"Vivimos tiempos de reacción profunda en Europa y el ejercicio de la memoria histórica es casi un acto subversivo."
“Porque la esclavitud se acabó ¡oh gloriosos muertos! Cuando ustedes
cayeron en la mojada niebla”. (The Foggy Dew, Canon Charles O’Neill,
1919)
Este año se celebra el centenario de la Insurrección de Pascua, en el
que un grupo de republicanos irlandeses decretaron, en nombre de Dios y
de las generaciones pasadas, la independencia de Inglaterra y el
establecimiento de un gobierno provisional, la República Irlandesa
(Poblacht na hÉireann). La insurrección tuvo por epicentro Dublín,
bastión de la dominación colonial; naturalmente, la reacción inicial de
la mayoría de la población al levantamiento republicano fue abiertamente
hostil. El aislamiento político, así como la debilidad militar de los
republicanos, hicieron que la insurrección fuera derrotada a los pocos
días. Sin embargo, este fue el comienzo del resquebrajamiento del
Imperio Británico. Al poco tiempo, el ejemplo de los mártires de 1916
inspiró a republicanos y revolucionarios en toda Irlanda a alzarse
contra el imperio y la violencia de la reacción británica inclinó la
opinión pública definitivamente hacia el campo de los insurgentes. Hacia
1921 las tropas británicas y sus auxiliares paramilitares, los temidos y
detestados Black & Tans, habían sido derrotados e Irlanda se
dividiría entre la República en el sur e Irlanda del Norte, aún bajo
dominio británico.
Amnesia y vergüenza
En casi todos los países que alguna vez fueron una colonia, el día de la independencia es el día más importante en el calendario. No en Irlanda. Algunos dirán que es porque Irlanda aún no es totalmente independiente. Como sea, la celebración del día de San Patricio, como día principal de Irlanda, ignora las luchas de los republicanos en más de dos siglos de lucha independentista, a la vez que refuerza el imaginario de la nación Católica y conservadora que se impuso en el sur después de la “partición” en 1922. El centenario de la insurrección de Pascua, empero, debería ser la ocasión para conmemorar esa lucha y la enorme marca que dejó en la conciencia colectiva irlandesa. Sin embargo, la clase dominante irlandesa, que amalgama a neocolonialistas nostálgicos de los buenos días del imperio (los llamados Westbrits, o británicos del oeste) junto a tecnócratas neoliberales, se siente particularmente avergonzada de los eventos de 1916 y preferirían que este año pase rápido y sin mucha bulla.
Prefieren recordar al “pacifismo” de John Redmond (líder de la facción que pedía mayor autonomía pero no independencia para Irlanda), y dedican más lágrimas a recordar a quienes pelearon en la batalla del Somme, en la Primera Guerra Mundial, en ese sacrificio conjunto de irlandeses e ingleses en contra del “despotismo germánico”. Esta visión es lo que queda claro en un video vergonzoso producido por el gobierno de la República de Irlanda para, supuestamente, conmemorar 1916: aparte de un segundo en el que se ve, al comienzo, una copia de la declaración de independencia, no hay una sola mención a la insurrección ni a los líderes de ella, asesinados por la Corona, pero sí aparece la Reina Isabel, Bono y Sir Bob Geldof, con una horrenda melodía de música-celta-basura-para-turistas [1].
Calumnias
Pero no es solamente un ejercicio de amnesia o de vergonzante silencio lo que está practicando la clase dominante irlandesa. Es, además, un ejercicio de revisionismo histórico, liderado por figuras como el político John Bruton, del partido gobernante Fine Gael (partido ultra-derechista cuyos orígenes se remontan a un movimiento fascista en la década de los ’30 que envió combatientes a Franco), y que ha encontrado su expresión mediática en un programa transmitido por televisión estatal llamado Rebelión. Deploran la violencia “terrorista” (haciendo un claro paralelo con la campaña del IRA durante las últimas tres décadas del siglo XX), pero no dicen que más de 30.000 irlandeses murieron gracias la “pacífica” estrategia de Redmond de apoyar la aventura militar-imperial de Inglaterra a cambio de mayor autonomía para Irlanda, una cifra muy superior a todos los muertos que hubo en la insurrección y la guerra de liberación nacional que la siguió. Esto nos recuerda la justeza de un proverbio de Mayo del ’68: que un año de revolución es menos sanguinario que un fin de semana de normalidad capitalista.
