"...esos asesinatos cometidos por Iturbide y Zabala también hay que clasificarlos dentro del Terrorismo de Estado. Cuando menos, por omisión, porque el Estado se abstuvo de tomar las mínimas medidas necesarias para evitar dichos asesinatos y después para clarificarlos hasta las últimas consecuencias."

Xabier Makazaga Investigador del Terrorismo de Estado
GARA
La mayoría de los crímenes reivindicados usando las
siglas GAL y cometidos en Iparralde quedaron completamente impunes y aún
fue mucho más flagrante la impunidad en lo que se refiere a los
múltiples asesinatos cometidos en Hegoalde cuando las siglas utilizadas
eran BVE, Triple A, GAE y similares.
En efecto, de todos esos asesinatos, que se contaron por decenas, tan
sólo esclarecieron los siete cometidos por dos ultraderechistas entre
1979 y 1981 y ello debido a que uno de ellos, Ignacio Iturbide, Piti,
era sobradamente conocido y había sido denunciado una y otra vez como
seguro participante en aquellos crímenes. El otro era Ladislao Zabala,
cuyo padre, José María, fue vicepresidente de la Diputación franquista
de Gipuzkoa.
Iturbide cometió su primer asesinato, el de Jose Ramon Ansa, en su
pueblo natal, Andoain, y a raíz de ello un amplio abanico de fuerzas
políticas y sindicales de la villa creó una comisión de investigación
que elaboró un dossier donde se le señalaba como principal sospechoso.
En concreto, en el dossier se decía que «la comisión
de investigación no puede entender cómo el guerrillero de extrema
derecha Ignacio María Iturbide, a quien se imputan múltiples atentados,
pueda estar en libertad». Fue presentado en diciembre de 1979 a las
autoridades provinciales, pero ello no supuso impedimento alguno para
que Iturbide cometiera otros seis asesinatos más, la gran mayoría
completamente indiscriminados, en el que entonces se llamó, debido a
esos atentados, «triángulo de la muerte», entre Andoain, Hernani y
Errenteria.
Ese archiconocido ultra apareció también mencionado antes de su
detención en 1981 en un documento redactado por otro ultra, Rogelio
González Medrano, que se había arrepentido. En su confesión, escrita de
su puño y letra, mencionó con sus nombres y apellidos a más de una
decena de personas como integrantes de tramas negras en Euskal Herria y,
aunque después se comprobó que todo lo que decía de Piti era exacto, la
justicia española se desentendió completamente de aquel documento.
Medrano calificó a Iturbide en su confesión como uno de los elementos
«más peligrosos y activos» y mencionó su participación en múltiples
atentados, entre los que destacaban dos cometidos a finales de 1975, el
ametrallamiento de la villa en Irun de los padres de Eduardo Moreno
Bergareche, Pertur, y el apaleamiento, en Zarautz, de la madre y
hermanas del militante de ETA fusilado el 27 de septiembre de 1975, Juan
Paredes, Txiki.
También aludió al paso de Piti por Zornotza, en 1976, donde cobró
sueldo de la Policía Municipal, sin vestir nunca el uniforme ni prestar
servicio conocido. Una situación a la que no tuvo otro remedio que dar
fin tras ser reducido por el público de una fiesta cuando tomaba parte
en una de las habituales agresiones ultras de aquella época, con cadenas
y pistolas.
Más tarde, en abril de 1978, fue detenido con otros dos ultras y le
intervinieron una pistola y varios documentos de identidad falsos que le
había facilitado el Servicio de Información de la Guardia Civil del
cuartel de Gernika cuando estaba a su mando el capitán Hidalgo. Fue
acusado de haber participado en varios incendios y voladuras, entre
ellas la de la sede del PCE en Donostia, pero pese a las confesiones de
uno de los detenidos la causa fue sobreseída y quedó poco después en
libertad.
Como se ve, Iturbide era archiconocido, y había sido
señalado como el principal sospechoso de aquellos asesinatos cometidos
en el «triángulo de la muerte». Además, el descaro con el que actuaban
Ladislao Zabala y él era tal que para realizar los atentados utilizaban
un Seat 127 verde de su propiedad, sin ni siquiera cambiarle las placas
de matrícula.
