"La fiesta, como espacio-tiempo de excepcionalidad es
también un espacio de «desborde» político, de reivindicación, de
conflictos.
El despliegue humano y material escenifica y trata de denunciar,
visibilizar o generar simpatía por determinadas cuestiones. Esta
escenificación en un contexto de fiesta fomenta en buena medida la
superficialidad o «virtualidad», y más si lo que se vende es un producto
«revolucionario», «alternativo» o «radical». Este hecho se ve reforzado
con el contexto de derroche, alcoholismo, impacto ecológico, alienación
y embrutecimiento, que presentan una imagen como mínimo problemática
(si no antagónica) entre lo que se dice defender y la imagen social que
se ofrece."
Argia Landariz
Ekintza Zuzena aldizkaria
Nota preliminar
Este texto pretende ser una humilde reflexión sobre algunas de las
prácticas militantes en las que nos vemos envueltos habitualmente y que
generan serias contradicciones éticas y políticas si nos situamos en una
perspectiva que pretenda transformar radicalmente la sociedad en la que
vivimos. Esta reflexión no es ajena a las múltiples contradicciones que
genera nuestro modo de vida y los fuertes condicionamientos del sistema
social en el que se da.
Tampoco hay que olvidar que en política no existe la «inocencia» ni
se puede pretender «no mancharse» ante las dificultades y necesidades
que genera la lucha en un escenario en el que existen muchas inercias y
unas reglas de juego marcadas por un sistema cuya inmensidad y
complejidad son patentes. Asimismo, las consideraciones realizadas,
parten de las propias limitaciones a la hora de ofrecer alternativas
generales que sean capaces de resolver satisfactoriamente estas
contradicciones. Esto se une al respeto por quienes desde esta misma
consciencia, tratan de hacer «lo que pueden» y se «manchan» denunciando
el desastre actual y el venidero, así como tratando de generar prácticas
que prefiguren algo distinto y mejor a lo que hoy padecemos en
distintos grados y formas según donde estemos situados geográficamente.
Como base de esta reflexión tomaré un ejemplo que puede resultar
aparentemente banal, como son las fiestas de Bilbao, pero que, a mi modo
de ver, refleja en su magnitud, como «desborde» y «excepcionalidad»
algunas de las claves para afrontar el terreno pantanoso en el que nos
movemos.
Living la vida loca, living capitalismo
No se puede obviar que vivir en el llamado primer mundo y en el
estado actual del capitalismo marca -como se decía más arriba- no sólo
el modo de vida, sino también la percepción del mismo y las prácticas
que pretenden cambiarlo. En una sociedad consumista, derrochadora,
alienada, autoritaria, etc. es difícil no verse «contaminado» por los
valores dominantes y las formas de corrupción que conlleva. Aquí se
establece la delgada línea entre lo que pretende cuestionar y
transformar lo existente y lo que -consciente o inconscientemente- lo
refuerza. La izquierda [1],
en este sentido, hace -en teoría- de bisagra entre ambos lados, bien
tratando de expandir socialmente ideas, valores o prácticas opuestas a
las imperantes, o bien siendo funcional y naturalizando muchos aspectos
del capitalismo, eso sí, con un barniz progresista. Es en esta cuestión
donde trataré de incidir en tanto es fundamental para ver en qué grado
se es o no oposición y alternativa a lo existente.
Partiendo de este punto se nos plantea la posibilidad real de la
crítica frente a una realidad constituida y más si esta crítica se sitúa
fuera de lo ortodoxo o de lo «políticamente correcto». Toda práctica
genera su «normalidad», su lógica ideológica y sus inercias políticas,
que a lo largo de los años pueden «institucionalizarse», generando una
forma de hacer las cosas que se convierte en referencial y difícilmente,
no sólo criticable, sino transformable. Dicha «institucionalización»
permea -a través de sus impulsores y defensores- las relaciones sociales
y políticas, creando finalmente una cultura política hegemónica y
normalizada, ante la que, de una u otra forma. diferentes sectores se
suman o se reconocen.
