"Para Epicuro más allá de la materia no hay
nada."
Jakue Pascual - Sociólogo
Articulo publicado en Gara el 1-11-2007
El crómlech completa el ciclo cósmico y el dolmen es
morada de mairus. Las raíces del culto a los difuntos se hunden en el
Neolítico. Para el faraón la vida prosigue en Ka. Osiris democratiza la
resurrección; la momificación se convierte en industria mortuoria.
«Libro de los Muertos». Los escribas redactan papiros en serie donde
sólo falta el nombre del finado.
El Día de Muertos azteca es presidido por
Mictecacíhuatl, la Dama de la Muerte hasta el siglo XV, cuando los
conquistadores integran este día en la festividad católica de Todos los
Santos. Con el Samhain, los espíritus abandonan sus moradas para poseer
cuerpos. Panoramix corta muérdago para conjurarlos y el poblado decora
las chozas con cráneos para ahuyentarlos. En Halloween entrego mi alma.
La legislación deuteronómica prohíbe la necromancia. Tercer cielo para
patriarcas, séptimo para justos e Hinom para los condenados. El funeral
es tránsito, no una rúbrica final. Tabú del cadáver.
Misterios de Eleusis para obtener suerte tras la
muerte. El difunto porta un óvolo en la boca para pagar el peaje del
barquero hasta el Hades; la bondad es transportada a los Campos Elíseos,
la maldad al castigo perpetuo mientras que la mediocridad vaga como una
sombra mendigando ofrendas. En las orillas de las calzadas romanas
reposan los muertos. Cayo es colocado al borde del camino para que los
transeúntes puedan saludarlo. Para Epicuro más allá de la materia no hay
nada.
Nada más cierto que la muerte ni menos cierto que su
hora, recita San Agustín. En la Edad Media la conciencia de levedad del
cuerpo genera un simbolismo postrado a la inmortalidad del alma.
Existir o no existir, Shakespeare se rasca la
calavera. El XVIII reinstaura la separación entre vivos y muertos, hasta
que el erotismo de la muerte romántica de Keats, para el que sólo es
inmortal lo muerto, invierte los términos.
Hoy, las almas-ajayus descienden de los nevados del
Altiplano para compartir con los vivos el jach'a uru. La muerte tiene
muchos nombres en México: la Flaca, la Huesuda o la Calaca. Flores de
Cempaxóchitl y pan de muerto. Los niños zampan cráneos de azúcar con su
nombre grabado y se dedican calaveritas a los poderosos en «¡Viva
México!» de Eisenstein. La fiesta desdramatiza la Santa Muerte.
La argizaiola alumbra las almas de los difuntos. La
ley no escrita del hil-bidea conecta el caserío con la iglesia y una
costumbre sagrada asume las labores domésticas tras el fallecimiento de
un vecino.
El tema se desplaza hacia el derecho de
autodeterminación que reivindica la eutanasia. El 25% opta por la
incineración como opción más barata; un tercio de los cementerios se
hallan saturados, el desapego de las costumbres baja la venta de
crisantemos, mientras que -«truco o trato»- aumenta el consumo de
calabazas por jálogüin.
Recuerdo las tediosas tardes franquistas las que un
año tras otro reponían «Don Juan Tenorio», mientras yo liberaba almas
del purgatorio jamando buñuelos. Ahora mismo, en Castro, practico el
canibalismo sacro con exquisitos huesos de santo de la calle La Mar. Lo
dice el refrán: el muerto al hoyo y el vivo al bollo.
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