizar ejercicios físicos como flexiones. Mientras hacia los ejercicios dos de ellos se pusieron a mi lado y me gritaban a la oreja.
Si no decía lo que ellos querían escuchar, me golpeaban o me tiraban contra la pared. Los ejercicios continuaron durante un largo tiempo y mientras los hacia me llegaron a poner una bolsa en la cabeza y uno de ellos tiraba el humo dentro.
El jefe me hacia las preguntas y después más flexiones, más ataques, más golpes y más gritos. Así continuamente. Me costaba respirar y llegó un momento en el cuerpo ya no me respondía.
Finalmente, hicimos la declaración policial. Si volvía a decir algo que a ellos no les gustaba, los gritos y las amenazas comenzaban otra vez. Relaté ante el juez los malos tratos a los que fui sometida y negué que lo declarado ante la Guardia Civil fuera verdad.
¿Has padecido consecuencias físicas o psicológicas tras tu paso por dependencias policiales?
Si. Lo que me ocurrió me ha afectado en muchos aspectos de mi vida, tanto físicamente como psicológicamente. Me cuesta dormir, a menudo tengo pesadillas… Todo aquello también ha influido en mis relaciones personales.
¿Cómo percibes que vivieron tu detención e incomunicación tus familiares y amigos?
Hoy puedo observar cómo les ha afectado todo lo que ocurrió. Otra cosa es cómo vivieron aquellos días. Tras el periodo de incomunicación, fui encarcelada y no pude ver a mi familia hasta pasados varios días.
Cuando vi por primera vez a mis padres, a través de un cristal y durante unos 40 minutos, fui desbordada por un cúmulo de sensaciones y sentimientos. También sentí miedo. Tratamos de tranquilizarnos mutuamente. Mi padre y mi madre también fueron torturados en su día. Solamente con pensar que su hija podría estar sufriendo los mismos malos tratos que ellos padecieron años atrás… Imagínate lo que tiene que ser eso para unos padres…
Fuiste detenida, incomunicada y encarcelada. Ahora estás libre. Pero, ¿cuál es tu situación judicial?
Estuve 10 meses en prisión. Actualmente estoy a la espera de juicio. La Fiscalía pide una pena de 7 años de prisión para mí.
¿Cómo o en qué contexto situarías todo lo relatado anteriormente?
Antes de mi detención, se estaban dando muchos acontecimientos políticos: la izquierda abertzale presentaba el documento (Zutik Euskal Herria) de su nueva estrategia política, los juicios políticos continuaban, la represión contra cualquiera que trabajara en defensa de los derechos de los presos políticos vascos aumentaba…
Yo situaría en este último punto la operación policial en la que fui arrestada. Las detenciones realizadas en los últimos años tienen un claro objetivo: entorpecer todos los pasos que se dan hacia la solución del conflicto y la paz.
¿Qué opinión te merece el estudio presentado por Paco Etxeberria y su equipo, donde se recogen miles de denuncias y testimonios de torturas en toda Euskal Herria durante más de cinco décadas?
Reconocimiento, prevención y reparación son conceptos que están muy ligados. La tortura es la cruda realidad que siempre han querido esconder. Es imprescindible que se conozca toda la verdad y es ahí donde sitúo el trabajo de Paco Etxebarria y su equipo.
Creo que todo lo que están haciendo es necesario, valioso y positivo. Además, es la primera vez que el Gobierno Vasco apoya una investigación de estas características. Me gustaría pensar que es el inicio de algo importante.
En la iniciativa de febrero del pasado año llevada a cabo en Zornotza, ‘Torturaren Aurpegiak, Berriro Inoiz Ez’, decenas de vecinos y vecinas de este municipio denunciaron haber sido objeto de torturas. Aun así, nos consta que son bastantes más las personas que han sufrido este método represivo. Sus testimonios recogen 50 años de calvario personal y colectivo. A tu juicio, ¿qué medidas serían necesarias para erradicar la tortura y garantizar que no se vuelva a practicar?
Para acabar con la tortura es imprescindible derogar la Ley Antiterrorista y poner fin cuanto antes a la incomunicación.
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