Por otro lado, se supone que los sectores que se oponen al sistema
son también quienes potencial o teóricamente tienen mayor capacidad para
desarrollar críticas frente a los valores dominantes. Se entiende, por
tanto, que ese supuesto inconformismo, tanto vital como ideológico,
sirve de herramienta para tratar de superar ciertos estancamientos que,
si hablamos de intervención política, corren el riesgo de degenerar en
anquilosamiento o esclerosis. Ello no quiere decir que el
«conservadurismo» sea algo necesariamente malo, si lo entendemos como un
elemento de análisis o de defensa frente a la incorporación acrítica
-como si de una moda se tratase- de lo nuevo o extraño a un espacio de
costumbres, ideas o prácticas comúnmente aceptadas. Ahora bien, si esa
actitud defensiva se convierte en un mecanismo que ahoga la posibilidad
de la crítica y crea tabúes, bien sea por miedo a perder lo ganado, por
estrategia, por responsabilidad o por intereses creados, entonces
estamos ante el riesgo cierto de que lo que construyamos, al margen de
su éxito social, sea una perversión de las ideas o deseos que
supuestamente se promueven. Y es esto en cierto modo lo que hoy está
ocurriendo, algunos de cuyos aspectos podemos ejemplificar en el caso de
la Aste Nagusia bilbaina [2].
Popular, masivo, alternativo
Según una de las acepciones del diccionario de la Real Academia
española de la Lengua fiesta es el «regocijo dispuesto para que el
pueblo se recree». La fiesta incluye, por tanto, un espacio y un tiempo
en el que se produce un «desahogo» o «desfogue» social y hay una mayor
posibilidad y permisividad hacia determinado tipo de expresiones
individuales y colectivas. Entre estas últimas podemos citar ciertas
expresiones políticas, que encuentran en el «universo festivo» un marco
adecuado tanto para su reproducción (económica, simbólica, etc.) como
para visibilizar determinados conflictos, problemas o reivindicaciones.
En este contexto se mezclan lo popular, lo masivo y lo alternativo en
una interacción compleja y contradictoria. Lo popular se puede concebir
como lo «que es peculiar del pueblo o procede de él» [3].
Esta definición nos habla de valores enraizados, que están en el
imaginario y en los usos sociales, pero no indica cómo se forman dichos
valores ni cuál es su consideración [4].
Sin embargo, desde la izquierda se habla habitualmente de «movimiento
popular», de «expresión popular», de «pueblo», etc. En este sentido, se
realiza una selección-idealización del término en función de una
orientación y un sentido de la acción política. El término masivo es
menos ambiguo y nos habla de masa y de concentración humana. Lo
alternativo, por su parte, es lo que se contrapone a los modelos
oficiales comúnmente aceptados.
En el contexto de las fiestas de Bilbao, estas tres líneas se
entrecruzan, puesto que supone un momento en el que se mezclan
participación social activa (a través, por ejemplo, de las comparsas y
txosnas), masividad en los espacios festivos (con su componente de
consumo desbocado y cultura espectáculo) y reivindicación política.
No incidiré en demasía en algunos aspectos ya tratados por otros [5], como la cultura del desperdicio y del desfase, mayormente alcohólico [6]. Estos son aspectos importantes, aunque lo que subyace es una determinada manera de concebir la intervención social.
La fiesta como retrato de la izquierda
Las comparsas (como en otras fiestas las cuadrillas, las peñas o los
blusas) son hasta hoy el eje vertebrador de las fiestas de Bilbao.