Atacan el legado de 1916, denigran a los republicanos y revolucionarios que tomaron parte en esta insurrección, partiendo por Pádraig Pearse, a quien presentan como un fanático reaccionario irresponsable deseoso de ofrendar un sacrificio de sangre por la república, cuando no como un terrorista o un proto-jihadista. Para ello, descontextualizan frases por él dichas en emotivos discursos que coquetean con la religiosidad irlandesa, en que dice, frecuentemente, que la sangre tendrá el efecto de redimir a la nación irlandesa. Sin embargo, la exaltación del sacrificio no era una particularidad de Pearse; recordemos que en esos momentos se libraba la Primera Guerra Mundial y el lenguaje dominante era de llamar al sacrificio y exaltar la sangre derramada de los héroes patrios. Las campañas de reclutamiento de la Corona en Irlanda, utilizaban este mismo lenguaje, y con él, más de 200.000 jóvenes irlandeses se inscribieran para participar en el esfuerzo bélico británico –muchos de ellos sin trabajo y pasando hambre, otros esperanzados en que su sacrificio levaría a que Inglaterra concediera la autonomía a Irlanda-. Pearse, sencillamente, utilizaba el lenguaje hegemónico para llamar a la lucha por la independencia de Irlanda. Descontextualizar sus palabras es un acto de deshonestidad política, que les sirve de cuña para atacar a otros republicanos y revolucionarios, como el socialista James Connolly y para atacar la idea misma de la República, que tenía como fundamento la igualdad de los ciudadanos y la propiedad en común de Irlanda, según se dice en su misma declaración.
Temor
Ciertamente, en un país dominado por la desigualdad, donde la clase trabajadora ha debido soportar de manera totalmente inmoral el peso de la crisis económica producida por los especuladores financieros –que se han seguido enriqueciendo mientras la mayoría de la población se ha empobrecido, el recuerdo de 1916 les da pánico. Un momento histórico no agota toda su potencialidad mediante su mera ocurrencia física. Su recuerdo y las lecciones que de él se puedan extraer, son un eco que resuena poderoso y más fuerte a medida que el tiempo pasa. 1916, en pocas palabras, no es un asunto terminado y en el 2016 muchos de sus objetivos siguen como tarea pendiente: lograr la igualdad, mientras se castiga con impuestos regresivos al pueblo, lograr la definitiva salida de la ocupación británica en el norte de la isla, lograr la propiedad en común de los bienes, mientras se siguen levantando más y más cercas privatizadores por todo el país y se regalan los recursos naturales –entre ellos el petróleo del oeste del país- a capitales multinacionales.
No es casual que esa clase dominante quiera borrar todo recuerdo de que en Irlanda alguna vez hubo una rebelión y así poder normalizar la relación típicamente neocolonial con Inglaterra. Particularmente, cuando esta rebelión se acompañó de una importante agitación popular, cuyo clímax fue la creación de más de 100 soviets obreros y campesinos en el sur de Irlanda entre 1919-1923. La exministra Mary Harney alguna vez dijo que Dublín estaba más cerca de Londres que de Belfast, expresando meridianamente esta mentalidad neo-colonial, a la vez que quitan piso a cualquier asomo de legitimidad para la campaña militar del IRA en el Norte desde 1970 hasta tiempos recientes. Imponen la tesis de que lo que se ganó con el acuerdo de Viernes Santo en 1998 ya estaba ganado en 1974 y que, por tanto, toda la campaña militar fue inútil. De la misma manera, Bruton y sus aliados dicen que en 1914 ya Redmond había ganado lo que se conquistó en el período de 1916-1922. Todo esto es falso. Sin esos actos de fuerza, habría sido imposible lograr los incompletos avances que se lograron. De la misma manera, profundizar lo avanzado y conquistar nuevos derechos requerirán de una amplia movilización popular en Irlanda, que ha demostrado como el pueblo está preparado para emprender acciones de desobediencia civil y acción directa, cosa que ha quedado demostrada en la lucha que hoy se libra contra el impuesto del agua. No es la primera vez que vemos un fenómeno parecido de revisionismo histórico: ya los intelectuales franceses, en pleno carnaval reaccionario a finales de los ’80, mostraban su mezcla de hostilidad y vergüenza por los “excesos” de la Revolución Francesa.