A pesar de todo ello, no fueron detenidos, en el domicilio de Zabala
en Donostia, el 6 de marzo de 1981, hasta que las autoridades vieron que
iba a estallar un escándalo mayúsculo si no lo hacían. Y cuando lo
vieron, el Gobernador Civil de Gipuzkoa, Pedro de Arístegui, afirmó que
la Policía investigaba «desde hace varios meses a esas personas para
proceder a su detención con garantías. Existían sospechas, pero no
teníamos las pruebas suficientes». Y también manifestó que «no podemos
caer en el ridículo de detener a unas personas acusándolas de ultras y
asesinos para luego tener que ponerlas en libertad; entre otras razones,
porque su situación en el País Vasco podría resultar delicada».
Eso sí, el Gobernador Civil se cuidó muy mucho de mencionar que casi
cinco meses antes de la detención, el 27 de octubre de 1980, el Juzgado
de Instrucción de Tolosa había expedido una orden de búsqueda y captura
contra Piti Iturbide por tenecia ilícita de armas. Y que en esos cinco
meses éste cometió sus dos últimos asesinatos aparte de dejar paralítica
a otra persona y gravemente herida a una más.
Recuérdese que en esa época las detenciones relacionadas con ETA eran
tan indiscriminadas que más de un 80% de las personas detenidas por
ello quedaban en libertad; la mayoría de ellas, sin ni siquiera pasar
ante el juez, después de haber sido sometidas a malos tratos y torturas.
Ni que decir tiene que a los dos ultras ni les tocaron un pelo no fuera
a ser que confesaran las complicidades con que contaron para cometer
aquellos siete asesinatos.
Cuando detuvieron a ambos, las autoridades españolas declararon haber
desarticulado el Batallón Vasco-español, pero la realidad es que los
siete asesinatos que cometieron fueron reivindicados utilizando tres
siglas diferentes, no sólo la del BVE. También se sirvieron de las
siglas Triple A y GANE para reivindicar, respectivamente, su primer
crimen y el del concejal de HB Tomas Alba que, por cierto, las
autoridades intentaron achacar a ETA. Además, la gran mayoría de los
atentados reivindicados por el BVE jamás han sido esclarecidos.
El hecho de que los siete asesinatos cometidos por Iturbide y Zabala
fueran reivindicados utilizando tres siglas diferentes da una buena idea
de cómo se servían entonces de todas aquellas siglas para desviar la
atención sobre los verdaderos responsables. Y también es bien
significativo que las únicas personas que detuvieron por todos aquellos
atentados en Hegoalde fueran esos dos ultras.
Parece claro lo que pretendían los organizadores de
la guerra sucia, dar a entender que aquellos crímenes eran obra de
elementos ultraderechistas que actuaban por su cuenta. Ahora bien, todo
el resto de asesinatos nunca ha sido esclarecido y en lo que respecta a
los siete cometidos por Iturbide y Zabala es evidente que nada se hizo
para esclarecer las complicidades con que contaron. Y también lo es que
podían haber sido detenidos muchísimo antes. Sólo lo fueron cuando les
interesó a las autoridades, para dar una imagen de que se actuaba
también contra ese tipo de terrorismo y que éste era, tal y como
defendían, obra de «incontrolados».
Por eso, no me cabe duda que esos asesinatos cometidos por Iturbide y
Zabala también hay que clasificarlos dentro del Terrorismo de Estado.
Cuando menos, por omisión, porque el Estado se abstuvo de tomar las
mínimas medidas necesarias para evitar dichos asesinatos y después para
clarificarlos hasta las últimas consecuencias.
Y en cuanto al resto de atentados jamás clarificados, aún existen más
motivos para achacarlos al Terrorismo de Estado, precisamente porque el
Estado nunca hizo nada para detener a los culpables. Además, lo
posteriormente sucedido con los GAL da motivos más que sobrados para
sospechar que en aquellos atentados también estuvo involucrado el Estado
hasta las cejas. Ahí están las múltiples manifestaciones del general
Sáenz de Sata María, que de eso sabía un rato, para certificarlo.
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