Nacidas en 1978 tanto ellas como las fiestas han sufrido muchos cambios
desde sus orígenes [7]
a la actualidad. Estos cambios se han debido tanto a la presión por
parte de las instituciones gobernantes, como por otros factores
derivados de cambios políticos, sociológicos, estratégicos, etc. [8]
Tanto el tipo de participación como el ambiente festivo han mutado de
una mayor conflictividad y espontaneidad hacia una mayor organización,
pragmatismo y despolitización (en un sentido profundo del término),
hacia una «institucionalización» en definitiva. Las fiestas se han ido
haciendo más masivas, más espectaculares y a ellas se ha adaptado el
movimiento popular que las dinamiza desde su inicio, formado por
asociaciones vecinales, partidos políticos, sindicatos, organizaciones
antirrepresivas, antimilitaristas, ecologistas, de defensa del euskera,
grupos juveniles, culturales y deportivos etc., mayoritariamente
pertenecientes o afines a la Izquierda Abertzale. Este sector social ha
marcado su impronta y ha definido, en tanto que hegemónico -y sin
olvidarse de otras influencias importantes-, el modelo festivo, que como
en otros macroacontecimientos (por ejemplo, los diferentes «eguna» -
Elkartasun eguna, Gazte eguna, Ikasle eguna....- fiestas a favor del
euskera, actos y mítines públicos, etc.) busca la masividad y, en este
sentido, servir de amplio expositor (con su parafernalia incluida) para
reivindicaciones políticas y para la proyección de una determinada
imagen hacia el exterior. En esta dinámica, el resto de las comparsas
han seguido una actitud subordinada y seguidista, en buena medida por
razones económicas y de visibilidad social. Esta concepción macro de la
política aplicada a lo social se ha ligado, por otro lado, a las
transformaciones urbanas que ha sufrido Bilbao, convertida en
ciudad-escaparate a merced del turismo y los servicios, como nueva
unidad de destino que haga olvidar su pasado y su cultura obrera e
industrial. En este sentido la fiesta, como la ciudad, ha perdido parte
de su componente autóctono y se ha globalizado e internacionalizado,
hasta el punto de ganar el primer puesto como «Tesoro del Patrimonio
Cultural Inmaterial de España en 2009». [9]
Lo cualitativo y lo cuantitativo
¿Cómo valorar la significación de este tipo de eventos sociales desde
una perspectiva militante o crítica? ¿Cómo contraponer lo deseable con
lo -supuestamente- posible? ¿En qué medida se interrelacionan la ética
(más rígida) y la estrategia (en la que se impone habitualmente la ley
del mal menor y de lo posible)? ¿Por qué criticar algo aparentemente tan
«inofensivo» como unas fiestas?
En primer lugar, quizás convenga analizar algunos aspectos presentes en la relación entre política y fiesta.
1) El aspecto psicológico: la seducción. En una
sociedad donde priman el anonimato, la soledad y el individualismo
feroz, el hecho de juntarse, de hacer comunidad, de «estar en la calle»,
de ser partícipes de proyectos en común otorga un respaldo, una
seguridad, unas certezas o una afectividad, que pueden fortalecer tanto
al individuo como al colectivo. En fiestas este «sentirse parte de»,
además de mero consumo y espectáculo pasivo, tiene su plasmación en la
participación directa en espacios como las comparsas y las txosnas. La
agrupación de voluntades, el desinterés, el espíritu colectivo (o a
veces simplemente el deseo de fiesta y espacio para el desfase) se
plasman en el trabajo de miles de personas que se implican de diferentes
formas en el apoyo a los proyectos que están detrás de estas comparsas.