Obviamente, todo esto es también parte de una tendencia global a criminalizar toda forma de rebelión o resistencia, y de tacharlas como “terrorismo”. La tecnocracia neoliberal y neocolonial irlandesa sencillamente utiliza esta tendencia global entre las potencias para avanzar su propia agenda política. Vivimos tiempos de reacción profunda en Europa y el ejercicio de la memoria histórica es casi un acto subversivo. Por eso temen a 1916: porque es un recordatorio de las potencialidades de un pueblo digno, un recordatorio que la resistencia nunca es en vano. Pero también es una promesa de lo que podemos ser si nos lo proponemos. Con sus limitaciones, con sus errores, la Insurrección de Pascua es parte de esa herencia que debemos recordar, celebrar y estudiar.
Amnesia y vergüenza
En casi todos los países que alguna vez fueron una colonia, el día de la independencia es el día más importante en el calendario. No en Irlanda. Algunos dirán que es porque Irlanda aún no es totalmente independiente. Como sea, la celebración del día de San Patricio, como día principal de Irlanda, ignora las luchas de los republicanos en más de dos siglos de lucha independentista, a la vez que refuerza el imaginario de la nación Católica y conservadora que se impuso en el sur después de la “partición” en 1922. El centenario de la insurrección de Pascua, empero, debería ser la ocasión para conmemorar esa lucha y la enorme marca que dejó en la conciencia colectiva irlandesa. Sin embargo, la clase dominante irlandesa, que amalgama a neocolonialistas nostálgicos de los buenos días del imperio (los llamados Westbrits, o británicos del oeste) junto a tecnócratas neoliberales, se siente particularmente avergonzada de los eventos de 1916 y preferirían que este año pase rápido y sin mucha bulla.
Prefieren recordar al “pacifismo” de John Redmond (líder de la facción que pedía mayor autonomía pero no independencia para Irlanda), y dedican más lágrimas a recordar a quienes pelearon en la batalla del Somme, en la Primera Guerra Mundial, en ese sacrificio conjunto de irlandeses e ingleses en contra del “despotismo germánico”. Esta visión es lo que queda claro en un video vergonzoso producido por el gobierno de la República de Irlanda para, supuestamente, conmemorar 1916: aparte de un segundo en el que se ve, al comienzo, una copia de la declaración de independencia, no hay una sola mención a la insurrección ni a los líderes de ella, asesinados por la Corona, pero sí aparece la Reina Isabel, Bono y Sir Bob Geldof, con una horrenda melodía de música-celta-basura-para-turistas [1].
Calumnias
Pero no es solamente un ejercicio de amnesia o de vergonzante silencio lo que está practicando la clase dominante irlandesa. Es, además, un ejercicio de revisionismo histórico, liderado por figuras como el político John Bruton, del partido gobernante Fine Gael (partido ultra-derechista cuyos orígenes se remontan a un movimiento fascista en la década de los ’30 que envió combatientes a Franco), y que ha encontrado su expresión mediática en un programa transmitido por televisión estatal llamado Rebelión. Deploran la violencia “terrorista” (haciendo un claro paralelo con la campaña del IRA durante las últimas tres décadas del siglo XX), pero no dicen que más de 30.000 irlandeses murieron gracias la “pacífica” estrategia de Redmond de apoyar la aventura militar-imperial de Inglaterra a cambio de mayor autonomía para Irlanda, una cifra muy superior a todos los muertos que hubo en la insurrección y la guerra de liberación nacional que la siguió. Esto nos recuerda la justeza de un proverbio de Mayo del ’68: que un año de revolución es menos sanguinario que un fin de semana de normalidad capitalista.
