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2015/07/31

LENGUA Y CLASE

"...en la parte vascófona de Vasconia ha existido tradicionalmente una clara división entre una mayoría campesina de habla vasca (navarrus llegó a significar tanto «campesino» como «vascohablante») y una minoría privilegiada que se expresaba en romance, al menos en sus actividades públicas. La opción por el castellano y a menudo el olvido del vascuence fueron durante siglos inexcusables vehículos de ascenso social en el país."

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Die Arbeiter haben kein Vaterland.
KA1U. MARX y FRIEDRICH ENGELS, 1848.
Und die patriotischen Schreier werden ihnen zum Trost sagen, dafl das Kapital kein Vaterland hat und dafi der Arbeitslohn geregelt ist durch das unpatriotische internationale Gesetz der Nacbfrage und Zufuhr.
KARL MARX, 1870


Todo conflicto lingüístico lleva implícito también un conflicto social. No se puede ser tan ingenuo como para no caer en la cuenta de que las luchas puramente culturales suelen ser muy minoritarias y no se convierten en movimientos masas hasta que se entremezclan con proyectos de transformación (o de conservación) social. Las lenguas son elementos ideológicos, efecto de las relaciones de poder. Las clases más bajas son en general más resistentes a las innovaciones lingüísticas. A menudo son las únicas que conservan la lengua primitiva de un territorio. También en general en todas las «civilizaciones» (en el sentido etimológico, de civitas, «ciudad»), existe una conciencia de que las poblaciones rurales se han mantenidó más fieles al legado de los antepasados. Todavía en el siglo XIV, a más de setecientos años de la Hégira, el genial Wali al-Din 'Abd Arrahman ibn Khaldun (1332-1406) denominaba árabes sólo a los beduinos. Y hasta el fin del Imperio Otomano sólo los nómadas se denominaban türk. Aplicar tal epíteto a los nobles de Estambul habría sido un insulto.

En Lituania ha existido siempre una minoría de lengua polaca, que funcionaba como elite dirigente. Por lo tanto, la diferencia entre lituanos y polacos no era en un principio «étnica» sino de clase. «Gente Lithuanus, natione Polonus», era la expresión al uso. En estonio, en el siglo xix se empleaba la misma palabra (saks) para «noble» y para «alemán». Los ministros locales y los clérigos tendían a interpretar esa palabra con el segundo sentido, cuando entre los campesinos el principal era el primero. Los estoniohablantes hasta 1860 se autodenominaban sin más maarahvas, «gentes del campo». Prácticamente hasta 1859, esto es, hasta que se realizó la unión de dos de los tres principados de habla rumana, Valaquia y Moldavia, ruman tuvo tres sentidos: político (habitante de Valaquia), nacional (incluyendo también a moldavos y transilvanos) y social (siervo de la gleba). Y hasta 1861 no consiguen los rumanos del tercer principado, Transilvania, la igualdad con las tres «naciones» de la Dieta (húngaros, sajones y szeklers o sículos). Cuando el obispo uniata Ion Inochentie Micu, en la Dieta de Transilvania, osa en 1737 hablar de nación valaca se le responde que los valacos no son una natio sino sólo una plebs. Esta palmaria identidad entre nacionalidad y condición social puede aplicarse también a la relación que mantenían los terratenientes polacos, alemanes y húngaros de una parte y los campesinos ucranianos, bielorrusos, letones y eslovacos de otra. El lector avezado ya habrá advertido que esta división jerárquica se corresponde exactamente con la división que Engels, estableció entre «naciones históricas» y «pueblos sin historia».

Al hablar de lenguas y clases sociales vienen a la mente las sugerentes palabras de Benedict Anderson respecto a la magiarización de la nobleza húngara formada en latín (cuya primera lengua era a menudo el alemán) a partir de 1840 como una estrategia de oposición al proceso de centralización del poder emprendido por José II, a fin de evitar su marginación política:

"...se decidió que todos los hablantes de húngaro fueran húngaros (como sólo los privilegiados habían sido anteriormente) y que cada húngaro hablara magiar (cómo hasta entonces sólo algunos magiares solían hacer)."
 
Estas lineas, que son aplicables a otros muchos procesos de construcción nacional en Europa, aducen que la lengua hablada por un, grupo humano es a menudo fruto de una opción histórica, esto es, algo convencional, no inherente ala propia esencia de la nación. De hecho, los magiares (megyer) eran sólo una de las siete tribus húngaras de tiempos de la conquista (finales del siglo IX). Desde el siglo XIII se produce una identificación ocasional entre magyar y Hungarica natio, pero en general «magiar» y «húngaro» eran percibidos como dos realidades bien distintas.