Una impresionante capacidad de movilización humana que en Euskal Herria
se despliega en diversas ocasiones, poniendo en evidencia la existencia
de un fuerte componente comunitario y una cultura ligados a valores,
símbolos, causas y resistencias hondamente enraizadas. Esta entrega (que
no es sólo una cuestión racional) es indiscutiblemente necesaria para
la supervivencia y extensión de cualquier lucha que pretenda transformar
un medio hostil, y más éste que genera una fuerte represión con sus
correspondientes secuelas y dramas personales y sociales (muertos,
presos, exiliados, etc.) Sin embargo, el mismo despliegue humano pone en
evidencia las contradicciones y es un reflejo de la sociedad y la
política vasca actual en diversas formas:
Despolitización
y emotividad: Participación y despolitización no son términos
necesariamente contrapuestos. La política vasca está impregnada por
rutinas, inercias y tabúes que han llevado a que la crítica y el debate
sean -salvo excepciones- escasos, pobres y poco socializados. Esto es
más patente, cuanto más jerarquizada y autoritaria es la estructura de
un determinado sector político. La jerarquización implica una
especialización y división de tareas que deja la labor de pensar y
diseñar estrategias a una minoría y al resto la movilización
disciplinada en torno a unas líneas determinadas, escasamente
cuestionables (especialmente en público) y con un fuerte componente
emocional como argamasa social. La ortodoxia correspondiente establece
unas herramientas de interpretación de la realidad, que se refuerzan con
el sentimiento de pertenencia y el componente sentimental.
Despolitización
y fiesta: En un contexto como el festivo la participación-militancia
viene determinada en muchos casos por sentimientos, valores,
concepciones o mitos muy arraigados socialmente. Además de por una
cuestión de militancia «pura y dura» [10]
la fiesta es, en buena medida, un deseo de identidad, de inclusión, más
social que político. Ser protagonista, encontrarse, sentirse
colaborador (puntual, ya que luego la mayoría de colectivos sociales
suelen contar con escasos efectivos durante el resto del año) y apoyo de
una causa, sumergirse en la vorágine seductora de un periodo en el que
cualquier crítica acaba siendo devorada por la fuerza de los hechos y
su vorágine. La «normalidad», la naturalización de las contradicciones y
el aislamiento (o rendición) de los críticos acaba construyendo una
imagen legitimadora, propagandístico-triunfalista, idealizada o
directamente falsificada de la fiesta. Esta representación social es
propia de una cultura política que ha institucionalizado un modelo
festivo basado mayormente en la venta de alcohol como medio de
financiación y que es ampliamente permisivo con el consumo de diversas
drogas. Sin embargo, lo interesante es ver cómo se construye dicha
representación y cuáles son sus claves. Es evidente que a las comparsas
les interesa mantener este modelo festivo por las razones mencionadas y
en ese sentido su dirección va a ser la de reforzar y legitimar su
línea, excluyendo la autocrítica pública (desde el punto de vista de
quienes quieren, supuestamente, transformar radicalmente la realidad) y
limitándolo hacia el interior por razones de «unidad», «pluralidad» o
«no dar armas al enemigo» exterior. El resultado: populismo, demagogia y
«corrección política». [11]
Política
y virtualidad: La fiesta, como espacio-tiempo de excepcionalidad es
también un espacio de «desborde» político, de reivindicación, de
conflictos [12].
El despliegue humano y material escenifica y trata de denunciar,
visibilizar o generar simpatía por determinadas cuestiones. Esta
escenificación en un contexto de fiesta fomenta en buena medida la
superficialidad o «virtualidad», y más si lo que se vende es un producto
«revolucionario», «alternativo» o «radical». Este hecho se ve reforzado
con el contexto de derroche, alcoholismo, impacto ecológico, alienación
y embrutecimiento, que presentan una imagen como mínimo problemática
(si no antagónica) entre lo que se dice defender y la imagen social que
se ofrece. Esta concepción de las fiestas y de otro tipo de
movilizaciones populares no parece ser especialmente problemática dentro
de la línea política y estratégica de la Izquierda Abertzale. De
hecho, existe una construcción (idealizada en cuanto acrítica) de «lo
vasco» ligada a la defensa e impulso de determinadas prácticas y
tradiciones sociales. Sin embargo, esta misma lógica no deja de ser
fuertemente contradictoria para otros sectores que se definen como
ecologistas, antimilitaristas, anarquistas u otros. Al margen de
iniciativas fracasadas para tratar de lavar la conciencia (ej. uso de
vasos de plástico reutilizables) lo que se impone es la política del
pragmatismo, de la eficacia, de la necesidad superior y del mal menor,
con sus correspondientes justificaciones.