Atacan el legado de 1916, denigran a los republicanos y revolucionarios que tomaron parte en esta insurrección, partiendo por Pádraig Pearse, a quien presentan como un fanático reaccionario irresponsable deseoso de ofrendar un sacrificio de sangre por la república, cuando no como un terrorista o un proto-jihadista. Para ello, descontextualizan frases por él dichas en emotivos discursos que coquetean con la religiosidad irlandesa, en que dice, frecuentemente, que la sangre tendrá el efecto de redimir a la nación irlandesa. Sin embargo, la exaltación del sacrificio no era una particularidad de Pearse; recordemos que en esos momentos se libraba la Primera Guerra Mundial y el lenguaje dominante era de llamar al sacrificio y exaltar la sangre derramada de los héroes patrios. Las campañas de reclutamiento de la Corona en Irlanda, utilizaban este mismo lenguaje, y con él, más de 200.000 jóvenes irlandeses se inscribieran para participar en el esfuerzo bélico británico –muchos de ellos sin trabajo y pasando hambre, otros esperanzados en que su sacrificio levaría a que Inglaterra concediera la autonomía a Irlanda-. Pearse, sencillamente, utilizaba el lenguaje hegemónico para llamar a la lucha por la independencia de Irlanda. Descontextualizar sus palabras es un acto de deshonestidad política, que les sirve de cuña para atacar a otros republicanos y revolucionarios, como el socialista James Connolly y para atacar la idea misma de la República, que tenía como fundamento la igualdad de los ciudadanos y la propiedad en común de Irlanda, según se dice en su misma declaración.
Temor
Ciertamente, en un país dominado por la desigualdad, donde la clase trabajadora ha debido soportar de manera totalmente inmoral el peso de la crisis económica producida por los especuladores financieros –que se han seguido enriqueciendo mientras la mayoría de la población se ha empobrecido, el recuerdo de 1916 les da pánico. Un momento histórico no agota toda su potencialidad mediante su mera ocurrencia física. Su recuerdo y las lecciones que de él se puedan extraer, son un eco que resuena poderoso y más fuerte a medida que el tiempo pasa. 1916, en pocas palabras, no es un asunto terminado y en el 2016 muchos de sus objetivos siguen como tarea pendiente: lograr la igualdad, mientras se castiga con impuestos regresivos al pueblo, lograr la definitiva salida de la ocupación británica en el norte de la isla, lograr la propiedad en común de los bienes, mientras se siguen levantando más y más cercas privatizadores por todo el país y se regalan los recursos naturales –entre ellos el petróleo del oeste del país- a capitales multinacionales.
No es casual que esa clase dominante quiera borrar todo recuerdo de que en Irlanda alguna vez hubo una rebelión y así poder normalizar la relación típicamente neocolonial con Inglaterra. Particularmente, cuando esta rebelión se acompañó de una importante agitación popular, cuyo clímax fue la creación de más de 100 soviets obreros y campesinos en el sur de Irlanda entre 1919-1923. La exministra Mary Harney alguna vez dijo que Dublín estaba más cerca de Londres que de Belfast, expresando meridianamente esta mentalidad neo-colonial, a la vez que quitan piso a cualquier asomo de legitimidad para la campaña militar del IRA en el Norte desde 1970 hasta tiempos recientes. Imponen la tesis de que lo que se ganó con el acuerdo de Viernes Santo en 1998 ya estaba ganado en 1974 y que, por tanto, toda la campaña militar fue inútil. De la misma manera, Bruton y sus aliados dicen que en 1914 ya Redmond había ganado lo que se conquistó en el período de 1916-1922. Todo esto es falso. Sin esos actos de fuerza, habría sido imposible lograr los incompletos avances que se lograron. De la misma manera, profundizar lo avanzado y conquistar nuevos derechos requerirán de una amplia movilización popular en Irlanda, que ha demostrado como el pueblo está preparado para emprender acciones de desobediencia civil y acción directa, cosa que ha quedado demostrada en la lucha que hoy se libra contra el impuesto del agua. No es la primera vez que vemos un fenómeno parecido de revisionismo histórico: ya los intelectuales franceses, en pleno carnaval reaccionario a finales de los ’80, mostraban su mezcla de hostilidad y vergüenza por los “excesos” de la Revolución Francesa.
Obviamente, todo esto es también parte de una tendencia global a criminalizar toda forma de rebelión o resistencia, y de tacharlas como “terrorismo”. La tecnocracia neoliberal y neocolonial irlandesa sencillamente utiliza esta tendencia global entre las potencias para avanzar su propia agenda política. Vivimos tiempos de reacción profunda en Europa y el ejercicio de la memoria histórica es casi un acto subversivo. Por eso temen a 1916: porque es un recordatorio de las potencialidades de un pueblo digno, un recordatorio que la resistencia nunca es en vano. Pero también es una promesa de lo que podemos ser si nos lo proponemos. Con sus limitaciones, con sus errores, la Insurrección de Pascua es parte de esa herencia que debemos recordar, celebrar y estudiar.
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