Como expuso hace ya cien años Otto Bauer, era imposible, que surgiera una nación húngara moderna que englobara a nobles y plebeyos antes de la abolición de la servidumbre por José II en 1785. Pero hay que constatar que a partir de entonces la magiarizaçión fue rapidísima. En 1792 el magiar ya era la lengua de instrucción de todas las escuelas de Hungría y en 1844 desplazaba definitivamente al latín como lengua de Estado. En 1861 el Comité sobre las Nacionalidades del Parlamento Húngaro afirmaba que en la Transleithania sólo había una nación, la húngara, y que, por lo tanto, rumanos, eslovacos, croatas, etcétera, no tenían derecho a la existencia como tales. Es decir, los húngaros, que hasta la víspera habían sido oprimidos en sus derechos lingüísticos por los alemanes se convirtieron de la noche a la mañana en opresores de los derechos lingüísticos de los demás pueblos. A pesar de todo, todavía en 1900 los mágiares (incluyendo los judíos asimilados) constituían tan sólo el 45,4% la población de la parte húngara del Imperio.

Aunque de ninguna manera puede reducirse a una lucha de emanpación nacional, la rebelión husita fue, entre otras cosas, un conflicto entre la aristocracia de lengua alemana y las clases bajas de lengua checa. Durante las reformas de José II los nobles bohemios expresaban su indignación contra las mismas usando la lengua checa en las habitaciones del castillo imperial, a pesar de que la mayoría de ellos tenía un deficiente conocimiento de ese idioma. Algunos autores elaboraron desde 1860 la teoría de las «individuales político-históricas» que justificaba la alianza de la nobleza con la pequeña burguesía checa frente a la burocracia y la gran burguesía alemanas. Éste es el caldo de cultivo del «federalismo» de las tierras de la Corona defendido por Palacky.

El conflicto lingüístico entre hablantes de finés y de sueco también encubría un conflicto de clase, pues el sueco era la única lengua de Finlandia que se precisaba para el ascenso social, con lo que los finlandeses de lengua materna finesa resultaban discriminados. Si los primeros nacionalistas checos estaban germanizados, los primeros patriotas fineses estaban suecizados. Elias Lonnrot (1802-1884), Johan Ludvig Runeberg (1804-1877) y Johan Vilhelm Snellmañ (1806-1881), principales ideólogos del nacionalismo cultural finlandés, hablaban y escribían mejor el sueco que el finés. El poeta Jaakko Juteini (nacido Jacob Juden, 1781-1855) fue el primero que utilizó el finés para todos sus escritos. El siguiente paso lo dio el «fenómano» Adolf Ivar Arwidsson (1791-1858), al considerar el sueco como una lengua extranjera en Finlandia. Hablantes de sueco y de finés terminaron uniéndose ante un enemigo común. La rusificación forzosa desde 1880 hizo que se fundieran la reivindicación lingüística con la lucha por la autonomía.

Aunque tampoco pueda reducirse solamente a eso, en Bélgica el conflicto lingüístico entre valones y flamencos tiene también un componente social.

 En Flandes los estamentos modestos pero cultos veían en la promoción de la lengua un vehículo de ascensión social para poder competir con ventaja con los francófonos. La industrialización fue casi paralela a la línea lingüística, favoreciendo a los valones y creando un fuerte victimismo entre los hablantes de neerlandés, que eran la mayoría de la población, aunque desempeñaban los trabajos menos cualificados. Por ejemplo, hacia 1848 el 41,9% de los flamencos eran analfabetos frente el 34,8% de los valones. Fue en las clases intermedias donde surgió el nacionalismo flamenco. El libro clásico de Destrée y Vandervelde sobre el socialismo en Bélgica (1903) ni siquiera menciona la cuestión flamenca, prueba de que el movimiento obrero todavía se encontraba al margen del conflicto. En la medida en que los flamencos fueron ascendiendo socialmente y obteniendo logros para su lengua hasta alcanzar el bilingüismo oficial (1898) se produjo la reacción de los valones, que consideraban que se estaba cediendo demasiado a las presiones de los flamignants.

Incluso en la parte vascófona de Vasconia ha existido tradicionalmente una clara división entre una mayoría campesina de habla vasca (navarrus llegó a significar tanto «campesino» como «vascohablante») y una minoría privilegiada que se expresaba en romance, al menos en sus actividades públicas. La opción por el castellano y a menudo el olvido del vascuence fueron durante siglos inexcusables vehículos de ascenso social en el país. Existe, sin embargo, una diferencia palmaria entre Lituania, por ejemplo, y Vasconia: mientras en la primera la minoría dirigente de habla polaca terminó identificándose con esa nación eslava, en la segunda algunos castellanohablantes se apropiaron de ciertos símbolos identificativos de los vascohablantes para crear una nación en la que la lengua privativa ha sido de facto desplazada a un mero papel de comparsa.

Ya he aludido a los prejuicios de Friedrich Engels (1820-1895) sobre los «pueblos sin historia» y los «desechos de pueblos», entre los que incluía a los escoceses gaélicos, a los bretones (a los que intencionadamente confundía con los «blancos» de la Vendée), a los vascos y a los eslavos del sur:

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