2) Justificaciones: dinero y visibilidad. Las
necesidades económicas y la visibilidad de la lucha son los dos ejes
fundamentales o piedras angulares que sustentan la naturalización
práctica de las contradicciones en las que se cae de forma notoria
(aunque no exclusiva) durante el periodo festivo.
La cuestión del dinero es un aspecto a la vez objetivo y subjetivo.
Tiene que ver tanto con necesidades reales (gastos de mantenimiento de
locales, costos represivos, propaganda, etc.) como con proyecciones
acerca de la necesidad del propio dinero y de lo que se puede hacer (o
no hacer) con él. Es realmente difícil valorar qué luchas son las que de
verdad merecen la pena, (las que son las reales y transformadoras) y
cuáles no. Es un terreno pantanoso que tiene que ver con la propia
concepción de la política y de la vida, y en el que cada uno verá de qué
manera se mete, en especial los propios integrantes de los colectivos o
luchas.
Realizando, sin embargo, consideraciones más teóricas y abstractas,
no parece que el dinero haya sido nunca la clave, en general, para que
una lucha se enriquezca, más allá de la dinamización de la economía
local o del aumento del patrimonio físico y de la cuenta bancaria de un
determinado colectivo. La realidad o virtualidad de una lucha ha venido
históricamente determinada por su «verdad», por su capacidad para
eclosionar socialmente, o porque quienes la han llevado adelante lo han
vivido como tal al margen de su éxito o fracaso. Y en esos casos el
dinero, las estructuras, los liberados, etc. han sido algo secundario,
que se ha ido generando en función de las necesidades reales surgidas de
la propia lucha. El dinero implica una lógica de funcionamiento, que
busca su maximización, a través de los medios necesarios (organización
del trabajo, reducción de costes, funcionamiento y calidad de los
productos, profesionalización, etc.), que no deja de ser una traslación
de los métodos del capitalismo a los ámbitos supuestamente antagonistas.
Una lógica económica en la que con el tiempo se generan intereses
propios que buscan reproducirse por encima del objetivo inicial, lo que
resulta funcional a la misma lógica de dinamización de la economía que
persiguen las instituciones estatales. En definitiva, y hablando del
contexto festivo, el dinero acaba convirtiéndose en la principal
motivación práctica que lleva al montaje de las txosnas, que se
convierten en fuente de financiación privilegiada de diversos
colectivos.
La justificación del actual modelo festivo deriva tanto de una
concepción filosófica de la política y de la sociedad como de un
análisis de las propias necesidades económicas de los colectivos. En el
presente contexto vasco, determinados sacrificios y ausencia de
escrúpulos se justifican por la consecución un bien mayor que se
presenta como digno y ético y la perspectiva -en el mejor de los casos-
de poder resolver en algún momento las contradicciones más flagrantes.
Sin embargo, las inercias (tanto por automatismo como por corrupción)
suelen ser complejas de superar y resulta difícil de creer, por ejemplo,
la instauración de un modelo festivo alternativo al actual una vez que
hipotéticamente se generara un escenario diferente en el que las
necesidades económicas «objetivas» fueran significativamente menores.
Respecto a la «visibilidad» de la lucha, la fiesta se concibe como un
espacio más y además privilegiado para «hacerse visibles», más cuando
la represión y el control social aumentan y hay una pérdida de la
presencia en espacios públicos. Aquí se impone, en el mejor de los
casos, la lógica del «mal menor» y del «que me quede como estoy», en el
sentido de temer que un cuestionamiento radical de la práctica política
lleve a la parálisis, al retraimiento y la «desaparición» y a dejar en
manos del enemigo determinados espacios, riesgos que, por otra parte,
son reales. Las preguntas que surgen son ¿qué tipo de visibilidad
queremos? ¿Cómo manejamos las contradicciones? ¿Qué elecciones hacemos?
¿Cuál es la perspectiva a futuro?
Conclusiones inconclusas
El hecho de vivir nos lleva a tomar decisiones que se basan en
diferentes criterios no siempre coherentes entre sí. Dichas decisiones
están basadas en nuestros propios valores y necesidades. Cuando nos
trasladamos al plano social y nos confrontamos con otros y con las
urgencias de este mundo no se puede esperar un camino de rosas. El
problema no es tanto asumir las contradicciones [13]
como ver que éstas se cronifican o eternizan. La promesa de que surja
algo mejor de nuestro lodazal cotidiano es en buena medida una cuestión
de esfuerzo y empeño, así como de circunstancias externas. También de
fe, de autoconvencimiento y de tirar pa’lante. Si esto no funciona se
entra en una crisis de difícil solución, en un pantano. Es una cuestión
de elecciones o de dinámicas en las que nos vemos inmersos, en las que
uno opta por tomar en cuenta unos aspectos y descartar otros, por
tolerar unas contradicciones y rechazar otras, por lidiar con mejor o
peor fortuna con los medios y con los fines. En lo que hagamos influyen
circunstancias personales, sociales, coyunturas, compromisos,
fidelidades, intereses,... que en cierto modo tienen más que ver con el
presente que con el futuro, sobre todo cuando las realidades en que nos
movemos están muy desligados de modos de vivir distintos, en especial en
medios urbanos, alienantes y masificados, propios en buena medida de
una sociedad decadente, que sin embargo guarda aún en su interior
sentimientos y necesidades profundas (de relación, de expresión, de
lucha,...) que buscan salida individual y/o colectivamente. La fiesta es
un espacio para evidenciar esa necesidad, con la particularidad en el
caso vasco (frente a la casi ausencia de la «política» en otras zonas,
que hace tiempo que tienen «la fiesta en paz») de ese elemento de
conflicto en el que puntualmente se trata de mostrar concentrada y
simbólicamente una realidad social y política compleja que viene de
antes y continúa después. Más allá del elemento de «desborde» y
«desahogo», la fiesta ejemplifica también los valores y el modelo social
por el que se apuesta, puede mostrar su carácter creador y vivo o su
deriva inercial y autodestructiva como reflejo del sistema dominante.
[1] Utilizo
este término -en el sentido más común e indefinido en cuanto a su
pluralidad, ambigüedad y contradicciones internas- de fuerza
sociopolítica y cultural que plantea -al margen de su plasmación real-
diversas formas de oposición al sistema imperante.
[2] Aunque
el modelo festivo es similar en toda la geografía vasca, este análisis
hace referencia preferentemente -por su magnitud- al desarrollado en las
grandes fiestas de las capitales vascas.
[3] Definición tomada del Diccionario de la Real academia de la lengua española.
[4] Pueden ser valores socialmente enraizados tanto la solidaridad como la crueldad.
[5] «Aste
Nagusia y parecido San Fermín son en líneas generales y
mayoritariamente como imagen dominante y uso generalizado en conjunto
una reiterada, continua, y descomunal borrachera multitudinaria y
multigeneracional con centenares de traslados y asistidos por servicios
de urgencia, que por cierto no debieran ser gratuitos a quienes
voluntariamente se autoperjudican. Unos días de enorme impacto
medioambiental, miles de personas tienen que escaparse de sus lugares de
residencia habitual, la diáspora festivalera, ante la agresividad
sónica hasta altas horas de la madrugada, otros no tienen esa
oportunidad sino la obligación de ir a trabajar. Actos cuyo éxito según
el habitual triunfalista balance municipal se basan en el incremento
anual de toneladas de basura recogida y el los miles de hectolitros de
desinfectante y agua arrojados para intentar evitar un hedor callejero
que dura todavía muchos días más. Estos actos, aunque parezcan lo
contrario, son uno de los ejemplos más denigrantes del mundo que sitúa a
Euskal Herria en un inaceptable e infame grado de bajeza ecológico
ambiental. Cuando una parte de la humanidad carece de agua para beber y
poder subsistir, aquí se difunde la imagen y se utilizan millones de
litros para disolver las multitudinarias excrementaciones vocales y
vejigales. Todo por satisfacer a una turba mayoritaria y hábilmente
manejada durante unos días para conseguir que el resto del año sea una
masa instrumentalizada, dócil sin inquietudes sociales, colectivas y
solidarias trascendentales en una sociedad contemporánea compartida y
comprometida con los problemas locales y nacionales. Los caciques
municipales les dirán que son las fiestas mejores del mundo para que las
celebren con más dosis de autocomplacencia. Aste Nagusia es en
definitiva una fiesta local desproporcionada y extremada multitudinaria
como todos los acontecimientos contemporáneos independientemente de su
lógica, fundamento o razón con muchos seguidores y asistentes. A su vez
su desarrollo ha generado desde ya hace años otros tantos detractores y
su contenido genera gravísimos problemas éticos y estéticos. Es sin duda
un festejo popular pero no un valor cultural. Esto es un rango muy
diferente, no tiene porqué serlo y mucho más meritorio.» (Iñaki Uriarte,
Aste Nagusia y aberración cultural, Deia, 23 de julio de 2009). Ver
también «Txosnas, speed y rockanrol», Ekintza Zuzena nº 34 (2007).
[6] En
Euskal Herria existe una arraigada práctica de consumo de alcohol
dentro de los espacios de relación social. En este sentido, si hablamos
de lugares de encuentro y de ocio los bares son una referencia
ineludible, que ha tenido su extensión juvenil en el denominado
«botellón». Este consumo de alcohol se ha naturalizado de tal manera que
incluso muchos lo consideran como un rasgo constitutivo de la propia
cultura vasca, como parte de una tradición más o menos reivindicable. Al
margen de campañas en contra de las molestias causadas por el botellón y
algunos cuestionamientos tímidos o de cara a la galería, se puede decir
que la realidad es que la cultura del alcohol forma parte importante de
nuestras vidas. Una sociedad consumista, individualista, competitiva y
un poco desquiciada como la actual impulsa comportamientos compulsivos e
irracionales, además de formas de nihilismo y autodestrucción. Así, la
llamada «cultura del desfase» es uno de los resultados de la aplicación
práctica de los valores imperantes, junto con la influencia de otros
factores sociales, familiares o grupales. El consumo de alcohol u otras
drogas obedece a múltiples factores: necesidad relacional, vía de
desahogo, rutina, tradición, etc. En muchos casos, su ingesta excesiva
se combina con la politoxicomanía y a la larga vemos las secuelas en
forma de alcoholismo, enfermedades psíquicas, etc.
No se trata aquí de valorar si el alcohol es bueno o malo o de definir una postura moral con respecto a otras drogas. La cuestión es que en el contexto social actual están generando unos problemas que sobrepasan los de la autonomía individual. Hay que verlo en una dimensión no sólo socioestadística, sino también práctica, en el sentido de apreciar cuáles son los efectos concretos que las drogas ayudan a generar y hasta qué punto contribuyen al deterioro de los espacios de relación y de intervención política. Esto parece evidente en el caso de la heroína, pero no tanto en otros. No es casualidad tampoco que determinados movimientos políticos importantes (los anarquistas de principios del siglo XX, zapatistas, etc.) alertasen de los peligros del alcohol como factor de alienación, embrutecimiento y descomposición social, promoviendo su limitación o incluso prohibiendo su consumo comunitario. Estos planteamientos, sin embargo, aparecen en una sociedad como la nuestra como anticuados o puristas, frente a la idea de libre decisión. En cualquier caso, y junto a otros factores muy importantes parece evidente que algún tipo de relación hay entre la rutinización de determinadas pautas de consumo y la desmovilización social.
No se trata aquí de valorar si el alcohol es bueno o malo o de definir una postura moral con respecto a otras drogas. La cuestión es que en el contexto social actual están generando unos problemas que sobrepasan los de la autonomía individual. Hay que verlo en una dimensión no sólo socioestadística, sino también práctica, en el sentido de apreciar cuáles son los efectos concretos que las drogas ayudan a generar y hasta qué punto contribuyen al deterioro de los espacios de relación y de intervención política. Esto parece evidente en el caso de la heroína, pero no tanto en otros. No es casualidad tampoco que determinados movimientos políticos importantes (los anarquistas de principios del siglo XX, zapatistas, etc.) alertasen de los peligros del alcohol como factor de alienación, embrutecimiento y descomposición social, promoviendo su limitación o incluso prohibiendo su consumo comunitario. Estos planteamientos, sin embargo, aparecen en una sociedad como la nuestra como anticuados o puristas, frente a la idea de libre decisión. En cualquier caso, y junto a otros factores muy importantes parece evidente que algún tipo de relación hay entre la rutinización de determinadas pautas de consumo y la desmovilización social.
[7] «Aste
Nagusia, la fiesta popular tiene otros valores como el hecho de surgir
en 1978 de una iniciativa espontánea exclusivamente popular no
mediatizada, de Bilboko Konpartsak y mantenerse como tal propuesta
social además de con su denominación, con la potenciación de la música
euskaldun, el uso de la lengua propia del país, el euskara y la dignidad
de recordar permanentemente a los prisioneros políticos vascos, tanto a
los vecinos de la villa, como a otros encarcelados en las centros de
exterminio de España y Francia y el unánime rechazo a la bandera
española». Iñaki Uriarte, ibid.
[8] Por
poner un ejemplo (hoy impensable) y en lo que re refiere al consumo de
alcohol hay que recordar que txosnas como Mamiki o Bizizaleak optaron
por no dispensarlo en alguna de las ediciones de la Aste Nagusia
bilbaina.
[9] Esperpento
promovido por el Bureau Internacional de Capitales Culturales que
critica afiladamente Iñaki Uriarte en el artículo antes mencionado.
[10] La
pregunta ¿qué es la militancia? no tiene fácil respuesta. Implica un
compromiso duradero y profundo con una causa, al margen de las
motivaciones y de la reflexión que se haga sobre la misma (puede haber
militantes perfectamente acríticos). Implica también la aceptación y
asunción de los riesgos derivados de su compromiso. En la actual Euskal
Herria, en tanto que agitada por diversos conflictos y con un sector
social amplio sensible a determinadas influencias políticas, la cuestión
de la militancia adquiere una dimensión particular. Son muchas las
personas que participan en diferentes colectivos y que se definen o no
como militantes. En este contexto se mezclan los «incombustibles», con
aquellos que buscan dotarse de una identidad, los que buscan beneficios
personales de diversos tipo, a lo que hay que añadir el factor de
«profesionalización» que intersecciona con el ámbito militante.
[11] En
este sentido, citamos el tríptico buzoneado por Bilboko Konpartsak en
noviembre de 2009, a raíz del castigo (2 años de suspensión) hacia las
comparsas Txori Barrote y Kaskagorri por la exhibición de fotos de
presos: «A 31 años de aquella primera Aste Nagusia nuestra valoración es
muy positiva. Creemos que entre todos/as hemos conseguido hacer una
fiesta única en el mundo. Pocas fiestas habrá que sean tan populares,
tan plurales, tan participativas y tan abiertas como la nuestra. / Cuando algo funciona y funciona tan bien como Aste Nagusia, reconocida como patrimonio cultural por la UNESCO
y disfrutada con entusiasmo por la ciudadanía, que la quiere y la
reconoce como suya, y cuando además se trata de una actividad que aporta unos beneficios del 7% del PIB de Bizkaia...» (las negritas son mías)
[12] Cabe
recordar los abundantes disturbios y enfrentamientos con la policía
acaecidos históricamente en el periodo festivo o hechos más recientes
como el tira y afloja con las autoridades entorno a la colocación de
fotos de los presos.
[13] Cuando
la realidad nos arroja nuestras miserias y contradicciones, quizás la
mejor postura sería la de tratar de ser o más coherentes o más honestos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario